Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
1
3
minutos
0
5
Segundos
3
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

110. S.O.S. (Rafa Heredero)

Dejáis de bailar cuando cesa la música. Héctor te toma del brazo para llevarte a la mesa. Mareada por el champán que has bebido, sientes que el suelo se tambalea como si estuvieses en la cubierta de un barco, y agradeces la silla que con tanta amabilidad te ofrece. Héctor se sienta frente a ti. Del bolsillo de su chaqueta extrae un pequeño estuche, y, a través de la superficie ligeramente ondulada del mantel, lo empuja hacia ti con el dedo corazón extendido.

Y tú, que te creías invulnerable, después de las decenas de rosas que te ha enviado, de las ciento quince llamadas hechas al móvil para pedirte perdón e invitarte a bailar, ese gesto que no esperas, sobre todo después de vuestra última pelea, te acaba por desarmar.

Y te dices que Héctor puede querer controlar todo lo que haces, pero que no dejará de ser un romántico. Sacas del estuche un anillo de compromiso con un brillante duro como el hielo. Héctor, al tratar de ponértelo, golpea con él tu copa, y el champán inunda la mesa.

Y piensas que eso es un buen augurio, un presagio de lo feliz que te va a hacer ese hombre.

109. QPORTUNIDAD

Mientras el gran barco continuaba hundido en abismos insondables, la habitación 115 navegaba feliz en un espacio indefinido de la galaxia.

En su lujoso interior los invitados aplaudían el más brillante espectáculo de escapismo de Houdini.

108. A través del hielo (Lola Pacheco)

Faltaban minutos para su cumpleaños y quiso recibirlo con el mejor vestido. Comprobó que no era fácil arreglarse sola cuando abrochas un camino de botones en tu espalda. Se perfumó, se recogió el pelo, se colocó unos pendientes de perlas descuidados sobre el tocador…

El espejo le devolvió una persona nueva, y por un momento soñó que la vida fuera así.

Un atropello de pasos y voces recorrió el pasillo; anunciaban la evacuación del barco. “Es un simulacro”, tranquilizaban después a los alarmados pasajeros.

El mayordomo abrió el camarote 115 para comprobar que no quedara nadie, y encontró una chiquilla de apenas quince años envuelta en ropa de gran dama. Su cabellera roja de irlandesa le descubrió a Alice, la camarera de piso. La agarró por el brazo. Ella encogió el gesto para amortiguar el bofetón.

– Ponte un abrigo y sal a cubierta -le ordenó inesperadamente.

Alice comprendió que ahí acababan los simulacros y empezaban las apariencias. Ocultó su fragilidad bajo visones grises y avanzó con paso firme entre la desesperación. Ya en un bote, vio a lo lejos algo en lo que nadie parecía reparar: en medio del mar, a la deriva, un colosal espejo de hielo.

107. TITANIC, viaje sin retorno.

Conocías mi desasosiego, mi rechazo al mar, pero también ese amor insano que me unía a ti. Por eso compraste los pasajes sabiendo que te seguiría.
Desde aquel día conté los segundos que faltaban para la partida.

La fecha prevista embarcamos. Camarote 115. En la velada del 14 de abril de 1912, tras la cena, recorrimos la cubierta principal disfrutando de una noche oscura y calma, al fondo la música alentaba nuestro, cada vez más intenso, deseo. Tras cerrar la puerta de nuestra camareta, comenzábamos a devorarnos cuando en tus ojos pícaros una chispa reveló caprichosas intenciones, querías una botella de champagne, no podía negarme y salí maldiciendo mi suerte; el pulso acelerado, el cuerpo sudoroso y mi intimidad palpitante que pugnaba por reencontrarte. Copas, botella, ilusiones, resbalaron por babor. A estribor un golpe seco, gritos y esos acordes que desdibujando mi futuro, dibujaron tu silueta inalcanzable e indeleble para siempre.

Y ahí permaneces, recordándome que lo sabes, que los años transcurridos no han borrado mi necesidad, que la debilidad me golpea a diario dejándome sin respiración, ahogándome contigo bajo esas frías aguas a las que no te pude acompañar.

