Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

45. El amor todo lo cura (Patricia Collazo)

En mi familia amamos por prescripción médica.

Cuando durante una expedición a mi trastarabuelo le dieron aquellas terribles fiebres le recetaron una nativa tres veces al día. No solo mejoró, sino que se afincó en tierras lejanas, aportando el aire racial a nuestra estirpe.

A mi tatarabuela, que había nacido algo debilucha, le fue prescrito en la misma cuna un caballero adinerado que veinte años después llegaría a llevársela de vuelta al viejo continente. Santo remedio, la tatarabuela fue mujer sumisa y dedicada, que dejó descendencia sana. A excepción del pequeño Saúl, mi bisabuelo. Un niño enclenque y debilucho a quien hubo que medicar desde pequeño con dosis excesivas de amor propio. Convertido en un tirano perverso se casó cinco veces sin enviudar ni divorciarse ninguna.

Cuando mi abuelo Cosentino nació parecía sano. Pero al intentar suicidarse con quince, le diagnosticaron desamor crónico. Tuvo familia a fuerza de ventosas y sangrías de amor.

Mi madre, en cambio, fue la primera a quien el amor le fue recetado en la seguridad social. Lo tuvo asegurado.

Yo, treinta años después, llevo cinco en lista de espera, y por más mareas blancas a las que me una, me temo que moriré sin descendencia.

44. LUNÁTICA (Belén Sáenz)

Pedía la luna como requisito indispensable, pero admitía que cada amante atendiera el capricho conforme a sus medios. Catalina arrebataba corduras con su costado de plata bruñida y ese halo frío que incita al abrazo. Al tiempo hacía gala, generosa, de su propia locura de amor y de querer ser astro reina. Fue así que la consideraron alunada, peligrosa, y vinieron a atraparla en una noche sin claro. Calló de repente Beethoven. Se colaron en la oscuridad como profanadores en el templo de una diosa. Rebuscaron aquí y allá. Al abrir la nevera hallaron la Vía Láctea que el pastor había cuajado en queso de nata y que, una y mil veces, menguaba y crecía según las fases lunares. El boticario no había dudado en recetarle una pastilla blanca y efervescente para que pensara en él cuando la encontrara en su mesilla de noche. Y el globo azulino que un farero había robado para ella denegó su luz para ocultarla, pero la mujer ya había enlazado con un cordel el cuerno de Selene que Van Gogh le había dedicado en una noche estrellada y salía entre las rendijas de la persiana para sacarla a pasear como si fuera un perrito.

43. Amores que matan

Sé que la genética no fue muy generosa conmigo, pero tú jamás me prestaste la menor atención. Todo empeoró aún más después del incendio. Me quedé calva y las vendas que cubrían mi cuerpo causaban pavor en el vecindario. “¡La momia!”, gritaban. “¡La momia!” Resignada, me encerré en casa. Mi único consuelo era poder disfrutar del jardín, pero tu recuerdo volvía una y otra vez. Necesitaba salir del agujero en el que estaba sumida. Decirte cuánto te amaba.

Me pinté a lo gótico, combinaba muy bien con mi tez blanquecina, me puse una peluca pelirroja con la raya a un lado y suaves ondas, en plan femme fatale, y me enfundé toda de negro en un jersey de cuello vuelto, pantalones hasta los tobillos y un foulard con crucifijos impresos en blanco. Ni rastro de las vendas. Decidida, me fui a la disco y cuando te vi atusándote en los baños, atravesé la pared, me detuve junto a ti y, sin dejar de mirar tu cara de espanto en el espejo, al ver un gusano saliendo de mi nariz, te susurré al oído: “Cariño. Te he deseado toda mi vida. Ven conmigo, amor mío”. Fue fulminante, te rompí el corazón.

42. PRINCESA VERSUS REINA

Era un día como tantos otros, te despedí en la puerta y te alejaste escaleras abajo dejando resbalar por los peldaños un “Hasta la noche, reina”. No hubo un después, solo sirenas y ambulancias, que si el camión se te echó encima, que si era mortal de necesidad… No nos dio tiempo a nada, ni siquiera a tener hijos, no encontrabas el momento para ser padre. Solo me queda esta lápida con tu nombre y los ratitos que vengo a hablar contigo y traerte ramilletes de lavanda, tu planta favorita. Tu ausencia me está haciendo perder la cabeza, porque me parece encontrar ramos que no he puesto yo, incluso estoy segura de haber visto una nota que decía “Te amaré eternamente. Tu princesa”. Estoy convencida de que ha sido el viento que la desplazó desde otra tumba. Lo que no consigo explicar es la foto que he encontrado esta mañana donde estás tú con una mujer y un niño en brazos y debajo se lee “Te echo de menos papá”.

