Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

56. LA NOVIA DE FRANK

14 de abril de 1912 7 p.m.

― ¿Dónde está Frank? ¡Hay que empezar! ¡Todo está preparado y Frank, sin aparecer!
¿Es que nunca ha viajado en barco? ¿Está enfermo? ¡Id a buscarlo!
―Frank no está.
― ¿Qué quiere decir que no está?
―Su camarote está vacío.
― ¿qué significa eso?
―Pero señor es que no entiende. Frank-no-está. El-camarote-está-vacío.
― ¿No subió Frank al barco contigo?
―La última vez que lo vi le acompañaba una mujer esbelta, colmada de rizos castaños.
― ¿Una mujer? ¡Venimos a trabajar no a divertirnos!
―Le hablaba con vehemencia.
―Pero ¿subió, no?
―No sé.
― Y qué hacemos sin pianista. ¿Sabéis cuánto ha costado este piano? ¿Sabéis a qué nos hemos comprometido en este viaje? ¡Volved a mirar!
― El camarote 115 está vacío, intacto. Frank no ha subido al barco, alguien le ha visto abandonar la pasarela.
― ¿Qué hacemos?
― Theodore Brailey, el pianista del Carpatia está aquí.
― ¡Ve a buscarle! Tenemos poco tiempo.

15 de abril de 1912 3 a.m.

Las notas de Sueño de Otoño surgían de los dedos de Frank mientras el Titanic, aterido de frío, agonizaba. Su novia, satisfecha, lo besaba. Le aterrorizaba el mar y su misterio.

55. PLANTÓN de Piluca Illana Herraiz

El novio disimulaba su nerviosismo. Miraba la puerta de la iglesia de soslayo. No se atrevía a hacerlo de frente. Media hora de retraso era mucho tiempo y en todas sus citas, ella siempre había llegado la primera.

Los invitados sin embargo no disimulaban nada. Desde el minuto dos de la espera ya sabían que la puerta no sería el marco de ningún vestido blanco. Ninguna novia la cruzaría ese día.

Uno de ellos la había visto comprando los pasajes. Eran dos. Para ella y su pareja, solo que su nombre no coincidía con el enamorado y plantado novio. La noticia se extendía silenciosa por el sagrado recinto. El viaje de luna de miel no sería para él.

Ante el altar, desesperado esperaba. Todos sabían que este plantón le dejaría frío como un témpano de hielo, sin vida. El impuesto desamor como un iceberg helado, le ahogaría sin remedio aplastando y hundiendo su alma herida.

Mientras tanto ella entraba en el camarote 115 del Titanic. Lo hacía sobre los brazos del mejor amigo de los dos. El más leal. El que le ofrecía a él su eterna y fiel amistad y a ella una nueva y ardorosa vida al otro lado del océano.

54. TITANICFOBIA (Edita N.T.)

No volvió a subir a un barco; ni siquiera a una lancha de pedales. En realidad, nunca más fue capaz de acercarse al mar. Hasta se borró de la piscina municipal. Incluso está pensando en cambiar la bañera por una ducha. Todo por culpa de la última película que vio, la del famoso transatlántico que se iba a pique. No pisará otra sala de cine en su vida, aunque proyecten un filme rodado en el desierto almeriense; quién sabe, igual aparece un oasis con una charca.  Además no puede borrar de la mente aquel camarote, casualmente con el mismo número que su casa. Y lo peor es que, desde que pintarrajeó el 115 de la fachada convirtiéndolo en 776, no le llegan las cartas del banco. ¡Con la ilusión que le hacían…!

53. La vida que emerge (La Marca Amarilla)

Hubo una cabaña en un árbol, en medio de un valle alejado de todo mar, a la que llamaron camarote 115, los centímetros que medía el intrépido Jeremías.

Jeremías, en su camarote, leía novelas de aventuras marinas al río que pasaba a pocos metros, pues el agua parecía la misma pero siempre era diferente, y el día que comentaba las vicisitudes del “capitán de 15 años” de Verne se le ocurrió la osadía.

Bajó la cabaña, la remendó para asegurar su flotación y, convencido de poseer la embarcación más segura del mundo, pensó zarpar el día en que cumpliera 15 años.

Escribió una nota: “Ver el mar y que la libertad marque mi rumbo. Eso quiero. Como dice papá: la incertidumbre no debe frenarnos, sino envalentonarnos”, y partió.

No llevaba mucho recorrido cuando en un meandro la embarcación se golpeó fatalmente con una enorme piedra. El joven logró llegar a la orilla, pero al camarote 115 se lo tragó la corriente, despedazado.

Jeremías volvió hundido a casa y mamá se apresuró a guarecerlo.

