Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
9
horas
2
0
minutos
2
1
Segundos
5
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

54. LA ALQUIMIA DE LOS SANTOS

Despierta la mañana y los primeros rayos de sol calientan la isla de Lupe. La mujer se mueve con soltura alrededor de ese espacio revestido de blanco y, antes que el amanecer se colara por las ventanas, ya había encendido el fuego y rezado a sus santos.

Ha enseñado a sus hijas que el pan cuece en su punto cuando Santa Isabel roza la masa; que la carne más sabrosa requiere una invocación a San Lorenzo y que a San Morand no deben faltarle las uvas.

Todas saben del fervor de su madre por las figuras que presiden los fogones. Tan solo Amalia, joven y alocada, le gasta alguna broma escondiendo a San Pascual entre las cazuelas; pero Lupe parece tener un don para encontrarlo: unas palabras murmuradas hacia dentro y el santo aparece.

El viejo reloj da las doce y las chicas cruzan el umbral de la cocina. Una a una se colocan en torno a esa isla blanca que preside la estancia. Junto a Lupe una silla vacía. Ella asegura que los susurros a los santos elevan el aroma de sus guisos hasta el mundo espiritual. Sus hijas no dudan que su difunto padre come junto a ellas.

53. «Ida» (Isabel López Soriano)

El planeta Ida nació de una chispa en el Universo, una isla de amor en medio de un mar de estrellas.
Sus habitantes germinaron de múltiples semillas estelares que cayeron durante evos de tiempo.
La evolución quiso que rozasen la perfección y de ese impulso vital nació la necesidad de compleción.
«Necesitamos otro yo, un ser diferente pero que comparta nuestra misma esencia y posea, al mismo tiempo, la capacidad de fundirse en nosotras para generar un nuevo ser, un nuevo ciclo, como lo hace la naturaleza»
Nadie supo el momento exacto, pero el cambio de conciencia que permitió esa reflexión y petición provocó un pequeño temblor, un rumor de la tierra, una ligera fluctuación en la brisa tibia y una mezcla de tonos en el cielo que duró el tiempo suficiente para que sobre Ida empezará a llover de una manera diferente.
Después de nueve meses de espera, la isla entera se volcó en los nuevos seres que iban naciendo. Muchos eran como ellas y otros eran diferentes.
Sólo en parte diferentes…

52. LA ISLA DEL SILENCIO

Despierta de pronto en mitad de la oscuridad, notando sobre su pecho y su cara una presión  que le resulta   insoportable. Intenta moverse, pero no lo consigue,  busca el aire  que le falta  para  respirar y se le llena la boca de tierra.

<< El infeliz  ni siquiera se ha molestado en utilizar un ataúd>> piensa, a punto de perder la conciencia otra vez.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano,  consigue mover un poco una de sus manos y, utilizándola a modo de pala,  comienza a apartar la tierra que la separa de la vida.

Por fin, logra levantarse  y tambaleándose,  se aleja unos pasos de su improvisada  tumba.

Es noche cerrada. Mientras  una lluvia fina se cierne sobre  ella limpiando los restos de sangre reseca de su cara, le asalta la terrible  certeza de que bajo sus pies, hay más mujeres enterradas.

Con la clarividencia que otorga el haber  estado tan  cerca de la muerte,  todo encaja en su mente:

La falsa apariencia de hombre perfecto, la proposición de matrimonio al poco tiempo de conocerse,  y aquella obstinación por pasar la luna de miel en aquella isla paradisíaca sin habitantes, perdida en los confines del mundo.

¿Cómo escapar de allí?

50. En la Isla de las Mujeres (Petter Frank)

Ese punto lejano era mi salvación. Remé con fuerza, los brazos me pesaban como cuando hice una mudanza y en el edificio no había ascensor.

Agaché la cabeza y solo tenía un objetivo: aquel punto lejano, sin saber que me esperaba, pero era una de esas decisiones en la que esperas sin saber qué o reaccionas buscando algo.

Dicen que el destino es un cúmulo de decisiones que toma uno a lo largo de su vida y mi destino dió de bruces contra el coral.

Aturdido y sin fuerzas para arrastrarme hasta la arena, alzé la mirada y según se aclaraba el día me nublaba yo. Puede escuchar un murmullo antes de perder el sentido, tal vez del agotamiento o del golpe.

Cuando desperté pensé que de un sueño se tratara, el murmullo continuaba sin cesar. Pero ahora les ponía caras..caras de mujeres sorprendidas tanto o mas que yo.

Todas ellas tenían la piel tatuada y dientes afilados. Ahora sí que estaba asustado. Me arrastré como una lagartija y los murmullos no cesaban.