41. EL PLACER DEL RIESGO (Rafa Olivares)

Con el tiempo, el sexo prohibido resultaba tan fácil que la pareja de amantes empezó a caer en la rutina. Fue entonces cuando, por recuperar el atractivo de su infidelidad, buscaron en el riesgo el encanto que habían ido perdiendo. Así, una felación en un confesionario en misa de doce, el misionero en el coche aparcado en doble fila en la Gran Vía, el carrete en un probador de El Corte Inglés o un sesenta y nueve en el ascensor de la Torre Picasso, se convirtieron en prácticas de alta liberación de adrenalina. Llegaron hasta la temeridad de participar en un «reality» con sexo explícito ante las cámaras y la alta posibilidad del descubrimiento por sus respectivos cónyuges. Pero estos no se enteraron; por ese entonces se encontraban los dos practicando sexo, colgados de una pared, en una ascensión al Annapurna.

40. Cuerpo a cuerpo (Javier Igarreta)

Sin miedo a ser sorprendidos en flagrante redundancia, hacían el amor al amor de la lumbre. Su reverdecida pasión formaba un tándem perfecto con la reseca leña de encina. Las llamas devoraban la madera, cual hambrienta carcoma ígnea. Mientras las líneas de fuego dibujaban filigranas en ardiente clímax, un inoportuno desequilibrio en la fogata provocó el descabalgamiento de un tronco que, reducido a pura brasa, impactó en la base metálica del fogón. El ruido, casi estruendo en el silencio de la noche, tuvo la virtud de enmascarar la exagerada expresividad de los amantes. El abuelo, que dormía a pierna suelta despertó sobresaltado, a punto de conquistar el Gurugú. Irrumpiendo en la cocina, con calzoncillos largos y un gorro frigio, les arengó con ínfulas de mariscal de campo, calificando de arriesgadas sus fogosas maniobras. Obligados a un alto el fuego, optaron por una prudente retirada. Antes de que el abuelo se explayara contando su larga trayectoria bélica, hallaron en el desván una trinchera segura donde continuar su particular guerra de guerrillas. Un viejo catre y dos pesadas mantas palentinas fueron suficiente bagaje. Una vez ganada la posición dieron rienda suelta a su estrategia.

39. La relatividad del tiempo (Luisa Hurtado)

Me decidí una mañana de mayo, ese día crucé la calle y me puse a esperar en su portal. Cuando salió, antes de que la voz me temblase, le dije lo importante:
-Quiero que seas mi novia.
Ella mirándome desde arriba, era unas dos cabezas más alta, me preguntó:
-¿Cuántos años tienes?
-Nueve.
-Yo diecisiete. Vuelve dentro de diez.
Crecí, viví mi primer beso, alguna que otra borrachera, hasta creí enamorarme; pero pasado el tiempo acordado volví a su portal.
Cuando nos encontramos mis ojos estaban a la altura de los suyos.
-Tengo diecinueve.
-Yo veintisiete y, aunque hayas crecido, necesito un hombre a mi lado.
-Lo seré.
-¿Esperamos diez años más?
Con veintinueve y un cigarro en la mano, me aposté enfrente de su casa. Al poco ella salió, cruzó la calle. No nos dijimos mucho, pero fue lo bastante:
-Soy tu hombre.
-Justo el que yo estaba esperando.

38. DUELO

 

Subirás de nuevo a la habitación.

Abrirás la ventana y te asomarás. Mirarás como algo de luz se filtra entre las hojas del roble que está en el jardín. Mirarás el roble, el columpio con sus plateadas telas de araña y el tejado de la parte de atrás de la casa.

Respirarás hondo y el latido de tu corazón se detendrá durante no más de cuatro segundos. Luego cerrarás bien la ventana.

Vaciarás armarios y cajones; y elegirás algún objeto para regalar, romper o tirar.

Pondrás en su sitio las cartas y desordenarás cada una de las letras que te hacen temblar. Cogerás el ejemplar de la primera versión en inglés del “Ulises” que le regalaste en su último cumpleaños y volverás a leerlo.

Con tu mano intentarás disipar la sombra que está sentada en una esquina de la cama, mirándote; y moverás el espejo que refleja el inconcebible vacío.

Recordarás el pretérito perfecto de los verbos amar, temer y partir. No dormirás.

Subirás de nuevo a la habitación, mirarás para atrás y repetirás el proceso, siempre en solitario, infinitas veces.

