Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

57. Manías (Fuera de concurso)

No me gustan los pimientos rellenos, las lentejas ni las alcachofas. Sabores de otra época, cuando dormía en la misma habitación con mi abuela. Rezaba una avemaría antes de acostarse por su hijo, el que se tuvo que ir a trabajar lejos. Cuando este falleció, sin previo aviso, aprendí que las avemarías no servían. Tal vez los padrenuestros hubieran sido más efectivos, le dije mientras la consumía el duelo. Años después enfermó mi tía y siguió mi consejo, pero los padrenuestros tampoco sirvieron y me sentí un impostor. A ella se le quedó el luto en la cara, aunque siempre tenía una sonrisa para mí. El día que se fue, mi vida se volvió gris, como su mirada. Pensé durante un tiempo en marcharme de casa, en huir de los silencios, hasta que leí el fragmento de la magdalena de Proust. Desde entonces como lentejas, alcachofas y pimientos rellenos, sus platos favoritos. También imito sus rutinas. Al levantarme de la cama me calzo primero el pie derecho, me santiguo antes de salir de casa, repito sus dichos, sus sonoras palabrotas, bebo una copita de vino dulce a mediodía, fumo en pipa. Lo que nunca hago es rezar avemarías ni padrenuestros.

56. En busca del tiempo perdido (Josep Maria Arnau)

Entra en la celda. Como había pedido, los buñuelos de viento le esperan encima de la mesa. Mira el reloj y empieza a comérselos. Piensa en su madre, una artista que iluminaba la celebración de Todos los Santos con aquel detalle para los niños. Revive sus abrazos y cómo se reía cuando él, el más pequeño, devoraba el último buñuelo al grito de «¡sin prisioneros!». Sigue hasta que solo le queda uno en el plato y vuelve a mirar el reloj. Sabe que el alguacil y el capellán están a punto de llegar. Se guarda en el bolsillo el solitario buñuelo, quiere acabar con algo que le deje buen sabor de boca.

55. Fado en mi menor

Tiago columbraba el cielo gris de Oporto a través de las ventanas. Las gotas de lluvia en los cristales hacían carreras fusionándose antes de llegar a la meta, o quizás esa fuera su meta. El tiempo se había detenido en aquella tormenta de otoño mientras Tiago podía ver a Amalia entrar del brazo de su padre en la impresionante iglesia de Santa Clara, él la esperaba nervioso delante del altar ante la atenta mirada de su madre, que nerviosa no paraba de mirar la arruga que había aparecido en el pantalón del novio. Oteando un gris horizonte, Tiago también traía a su mente la fantástica luna de miel en el Caribe y la noche que cenaron en aquel restaurante portugués donde se cantaban fados. Y fue mientras Tiago admiraba el aroma a colonia de bebé que transpiraba la habitación de su pequeña Mariza, cuando la voz adusta de Amalia le devolvió a aquel rancio despacho de abogados al socaire de la pertinaz lluvia atlántica:

—Tiago, por favor, debes firmar la demanda de divorcio.

54. PROMESAS, PROMESAS… (Ana María Abad)

Cada año, en nuestro aniversario, viene a visitarme. Y cada año me jura, con la mano en el corazón, que la próxima vez se quedará conmigo de manera permanente. “Pero todavía no puede ser”, me explica, “ahora hay nietos de por medio, los chicos aún me necesitan… el año que viene, seguro”. Su sonrisa es triste, de disculpa, y mientras la veo descender la colina de vuelta al pueblo, su paso se me antoja más vacilante, más fatigoso. Con un suspiro conmovido, me despido de ella agitando la mano, aunque sé que no se girará para mirarme, nunca lo hace.

De nuevo solo, me ocupo en esos pequeños menesteres que me mantienen entretenido: quitar las hojas secas que caen del viejo castaño, hacer ramilletes de margaritas silvestres para el jarrón que ella me regaló, sacar brillo a las letras doradas de mi nombre. Del bolsillo hecho jirones de mi chaqueta saco su fotografía, descolorida y ajada, como yo mismo, y se me vela la mirada ante su rostro, tan joven, tan sonriente.

Recojo la rosa blanca que, como siempre, ha dejado sobre la lápida, y me la pongo en el ojal, hasta el año que viene.

