Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

77. Deseos y más deseos

Aquél orgasmo marcó el inicio de nuestras nuevas vidas. Teníamos nuestras dudas si había sido el mejor del año pasado o sería el mejor del año nuevo. La última campanada hizo que nuestros cuerpos se fundieran en algo que nunca habíamos experimentado antes.

Nos íbamos pasando las uvas, ya a deshora, de boca en boca, mientras intentábamos mejorar lo ocurrido escasos minutos atrás. A cada uva un deseo, a cada deseo un movimiento de cadera, a cada movimiento de cadera un “te quiero”. Nos comimos varios racimos de uvas. Después descorchamos un par de botellas de cava, y a cada sorbo un deseo, a cada deseo un beso.

Ya al alba nos tumbamos, exhaustos, en la cama mirándonos a los ojos, y a cada parpadeo una sonrisa, a cada sonrisa un deseo… Y nos dormimos; y soñamos que estábamos en un mundo del que nunca despertaríamos, en el que todos los deseos que habíamos pedido se habían cumplido.

Pero despertamos, de un sueño, de otra realidad. Y aunque nuestros labios todavía sabían a nosotros, tú no eras la chica que estaba a mi lado y yo no era el chico que estaba a tu lado.

76. RUTINAS (Rafa Olivares)

Serafín Cominos era un hombre metódico y de costumbres. Cada día salía temprano a caminar, siempre a la misma hora, las siete de la mañana, y todas las veces por el mismo trayecto. Indefectiblemente se encontraba cada día a las mismas personas; en la esquina de la farmacia a la señora mayor que sacaba al perro a pasear, buenos días, buenos días; cerca del quiosco de prensa al panadero que salía del turno de noche en el horno, hasta luego, adiós; en la plaza al joven trajeado, con aspecto de bancario, de mirada huidiza, sin saludo; y tantos y tantos otros.

Harto de tanta monotonía, con el nuevo año, Serafín decidió adelantar en media hora su salida y modificar el itinerario habitual para evitar encontrarse cada día a la misma gente. No lo consiguió. Todos habían decidido lo mismo.

75. El repique de las campanas

Cada campana repica dentro de mi cabeza como un lejano susurro hasta convertirse en un hipnótico sonido, el cual terminara con el eco de la última campanada. Un año agoniza igual que las temibles crecidas de la época de lluvia, para convertirse de nuevo en una mansa corriente, donde se puede navegar con las manos haciendo surcos en el agua, sin la preocupación de utilizar un par de remos para navegar. Con la misma ansia de un niño, buscador de oro, exploraremos las orillas de las islas desiertas. Algunas veces con las uñas escarbaremos en playas de arenas blancas; otras en arenas grises, llenas de filosos guijarros, hasta desangrarnos. No hay recompensas fáciles ni mucho menos las encontraremos flotando a la deriva. Tendremos que bucear en aguas profundas sin tanque de oxígeno. Posiblemente, nos ahogaremos en esteros pantanosos y con toda seguridad alguien nos salvará. También llegará la época en que tengamos que remar y lo haremos contra corriente o bajo fuertes tempestades. No hay seguridad en nada pero llegaremos sanos y salvos a nuestro lugar de remanso, porque la vida es un ciclo que inicia y termina con el repique de las campanas.

74. «Percebes Entecianos»

El número trece de la Calle del Cuento ha perdido la fachada y deja ver sus entresijos.

Ap. Tres (Portería)

Silve y Tom interrumpen la placidez de su retiro para registrar las miserias, euforias y proyectos que despiertan las doce campanadas.

Ap. Uno

Las uvas atascan su garganta mientras el heredero esboza una leve sonrisa.

Ap. Dos

Una bañera y el cava deslizándose lujurioso por la piel desnuda de su amante. Terminan las campanadas y grita: “femme, au revoire”.

