Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

86. CUARENTA AÑOS NO SON NADA

Parece que fue ayer en el cine de verano de mi barrio, no pudiendo contener el grito de miedo al ver salir el bicho de la barriga del tripulante de la nave espacial.

Cuarenta años después me produce todavía casi la misma impresión al volverla a ver, tanta como cuando voy ahora con mi querido nieto al dentista para extraerle los dientes de leche.

Entre una época y otra seguimos siendo pasajeros en el dolor y en el amor.

85. Charla en el cinema (Óscar Quijada Reyes)

Las luces de la sala están apagadas, los cinéfilos lucen concentrados en la esperada Alien y yo mantengo una conversación desagradable con mi novia.
–¡Qué fastidio! –Expresa respecto a la película con voz de incomodidad.
–Pero si apenas comienza.
–No entiendo por qué te gustan tanto estas películas, no se atienen a la realidad. Recuerdo como te emocionaste con aquellos ridículos escualos de Tiburón.
–No mencionaste nada parecido sobre La pareja chiflada.
–Esa si fue divertida, mucho mejor que tu simio grotesco de King Kong.
–¡Estás pasando la raya! Yo no he dicho nada de La chica del adiós ni de Madame Rosa.
–¿Te duele?, y eso que no he hablado de los personajes infantiles de Star Wars y Superman.
–Yo no te dije nada sobre Una mujer descasada. Pero, ¿sabes qué?, si no te has dado cuenta, muchos de los presentes quieren que guardemos silencio.
–Está bien, ya me encargaré de Alien.
Esa fue la última vez que salimos juntos. Cuando alguien me pregunta por qué terminamos, suelo contestar: “Por diferencias irreconciliables”.

84. Recuerdos (Nicoleta Ionescu)

El caramelo, duro y redondo, se me cayó al suelo y empezó a rodar, causando rumor e hilaridad, hasta chocarse contra el viejo escenario del cine.

No me acuerdo cuantos caramelos se me escaparon de las manos durante todos aquellos felices años, pero lo cierto es que nunca más volví a encontrarlos; me imaginaba que se colaban por una trampilla, y allí, abajo, cientos, miles de caramelos perdidos se reunían en un mundo secreto, para compartir sus recuerdos: el avión  de Belmondo, el autocar recorriendo Bélgica, los gendarmes de Saint Tropez, los ojos color violeta de Cleopatra, la prodigiosa Dolly, bandidos, indios y cowboys, un mundo loco, loco, loco, lleno de música y fantasía.

Estaba en el sexto grado cuando, por la última vez, se me cayó un caramelo. Me eché a correr por él, pero tropecé. Al levantarme, la sonrisa de Gatsby inundaba la pantalla, otros aviones bombardeaban Vietnam, Barbra Streissand entonaba otra canción. Un tipo del traje blanco detuvo mi camino, lanzando al aire mi caramelo, transformado en moneda: el futuro Padrino.

Eran ya los setenta, el mundo cambiaba y yo dejaba de ser la niñita que roía caramelos al cine, cada semana, junto a sus amigas.

83A. MUNDOS NUEVOS (Yolanda Nava)

Mi llegada a la ciudad me reveló un mundo que explosionó contra mis tímpanos llenos de silencios.

Mi tía tiraba de mi brazo, y yo, concentrada en no caerme, me dejaba llevar. De pronto nos paramos y cruzamos una alfombra rayada que los coches franqueaban, anochecía y las calles se vestían de neón aumentando mi aturdimiento.

-Llegamos -anunció aliviada-. Nos sobran diez minutos, lo justo para sacar las entradas.

-¿Estás contenta? Me miraba con ansiedad, seguramente no sabía muy bien cómo distraerme ni cómo afrontar su nueva vida a mi lado. También ella parecía un poco huérfana. Mi mirada escaló los brazos que me tendía hasta encontrar la suya para resbalar de nuevo hasta el suelo y soltar un tímido: «sí».

-Mira, echan “Tiburón” -dijo con falso entusiasmo-.

Hubiera dado lo mismo cualquier otra. El segundo mundo que descubría en una noche me hechizó por completo. Vinieron después muchas películas y nunca regresé. Quizá por eso hoy, mientras releo el guion que acaban de enviarme, siento una extraña mezcla de nostalgia y vértigo ante la idea de volver e interpretar la solitaria vida de una anciana provinciana.

 

82. Un momento de inspiración (Izaskun Albéniz)

—¿Has terminado ya?— le dice el anciano con impaciencia.

