Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

13. Admiración

Cuando la vio, supo que ella era la que siempre había soñado. Lo deslumbró con su belleza. Tras su aparente fragilidad, se advertía su firmeza. Se regodeó admirándola, era perfecta, ni un gramo de más.

Esbelta cual bailarina, supo al instante que era italiana, deseó abalanzarse sobre ella, sus manos ansiaban acariciarla, su blancura lo encandilaba, ¿Cómo podía existir algo así?

El hombre que la poseía no le permitiría tocarla, era muy cara a sus sentimientos, a la par que su orgullo, ¡cuántos lo envidiaban!

Dio un par de vueltas alrededor, sin quitarle los ojos de encima, incluso comentó su belleza con otro observador. La rodeaban muchas otras, pero ella se destacaba: era el blanco de las miradas.

Desde los altavoces anunciaron la partida, y hacia allá fue, se estaba por largar la carrera.

Él se quedó con su vieja bicicleta, admirando aquélla que, por su costo, le era inaccesible.

De vuelta a su vida no la pudo arrancar de sus sueños…

11. LA SEGUNDA CALLE

Ayer te vi cruzar por la segunda calle. La que queda a la derecha, al final de la glorieta. ¿Puede una glorieta tener final? Para nosotros hasta los círculos tuvieron un comienzo. Ayer entré en la heladería de la segunda calle, donde, si miras por la puerta de atrás encuentras un patio con una bicicleta pintada con acuarela que cuando llueve pierde sus colores, pero sigue siendo de la niña italiana que ha crecido bajo nuestras miradas, subiéndose día sí, día no. A veces la veo. Hace tiempo que se cortó la trenza, y no creció demasiado. Su madre me sirvió ayer un helado de vainilla con sirope de fresa y la vi tender la ropa.

¿Recuerdas cuando fuimos a la heladería por primera vez? Reímos, porque la niña cogió un sapo que le salto a la cara. “En la segunda calle de la rotonda acaban de abrir una heladería”, dijiste el día que nos conocimos. “Las rotondas no tienen primeras o segundas calles.” “Sí, te la enseñaré”. Y me llevaste de la mano.

¿Qué soy yo para ti? Me pregunto hoy, cuando te veo con la niña italiana que ya no es una niña y que ya no lleva trenza, cruzar por la segunda calle y pasar por delante de mi casa. Hace tanto que ya no nos conocemos.

9. POR ELLAS (Ángel Saiz Mora)

Dicen de él que es una máquina, quizá lo sea, porque sólo actúa y apenas piensa. Resulta difícil distinguir dónde comienza el ingenio de metal y donde termina su cuerpo. Los músculos gritan. Se abraza a la tortura. Lejos de amedrentarle, la carretera le enfurece.

La mente destila fogonazos de un pasado siempre presente, el cruce de aquel vehículo que le obligó a dar un volantazo, el estruendo, el silencio, el dolor indescriptible, en nada comparable al que sintió al ver que su mujer y su hija no respiraban.

El aire aguijonea su rostro. Desciende el puerto a tumba abierta. Toma curvas al límite de lo posible. El público que le anima desde el arcén sólo ve un instante de color que se desvanece, llamado a extinguirse como todo lo que nace.

Los psicólogos insisten en que no debe culparse por seguir vivo. Enganchado a la bicicleta como a un último asidero, la prótesis suple su pierna perdida, pero no puede reemplazar a las otras ausencias. El agotamiento ayuda a no pasar la noche entre lamentos.

Pone pie en tierra. El asfalto tampoco ha querido llevárselo hoy. Le entregan un trofeo, uno más. Él, indiferente, mira al cielo.

8. EL QUE ESPERA, DESESPERA

Delante de aquel árbol no había nada que fuera tan grande así que, decepcionado, se encerró en su cuarto. Mientras sus hermanos gritaban y reían él daba vueltas y vueltas a una canica con los ojos fijos en su transparencia. Tantos planes, tantas cábalas, tantas buenas notas y al final nada había servido.
Odiaba esa palabra, crisis, porque estaba siempre en la boca de sus padre. Palabra de la que ya dudaba ¿no sería de nuevo un truco como aquel del coco para que se durmiera sin rechistar?
Esta vez no iba a ser igual, no pensaba conformarse. Se levantó de un salto con lágrimas de rabia en los ojos y lanzó con furia la canica contra la ventana. El cristal se hizo añicos como un vaso de duralex . Los trozos salieron despedidos y el aire frío de diciembre congeló su llanto.
¡Era impresionante! Él, que nunca había roto un plato, era ahora un héroe con determinación capaz de expresar su descontento. Entonces escuchó el claxon impaciente del coche de su padre, podría reconocer esa vuvuzela agónica en cualquier parte.
Se asomó al fin. Su padre, lo llamaba exasperado.
Hijo, acabas de pinchar la rueda de tu bicicleta nueva.

