Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

75. Triunfo

Derrotadas las tropas de la Liga Aquea, las legiones que comandaba el cónsul Lucio Mumio llegaron a las puertas de Corinto. Ninguna esperanza les quedaba a los corintios. Sólo podían apelar a la clemencia del romano. Fue por eso que enviaron heraldos al cónsul. Se rendirían, por supuesto. Le entregarían todo el oro y la plata que hubiera en la ciudad. Destruirían las murallas y permitirían que una guarnición romana ocupara Acrocorinto. Entregarían rehenes. Mumio escuchó con atención a los heraldos corintios. Diez años atrás, el triunfo se le había escapado en Lusitania: no había sido capaz de matar a cinco mil enemigos. Esta vez no ocurriría lo mismo.

Lucio Mumio ordenó matar a los heraldos corintios y, puesto al frente de sus legiones, entró en Corinto. La ciudad fue saqueada. Mumio ordenó matar a todos los hombres. Más de veinte mil. Las mujeres y los niños fueron convertidos en esclavos. Sólo ruinas quedaban donde antes había estado la célebre ciudad de Corinto. Así obtuvo su triunfo el cónsul Lucio Mumio.

74. Tiempo de castañas (Esperanza Tirado)

Siguiendo el rastro de miles de pisadas y castañas caídas en la arena, se adivinaba que la batalla de aquella tarde de sábado había sido intensa.

En los dos equipos se produjeron bajas por castañazos fortuitos. La más grave, el brazo dislocado del Rubio al intentar saltar desde casi lo alto de la torre de troncos para esquivar el ataque de un proyectil-castaña.

 

El accidente detuvo la batalla de inmediato. Los dos más rápidos cogieron las bicis y avisaron a los padres del Rubio, que, con los nervios de punta, le subieron en coche al Hospital.

 

Los demás, sentados en los bancos, las bicis amontonadas a un lado, esperaban a que volviera, sin ganas de seguir jugando. Se les había quedado metido el susto en el cuerpo al verlo caer. Y ese brazo flojo y retorcido, como del revés, les puso el estómago malo e hizo derramar alguna lágrima a más de una.

 

 

Tres horas después, desde la torre anunciaban el regreso del coche. Y el Rubio volvía ser el centro de atención con sus ‘heridas de guerra’.

Su brazo recubierto de reluciente escayola blanca apenas tardó unos minutos en ser firmado y decorado a todo color.

73. Las batallitas del abuelo Domitilo (Reve Llyn)

A la guerra no vas, a la guerra te llevan, fue la respuesta de mi abuelo cuando le pregunté si había luchado en ella. Defensor de los derechos humanos y practicante del amor libre, muchos en el pueblo  le tenían ganas por distintos motivos. Quedarse hubiera significado un fusilamiento seguro, así que se echó al monte para descubrir bien pronto que matar no era lo suyo.

 

Había sido músico, jardinero y poeta. Al final de la contienda quedó del lado de los perdedores -¿acaso no lo fueron todos?- y  durante la posguerra le prohibieron escribir, hasta tuvo que reinventar su firma: dos solitarias notas sobre un pentagrama a la sombra de un arbolillo de copa globosa. Encontró en la música y la floriografía otra forma de subversión: reverdeció e hizo bailar a aquella España gris y doliente.

 

Murió un día antes de cumplir los cien años. Daba plantón al alcalde, al arzobispo, al presidente de la diputación y al director de la Caja de ahorros, que tenían previsto nombrarlo hijo predilecto del pueblo al día siguiente. Cuando entre todos bajaban su cadáver por las escaleras, una bocanada de aire escapó de sus pulmones, yo creo que se reía.

 

72. Unidad de mando

La mata una vez. Cuenta veinte y consigue meter una en casa. Otras diez. Avanza inexorablemente. A los cinco minutos la vuelve a liquidar. No la deja ni a sol ni a sombra y ella sospecha que si puede elegir entre dos jugadores siempre la anulará a ella. Hay algo de verdad. Él se venga por los gritos, los insultos y las frases reprobatorias. Pero tal vez son las rojas que hoy le traen suerte. Una a una le come todas las f ichas. Su mujer calla y consiente, le da margen. De alguna manera le deja vencer, segura de que en la lucha diaria siempre será ella la que gane.