Ap. Cuatro

Porrón-pon-pon, panderetas y petardos. Porrón-pon-pon, villancicos y carracas…

Ap. Cinco

Soledad, el hollejo áspero de la última uva, una sortija rechazada y una navaja impaciente.

Ap. Seis
Dentaduras en la mesa, uvas pochas y hamburguesas con cierto sabor familiar.

Ap. Siete

– ¡El Nano, que se atraganta con las uvas! ¿Por qué no se las habéis pelado?

Ap. Ocho

El ángel del belén tiene las alas cortadas. Los escorpiones de la amargura bailan un réquiem y llegan reptando las sombras del suicidio.

Ap. Nueve

Ínfimos consuelos en medio de un océano de soledad.

Ap. Diez

Brinda con vino dulce. Un crucifijo de plata le cuelga por encima de la sotana. Su mirada lasciva acaricia la foto de los niños catequistas.

 

 

 

 

 

73. El bebé del año

Basado en hechos reales

No paraba de mirar el reloj y a su rival, la mujer que dormitaba en la cama de al lado. La enfermera entró. La auscultó. Le dijo que ya había dilatado diez centímetros.

–Está a punto.

No pudo evitar sonreír. Estaba cerca de llevarse el premio, el generoso cheque que el ayuntamiento regalaba al primer bebé del año. Ya imaginaba todo lo que compraría con ese dinero. Cuando se recuperara, haría un viaje. A Miami. Siempre había querido viajar a Miami.

La enfermera volvió.

–Vamos a llevarla ya.

–No, no –musitó.

Faltaba una hora. Tenía que aguantar una hora. La camilla recorrió los vacíos pasillos del hospital. La parturienta deseó que aquel trayecto no acabara nunca. Una contracción le hizo estremecerse. En la sala de parto, todos estaban preparados. Iba a decirle algo al doctor, pero le dieron un pinchazo.

Todo sucedió muy rápidamente. Alguien le sujetó los brazos. Fue consciente de que le hacían una incisión en el abdomen. Sintió que la cara se le llenaba de sudor. De repente, le pusieron un bulto en el pecho. Su hijo. Trató de sonreír.

–¿Qué hora es? –preguntó.

72. El médico del reloj (Juana Mª Igarreta)

El “tío Julián” era el médico del reloj. Cuando en invierno al reloj de la iglesia le afectaba la humedad constipando el ritmo de las horas, él subía presuroso a la torre. Accedía a la pequeña estancia desde la que el reloj gobernaba el tiempo e iniciaba un minucioso ritual de inspección, escudriñando con vivarachos ojos y hábiles manos cada una de sus piezas. Algunos del pueblo, menospreciando su labor, le preguntaban: “¿Qué haces ahí arriba, Julián, que te pasas las horas muertas?”; a lo que él solía contestar: “Vigilo el tic-tac del reloj, que es el corazón del tiempo”.

Pero realmente al “tío Julián” nadie lo conocía en profundidad. Vivía solo en una de las últimas casas del pueblo que heredó de un pariente lejano. Hasta su edad era un misterio. Los más antiguos aseguraban que llegó al pueblo el mismo día que se estrenó el reloj de la iglesia. Y de eso hacía mucho.
Una Nochevieja, faltando apenas unos minutos para las campanadas del Año Nuevo, el reloj enmudeció. De su blanca esfera, súbitamente ensombrecida, comenzaron a caer gruesos y oleosos goterones.

Fueron a buscar al “tío Julián”. Tras la herrumbrosa puerta solo encontraron el tiempo detenido.

71. Las manos vacías

Terminadas las uvas se escuchó una decimotercera campanada.

Al ver nuestras manos vacías entendimos que no habría un nuevo fin de año.