106. HISTORIA DE UN TELEGRÁMA

Al ver la cara de Thomas,  Alice se alarmó, intuyó que algo preocupante le ocurría. Todo estaba prácticamente ultimado. La boda, por fin, se celebraría el próximo 15 de Abril, en la catedral de San Paul. Coincidiendo con el 25 aniversario del fallecimiento de sus padres y su propia supervivencia, en el hundimiento del Titanic. Su padre, al parecer, quedó a la espera en cubierta. Madre e hija abordaron uno de los botes salvavidas. La madre pereció al caer de la embarcación, su hija permaneció en el interior. Así lo relataron las dos ancianas londinenses que la protegieron. Gracias a la etiqueta de su maletín: «Alice Bradley. RMS. Titanic. Camarote 115», con un año escaso, desde entonces se crió bajo la tutela de sus abuelos maternos.                                                                                                  

                          Thomas la entregó el papel amarillento y tazado en sus dobleces que iba abriendo. Comenzó a leer: » RMS. TITANIC. TELEGRAFÍA. Me dirijo a Nueva York. Pasaré una larga temporada. Siento no estar en el nacimiento de nuestro hijo. Os cursaré una pensión vitalicia. Camarote 115 – 11 p.m. 14 de Abril de 1912. Enviado: Thomas Bradley.» Lo encontró por casualidad, entre unos libros de la biblioteca de su madre.                                                                                                                                            

105. ¿Todo es lo que parece?

Con la policía pisándole los talones, logró colarse como polizón en el barco.

Con la maleta cargada de mentiras por contar y pastillas para dormir, buscó una presa fácil. Una piel poco tersa que se dejara embaucar por su sobrada juventud.

El fulgor de las joyas en su pecho fue el reclamo. Para ella fue suficiente un cruce de miradas, el tintineo de las perlas ya olvidado del pálpito agitado.

El camarote fue su refugio, para ella el edén.

Un par de copas para distender, besos clandestinos para conquistar, las  suficientes confesiones como para saber que viaja sola y un disparo silenciado entre la almohada.

Ahora la arrojaría al mar, se acostaría en la cama deshecha, y trataría de vencer la batalla al maldito insomnio; ése que cada noche le acerca la brisa de su piel; ese que le hace tener alucinaciones, como la de esa montaña de hielo que parece acercarse cada vez más.

104. EL CAMAROTE DEL CAPITÁN MARX (Pulgacroft)

La travesía estaba resultando perfecta y el capitán estaba seguro de que el Titanic iba a hacer historia. Por unas horas iba a olvidarse de todo y  descansar en su camarote.
Al cabo de un rato llegó el camarero con una bandeja, seguido de dos camareros más que le ayudaban a traer algo de cena y bebida que el capitán había encargado. En ese mismo momento, entró por la puerta su sobrina acompañada de su novio y un amigo de éste, para saludarle, pues no le había visto en todo el día. Dos de los oficiales también entraron para consultar algo referente al puente de mando. Los miembros de la orquesta, que se dirigían a cubierta, al ver la puerta entre abierta fueron pasando uno a uno para ultimar unos detalles sobre la música elegida para esa noche. El jefe de máquinas quería informarse sobre la ruta a seguir al día siguiente y también fue para allá. No cabía ya nadie más y alguien bromeó con que si entraba otra persona hundiría el barco.
Justo cuando llegó un camarero, con el hielo que faltaba, el barco comenzó a inclinarse hacia ese lado donde momentos antes nadie había avistado un iceberg.

103. El ocaso (Anna López / Relatos de Arena)

Abrió los grifos al máximo y taponó los desagües; selló con silicona puertas y ventanas y, por si acaso, colocó toallas en la rendija de la puerta. Cuando el agua desbordó por las orillas de porcelana, se vistió con su mejor traje, se preparó un gintonic  y se sentó a esperar.

Con un caudal aproximado de tres metros cúbicos a la hora, multiplicados por los cinco grifos que había en el piso y estimando nula la filtración… Sus cálculos no eran muy precisos, había demasiadas variables, pero sabía que necesitaría algo más que las tres horas que tardó en hundirse el Titanic.  De todos modos el tiempo no le preocupaba; contaba con que el puente de la Purísima mantendría alejados a sus vecinos del segundo y del primero; y para cuando las goteras asomaran en los bajos —donde vivía el conserje —él ya habría hundido el barco.

Al atardecer, un iceberg escapado de la nevera atravesó el salón y fue a estrellarse contra el televisor. El capitán resistía en su puesto de mando.

102. No todos fueron valientes (Montesinadas)

Nunca se consideró digno de que alguien lo recordara, ni vivo, ni muerto. Se acostumbró desde niño a esconderse, a caminar pegado a las frías paredes de los orfanatos  de su infancia  para evitar humillaciones, a transformar su cuerpo en cobijo y retiro del mundo y de los que lo habitaban. Jamás se enfrentaba a nada y se convirtió en un experto de la huida que detectaba el peligro en la distancia del tiempo y del espacio.