 

 

71. Pintor de batallas

Sentado en una montaña de tierra, solo podía sentir su respiración agitada. En el horizonte divisaba algunos destellos pero no podía oírlos. Estaba solo y todo a su alrededor solo habia desastre. Estaba demasiado cansado pero se sentía obligado a dar batalla, …por el País…  …por la Patria… le repetía una voz en su cabeza (voz que, después de ver tanta ruina, comenzaba a cansarlo).

Aunque lo intentó con cada uno de sus músculos, no logró levantarse. Estaba suspendido en un campo rodeado de basura y muerte.

Gritó, pero no encontró oídos para sus palabras; fue entonces cuando en su cabeza se libró la batalla entre el intento de moverse y las ganas de dejarse morir.

Así estuvo por horas, hasta que empezó a notar un cosquilleo en su cabeza seguido de un intenso dolor. El hueso de su cráneo comenzó a quebrarse dibujando una grieta y de esta empezó a brotar un tallo que se fue estirando,  de él nació un pimpollo que se abrió estallando en un rojo intenso. El soldado sorprendido se quedó contemplando la hermosa flor que caía sobre sus hombros. Los destellos cesaron y la batalla se fue apagando.

70. SÍNDROME DE ESTOCOLMO (Mercedes Marín del Valle)

A tientas buscó la linterna y cuando logró encenderla abrió levemente los ojos y apuntó de lleno al viejo reloj. Las cuatro y media. Escondió su rostro bajo la sábana y apretando los párpados y también los puños, entró en el día evaluando daños.
Aunque muchas veces recurrió a los recuerdos para seguir amándolo, hoy estaba dispuesta a asumir la realidad que siempre encubría por conveniencia.
Hubo un tiempo, al principio, en que le gustaba que fuera un poco celoso, pero ahora, después de cincuenta años le angustiaba seguir siendo presa de la desconfianza y de los ataques de celos que lo transformaban en un ser huraño, de mirada oscura y verborrea cruel.
Le acongojaba sentirse minuciosamente observada, cada paso, cada acción y, sin embargo, aún lo quería.
Mientras las manecillas del reloj seguían su curso hacia el nuevo día, la mujer concluyó que en aquella batalla agotadora ella había perdido su vida entera pero él tampoco salió victorioso porque aunque seguiría cuidándolo como el primer día, nunca más vería su sonrisa de niña dulce, aquella de la que un día se enamorara.

69. MARATÓN CON FINAL FELIZ

En cuanto recibió la orden de Milcíades, Filípides echó a correr a toda velocidad. Tenía que llegar a Atenas cuanto antes. Bajo un sol de justicia, cruzó llanuras, sorteó riachuelos, atravesó bosques, repitiéndose constantemente el mensaje que debía transmitir: «Vencimos». No se concedió un respiro. Incluso bordeó la choza de Las Tebanas sin pararse a ver a su preferida, la Loba, lo cual le costó no poco trabajo, dado que un pequeño retraso ―pensó― no hubiera alterado una pizca el contenido del mensaje (la batalla había sido ganada). Pero no. Durante horas, corrió sin descanso. Exhausto, entró tambaleándose en Atenas. Las mujeres en la calle dejaron sus quehaceres para ver qué pasaba. Cuando por fin iba a detenerse y hablar, un perro abandonado se abalanzó sobre él derribándolo, con tan mala fortuna que al caer dio con una piedra y se desnucó.

Las atenienses se enteraron de la victoria al día siguiente, cuando regresó el grueso del ejército. Y, a posteriori, decidieron retocar la historia de Filípides, procurándole un final más heroico, que era lo que en el fondo les gustaba a los griegos. Nunca más se supo del perro.

68. MARIAS….AS

Se acabó María, ya hemos llegado al final. Eran las únicas palabras de las que estaba escuchando que era capaz de comprender en ese momento, mientras unos brazos fuertes apretaban mis hombros y un sollozo atascado trataba de salir de mi garganta.