53. El espejismo

Cada mañana va a la playa o a la obra, según, y trae consigo otro puñado de arena. Hoy lo vierte en el saloncito. La arena ya cubre la mesa y las sillas del comedor, el sofá, la cama. No parece tener intención de parar. El hombre del desierto lo añora de tal manera que pone la calefacción de día y el aire acondicionado por la noche. Compra dátiles y té, pero no es lo mismo. Prefiere beber el agua de los cactus que ha plantado. Trajo de la feria de Navidad unos camellos de terracota y los distribuyó por las diferentes habitaciones de su piso de treinta metros cuadrados. Pero tampoco fue lo mismo. Se siente frustrado. Frotar la lámpara del anticuario no le permitió cumplir su deseo de volver a comandar caravanas, de pasar las noches al raso. Ni siquiera pudo pedirle al genio improbable la presencia de la hija de un visir que aliviara su soledad narrándole un cuento oriental noche tras noche. Comprende, desolado, que lo que fue nostalgia ahora es dolor. Y entonces decide que mañana, camino de la playa, parará en la tienda de animales exóticos y comprará un escorpión.

52. El abuelo (Rosy Val)

Ya no te acuerdas cuando la sentabas en tu regazo y cantabais vuestra canción, la que compusiste para ella. Cuando tus manos le regalaban cosquillas y guiños cómplices tus pestañas. Del pan con chocolate al salir del colegio, de vuestras caminatas entre flores, del romero y el tomillo en tus bolsillos. 

Ahora tu mirada se pierde antes de encontrarse con la suya. Y desde que se ausentaron en tu boca las palabras, y la sonrisa en tus mejillas, hay una indiferencia que le daña. Por eso, a veces, le dan ganas de no volver.

Como cada tarde en la que nunca la esperas hoy no dormitas con la cabeza gacha. Hoy la presientes, la ves llegar. Tus manos tratan de palmear rítmicas en tus rodillas; tu voz, de nuevo inquieta, quiere sonar. Apenas unas décimas de segundo y vuelven aquellas inconfundibles notas. A sus ojos se asoman felices las lágrimas. En los tuyos hay incertidumbre y miedo. Miedo a que no vuelva. 

51. Conexión

Un golpe de viento abre la ventana apagando las velas y las llamas de la lumbre lanzan sombras que recorren las paredes y el techo. Padre busca aprisa las cerillas para encenderlas de nuevo y vuelve a sentarse en su silla de anea para seguir cenando.

En su butaca, la abuela se deja los ojos zurciendo por enésima vez alguna prenda. Sus gruesas gafas ocupan la mitad de su cara afilada y arrugada. Cuando se pincha con la aguja suelta un improperio, y el abuelo se despierta de su siesta y suelta otro improperio por ver su sueño interrumpido, aunque el abuelo vive en una siesta permanente con los intermedios justos para comer y escuchar la radio.

Madre nos cuenta historias de su niñez y la escuchamos con atención sentados en el suelo. La abuela la corrige a veces, su memoria es aún muy fiable, pero madre no se deja corregir y la manda callar, y la abuela levanta la voz, y madre la sigue, y la inesperada y acalorada discusión provoca un error 303 en el sistema, deteniéndolo.

Antes de reiniciar el proyector de realidad virtual miro a los ojos del holograma de madre. Últimamente la noto apenada.

50. Costuras invisibles

Morena, con la sonrisa más bonita de aquí a Roma y los ojos más chispeantes que he visto jamás. Nos asignaron un dúo para aquel concierto del conservatorio. Tú, la guitarra; yo, la flauta. No recuerdo nuestro primer ensayo pero sí lo que hicimos después: mientras nuestros padres charlaban, tiraste la carpeta desde el piso de arriba y salimos corriendo a por ella, escaleras abajo. Recuerdo tus risas. Y que a partir de ahí siempre fuimos cómplices, como si siguiéramos tocando nuestro dúo inicial.

