Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

53. El apagón

Cuando escuché el crujir de las escaleras pensé que subías a buscar leña como otras veces. Apartando algunas cajas de cartón, posaste el candil sobre la vieja cómoda y me rescataste de aquel oscuro rincón.

Te sentaste en el desvencijado sillón, conmigo sobre tus rodillas, para limpiarme despacio con la manga del jersey. Noté cierto sentimiento de culpa por haberme abandonado mientras me acariciabas con delicadeza.

Te lo puse fácil y te perdoné, sabía que aquello solo había sido un desliz. Comprendí que te rindieras ante la novedad, lo moderno y la belleza funcional de los avanzados diseños. ¡Demasiado tentador!

La batalla estaba ganada de antemano porque el rival era muy fuerte, aunque resultó ser efímero.

No me costó despertar de mi aislamiento cuando empezaste a comprobarlo todo, el tabulador, el rodillo, las teclas. Estas comenzaron a bailar chocándose entre sí en un baile frenético de bienvenida.

A pesar de que en el exterior se escuchaba el sonido de las bombas, me sentí dichosa de volver a ser útil.

52. La gloria eterna

“Yo bordé la bandera con mis manos”, declamaba la actriz cuando él abandonó su butaca, formando un revuelo en nuestra fila. Enseguida lo reconocí. Moreno oliváceo, ancha frente, tal cual lo describió Alberti en sus memorias. Y que nadie me acuse de plagio por usar estas cuatro palabras.

Salí tras él, pero se había esfumado. Hasta que oí su voz a mi espalda. Oscura y palpitante, como siempre la imaginé. “Después de haber visto a la mejor, a Margarita Xirgu —dijo provocativo— no soporto a ninguna interpretando a mi Mariana Pineda”.

Fuimos a un café cercano. Entre tragos de ron, le confesé que yo también escribía —solo teatro—. Lo de que nunca había estrenado, lo guardé para mí. Antes de marcharse, me ofreció su sonrisa y una obra manuscrita. “Es mía. Puedes firmarla si quieres. Te la regalo”.

Desde entonces, habita la tempestad en mi conciencia. Ahora atemperada al incluirme entre los cinco nominados a mejor dramaturgo. El primer éxito de todos—pobres necios—. Y aquí estamos, posando en la foto colectiva para una revista digital. Con miedo al objetivo acusador. Que no enfoque nuestras cinco miradas impostoras. Simples títeres en las manos ambiciosas de un espectro.

51. REENCUENTRO (Belén Sáenz)

Había imaginado la penumbra sosegada de una galería en cualquier palazzo. O una estancia señorial caldeada, rodeado de buenos libros. Me dijeron que se exponía en la sala principal de un museo, nada menos que el Louvre. Aquella misma madrugada, como a todos los que crean y los que sueñan, se me franquearon las puertas y se desvanecieron los muros. Me situé frente por frente del cuadro que había pintado algunos siglos antes y nos fuimos relatando nuestras divinas soledades. Yo podía recordar cómo había mezclado humo y sombra en cada pincelada mientras los ojos oliva del retrato tanteaban la familiaridad de mis rasgos. En la audioguía tropezaban una y otra vez. Mona Lisa había sido una de las meretrices más afamadas de Florencia. Gioconda no hacía referencia a un apellido, sino a mi propia travesura. Y… la sonrisa. Repliqué el gesto y, aprovechando el reflejo del vidrio que protegía la pintura, hice coincidir nuestros dos contornos que, a pesar del tiempo transcurrido, seguían encajando a la perfección. Somos una santísima dualidad, un individuo gemelar. La mujer y el varón. Y para que todo el orbe supiera, taché con mi mano izquierda el título de la obra y escribí OTARTERROTUA.

50. La merienda

 

 

Luciano desayuna una galleta Maria y dos sorbos de café. Desde que que sabe que va a reunirse con su hermano se le ha cerrado el estómago. Se corta al afeitarse y olvida quitar la etiqueta a la camisa nueva. Cuando llega su hija a buscarle está listo hace media hora, pero vuelve desde el ascensor para coger dos onzas de chocolate.
Apenas oye los discursos. Ve al Raimundo con las alpargatas bajo el brazo para ponérselas al llegar a la escuela, porque al maestro no le gusta que las lleven sucias de barro; le ve liando un cigarro en la fiesta del pueblo y subiendo al tren en su primer día de mili en Burgos.
Los de la Comisión para la memoria histórica le entregan la urna, un certificado de ADN y la ubicación de la fosa común. Él nunca ha sido de emocionarse pero, cuando ve al Raimundo en una caja de zapatos, se quiebra como vara de avellano.
Cuando regresan al pueblo, Luciano quiere ir en el asiento trasero junto a la urna. Su hija le ve por el retrovisor mordisquear una onza de chocolate, la misma merienda que compartían hace sesenta años.