37. En el jardín del amor

Un puñado de amapolas ajadas sobre la mesa, un dibujo con una dedicatoria de letras desiguales, un bracito que se colocaba sobre el respaldo de su silla, rozándola apenas, cuando todos se sentaban a su alrededor para escuchar el cuento. Hasta que no las perdió, la seño Julia no se había fijado en cómo las atenciones de Manolito le permitían sobrellevar aquel pueblo desangelado y la fría relación con las demás maestras, que censuran su desaliño y su forma poco ortodoxa de enseñar. Ahora en las clases mastica una tristeza rutinaria que se aguza cuando Eva, mirándola con una mezcla de desdén y triunfo femenino, se acerca a enseñarle el cuaderno. El dictado, de caligrafía impecable, no tiene una falta. La seño traza una gran «B» en el margen. La niña se aleja agitando la coleta repeinada.

Por suerte las Mates no se le dan tan bien. Tres veces ha tenido que borrar las restas con llevada cuando suena la campana. Pero la satisfacción de la seño al castigarla sin recreo se empaña en cuanto, a través de la ventana, distingue a Manolito, que mastica en un rincón el bocata mientras espera impaciente que su nuevo amor acabe las cuentas.

36. Piruetas

El hombre bala estaba distraído. Fue por eso que todos pensaron que erró el disparo. En vez de caer sobre la red atravesó un dulce de algodón, tres globos, un sombrero y una peluca rubia, la jaula de los leones, dos platos del malabarista, un aro de fuego, el hueco entre las trapecistas, el pañuelo del mago y la carpa del circo, saliendo, como era lógico, a la noche estrellada; pero en un giro brusco, e inesperado, volvió a entrar por la puerta siguiendo con  la inercia. La orquesta mantuvo el redoble de tambores, conservando en todo momento el suspense, mientras el público ya no sabía si aplaudir o salir huyendo, hasta que con toda la precisión, suavidad y complicidad del mundo, fue a caer sobre los brazos tersos y robustos del hombre forzudo, que estaba a pie de pista, esperándole. La ovación duró diez minutos. La esposa del hombre bala, que temió por la vida de su amado esposo, abrazó llorando al hombre forzudo en agradecimiento. El circo era una explosión de júbilo. Qué sabía nadie de las vueltas que había que dar algunas veces para esconder algunas cosas.

35. Nirvana. Paloma hidalgo

Antes de acercarme, aunque esa mirada azul y salvaje con la que me observas no puede ser otra que la tuya, te voy a seguir un rato. Quiero estar seguro. No deseo sentir de nuevo el dolor de descubrir que no eres tú, mi amor. Recuerdo aún el bofetón que me propinó la vestal al acariciarle la mejilla, las risas del comerciante de sedas de Damasco tras lanzarme a besarle, y los gritos de aquella actriz, creo que se llamaba Lauren Bacall, llamando a seguridad al verme en su camerino. Esta vez parece que tú también me has reconocido, ralentizas tu caminar, tus pupilas atentas me buscan entre los otros usuarios del parque, y disimulas oliendo algún diente de león hasta que nuestras miradas vuelven a cruzarse y me reafirmo, solo tú podrías mirarme así. Ahora, me aproximaré, y quizás tras un momento de tensión, mi boca tan cerca da la tuya, tu nariz recorriendo mi anatomía, mi lengua pueda volver a recrearse en tus intimidades, como cuando empezamos a ser amantes hace siglos, y juntos alcancemos el nirvana, por fin, aunque sea reencarnados en husky y mastín napolitano, hasta que nuestros dueños nos encuentren.

34. 13 de Mayo

Ay trece de mayo cuando me encontré contigo… comienza la copla y  nuestra historia. Entre la oscuridad y las luces de una discoteca cruzamos nuestras miradas y casi ya desde el principio apenas hacían falta las palabras para entendernos. Pero hablamos, discutimos, viajamos, reímos, amamos… todo lo hicimos intensamente.

Nunca te  gustó conducir de noche;  aquel día también volvíamos a casa a tiempo de que la noche no nos alcanzara; el viaje había sido precioso, llevábamos un reportaje fotográfico digno de enmarcar y una sonrisa en la cara al recordar nuestra amena conversación con el pastelero más peculiar del pueblo. De repente todo se volvió oscuro.

Rehúyo continuamente tus ojos, sé lo que me pides y no estoy segura.

Veneno que tu me dieras tomara de medicina… dice otra copla.

Esta noche enfrento tus ojos y brillan cuando te acerco la “medicina”, veo deslizarse una lágrima por tus mejillas, en ella va un caudal de agradecimiento y alivio y sobre todo un amor infinito. Con tu mirada clavada en el alma bebo de tu misma pócima, no pensaba dejarte solo en este viaje.

Sobre la mesa un calendario, un ramo de tulipanes rojos y una nota:

“Feliz aniversario”

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