Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

33. TIEMPO RECOBRADO

Y de repente aquella luz tan tenue me recordó la época ya lejana en que todo el mundo apuraba agosto dándose un último chapuzón en el mar, donde el sol también se acostaba cada día un poco antes, como anunciando el fin de las vacaciones estivales y el regreso a la rutina. Como entonces, la arena era mi frontera y yo lo observaba todo desde la terraza mojando una magdalena en la taza de tila. Conmovido, me di la vuelta respirando con nostalgia el aire húmedo de mi niñez. Aquellas tardes en las que ya había menos visitantes en el paseo marítimo y el ruido procedente de la playa no era tan molesto anunciaban el periodo del año que más me gustaba, pues tenía para mí toda la acera, aunque ya no pudiera ver hasta el verano siguiente a los niños con piernas.

32. Echar de menos (Alberto Jesús Vargas)

A todos les duele su ausencia. Antes estaban completos. Eran una familia como tantas que viven en el barrio, con su rutina diaria, su economía ajustada y sus domingos y festivos de parque con palomas o palomitas con cine. Una familia sencilla, unida, quizás feliz. Hoy les falta él y les cuesta aceptarlo. Los niños lo echan de menos, pero ninguno de los dos se atreve a preguntar qué ha sido de su padre. Ella, discreta, se esfuerza por aparentar normalidad, pero no puede evitar entreabrir los visillos, de vez en cuando, para mirar melancólica a la calle como si todavía esperara verlo regresar. Hasta el perro sigue haciendo guardia junto a la puerta de entrada deseoso de darle su aparatosa bienvenida de ladrido alegre y rabo inquieto. Aquel al que todos añoran está cada vez más lejos, aunque ahora, el extraño en el que se ha convertido tras perder el trabajo, duerma una nueva borrachera en el silencio oscuro de la habitación matrimonial.

31. SEQUÍA

Mi abuela fabricaba instrumentos para interpretar el gorjeo de los ruiseñores y cajas de música para atraer a las nubes. En su testamento me dejó unas fabulosas semillas para plantar pianos en el jardín, aunque hace tanto, tanto, que no llueve, que apenas alcanzan el tamaño de un xilófono.

30. Dedicación exclusiva

Mientras le vendaba los ojos, el verdugo recordó la gélida madrugada en que empezó todo. Aún conservaba en la memoria el aliento cálido de aquel condenado. No le costó girar la manivela porque entonces era un joven decidido. Ahora, sin embargo, muchas ejecuciones después habían crecido los inconvenientes. Su familia insistía en que cambiara de oficio, los amigos le hacían el vacío y esos malditos temblores de las manos no cesaban. Temía que todo ello perjudicara la calidad de su trabajo. Él se aferraba al hilo invisible que lo unía inquebrantablemente a sus víctimas. Eran lo más sagrado para él. Por nada del mundo se permitiría defraudarlas.

29. Edad amarilla

Entre enormes girasoles de un amarillo ceniciento, la niña de gafas sonríe, escondiendo el vacío que dejó la reciente pérdida de uno de sus dientes. Y se encoge entre las enormes flores ya resecas y cargadas de semillas.

Parece que su blanca piel de invierno empezara a colorearse por el efecto del sol del verano del sur. Que pica más que el del año pasado.

‘¿Nos podemos ir ya?’, parece preguntar, incómoda.

Desde detrás del objetivo se oyen varios clics y una admiración muda del paisaje, revisitado tras un largo año de espera.

Mientras, el calor sigue subiendo como si no hubiera límites en la escala Celsius.

En el álbum la foto, revelada en un verano sin fecha concreta, continúa amarilleando. Como la infancia, tan lejana, que se oculta tras las abrasadas flores del campo.

28. Hikikomori (fuera de concurso)

Hoy, María ha desobedecido sus instrucciones y, mientras parloteaba sobre mohos oscuros y efluvios malignos, ha descorrido las cortinas del cuarto y ha abierto las ventanas. El olor a primavera, la luz de abril, el sonido a vida y el calor dulce de un rayo de sol han invadido la estancia arrancándole una lágrima para la que ni él mismo estaba preparado. Durante noventa segundos se ha permitido saborearla en silencio, antes de vociferar que cerraran todo de nuevo.

Minuto y medio. Más que la última vez.

27. El amor de su vida

Solo piensa en Blanca, en los sueños cumplidos y en aquellos que se precipitaron por el desagüe del para después, “para cuando tengamos tiempo”. Y ahora que el peso del ocio ha encorvado su espalda, ella no está.

Solo piensa en el primer encuentro. En su  falda de nube de algodón que el viento moldeaba en cada descenso de la montaña rusa. Fue Luis quien se la presentó al bajar de la noria. A ella y a su amiga Silvia. Pero sus ojos se detuvieron en Blanca nada más.

Solo piensa en volver a verla —como si los espíritus pudieran regresar—. Y sus zapatos, autónomos, le conducen al viejo parque de atracciones. Un dinosaurio oxidado donde la noria, aunque inservible, sigue en pie. Sube y la rueda comienza a girar y a girar.

Solo piensa en que termine el viaje para conocer a las dos chicas que esperan junto a Luis. En cuanto sus deportivas pisan el suelo, sus ojos se detienen en la más atractiva y enseguida la invita a la montaña rusa. Mientras ella camina delante, observa lo bien que le sientan los vaqueros. No lo duda, ha encontrado al amor de su vida. A Silvia.