— No, papá, aún no— responde el muchacho mientras ajusticia con saña una hoja llena de garabatos.

Sabe que debería ayudarle pero durante las últimas horas no ha hecho más que ignorarlo. Sentado en el porche, ha hecho oídos sordos a las órdenes del anciano mientras le veía trajinar por el rancho recogiendo nueces y cortando el césped. Lleva meses trabajando en su último proyecto, pero su conocida superstición no le permite filmar la primera entrega hasta que no termine de escribir el guión de la segunda parte. Y ahí está el problema. Porque está absolutamente bloqueado y se siente cada vez más ansioso.

—¡Hijo, vamos, te necesito!—insiste el hombre.

El muchacho suelta un bufido de hastío. Una buena frase es cuanto necesita, pero la inspiración no llega.

—¡Muchacho, mírame cuando te hablo!—le increpa el anciano con autoridad.

El joven se revuelve en el banco de madera y contesta con rudeza:

—¡No me agobies, tío!

El hombre se detiene mientras frunce el ceño:

—¡George Walton Lucas!¡Un respeto!…¡Soy tu padre!

Un destello cruza las pupilas del muchacho mientras una sonrisa enorme inunda su cara. Ya puede comenzar el rodaje.

81. ¿Por quién doblan las campanas? (La Marca Amarilla)

Limpio la aguja con un suave soplido, la deposito con delicadeza sobre el vinilo y, después de unos segundos de leve crepitar, comienza a sonar la genial cadencia sonora de “Tubular Bells”. Entonces te recuerdo.

Te recuerdo la noche del estreno, sentada a tres butacas de mi corazón inerte, disfrutando de la película mientras el público gritaba y apartaba la mirada de la pantalla. Sin embargo, tú la contemplabas con fascinación –plácida- con la certeza de que nada malo puede pasarte, ni siquiera conocerme. Fantaseaba con ello.

Fantaseaba, mientras aquella niña impostora vomitaba un batido de guisantes sobre un ridículo hombre de negro, cuando lo anhelado sucedió: tu mirada, a tres butacas de mis ojos ardientes, se cruzó con la mía. Fue entonces cuando me di cuenta del error.

Me equivoqué como hacía siglos que no lo hacía. Vi el grotesco crucifijo colgado de tu cuello de cándida novicia y me percaté, iluso de mí, de que no fue la sugestión del mal lo que te atrajo hasta la sala de cine sino tu embeleso por aquel actor sueco y su estúpido papel.

80. ESCÚCHAME ( BEGOÑA HEREDIA)

Te mentí. Como Isabel mintió a su hermana. El día que vimos la película escondidas entre las butacas del fondo, dónde solían sentarse Elena y Manuel, que iban al cine y no miraban a la pantalla, te dije que era porque les daba miedo, y mentí al decirte que el monstruo no había matado a la niña. Tampoco fui sincera cuando te dije que papá estaba en la ciudad para comprarnos bollos de nata, y al regresar oliendo a violetas te conté que era el olor de las flores que traía a mamá. También lo hice cuando no llegó el hermanito que esperábamos porque mamá se había resbalado en la cocina. Lo hice de nuevo el día que jugando en el patio escuchamos golpes y gritos, te dije que era la radio y que iba a entrar en casa para apagarla. Pero en lo que no te mentí fue al decirte que si cierras los ojos puedes hablar con los espíritus, por eso cada noche cuando te acercas al balcón oigo como repites “Soy Ana” “Soy Ana “, pero no sé cómo hacer para que me oigas tú.

79. En su compañía (Rosa Barrera)

Con mi media naranja paso mucho tiempo. Ella conoce la importancia de mis deseos por su delicioso néctar que resbala por mis labios. Esa piel rugosa que acaricio entre mis largos y delicados dedos como tantas otras veces después de cenar o incluso cualquier hora nos parece perfecta para el acto.
Sobre la mesa de la cocina, en el coche de vuelta a casa del trabajo, en el patio de casa, en la azotea con esas estupendas vistas, aún a expensas de ser visto.
La voy saboreando poco a poco para que me quede su esencia, y apreciar cada rasgo de su piel cuando voy viendo su interior en todo su esplendor hasta llegar al momento cumbre: la reparto en gajos, y uno a uno los voy introduciendo en mi boca.

_ ¡Corten! gritó el guionista. A ver si ponemos mas interés en el tono de los personajes porque más que un anuncio de naranjas erótico me parece una película de los años 70 con dos rombos en la pantalla censurando. Poned más entusiasmo. ¡Repetimos, venga!