Cinco años había durado el combate, primero día a día, luego más espaciado: cuando parecía haber llegado la calma, volvía el dolor y era volver a empezar, creyendo cada vez que veía caer a uno de mis compañeros de lucha, que yo tampoco resistiría más.

Las lágrimas del inicio fueron trocándose en dureza. Dureza que se convirtió en compañía inseparable, útil para soportar los estragos que sobre mi cuerpo y me mente fue produciendo la batalla.

Salgo de la consulta, en el espejo del ascensor contemplo mi medalla. El lazo rosa que ha sido mi fiel compañero y que hoy brilla de una manera especial.

 

67. BATALLAS DE ANDAR POR CASA (Petra Acero)

“No hay batalla que se les resista, por eso ganan lo que ganan”, vocifera el papá de Rafa. Su mamá contesta que el fútbol está sobrevalorado. Su papá contraataca: “Otros deberíamos ganar esos sueldos para no tener que andar robando…” Rafa sabe que habla en clave, que su papá no roba porque es un superhombre.

A Rafa le gusta imitar a su hermana mayor. Dentro de unos años, cuando vaya al instituto, Rafa descubrirá que es como su hermana, que es como cualquier chica. Pero hasta ese día, Rafa continúa librando su batalla: ¿superhéroe o princesa?

La mamá de Rafa se maquilla con mimo: acaricia bofetadas, difumina insultos, suaviza humillaciones y colorea miedos. El papá de Rafa tiene buena mano y don de gentes. Por eso, tras cada batalla, le susurra a su mujer cuánto la quiere. Luego lloran juntos hasta que él se duerme.

Supermán hace tiempo que perdió su capa, pero sigue ganando batallas. Solo cuando Rafa lo disfraza de princesa, se le enredan los poderes entre el tul rosa, y  no puede volar… Algún día, Rafa esconderá ese tul-Kriptonita entre el pijama de su papá.

 

66. GUARACHANDO

Acostumbrada a organizar mientras charla, a maquillarse  recogiendo la cocina, a gestionar la agenda mientras reza, a subir mientras baja, en fin, cada día de su vida, aquel viaje inesperado al Caribe que le tocó por sorteo le enseñó otra forma de vida. Una experiencia en la que la eficiencia no era la meta y donde la prisa no te atropella para seguir corriendo hasta caer rendida en una jornada olímpica de objetivos inventados.

Un mundo donde la gente se mueve como las olas, con una suave cadencia de bossa nova, con una respiración profunda y sincera, y de-rro-cha su tiempo, nunca desperdiciado, en una fiesta para los sentidos donde cobra importancia la quietud y el descubrimiento de lo cotidiano. Y es allí donde acuden sus sueños cuando tratan de ganar la batalla al estrés, practicando lo que le enseñaron recién: a guarachar.

65. Parte de guerra

Cuando el móvil vibra en mi bolso no puedo evitar el vuelco en el estómago. Al ver tu nombre en la pantalla respiro hondo para no parecer preocupada. Igual tengo que salir corriendo como la última vez.

Escucho tus palabras que, en su atropello, carecen de significado. Las frases se ahogan y se desordenan. Debe ser que la sal de las lágrimas hace océanos en tu boca. Pero escucho alto y claro el final:

— Esta vez he ganado yo.

Recorren mi mente días de cardenales en recuerdos, paredes blancas de hospital, la negación absoluta a la denuncia, la justificación y la autoinculpación… Ahora eso se ha terminado, hija mía, ya lo verás, me digo a mí misma. Y a ver qué hacemos con el cadáver.

 

64. La guerra ideal (Javier Ximens)

A David

            Las figuras del ajedrez, en perfecta ordenación, son ejércitos dispuestos a matarse por defender a su rey. Cuánto más me gustan tras la partida, amontonadas en la caja, las fichas mezcladas, ya sean blancas o negras, al margen del rango y sexo, tumbadas unas sobre otras, en una hermosa orgía bicolor. Ojalá así fueran las guerras de verdad: una reina bajo un peón, el rey besando al alfil, dos torres de la mano sin que nadie las mire mal, y un final en tablas, sin vencedores ni vencidos.

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