Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
2
horas
0
5
minutos
3
2
Segundos
0
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

40. La habitación del tiempo – Leo Garcia

¡Maldita sea! Toda la adolescencia esperando este momento, al final me dices que sí, que lo deseas… Tú “te acuestas en casa de tu amiga”. Yo paso mucho ya, no voy a dar explicaciones, estoy hasta el gorro. Toda la habitación de este motel para nosotros, toda la noche.
Intimidad, nervios, deseo, va a ocurrir… Desnudez, repetimos las caricias mil veces habidas sin llegar al final. Eres mía, eres mía…
“No puedo. Lo siento. No puedo.”
Sollozos. Llanto.
Ven aquí, tranquila. No estás preparada.
“Increíble. ¡Increíble! ¡Cuando lo va a estar!”
Duerme, mi dulce muñequita, regálame al menos una noche entre tus brazos.
* * * * *
¿Qué hora es? ¿Dónde estoy? ¿Quién…quién eres tú? ¿Muñequita? ¿Pero…? ¿Cómo es posible? ¡Te casaste! ¡Me abandonaste por otro! ¿Qué hacemos aquí juntos? ¿Qué día es hoy?
Veintiún años tesoro. Han pasado veintiún años. Yo tampoco me lo acabo de creer, pero parece que ocurrió. Aquella noche que vinimos aquí casi por obligación, temía perderte y al final no hicimos nada. Te dormiste y creí que soñaba cuando desee con todas mis fuerzas que jamás te separaras de mí. Y resultó. Han pasado veintiún años en un suspiro y continuamos juntos.

39. Te espero…

Desde que te has ido esta habitación se ha quedado pequeña,  ha dejado de ser nuestro universo vital.  Qué suerte encontrarte, descubrirte sin buscarte, amarte sin conocerte, dejarse llevar…  Ahora conservo tu olor, que me envuelve entre las sábanas, fantaseo sobre nuestro próximo encuentro, me percibo incompleto, inacabado hasta que vuelvas, te echo  de menos. Son los pequeños detalles los que me acercan a ti, los abrazos, los susurros, la calidez de tus dedos sobre mi espalda, ese derroche de tiempo, sin relojes, sin presiones.

¡Una pena que no podamos obviar el asunto del dinero!

38. Dentro de un anillo de árboles

Conducía mi auto y me sentí abrumado, deseaba tomar un baño… Desde el primer momento que vi el hotel sentí escalofríos y una atracción morbosa. Era una zona de médanos; sin embargo, el hotel estaba rodeado de árboles de gran altura formando una barrera contra la arena. Solo una lámpara alumbraba el andador; más bien a un estanque de peces japoneses —mis preferidos—, adyacente a lo largo de él. Una pareja me recibió, el hombre registraba mis datos mientras caminábamos hacia una habitación, la mujer me dijo: “Te encantará”. Encontré una réplica de la recámara que ocupaba, hace muchos años, en la casa de los abuelos. Los señores se retiraron, no me dieron tiempo para preguntar. Todos los olores añorados llenaron la habitación y dormí como cuando era niño.

Sentí la necesidad de abrazar a esos señores al despedirme; pero no los encontré. Conduje mi automóvil, confundido pero ligero, sin esa pesadez causante de mi hospedaje en aquel hotel de carretera. A unos cuantos kilómetros había un operativo, ocurrió un accidente unas horas antes, varios vehículos colapsaron. No hubo sobrevivientes… oficialmente.

37. Evolución

Los setos y los arbustos los cuidaba él. Pasaba horas con las tijeras de podar. Recortaba minuciosas esferas o modelaba los cipreses hasta conseguir triángulos perfectos. Antes de abandonar la casa dio una última ojeada al jardín y repasó con la vista sus obras de arte. Luego cogió la maleta. Su madre le obligaba a irse de casa para que viera el mundo. Echó a andar con paso cansino. Atravesó las aldeas de detrás de la colina. Jamás había traspasado aquella línea. Cuando el cielo se cerró buscó un lugar para descansar. En un recodo de una vía con poco tránsito vio un pequeño hotel. Decidió entrar. En medio de la estancia, tras el mostrador le sonrió la hija de la dueña. Pasó allí una noche y tambien las siguientes. Nunca antes había estado con una mujer y, sin embargo, intimó pronto con la muchacha. Colocó sus pocas pertenencias en la habitación en la que dormían y ocupó desde él primer día el lado derecho de la cama. Pidió por catálogo unas tijeras de podar. -Ahí en la entrada quedarán bien unos macizos y unas bolas de ciprés-, pensó.

