Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
8
horas
0
4
minutos
0
4
Segundos
2
2
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

09. EL DÍA DEL ECLIPSE (IsidrøMorenø)

Casi a diario coincidían en el mismo ascensor del edificio de oficinas. Dos almas cercanas en un diminuto espacio. Un “buenos días”, un cruce de miradas mustias y unas forzadas sonrisas con intento de disimular esa amarga soledad que, a veces, es capaz de unir incluso a extraños.

El día del eclipse, sin rasgar el silencio aún, los mismos ojos emitían miradas diferentes a las de mañanas anteriores.

Una semana después del eclipse, tras un amanecer dorado, las extrañas almas del ascensor se fusionaron en un cálido y sentido abrazo de siete pisos de duración.

Tres meses después de aquel día, se siguen viendo en el hall del edificio, se buscan con la mirada, esperan para poder subir solos, se hablan con los ojos, se adentran, se cierran las puertas, se abren los corazones, no hay beso, no hay sexo, solo el desgarrador deseo de abrazar y ser abrazado hasta la planta veintidós y bajada a la séptima.

Hace unos días, ambos han interrumpido su medicación de ansiolíticos por depresión y abatimiento y, aunque no creen en la magia del eclipse, sí creen en el lenguaje de la mirada y ahora perciben que sus ojos parecen más grandes. Incluso brillan.

08. LA PARTIDA (Paloma Casado)

El tren al que subirá Miguel acaba de entrar en la estación, los altavoces anuncian el reinicio de la marcha dentro de diez minutos. Junto a él, la madre llora humedeciendo un pañuelo manoseado mientras le reprocha que se vaya abandonando -y utiliza esa palabra dura- a su familia. Su hermano defiende que un muchacho prefiera ampliar horizontes y vivir la vida, él mismo lo haría si no hubiera conocido a Aurora y estuvieran a punto de ser padres, dice mientras la atrae hacia sí con la fuerza de su brazo. Cada uno piensa en sus posibles motivos, solo Ella los sabe. Miguel, después de abrazarlos, sube las escaleras con un temblor en el mentón y desde la ventanilla los despide con la mano tragándose las lágrimas. Posa su mirada en la madre, el hermano y después en Aurora. Mantiene los ojos fijos en los de ella mientras avanza el tren y sin apenas darse cuenta recorre su cuerpo hasta posarlos en el vientre abultado donde crece su hijo.

07. El intruso (Fernando García del Carrizo)

No había generado ningún problema, pero su presencia rompía un equilibrio estable de muchos años. Aislados en una remota aldea de montaña habíamos compartido toda la vida en soledad. La llegada del nieto del Emeterio nos cogió por sorpresa. Nos explicó su hartazgo de la ciudad y sus planes de reconstruir la casa de su abuelo. Soltó algunas palabras incomprensibles; autosuficiente, ecología, holístico. La conclusión es que se mudaba allí.

Nos miramos mudos, perplejos y desconcertados. Tras unos segundos mi marido me hizo un guiño y se ofreció para ayudar en la reparación del tejado. Las vigas, pesadas, pero a la vez frágiles por el paso del tiempo, podrían generar terribles accidentes.

06. CARAMELOS DE MALVAVISCO

Los  fines de semana que pasábamos con la abuela  era todo  fiesta. Reblandecer en el paladar los caramelos de malvavisco que venían en una cajita de latón. Retorcer con los dedos los flecos de su chal mientras nos contaba cómo consiguió, pese a la época y los reproches de su padre, entrar en la universidad. Jugar a las cartas. Esconder objetos por la casa y buscarlos. Pasear por el jardín aunque lloviera. Ir al pueblo cogidas de su mano, por el camino de los abedules, recibiendo lecciones de plantas y árboles. Llenar la despensa de chocolate y bollos. Después de la cena escuchar sus discos de John Coltrane.

Las dos pensábamos que no había mejor abuela en el mundo.