7. Escarmientos (Susana Revuelta)


-Usted me entiende, ¿verdad que sí, don Blas? Ella era lo que más quería, y después de tantos años juntos ¡ahora pretendía abandonarme! Yo siempre animándola, «veeenga, que ya falta poooco». Pero nada. Caminaba a su lado, tiraba de ella y todo eran protestas. Puede que la culpa fuese mía, no digo que no; tan liado andaba con mis cosas que quizás no presté suficiente atención a sus necesidades. Y de mientras, ella fue volviéndose cada vez más exigente y achacosa y vieja y fea…. Hasta que un día, harto de oír sus quejidos, me dije ¡basta! Y la empujé por aquel barranco.

Mientras pasa un trapo sucio por la barra, Blas escucha con aparente desinterés, como suele hacer con los parroquianos de ojos encharcados. Observa_ al pobre infeliz que ahoga sus penas en un vaso; una bicicleta despeñada no le parece mala idea. Ahora mismo está pensando en decirle un par de cosas a su Vespa, y esta vez va a ir muy en serio, qué se ha creído.

06. LOS MENSAJEROS (Paloma Casado)

Cuando los bárbaros invadieron el país, apresaron a todos los carteros. Entonces nos preguntamos sobrecogidos por qué habrían elegido a esos civiles, inocentes como las aves del cielo. Qué peligrosa resistencia podían oponer armados con sus bolsones de cuero. Solo eran los encargados de comunicar las novedades de las cosechas, las bodas, defunciones y nacimientos a los ausentes, los que transportaban los abrazos de las madres, los que confortaban a las familias de los soldados que sobrevivían en las trincheras, los mensajeros de los besos de los amantes.

Nos gustaba salir a su encuentro cuando oíamos sus silbidos, esperar anhelantes los sobres que rasgábamos satisfechos y leer, primero con urgencia y luego paladeando cada frase, las cartas que nos entregaban.

Así, sin las noticias de nuestros seres queridos, fuimos sucumbiendo al desaliento y un pueblo que ha perdido la esperanza, es un pueblo fácil de vencer.

Por todas las cunetas quedaron abandonadas cientos de bicicletas herrumbrosas bajo el sol y la lluvia de una tierra baldía.

05. El crack (Lorenzo Rubio)

De joven solo practicaba algunos deportes como el sillonbol, en la categoría de pesos pesados, o el levantamiento de caña en barra fija. Pero, de mayor, cuando los Reyes Magos me trajeron una bicicleta de carreras, decidí tomarme muy en serio el ciclismo. Me apunté a un club y salíamos a entrenar juntos formando un pelotón por las carreteras rurales, aunque yo llegaba el último ya bien avanzada la noche. Entonces empeñé la bicicleta y adquirí una estática. La instalé en el salón junto a la pata de jamón serrano que usaba de avituallamiento. Estuvo años allí acumulando polvo, hasta que un verano, mientras veía el Tour de Francia, monté en ella y me imaginé que competía contra los ciclistas. Incluso cronometraba lo que tardaba en recorrer los mismos kilómetros que ellos y siempre cruzaba la meta fuera de control; menos en la etapa reina, que ataqué por sorpresa y gané. Fue cuando entraron en mi casa dos mujeres despampanantes a vestirme con el maillot amarillo y varios periodistas buscando la foto de portada. Los despaché pronto, pues en una hora comenzaba la final del Mundial y debía calentar mis manos para dirigir a la Selección Española con el futbolín.