 

 

 

36. CUENTA ATRÁS

Tras doce años de matrimonio y once crisis superadas hasta la fecha, en solo diez minutos logras decidirte. Echas nueve prendas en la maleta, bajas los ocho escalones que separan la cocina de la cochera y piensas que en siete horas puedes estar en el otro extremo del país. Solo quedan seis litros en el depósito, pero quieres huir lejos, muy lejos, y dejas pasar hasta cinco gasolineras. Has dejado atrás cuatro desvíos, que has tomado al azar, cuando al salir de una curva las tres palabras de un luminoso llaman tu atención. Detienes tu vehículo junto a otros dos estacionados en la puerta. Un hotel de carretera y un nombre para la esperanza: “Kilómetro cero”.

35. Sueño eterno

La cadena que separaba el parking del viejo hotel de la solitaria carretera, presentaba claros indicios de abandono. El destartalado y  parpadeante neón apenas permitía divisar con manifiesta dificultad el nombre de aquel desapacible lugar. “Motel Averno, garantía de sueño eterno”,  rezaba el cartel publicitario que se hallaba a la entrada del mismo. Por extrañas concurrencias que el destino es incapaz de explicar, una joven pareja que se dirigía hacia la costa este de cualquier lejano país fue a parar, tras haber recorrido varios kilómetros a pie al quedarse su vehículo sin combustible, a las mismísimas puertas del Averno. En la entrada figuraba, escrito toscamente a rotulador sobre un folio, la siguiente frase: “PASE SIN LLAMAR….  NOS ENCARGAMOS DE TODO. El resto de lo acontecido se puede consultar en las macabras  crónicas  que hacen referencia a casos cerrados  de asesinato que nunca fueron resueltos en las hemerotecas de cualquier pequeña localidad aledaña.

34. SOLEDAD AZUL

El joven  de cabellos y barba rizados parece mirar hacia un mundo de aguas profundas donde no se percibe el fondo. Una mano soporta el leve peso de su barbilla y la otra reposa indolente sobre el músculo de una pierna. Sobre la mesa camilla, sobre el paño viejo, hay un vaso a medio beber, y más allá un recipiente que hace las veces de cenicero.

La habitación, una destartalada habitación de hotel de carretera, está levemente  iluminada por una luz azul que parece emerger de la pantalla de un televisor. La pantalla está  vacía de imágenes,  pero el joven  no lo percibe porque su mirada va más allá, o más adentro, o más abajo, a lo más profundo y gris de sus pensamientos, un fondo abisal. El ambiente es opresivo. No hay ventanas, ni puertas. El tiempo y el espacio han huido del habitáculo. Ni siquiera el calendario que cuelga de la pared es capaz de indicar en qué época del año estamos, ni qué día, ni qué noche. Lo que realmente importa es la extraña, la insólita soledad de un hombre joven… y un revólver sobre la  mesita de noche…

 

 

 

33. La duda

Con un sol abrasador, el asfalto parecía derretirse. Al contemplar el reflejo del paisaje en la carretera, Gloria se dejó contagiar por el espejismo e imaginó que visitaban todos aquellos lugares que tanto anhelaba conocer. Durante la mayor parte del recorrido se dejó llevar por la ensoñación.

Cuando medio sol se había ocultado tras el horizonte llegaron a su destino: al hotel de carretera donde se vieron por primera vez.

Tras aparcar la polvorienta Harley, subieron a la habitación. Ella se dio una ducha. Al salir, el estaba apoyado en el marco de la ventana, hablando por el móvil: “Cariño, que solamente son unos días”

Gloria se sentó en el borde de la cama, al tiempo que esbozaba una media sonrisa. El se acercó y sin dejar de mirar sus hermosas piernas, musitó: “Era mi hija”. Acto seguido colocó su mano sobre sus rodillas. Ella se dejó acariciar en silencio. Andrés aspiró el embriagador perfume de su cuello.

Llamaron a la puerta.

–        “Será la camarera que nos trae la cena”.

Al abrir, el rostro de Andrés palideció.

 

 

32. Black Paradise Hotel (María José Escudero)

Para evitar suspicacias, solíamos citarnos en aquel cochambroso e inhóspito hotel de carretera. Aunque pudiera parecerlo, no necesitábamos escondernos para vernos y desfogarnos. Sin embargo, nos escondíamos y cada vez nos gustaba más. Sobre todo a mí.