26. RIZADO… ¡TIESO! RIZADO… ¡TIESO! RIZADO…

Tobi y Boby han sido, sin lugar a duda, las mejores mascotas que he tenido.

Nunca logré que me trajeran las zapatillas o el periódico, pero bueno, eso fue pagar un precio módico.

 

Nuestros paseos por la dehesa, nuestros revolcones en el barro, muy saludables, aunque suene guarro…

Tan fieles, graciosos, guardianes y, ahora, entre panes…

 

Me dejaron un vacío en el corazón, pero un gran lleno en el estómago, qué contradicción…

 

 

Ya ha pasado bastante tiempo pero cada día los recuerdo, no los dejo en el olvido, cómo hacerlo con todo lo que me dieron, vaya contenido…

Panceta, chorizo, morcilla… ¡Qué maravilla!

Orejas, hocico, manitas…

Guisadas, asado, fritas…

 

¡Qué buenos los chones,

que además dan jamones!

(Acompañando con pan el luto, disfruto)

 

Aún me queda mi otra mascota, una oca muy escandalosa y un poco loca, solo pensar que, algún día, también le llegará la hora, ¿cómo decirlo?, me entra una cosa por el estómago…»pfffua»…

 

¡FOIE – FOIE – FOIE!

25 Como, luego lo recuerdo

«Y dio otro bocado.

Y mientras masticaba, pensó si lo que hacía tenía sentido.»

Sucu Lento, José Manuel Garrido

 

5. Añadir las patatas cortadas en dados.
6. Cocinar a fuego medio durante 30 minutos.

La cocina huele a guiso y a infancia descalza y feliz. Cada vez estoy más hambrienta.

«Preferiríamos adoptar una niña

menos enclenque,

algo más risueña, a poder ser,

que no se muerda las uñas», susurran a mi espalda, mientras la salsa borbotea, aquellas parejas que visitaban el orfanato. Como si no pudiera oírles.

7. Remover.
8. Remover.
9. Remover.

anoto en el recetario. Y remuevo, claro, y recuerdo los cumpleaños de Cristina, la hija de Inma —en la hamburguesería junto a la plazuela del quiosco—, o las mañanas preparando mermelada de Soledad y el pequeño Mario. De moras, casi siempre. Saliva y lágrimas se mezclan en la comisura de mis labios. Matilde ha sido especialmente rica en detalles, una de las mejores madres que he tenido. Ha pasado más de una semana relatándome la niñez de Carla y Pedro; historias que paladearé a pequeños bocados, pero Matilde ha expulsado todo su jugo. Enflaquecida, ayer perdió el hilo definitivamente. Ya está, descansa, le dije antes de bañarla.

Paso la hoja en la que reposa la receta del guiso de Soledad. Mi estómago ruge.

 

Matilde

Ingredientes:

24. Trasplante

Desde que trasplantamos a padre, se le nota mejor cara. La gente, que ha oído la noticia, nos comenta que qué suerte ha tenido al recibir un riñón de otro donante. No nos queda otra que aclarar la situación:  A papá le hemos trasplantado a él mismo.

Desde que notamos que pasaba demasiadas horas en el huerto, comenzamos a sospechar. Una tarde al asomarnos, le vimos con los pies anclados en la tierra, y echándose agua con una regadera. Todo bien, hasta que acabó el verano y tuvimos que regresar a Móstoles. Allí vivimos en un pequeño piso con una terraza maja, eso sí.

Así que el día que marchamos le sacamos del huerto, entró en el coche con los pies metidos en una vieja palangana para que no se nos mustiara en el viaje. Al llegar, metió los pies en la maceta donde antes hubo una adelfa, y con la tierra que traíamos del prado le cubrimos los pies, le colocamos al lado del ventanal para que le diera bien el sol y echamos fertilizante. Ahora es feliz, ya no tiene la cara mustia. El único inconveniente será volver el pueblo el próximo verano, los trasplantes son delicados.

23. Laraje

En el aparador de casa hay una botella de cristal tallado. Dentro, flotan en licor unas guindas oscurecidas por el tiempo pasado. Abro el tapón y aspiro. Entonces aparece mi abuela, con su mandilón de cuerpo entero, trajinando en la cocina. Ella hizo ese licor con caña de Holanda, azúcar y guindas, y en el fondo se le quedaron las fiestas del patrón en la aldea, los niños jugando en la huerta, las partidas de domingo, la bizcochada, la luz del sobrado, las nabizas y las excursiones en lancha a Mugardos. Solo yo sé que tengo una máquina del tiempo.

22. Un lugar anclado al corazón

Mamá siempre tenía al pueblo en la boca. Hablaba de él con un cariño incondicional, como si allí siempre hubiese sido feliz. Contaba cosas sencillas, intrascendentes diría yo, pero la ternura con la que lo hacía creaba expectación. Llegué a visualizar sus estrechas y empinadas calles, la iglesia de un blanco impoluto y los tilos de la plazuela a los que se encaramaba toda la chiquillería. Llegué a sentir el aroma de la leche recién ordeñada y de los chorizos y morcillas oreando en los balcones. Y a escuchar el canto de los gallos al clarear el día y el tintineo de las campanillas de los rebaños de cabras.

Cuando ella era adolescente mis abuelos vendieron la casa y las fincas y marcharon muy lejos, demasiado. Nunca volvieron.

Mamá decía orgullosa que quien tiene pueblo tiene un tesoro.

Ella ya no está. El vacío de su ausencia es inmenso. Y el tesoro, que también era mío, acallada su voz semeja un ensueño caprichoso.

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