04. Paco «el moderno» (Eva García)

La emoción, como un escalofrío, sacudía a todo el pueblo al acercarse la fecha de la romería; los aromas de hojaldre y miel arropaban amistades dejando atrás las rencillas. Todos recorreríamos sin prisas el camino, disfrutando, unidos por antiguos cantos que enardecían el corazón, haciendo fiesta de cada trago y bocado a la sombra de las encinas, de cada arroyo que refrescara nuestros pies.
Pero justo la víspera, desde Alemania, llegó el progreso (aquel mal contra el que Don José nos prevenía cada domingo) en forma de un enorme paquete para el alcalde. Muchos vimos por primera vez una bicicleta cuando lo desenvolvió en medio de la plaza, donde lo había depositado el coche correo.
Mientras daba vueltas saludando sonriente, la gente murmuraba que, haciendo las Europas, había adoptado costumbres impías, y atribuían al demonio el prodigio de que aquellas ruedas aguantaran sin descalabrarle. Al detenerse, comprobamos que, efectivamente, estaba trastornado: anunció, orgulloso, que ese año haría el trayecto hasta el santuario montado en aquel artefacto en menos de cinco días, para ahorrar tiempo.
Doña Finita, siempre tan cabal, le preguntó asombrada:
—Pero… ¿qué harás con el tiempo que ahorres, Paco?
Y él, por una vez, no supo qué contestar.

03. POLUCIÓN EN EL RÍO ( EPÍFISIS )

Qué cierto es, que son para el verano.

Sentada  en la barra lateralmente, sus brazos me acogen y camino del rio, mientras sus muslos suben y bajan  dándome en el culo, yo me voy excitando.

Me echo hacia atrás y le noto, no sé donde empieza y acaba la barra, ya no le acaricio, la última vez nos caímos.

Si hay muchos baches me agarro a la tija, igual de dura y me sigo mojando.

Subimos a la poza que nos gusta, más arriba de la garganta de los infiernos, metemos en el agua helada la bota con vino de pitarra y unas cerezas, la fiambrera fuera.

Ya desnudos, nos introducimos en el agua y nuestra piel reacciona como  piel de gallina, nuestros pezones se endurecen y nos sentamos en una especie de sillín, donde nos tocamos, estamos solos, no sé si existe algo mejor.

Me quito la horquilla, me suelto la melena y le doy al manubrio, hasta que a pesar del agua del deshielo, tengo que usar del freno. Se pone  como una moto y le intento poner una cubierta nueva pero no llego a tiempo, se abre la válvula y la poza se llamará la garganta profunda.

02. ¿POR QUE DUELE SI NO SIENTO? ( Modes Lobato Marcos)

A Josito sus padres le regalaron la BH Gacela de su hermano mayor.

Desde ese día, arrasado en lágrimas, tocaba el timbre al pasar junto a la valla del cementerio.

 

Esa bicicleta fue mi amiga infinita aquel inolvidable verano.

Éramos jóvenes y el planeta rotaba en eterno presente.

Mañanas en el monte, tardes junto al río, corriendo desbocadas por los mares de la Luna. 

Y en el último instante…

Nuestros jinetes tiraban de las bridas, frenábamos en seco y nacían risas, jadeos y calma.

A mediados de agosto conocimos a la Bultaco.

Y nos enamoramos. Las dos.

Y al verla, nuestros radios temblaban, y nuestra metálica piel se estremecía con el asteroide de sensaciones que solo regala el primer amor.

Y…

Y como vino se fue.

Simplemente una tarde supimos que aquella moto, chuleta y ruidosa, perdía aceite a raudales.

Septiembre germinó y jamás volví a ver a mi amiga.

Y pasaron mil años.

 

Hoy escuché que esa BH Gacela murió en la jungla de asfalto, tras recibir el zarpazo brutal de un Seat León.

Y desde este desván, olvidada por todos y entregada al abrazo letal de la herrumbre, solo quiero llorar.

Y no puedo.

01. SELENE (JAMS)

La descubrió, apenas abocetada, en un blog de manga japonés, pero había reconocido sus formas como propias, hasta despertarle un arrebatador deseo por completarla.

Perfiló sus líneas y le aplicó personalidad a la expresion, a la curva sinuosa de su movimiento, a la tensa caída del ceño con gesto desafiante, de pura soberbia. Y la vio aparecer, encorsetada en seda y látex, entre una bruma húmeda que multiplicaba destellos en su pelo de noche, en su piel morena de luna.

Ganaba carácter en cada viñeta, mostrando una irresitible seducción en cualquier acto de su doble vida de superheroina: quebrando a un malvado de una certera patada o pedalenado por las calles de la ciudad en su ocupación de mensajera; manejando el sai con maestría o en la destreza diaria de mejorar su bicicleta plateada.

Pero le costaba asumir la fascinacion que despertaba. Andaba preocupado porque el último mensaje, grotesco y empalagoso, del joven senador de Wichita con poderes ocultos, hubiese sido respondido por ella. Tuvo que intervenir para advertirle que Panter Black (su distintivo) sólo era un estúpido personaje de tinta al que podría borrar en un instante, y que todo halago a Selene sería inútil porque jamás la compartiría con nadie.

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