48. Punto y seguido. (Alfonso Carabias)

Me acuerdo del día en que decidimos que no habría nada que se interpusiera entre nosotros.

Recuerdo lo ilusionado que estabas cuando hicimos la lista de todos los viajes que teníamos pendientes. Al día siguiente cogimos un vuelo a Egipto, y dos meses después estábamos bailando en lo alto de la torre Eiffel.

Luego nos lo tomamos con más calma. Era lógico. Habíamos empezado con muchas ganas. Pero no cambiaría por nada ninguna de las tardes que pasamos divagando en el club de lectura, ni los días en los que madrugábamos para coleccionar amaneceres, acurrucados en el sofá con la manta y un par de tazas de café.

He de reconocer que te dije que cuando llegara el momento no iba a llorar, pero ya me conoces, y creo que me lo sabrás perdonar.

También te prometí que haría lo posible por pasar página, pero la nuestra es tan bella que lo único que me apetece es volver a leerla una y otra vez, y como este final no me acaba de convencer, y los dos siempre hemos sido siempre muy testarudos, estoy segura de que en algún momento y en cualquier lugar, encontraremos la forma de continuar nuestra historia.

47. Cenizo

Atados por parejas, caímos al suelo al grito de «¡fuego!». Lleno de sangre, quedé inmóvil bajo el peso de mi compañero esperando el tiro de gracia. Cerré los ojos, pero el soldado nazi volvió a dispararle a él. Aquella noche conseguí escapar asombrado por lo dichoso que había sido. A lo largo de mi vida, la suerte siempre me ha acompañado: salí ileso cuando cayó la bomba de Hiroshima. Más adelante, unos cuantos nos salvamos del accidente aéreo en los Andes. Durante el gran terremoto de México, no me hice ni un rasguño y, un año después, en Chernóbil, escapé mientras estallaba el reactor. Tras ser el único superviviente en varios accidentes de tráfico, la fortuna siguió a mi lado en el viaje por Indonesia con el tsunami.

        Me hago llamar inmortal, ellos me llaman de otro modo.

        Empiezo a oler a gas. Estoy a tu espalda.

 

 

46. Jolivuod (Fuera de concurso)

Mi padre siempre me llevaba al cine cuando ponían una de Jumprey Bogar, Tirone Povuer, James Estevuar… No hablaba del protagonista cuando se refería a ellos, sino del valiente. Al ver los títulos de crédito, tenía la habilidad de adivinar si aquello acabaría bien o moriría hasta el apuntador. A veces, coincidía con algún listillo que lo escuchaba leer los nombres en la cartelera y le rectificaba su pronunciación. Mi padre preguntaba entonces que si José Isbert y Manolo Morán eran Yousef Aisbert y Meinoulou Mourein, dejando sin respuesta al entrometido. Pasados los años, las salas se multiplicaron dentro de centros comerciales y dejaron de poner sus largometrajes favoritos. Los veía en la tele, pero no era lo mismo que en pantalla grande y con el sonido del proyector. Por su setenta cumpleaños le regalé uno de segunda mano, varios rollos de películas y, sobre una enorme sábana blanca, retomamos nuestras sesiones dobles. Una madrugada de noviembre se le paró el corazón y se marchó a conocer a sus estrellas. Sin embargo no lo echo de menos. Cada noche apago las luces y, en cuanto enciendo el proyector, vuelve para ver conmigo esa que nos gusta tanto de Jon Vaine.