Escucho unas notas torpes al piano y todos estos recuerdos me han empezado a desbordar por el agujero que tengo en el pecho desde que no estás. Muero (solo casi; no como tú) por no poder hablar contigo. Me gustaría contarte que mi vecino de diez años está tocando nuestra primera canción y que me hablaras de tus hijas; yo te hablaría de los míos, de si llueve o no en Santiago, de si podremos vernos pronto. La costura invisible que nos une desde hace tantos años me escuece mientras sueño con charlar contigo de nuevo. Tenemos más de una conversación pendiente. Espérame, por favor; yo, hasta siempre y más allá, espero.

49. No hay nostalgia peor

Cuántas veces habré evocado aquel beso… de forma minuciosa, saboreando cada detalle: tus labios temblorosos, tu cálido aliento. Nuestros dos corazones latiendo el uno contra el otro. El sol sobre mis párpados cerrados. Mil veces habré soñado despierta con tu boca junto a mi oído, susurrando palabras que inventabas para mí. Después de aquel beso. Aquel beso que nunca nos dimos.

48. CONJETURAS

Hoy he imaginado mi vida sin ella; primero el vómito, añorar de una forma tan física que no se sabe bien dónde comienzan las tripas y dónde acaba la náusea; una vida sin su olor, sin la finísima silueta de sus venas en la parte baja de la espalda, concebidas justo antes de que se echara en la cama, sus ojos frente a mis ojos, su pelo abrazado a la almohada Ese “ya no te quiero”, que pesa igual que una piedra que se precipita hacia el fondo de mi estómago y después la nada. La nada; ni siquiera la presencia absurda de su ropa interior todavía en el armario, ni el saludo mecánico y perenne de aquel gato de la suerte que compró en un bazar de las afueras; esas cosas que anidan sin quererlo en las axilas, en la comisura de los dedos de los pies, en las oquedades de la nariz, y se enquistan, como las lágrimas que horadan los mofletes de un niño abandonado.

47. AVELLANAS

Le había visto caminar distraído, cabizbajo, con las manos en los bolsillos, dejando que la vida le pasara cerca pero sin afectarle.

No me quedaba más remedio que hablar con él. Sus vecinos comentaban que era complicado localizarle.

Yo tenía mis obligaciones. Le mostré la citación del juzgado antes de que pudiera rechazarla.

“Pero no”, trató de resistirse, “ha habido un pequeño error”, me dijo.

“¿Sí?”, pregunté con escepticismo.

“No soy realmente quien ustedes buscan. Él está todavía en aquel bosque”… divagaba. “Sí, nos parecemos mucho, de acuerdo, pero yo soy tan solo un holograma suyo”.

Me dejó sin palabras. Lo admito.

Localicé una profundidad kilométrica en su mirada. Supe que no mentía. Quise abrazarle, pero tan solo nos interferimos y nuestras ondas resplandecieron, iridiscentes, ante la entrada del restaurante chino.

Me alejé de él, caminando en dirección opuesta, dejado, pateando alguna colilla.

Deseo que de verdad nos encontremos, apañando avellanas en aquel bosque.

46. Pesaroso

Es la tercera oferta de compra que Pepe rechaza esta semana, su agente inmobiliario insiste en que debe vender la casa de la playa cuanto antes.

—Hay una pareja joven interesada —le dice—, quieren disfrutarla este mismo verano.

Pero ese argumento, lejos de convencer a Pepe, le fastidia. Tanto que en un arrebato contesta que ya no vende, hace la maleta y vuela a la playa.

Apenas entra en casa, Pepe siente la humedad en las articulaciones, le crujen igual que la madera del suelo. Abre la ventana del salón y, como siempre, pasa los dedos por encima del salitre incrustado en el quicio. Su pulso no es el de antes, se raspa la piel de las yemas. Le escuece. Inspira profundamente para oler el mar, tragándose el aire enmohecido que desprenden las paredes desconchadas. Estornuda dos, tres, siete veces. Entonces en su pañuelo percibe una fragancia agradable, vivificante, al bronceador de coco de Toñi.

¡Qué tontería!, piensa con sonrisa triste, será el suavizante nuevo.

Luego suspira preguntándose qué hace allí, si sabe que los cimientos llevan años agrietados. Mientras en la verja de fuera, dos jóvenes embadurnados de protector solar discuten la nueva oferta que, sin duda, Pepe aceptará.

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