Papá, que inculcó el albedrío a su hijo, ya pensaba en construir el camarote 162.

–  Si quieres navegar tu vida, necesitarás una buena embarcación – le dijo.

52. En el 115

Burbujas.  Silencio. Burbujas. Silencio. Muchas burbujas.

Alguien se acerca. ¡Desaparecer!

¿Quién nos va a ver, después de tantos años?

Alguien que busque venganza. Alguien que crea que puede encontrar a las personas que cometieron un asesinato.

¡Callad! ¡Que vienen!

¿Quién nos va a escuchar a nosotros? Los cuerpos que no fueron encontrados. Los desaparecidos.

¡Idioteces! Seguimos vivos. Nos siguen buscando. La prueba de ello son las burbujas que vienen y van. Las luces que descubren objetos, la erosión. Las máquinas que entran en los viejos pasillos y en los camarotes y emiten ese sonido extraño que parece que lo vean todo.

¡Dejad de discutir! Nos van a descubrir. No deben saber que estamos aquí, limpiando lo ocurrido la noche del 12 de Abril. Más que desaparecidos somos condenados.

Silencio. Burbujas. Silencio. Burbujas. Retratos que se iluminan. Rostros conocidos sin cuerpos que los identifiquen, que giran por el interior del camarote. Rostros que miran y que parecen hablar. Retratos de un tiempo, de un pasado. Vidas que ya no son y que tal vez lo fueron.

Burbujas. Silencio. Oscuridad. Oscuridad.

¡Ya se han ido!

Volverán. Tarde o temprano volverán y sabrán que fuimos nosotros…

¡Callad! Y prosigamos eliminando las pruebas.

51. NÚMERO SIETE (Yolanda Nava)

Él afrontaba el viaje como todo lo demás: con optimismo. Aunque antes de salir hubo de asegurarse de que no había ningún gato negro a la vista. No le importó, por fin iban a conocer Nueva York, después de perder su anterior oportunidad ante la negativa de ella de partir un día trece.

Ahora estaban a punto de embarcar en un lujoso buque por cuyo pasaje habían pagado una cifra indecente, que además se incrementó por el capricho de ella de alojarse en el camarote número 115 argumentando que la suma de los dígitos era su número de la suerte, tal y cómo él ya debería saber.

Todo estaba en orden al fin, aunque ella se pegó a él balbuceando que había escuchado el triple canto de una lechuza a lo lejos.

Ahora, mientras la veía desdibujarse entre el agua y el miedo en medio de una lancha llena de niños y mujeres, pensaba que tal vez siempre había tenido razón, y que sí, que la mala suerte existe, así como las personas gafes que la atraen.

50. LÍQUIDO AMNIÓTICO (REVE LLYN)

 El bebé de Annie McGowan no quiere nacer aquí, se niega a salir y no atiende a razones. Este es un lugar como otro cualquiera, no hay olas ni tempestades, tan sólo débiles corrientes y la perpetua tiniebla que nos ayuda a sobrellevar la realidad, no vemos el óxido en las aristas del buque ni se saturan nuestras retinas de verde liquen.

 Desde que Marjorie se cansó de barrer la capa de fango que tapiza el suelo no bailamos para no hundirnos en ella, además, los músicos se quejan de tener los dedos entumecidos y su repertorio nos resulta ya monótono y repetitivo. Como era el único ejercicio que veníamos haciendo empezamos a tener una textura blanda y elástica, como de medusa. No está mal, tenemos menos sensibilidad pero no duele nada.

 Hemos sabido que a la familia de Harold, el quinto oficial a bordo, pretenden cobrarle el uniforme que perdió durante el hundimiento. El pobre hombre se ha echado a  llorar de pura rabia e impotencia. En eso va a llevar razón el bebé de Annie,  aquí las lágrimas no sirven de nada.

 

49. Naufragio Bipolar (María José Escudero)

No tuve en cuenta las señales de peligro y entré en el camarote perseguida por él y por el otro que se atrincheraba en su ánimo. Los dos me miraron  con deseo desde un mismo rostro, pero no sentí miedo porque, aunque sólo con uno compartía el desbarajuste de sábanas y susurros,  estaba acostumbrada a dormir con los dos.

Apenas advertimos el silencio de la orquesta, tres campanillas anunciaron el final, y un estruendo de agua y de cristales se desmoronó sobre nuestra locura. Luego fuimos empujados con furia a la oscuridad del océano.

Sus trajes y mis sombreros navegaban indolentes sobre la frialdad del oleaje, ajenos a las voces y a los lamentos atrapados en el hielo. Después,  el tiempo se detuvo en su desorden y un silencio castigador se adueñó de nuestro rumbo.