45. LA HERENCIA

Todos miraban al notario nerviosos y expectantes. Había llegado el día, aunque nunca imaginaron que fuera así, cuerpo presente del viejo. Gracias a Dios alguien había tenido el detalle de cerrar el ataúd. El notario comenzó a leer los puntos preliminares y aspectos legales del testamento, que a nadie interesaban. De repente calló y miró fijamente hacia la puerta abierta de la sala. Todos los presentes imitaron su gesto y miraron también. El ama de llaves se desmayó sin siquiera emitir un sonido de alerta. Nadie se inmutó, en el umbral de la puerta estaba el viejo, y más vivo que ellos mismos, a juzgar por su expresión triunfante. Sostenía una caja y sin decir nada cruzó la sala hasta una mesa, donde la depositó con cuidado. La abrió y sacando una pistola miró a todos los congregados, el que sea capaz de matarme recibirá la herencia. Devolvió el arma a la caja y caminó hacia el estrado donde estaba sentado el notario. Dándole la espalda se dirigió de nuevo a los presentes, alentándoles a disparar. Clic, oyó por detrás. Sabía que me traicionarías, susurró el viejo mientras el cañón de la pistola del notario se apoyaba en su cráneo.

44. En venta (Blanca Oteiza)

Sus ojos parecen seguir mirando la vida, esa que se desvanece con cada minuto que marca el reloj de la pared. La sonrisa en sus finos labios consigue una mueca en los míos. La lluvia arrecia contra las ventanas y aún escucho su voz diciendo “cierra que entra el agua y moja las cortinas”.  Qué fijación tenía con que estuvieran corridas. Me contaba que el vecino la espiaba porque quería robar las macetas mientras ella se ausentaba de casa. Así que por las escaleras andaba sigilosa y a oscuras para que pareciera que no abandonaba el hogar. Y cierto es, que aún parece que está meciéndose en su silla favorita zurciendo alguna prenda. Sigo oliendo su perfume que sobrevuela por la estancia, y aunque hace ya unos meses que nos dejó su cuerpo, sé que ella aún anda por aquí. Vuelvo a colocar la fotografía de mi abuela sobre el mueble y me decido, muy a mi pesar, llamar a la inmobiliaria.

43. Uróboros

Cuando muera pediré que esparzan mis cenizas bajo nuestra querida encina. Con las lluvias de otoño, si es que llegan, lo que quede de mí se fundirá con la tierra, y pasado el tiempo formará parte de la savia del árbol. Entonces el milagro de la vida se abrirá paso y nacerán unas hermosas bellotas, que devorarán con avidez piaras de cerdos repartidos por la dehesa. Como a ellos también les llega su San Martín, serán sacrificados para convertirse en alimento de los humanos.
Y aquí se cierra el círculo, nada desaparece todo se transforma. Así que sí, no moriré del todo, ni yo ni nadie.

42. LA REBELIÓN DEL MAR

Ahora que…

La mar está muerta. La calma de las mareas han dormido las aguas.

La gente empieza a caminar por encima de los océanos. Los hay que se han quedado a vivir en los castillos de los barcos. Los más emprendedores quieren levantar edificios para rascar los cielos. Hablan de pintar flores en las cunetas a lo largo de las estelas, de colorear árboles en las lomas azules de las ondas, apuntando con sus copas a las crestas nevadas de las olas vagabundas, donde refrescar la mirada de tiempos pretéritos.

Las golondrinas, desorientadas en el desierto azul, se agitan como gaviotas en un vertedero.

De momento no hay países, pero ya se oye que en el paralelo 43 están intentando crear un barrio. Quién sabe si algún día a la gente le dará por unirse en pueblos, en provincias o comunidades y seguir cometiendo los mismos errores.

La mar está quieta. No sabemos lo que habrá en el fondo, en las conciencias de los inmigrantes que, a la deriva, se tuvieron que conformar con el sótano del cementerio.

…he vuelto al arrecife con el salvavidas que me dio la palabra. Donde mi ser un día estuvo a punto de zozobrar.

41. TREPADORA INMORTAL (Mariángeles Abelli Bonardi)

Cuando me encontró, era apenas un podo que otra persona hubiera ignorado, e incluso, llegado a pisar. Su alma de bióloga pudo más y así, tras ponerme en agua, comencé a crecer hasta rodear el interior de su cocina.

Mientras estudiaba, supo que puedo resistir meses sin ser regada y vivir hasta mil años. Que me usan en la industria farmacéutica, y que bebida en un té, curo la tos e infecciones respiratorias.

Ya recibida, con el título en mano y a punto de volver a su provincia, no tuvo corazón para dejarme, y tras plantarme en su jardín, no hubo ladrillo o pared que yo no cubriera de verde, pero como siempre, no me alcanzó: por eso, una noche, con la luna a mi favor y la casa en silencio, me arrastré despacio hasta su escritorio, donde me halló a la mañana siguiente, tapizando el protector de pantalla, aferrada al teclado con mis hojas de hiedra.

 

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