A veces me preguntaba qué pensaría mi novia de toda la vida si me viera preso de aquel trajín. Por suerte no tenía hijos a los que rendir cuentas y mis padres, ciegos de orgullo y pasión, no se enteraban de nada ni querían enterarse.

Me superó la notoriedad y el protagonismo. Lo reconozco. Pasé de la desnuda bicicleta al coche de cristales tintados y de ahí a todo lo demás. Él me fue tanteando con regalos  ( buenos regalos) y poco a poco me conquistó. Obviamente ya no pude negarle mis favores. Pero, en el momento más dulce de nuestra relación, un «plumilla» con aires de investigador nos pilló in fraganti. Así comenzó mi pesadilla.

La noticia apareció en el periódico local y luego saltó a todos los medios: «El concejal de Urbanismo y Vivienda del Ayuntamiento de Marbelloso aceptaba dinero de un conocido empresario de la construcción a cambio de…»

Nunca entendí tanto alboroto, después de todo nos presentó el alcalde.

31. La cita (Mª Asunción Buendía)

Acepté la cita más extraña que nunca hubiera imaginado.

Pero todo era extraño en mi vida desde el día anterior.

— Hay dolencias y  lesiones que no muestran cara alguna hasta que esa cara es muy, muy fea, espantosa.

Era una bonita forma de decirlo, aunque no restaba dramatismo, mi madre acababa de sufrir un infarto, estaba muy grave. No me había dado cuenta hasta entonces de lo reducido de mi mundo, mi madre y yo.

Y ahora Anselmo.

Fui a la cita. Quité el contacto del coche echando un largo vistazo al lugar en que me encontraba. Un típico hotel de carretera. No había estado en ninguno e inevitablemente lo asocié a los sórdidos relatos de novela negra.

Me abrí paso hasta un pequeño mostrador de recepción. Un hombre de mediana edad me indicó la habitación donde él me esperaba.

Tras unos toques leves en la puerta me llegó el eco de unos pasos y finalmente se abrió. Al verle comprendí la dimensión de la palabra “padre”. Pensé que todo era una confusión, seguramente no dijo  ser “mi padre Anselmo” sino “el padre Anselmo”.

— Pasa… hija, sí, soy tu padre. Y también el padre Anselmo, prelado doméstico de su santidad.

30. Hotel Sol

Sigue esperando, paciente, la llegada del huésped.

Cuando su abuelo le espetó ese: «¡guaje! ¿qué vas a ser de mayor?, hasta él mismo se sorprendió de su respuesta: «sol».
Vive desde entonces contemplando extasiado la belleza que su amado Astro Rey inspira a todo lo que alcanza.

El Hotel Sol es su entretenimiento.
Habitaciones orientadas al este u oeste dependiendo de la personalidad del hospedado. A veces por simple afinidad, otras por pura necesidad.
Una puesta de sol a tiempo obra milagros en el alma humana.
Un despertar presenciando el ritmo, bondad y belleza de la radiación solar es capaz de anudar un lazo de amor eterno entre dos corazones enamorados.

Catalina entró hecha un nublado, un aguacero de lágrimas incontenibles, solicitando una habitación libre.
– «¿Habitación al amanecer o al anochecer?»
– «¿Perdón?»
– «Si, señorita: ¿qué prefiere, habitación orientada al este o al oeste?»
Inconsolable, susurró sollozando: «a ambas».

El calor, su luz y la belleza de sus ortos y ocasos consiguieron alejar para siempre la tormenta.
Y él dedicó el resto de su vida a venerar enamorado cada uno de sus ciclos.

En el Hotel Sol y Luna.

29. Ángel de la guarda ( Esther Cuesta )

Era la historia favorita de su madre, y se la contaba todas las noches. Como, justo antes de nacer él, apareció un ángel en aquel hotel de carretera, donde ella estaba alojada mientras huía de la familia y del pueblo, por un embarazo sin marido. Como la ayudó y la protegió hasta que tuvo fuerzas para seguir luchando por ambos.
Al hacerse mayor, Miguel supo que los ángeles no existían, que sí Angelines, mujer que también se escondía de las miradas compasivas ante una muerte prevista.
Frente a la tumba reciente de la madre, Miguel mira al cielo, y llora por las dos.

Nuestras publicaciones