Él, aterido y suplicante, quiso abrazarse a mi cuerpo amenazado. El otro, airado y obsesivo, se aferraba tenazmente a los restos del naufragio. Siempre me había dejado las fuerzas tirando de su alma tornadiza. Esta vez, el destino se hizo cargo. Los miré sin piedad desde mi tabla de salvación: yo me rescataba, ellos se hundían. Y no me sentí culpable ni indecisa.

48. POR QUÉ SE HUNDIÓ EL TITANIC

Cuenta el abu que en el Titanic había un camarote al que acudían todos los pasajeros de 1ª clase. Después del almuerzo en cubierta, a las 12:30 A.M.  una señora con aspecto algo estrambótico pero muy elegante les recibía. Se rumoreaba que Madame canalizaba la energía personal  de forma que los deseos más profundos de cada uno podían cumplirse.

El abu era el encargado de recoger la sala después de los encuentros  y siempre descubría los  objetos más interesantes, espejos,  talismanes, cristales preciosos, etc.  pero había un cuaderno dorado que llamaba especialmente su atención.

Aquella noche de abril,  cuando todo se puso difícil, lo envolvió en una bolsa de plástico y decidió rescatarlo como algo muy preciado.

Ahora sé que  la página 115 describía  una gran pérdida y un deseo profundo:

– “¡Oh, capitán, mi capitán!, en el mar yace mi capitán caído, frío y muerto. Si es un sueño, dormiré contigo…

47. LA HIJA DEL HIELO (Modes Lobato Marcos)

Hoy soy una puta.

De lujo.

Y, ataviada con mis mejores galas, me deslizo por la pasarela que da acceso al monstruoso transatlántico.

Mi cuerpo se excita al sentir sobre él miradas llenas de deseo provenientes del pasaje masculino. Y, más aún, al oír los puñales dialécticos que me arrojan sus reprimidas esposas.

Horas más tarde bailo en el salón principal, y las notas musicales caen sobre mi piel como una lluvia de Perseidas.

Después, siguiendo un sendero de babas y estambres, entro en el camarote 115, me tumbo en la cama  y abrazo al sueño.

 

De pronto, un iceberg con forma de puño me despierta al estallar en mi cara.

Y provoca un tornado de golpes, y desgarra mis femeninas prendas, mientras me arrastra por el suelo de la casa llamándome, a gritos, maricón travestido .

Cuando se cansa de golpearme, mi padre , con los ojos preñados de lágrimas, maldice el día en que nací. Una vez más.

Yo, hecho un guiñapo, lo miro y no me atrevo a decirle que sus golpes me dan placer.

Sí, papá, me gusta.

Por eso recuerdo  todas las palizas que me has dado.

Absolutamente todas.

La próxima vez me alojaré en el camarote 116.

 

46. Una historia de la Historia (Esperanza Tirado)

Lleva horas en la sala de ordenadores de la biblioteca buscando información sobre el Titanic. Tiene que redactar un trabajo para clase, fotos incluidas, sobre un acontecimiento histórico de la navegación.

Cerrando y abriendo ventanitas, cansada de navegar sin rumbo, se topa con algo que llama su atención:

 

‘Antes de que se hunda ese moderno barco, se derrumbará esta casa.’

 

Y recuerda una historia que su abuela contaba:

‘Tuvimos un vecino, rico comerciante de telas, que viajó en el Titanic. Yo conocí a su madre, ya anciana. Casi nunca salía de casa. Sólo acudía a la iglesia, vestida siempre de riguroso crespón negro, a rezar por el alma de su hijo, enterrado en América…’

Vuelve al ordenador. Sigue leyendo. Un artículo periodístico de la época aparece escaneado entre los resultados que devuelve el buscador.

Lee entre líneas:

 

‘…Exitoso hombre de negocios… Baúles con tejidos franceses… Destino Cuba…

Viaje inaugural… Camarote 115… Primera clase… Gran lujo…

Iceberg… Naufragio…

Autoridades… Notificación oficial…

Tragedia…

Familia desolada… Donación al pueblo…’

 

Levanta la vista de la pantalla y mira a su alrededor.

Y se da cuenta de que la casona familiar de aquella historia es esa biblioteca que, 100 años después, aún permanece en pie.

 

45. CUESTIÓN DE NÚMEROS (Concha García Ros)

Cien veces al día me repetía que no podía seguir así, pero aguantaba. Diez años tristes que se escurren por el sumidero. Tan sólo cinco minutos para largarme, para dar el portazo definitivo.

Sé que es el momento preciso, no en vano dejo atrás la 115 de este miserable motel. Titanic,  ¿qué se puede esperar con un nombre así?

Sonrío, voy a ser una de las supervivientes.

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