Se esforzaba en pasar inadvertido,  corría entre la niebla si escuchaba gritos de alguien que pudiera estar en peligro entre los callejones del astillero. Cuando llegó el tiempo de las huelgas salvajes se hacía el herido y se arrinconaba entre las sombras trasatlánticas.

También quiso escapar de su propia vida y consiguió subir al gran barco. La pericia de su cobardía le valió para anticiparse a todos. Entró en el  camarote 115 se disfrazó y subió de los primeros a los botes salvavidas donde el marino gritaba “las mujeres y los niños primero”.

Cuando alejados del Titanic que se hundía por la popa, se quitó la peluca en un descuido,  las demás mujeres, sin dudarlo, lo arrojaron a la oscuridad del mar.

101. UNA NOCHE CUALQUIERA.

El cielo estrellado se extiende  sobre las aguas calmadas  como un velo de plata y el horizonte se pierde en la inmensidad del océano. Una noche cualquiera!!!.

Retrocedo en el tiempo y me deslizo en el interior del Titanic, miro con ojos asombrados, la grandeza, el lujo, el glamour y el esplendor de todo lo que me rodea. Historias escritas sobre papel sepia, rostros que me contemplan a cientos de años de distancia, imágenes que titilan ante mí como si tuvieran vida propia, sueños envueltos en papel de celofán en busca de un lugar lejano y una vida mejor. Una especie de euforia se agita en el aire aposentándose en cada recoveco del barco.

Y en el camarote 115 de Titanic, se urde una historia, un sueño escondido debajo de la almohada que intenta hacerse realidad pese a las adversidades, una bella historia de amor condenada a naufragar bajo las aguas.

Cierro la puerta con fuerza y me alejo apresuradamente de allí, la noche del 14 de abril está cayendo del calendario, un impresionante iceberg avanza lentamente para arrastrar un pedazo de nuestra historia.

Un tiempo lejano y una noche cualquiera!!!!.

100. El veredicto

Entre el 113 y el 117 no hay nada. El camarote perdido se oculta en algún lugar del buque a donde nadie llega. Los planos disimulan cuando se les consulta sobre la anomalía. En el interior de esa estancia los murmullos aletean ante la comparecencia del libro de bitácora, llamado a testificar. Este, como un títere en una pesadilla, se sorprende contestando maquinalmente a todas las preguntas que se le formulan. Tras su última respuesta la sala se convierte en una jauría de voces. El mazo de la jueza repiquetea insistente hasta lograr detener el tsunami de palabras. Todos miran hacia la mesa ante la que se sienta una noche de mar, vestida con una toga de niebla.

La defensa corre a cargo de un faro irresoluto, mientras la fiscalía, un gran carámbano, se muestra conciso y frío. Tras los alegatos, el jurado se retira a deliberar. La estrella polar, la marea baja, la deriva, el coral y la isla desierta comparten la misma opinión, mientras que la cornamusa, la brújula y el ancla argumentan en contra. Finalmente hay unanimidad: el Titanic es culpable.

Se ejecuta la sentencia y un gran crujido estremece al mundo.

99. Señales (Juana Mª Igarreta)

El Titanic, auténtica ciudad flotante, surca veloz las aguas del océano Atlántico. En el camarote 115, Elizabeth Dowdell contempla el dulce dormir de Virginia, la niña que tiene a su cargo y que deberá poner bajo la custodia de sus abuelos en Nueva York. Al tiempo que la arropa delicadamente, sonríe al ver los ojos también entornados de la muñeca que la chiquilla abraza junto a su pecho. Recuerda las palabras firmes de la niña a una compañera de juegos: “Siempre le pongo lo que ella me pide”, y observa que la muñeca viste bañador en lugar del camisoncito de noches anteriores, dejando al descubierto su pequeña figura moldeada en celuloide.

Elizabeth se dispone a meterse en la cama, cuando un golpe seco hace temblar el camarote durante unos segundos interminables. Desasosegada, piensa en salir al pasillo para ver qué ocurre, pero antes comprueba que Virginia sigue dormida. Olvida a la muñeca que, a pesar de mantener la posición horizontal, tiene completamente abiertos sus vidriosos ojos verdes.

Mientras, en el camarote de al lado, Milton Long observa sobresaltado su copa de whisky hecha añicos en el suelo, de la que tan sólo los cubitos de hielo han conseguido salir indemnes.

Nuestras publicaciones