Tal vez por eso, el día de su funeral, mi hermana y yo, sentadas en la primera fila junto a nuestras respectivas parejas e hijos, al sonar un saxo melancólico nos miramos, buscamos en nuestros bolsillos y se mezclaron nuestras lágrimas con el sabor dulce de un par de caramelos.

05. MAMIHLAPINATAPAI

Mientras me siento al ordenador y dejo la mente en blanco, acomodo todos mis músculos tratando de atrapar a las musas. Y pululan estas volátiles, como apagadas luciérnagas a mi alrededor. Entonces noto que un pensamiento pequeño, _ apenas bosquejo, murmullo, diminuto rumor de maleza_, acrecienta su presencia para ocupar, finalmente, el espacio completo de esta cabeza mía, tonta y hueca.

¡Qué oportuno! _me digo

¡Qué bendición, qué extraña magia, qué azar!

Uno a uno, los bichos se tornan luz.

El cuerpo se pone en marcha.

Un mecanismo febril es el que se encarga de todo. Y al cabo de unos minutos puedo leer, asombrada, el resultado de este proceso.

Ahora todo son candiles. A raudales, por todas partes.

En consecuencia, y en este preciso instante, es cuando les involucro a ustedes:

¿Es que acaso solo me ocurre a mí? _ solicito.

¿Se identifican? ¿Se reconocen?

Sin levantar los ojos de la pantalla, cambio el ángulo de enfoque y atravieso tiempo y distancias con visión de super héroe. Busco su complicidad. Aguardo su connivencia. El faro lanza su llama, enloquecido, tenaz.

Y aquí me quedo esperando.

04. La rúbrica

Una araña minúscula urdió un encaje cristalino en el espacio que separaba sus rostros. Una hiedra rojiza comenzó a tatuar sus piernas desde el suelo. Un musgo verdiamarillo cubrió sus hombros y sus cabezas. Una colonia de hormigas conquistó el cuerpo de él y un petirrojo anidó en el cabello de ella. El tiempo se volvió pétreo; la luz, líquida, y una fina bruma los envolvió, sin apenas rozarles, humedeciendo sus córneas privadas de parpadeo.

Entre ambos, languidecía una pluma sobre el documento que cortaría para siempre la cadena que amarraba sus vidas.

02. La venganza de los Selknam

Postrado en el piso del baño estaba él, paralizado por el dolor en su vientre. Cerró los ojos. Respiró profundamente una última vez entregándose a los brazos de la muerte.

Él frío seco del suelo se volvió húmedo. El viento feroz le levantó la camisa. Su piel expuesta en contacto con la nieve quemaba. Abrió los ojos y observó como el cielo patagónico estaba prendido fuego. Bajó la mirada. Enfrente suyo sonreían, pintados con grasa de guanaco y con su típico triangulo de cuero en la cabeza, dos de sus primeras víctimas. Había cazado a cientos de ellos. Entendió que había caído en las manos de Xalpen cuando en sus oídos oyó una voz femenina gritar su nombre. No podía levantarse. No podía gritar.

Los hombres intercambiaron miradas para luego comenzar a caminar hacia él. Detrás de ellos se hizo presente un conjunto que iba creciendo en cantidad. Gritaban lo que para él eran sonidos incomprensibles, sedientos de venganza.

01. TODO LE VALE

Adolfo es un hombretón tan amable y cariñoso que, cuando murió su mujer, no dudamos en buscarle un rincón en nuestra casa. Siempre estuvo tan pendiente de ella que, tras su repentina pérdida, se sintió desolado en aquel frío caserón.