70. Miel y escarcha Calamanda Nevado

Junto a la barra ricamente decorada con estrellas navideñas la vi. Era un ser de gran belleza y presencia misteriosa. Su pelo irradiaba tonalidades doradas, y su apariencia parecía provenir de un lugar alejado del nuestro. Mi espíritu la deseaba. Bailamos las canciones más bellas que nadie haya escuchado jamás, y me declaré una y otra vez abrazado a su cuerpo. Me respondía con besos de verdad, y renací.
Todo lo que en aquella fiesta ocurría a su lado, era un descubrimiento. Durante las campanadas de fin de año comprendí que la amaba. Que se instalaba en mi vida como si la esperara. Que comenzaban a hacerse realidad mis deseos, consiguiendo mi metamorfosis. Que me envolvía con su encanto y abría el corazón; y que me invitaba a buscar nuevas sensaciones, regalándome la potestad de sentir pasión sin límite.
La velada nos hacía flotar por mágica. No solo porque fuéramos vestidos de blanco, alumbraran velas de incienso, y se escuchara la mejor música barroca. Era la última del año y la había conocido. Su magnetismo me aseguraba que junto a ella me sucederían cosas increíbles.
Pero amaneció, se aproximó el final de aquellas pócimas sagradas y me reveló su secreto.

69. TRISTE CUENTO DE NAVIDAD

Lágrimas heladas resbalaban por su rostro cansado, en aquella mañana gris y helada. A su lado los familiares cubiertos por el llanto, mientras él miraba al cielo y en silencio maldecía al Dios que se lo había arrebatado.

Tras cerrar el nicho se produjo un largo desfile de abrazos y palabras amables, que se hicieron eternos, quedando el cementerio desierto y dejando allí su corazón y su pequeño.

Volvió a sus rutinas intentando ocupar su tiempo, pero la pena no quería marcharse de su vida.

Llegó el invierno y sus fiestas navideñas. En la televisión explicaban las tradicionales campanadas y él recordaba las últimas fiestas con toda su familia. Una leve sonrisa nació en sus labios al sentir aquel momento, despues frunció el ceño y pensó que sería mejor acostarse y evitar la espera, hoy solitaria.

El sonido del timbre rompió la noche con insistencia. Abrió la puerta y sorprendido vio a sus amigos que sonrientes le llenaban de abrazos, besos y buenos deseos, haciendo que miles de sentimientos se mezclaran en él.

Y mientras se comía las uvas, sintió cercano a su hijo y supo que siempre estaría con él, pues sus recuerdos vivirían por siempre a su lado.

67. Año Nuevo (María Rojas)

Tras el repique de la última campanada, saludando  el primer amanecer del año,  lanzó un tiro al aire.  La bala, pavoneándose, se perdió en lejanías.  Apoyó la mano armada en el palo de billar, pidió una cerveza fría y mandó a entornar la puerta.

Vigilantes esperamos. En cuanto entró al salón se le abalanzó. Fascinados, vimos cómo le dio el beso más  hermoso que nadie, jamás, haya dado en su vida.

66. OJOS PARDOS

No esperaba a nadie a esas horas en el despacho. Me había quedado ordenando las pistas del último caso: una anciana sospechaba que su cuidadora la estaba envenenando. Justo cuando estaba empezando a pensar que aquella anciana se auto medicaba demasiado llamaron a la puerta. Una silueta alta y de curvas pronunciadas se dibujaba en el cristal translúcido de la puerta. Al abrir una mujer rubia con el pelo recogido, un traje ceñido y unos zapatos de tacón que le hacían sacarme casi una cabeza me miro con sus ojos pardos de otro mundo.

-Siéntese por favor. ¿A qué debo su visita?

-Me envía Rosalind, la anciana que le contrató porque cree que le estoy envenenando. Está impedida en la cama gracias a la última dosis. No llegará a tomar las uvas. Antes de que llame a la policía le traigo esta carta firmada por ella en la que confiesa su adicción a los somníferos.

Yo asentí abobado sumido en su perfume.

Hoy, un año después, tomo las uvas con aquella mujer. La anciana no pasó del año pasado. No sé si sobreviviré a la octava campanada pero sería tan bello morir reflejado en estos ojos pardos.

 

 

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