78. Función de noche (Javier Ximens)

Me he comprado unas gafas que detectan el calor del cuerpo humano y permiten ver en la oscuridad. Las llevaban unos soldados en una película moderna de esas que no entiendo. A mí las que me gustan son las que veía contigo, dados de la mano, en la última sesión de los sábados en el cine Coliseum, las mismas que luego volvieron a televisar presentadas por Carmen Sevilla. Por eso he pedido a nuestro nieto que me busque a buen precio una colección del cine español.

En estas largas vigilias de insomnio y soledad me siento como encerrado en una filmoteca donde reponen todos los recuerdos. A veces lloro, igual que con las torturas en «El crimen de Cuenca», por un delito del que no soy responsable: sobrevivirte. Mas ahora volveré a ver las películas en mi habitación, con la luz apagada, y me reiré hasta perder la dentadura. Además, las noches que sienta tu calor a mi lado me colocaré las gafas esas, te daré la mano y te veré como cuando estábamos en la penumbra del cine, aunque sea todo en verde.

77. EN LOS ANDES (Petra Acero)

Hacía frío y olía… raro, como cuando de pequeña se escondía en la despensa de la abuela. Trató de abrir los ojos. Trató de retirarse el pelo de la cara, de restregarse los parpados, pero tenía los nudillos congelados, o eran los brazos…  Trató de gritar: “¡Dios mío, estoy ciega!”. Pensó en ese “Dios mío” misericordioso, benévolo, auxiliador; ese “Dios mío“ del que tantas veces  le hablaba la abuela… Su abuela era una mujer extraña, no se parecía a ninguna otra abuela. Su abuela predecía los relámpagos y los truenos, el nacimiento y la muerte del ganado. Su abuela curaba la tos, las picaduras de abejas y avispas, el mal de ojo… Su abuela era como “Dios”.

Nada, no veía nada. Dejó de sentir frío… Oyó voces. ¡Más supervivientes! Se acercaban. Quiso gritar: “¡A-quí… So-co-rroo… ¡Socorrooo! Estoy aquí”. Lo último que pensó, antes de dejar de pensar, fue que su abuela llevaba razón, que “Mientras hay vida, hay esperanza”…  Algunos supervivientes se acercaban hambrientos.

76. Sesión continua (Reve Llyn)

Acurrucada en aquel espacio oscuro y húmedo — la moqueta mohosa, los cortinajes y la tapicería de terciopelo gruesos— vi pasar proyectadas en la pantalla todas aquellas vidas que parecían más ciertas que la mía propia. Recorrí Manhattan, baile un tango en París, morí en Venecia y asesiné en Cuenca. Allí permanecía tardes enteras, como encerrada en el interior de uno de esos órganos vitales —corazón, cerebro— donde el dolor no alcanza.

Después, el repiqueteo final de la cinta al terminarse, la luz —excesiva siempre— y el silencio en la calle.

 

A veces entro en un cine con cierta nostalgia. Ahora huele a palomitas, a ambientador tóxico y a plástico, el sonido Dolby me hace vibrar —literalmente— en las cómodas butacas,  y en ninguno hacen pases continuos, apenas terminada la película te arrojan cuanto antes a ese sinsentido sin títulos de crédito ni banda sonora que es la vida.

 

75. PA PARABARA

Os presento a Rodrigo. Sí, ese tipo de traje que mira las pantallas. Rodrigo es un chico tímido que hoy se ha vestido al más puro estilo Arturo Fernández y acompaña su atuendo con un discreto pero elegante ramo de flores. ¿A qué se debe este cambio? Pues a que esta mañana le ha llegado un mensaje de Ana pidiéndole que fuera a recogerla al aeropuerto tras un año estudiando en EEUU.

Mirad, esa chica de ojos divertidos es Ana. La que lo abraza con fuerza y le da dos besos. Sí, es posible que a Rodrigo le cambie la expresión del rostro. Ha comprendido que el mochilero barbudo que va detrás es el nuevo novio de su amiga. Se le pone cara de López Vázquez porque está secretamente enamorado de ella. Pero apechuga, ofrece el ramo de flores al mastodonte americano, ayuda con el equipaje y los acompaña al coche.

Se sientan detrás, entre risitas y arrumacos, como si él fuera un simple chófer. Y Rodrigo se ve como en una película, con gesto de fastidio, a lo Alfredo Landa. Y de la nada nace in crescendo un coro que martilleante tararea «pa parabara, parabarabarabará parabara, parabarabarará parabara…»

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