Como, desde jóvenes, habíamos mostrado pareceres y gustos afines, me pareció oportuno invitarle a probar mi sidra, nuestro queso fresco y otras cosillas de casa. A comienzos del otoño ya se había acostumbrado a visitarnos todos los días. A veces hablábamos durante horas sobre cómo acabar con algunas plagas en el huerto, del abandono del campo o de las consecuencias de la sequía del último verano. Otras, le encontraba metido en harina con mi mujer, haciendo cualquier faena del hogar: lo mismo limpiaba la chimenea que cocía un pan de maíz. Y nos daba tanta lástima verle regresar a su casa…

Además, tenerle cerca tiene sus buenas satisfacciones. Cuando Mariola, que anda muy despistada últimamente —la edad, dice ella—, me compra las camisas, los calzones o unos simples guantes, no suele atinar fácilmente con las tallas; pero se los prueba luego a él, se miran fijamente un instante, y se mueren de la risa, felices de que todo le valga.

77. Kalopsia

Desde que llegó, su mirada era capaz de iluminar con bellos matices aquella tierra reseca y torturada; de transmitir la dignidad de las mujeres que, vestidas de un negro  suavizado por bordados de colores, extendían bajo los soportales panes redondos, naranjas y tarros de aceitunas; de mostrar la picardía en los ojos oscuros de los chiquillos que jugaban junto a las murallas.

La explosión la sorprendió en el mercado. Tras el desconcierto del impacto, sus manos, con precisión de autómatas, alzaron la cámara; su dedo índice presionó suavemente el botón para enfocar los cuerpos que yacían desventrados; su ojo derecho buscó el encuadre perfecto para las vísceras y midió la luz en el brillo palpitante de la sangre. Estaban a punto de finalizar los ajustes cuando la fotógrafa, horrorizada, consiguió detenerlos. Retiró la mirada del visor y abrió los dedos que se engarfiaban en torno a la cámara. Un golpe seco contra el suelo de piedra, silenciado por gritos de dolor y ulular de sirenas, hizo pedazos el objetivo.

76. Abundio (Pablo Cavero)

«Eres más tonto que Abundio, que vendió el coche para comprar gasolina», nos repetían con sorna a los críos en el pueblo a modo de moraleja.

El único Abundio que conocí era un tipo muy peculiar que regentaba la ferretería. Tenía un ojo a la virulé y quizá por eso veía la vida de una manera diferente. Vendía cada alcayata o cada alicate como pequeñas joyas. Presentó a su vaca al certamen de belleza con fracaso rotundo, le parecía la más hermosa de la comarca. Un chasco similar le sucedió con la tortilla de patata de su mujer, que llevó al concurso sin que ella lo supiese, para él era insuperable. El colmo fue cuando envió a la radio ese poema, para él maravilloso, con el que su hijo trataba de impresionar a su novia. Le amenazaron con una denuncia por plagio de un clásico, y además la moza mandó a escardar cebollinos a su vástago.

75. Un poco brutos sí eramos

Yo diría que, en principio, pensamos en esa maravilla como fruto del diablo.

El cine llegó por primera vez al pueblo. Allí estábamos todos, con nuestras propias sillas, ante una gran pantalla de tela blanca frente al ayuntamiento.

Estábamos absolutamente embelesados y, de repente, sonaron las campanadas de las diez. Nos perdimos una conversación y, evidentemente, pedimos que retrocedieran la cinta. Y así se hizo.

Ella le preguntaba si no iba a desayunar y él respondía que no porque tenía prisa.

Comenzamos a gritar amenazantes: Imposible, nos han cambiado la conversación. ¡Cómo nadie se va a trabajar con la tripa hueca!

Nos calmamos tan solo por la emoción que teníamos con el invento y por lo pesado que se puso Abelardo.

Cuando sonaron las once, hacia el final de la película, más de lo mismo. Nos concedieron de nuevo la demanda.

La pareja protagonista se estaba dando un beso apasionado y, al concluir, lo único que se escucha es como ella le expresa a él cuanto le odia. Sí, os lo juro, que cuanto le odia tras un besazo de puras salivas.

Hasta ahí habíamos aguantado. Pocas risas y pocas bromas más.

Nuestras publicaciones