Una de ellas me agarró fuertemente del tobillo y suavemente intentó tranquilizarme con unas palabras que no entendía, pero por su forma tan suave y aterradora…

49. En la isla de las mujeres (Eder Fabio Morales Guayara)

Yo podría desprenderme de todo y ahora mismo, renunciar a la vida…pero a quererte no.
Puedes irte sin decirme nada y vivir en la isla de las mujeres, podrás arrebatármelo todo..mas lo que siento no.
Sé que nada de lo que diga valdrá y que mi llanto no te importará, que te fastidia lo que ayer te dolió, porque yo no te valoré.
Lo cierto es que tu amor me destruye y si te marchas a vivir a la isla de las mujeres te vas arrastrando mi alma, pero este amor jamas lo arrancarás.
Y te vas sin importarte nada, ni yo, que te necesito más que al aire para respirar, ni yo,que me quedaré solo sin ti. Pensándote día a día.
Pero tu hundiste mi vida en el lodo. Te fuiste y no creo que en la isla de las mujeres encuentres un amor tan grande como el mío.
En esa isla tan lejana…lejana como yo te siento hoy aquí.
No estaré yo, el que te amó con toda su vida, alma y corazón.
Te llevarás todo…pero lo que siento por ti nunca podrás.

48. En a isla de las mujeres (Manuel García García)

Cuando llegamos a la isla solo escuchábamos cánticos que sobrepasaban la dulzura. Quedamos enmorados al instante, como embrujados.

Recuerdo aquellos acantilados como si los tuviese ahora mismo en frente. Aquella isla de ensueño la habitaban dulces mujeres. Parecían sirenas de las más profundas aguas del mar.

Una de ellas me embrujó, me enloqueció, era una divina hechicera. Con tan solo su presencia mi mente enloquecía.

Al día siguiente partí de aquella lujuria, pero ella no me lo permitió. A toda mi tripulación les convirtió en seres inútiles, ninguno pudo hacer nada contra su encantamiento.

Al final partimos, pero la marea nos devolvió a la isla, de nuevo sufrimos esa lujuria incontrolable, hasta el día en que logramos escapar.

Aún duele el corazón de aquel amor tan profundo que nos hicieron compartir sin quererlo hacer. Oh! mi dulce Penélope, como te añoré todos estos años, como he recordado tus besos y abrazos con locura.

Mi amado Ulises, debiendo y no queriendo, jamás te olvidé, nunca perdía la esperanza de volverte a ver entre mis brazos ¿Sigo siendo la que más amor te dio? o ¿Quizás aquella sirena encantada robó tu amor para siempre? Dime Ulises…¿Ella te enloqueció tanto como yo…?

Jamás.

47.DETRÁS DE LA CORTINA

Un olor a canela hacía que el ruido de las calles del barrio quedase olvidado. Una cortina rosa vaporoso y una música de mar terminaba por adentrarte en ese mundo aparte. Lo que pasaba detrás de esa cortina, no lo sabía. Sentada en el pequeño sofá de terciopelo azul sacaba mis pinturas y dibujaba toboganes de arcoíris, piscinas fresas con nata…todo lo que mi cabecita podía imaginar que pasaba al otro lado de esa cortina.

Cuando dejaba de sonar el mar, comenzaba a recoger mis pinturas y esperaba con los ojos bien abiertos para no perderme la cara de felicidad de mi madre. En la calle, el ritmo apresurado de antes se convertía en caribeño y mi madre permanecía callada, perdida en su isla, como decía papá.

Fueron años en los que mamá hizo esos pequeños viajes a su isla mientras yo, desde el sofá, pensaba en los paraísos en los que estaba sumergida mi madre. Luego, cuando la policía cerró el centro de estética Cecilia, comenzó a sentir cada vez más el dolor. Le coloqué una cortina rosa en su cuarto, música de mar y olor a canela…pero no conseguía llegar a la felicidad que le daba su isla.

46. TODO ES RARO

Debió ser su novia. Sólo ella conocía el lugar donde guardaba aquel manuscrito. Debió aprovechar su ausencia para enviarlo al concurso literario. Las indicaciones eran claras: nadie, jamás, bajo ninguna circunstancia ni pretexto, presentaría sus textos a un certamen. No importaba si el premio era monetario o un viaje a Isla Mujeres. Sabía de su talento para las letras. Desde niño se desenvolvía con soltura en el arte de la escritura y no precisaba que nadie se lo reconociese. Su desprecio hacia el mundo intelectual era enfermizo. Sus allegados saben que guarda cientos de relatos, que inventa para expulsar monstruos. Ese motivo lo llevaba a convertirse, por unas horas, en aquello odiado: un escritor. No existe relación con la soberbia o el éxito, el prestigio o los favores. Escribe para sobrevivir. Punto. Fin. Sin embargo, hoy, a media mañana, una voz animosa le felicita por teléfono, le indica que tiene un gran talento (como si él lo ignorase) y le comunica que ha ganado el concurso literario X y el premio H, que su nombre aparecerá en mil sitios y será famoso, señalado, envidiado, admirado por la masa. Cuelga sin despedirse. Se arroja a los bajos de un autobús.

45.Viajaba buscando compañero. (Daniel Irazu)

Cuando moría el sol oyó rezos detrás de las tapias al borde del camino. Se acercó. Necesitaba cobijo.

Descubrió un caserón con mujeres que vestían iguales: camisón blanco, arropadas en la espalda con sayal negro, cubiertas con tocado.

Se abrigaba como ellas. Decidió entrar.

De la capilla continuaban saliendo voces cansadas que sonaban a murmullos.

En el huerto, las monjas menos viejas, se afanaban con azuelas de mango largo, para no encorvarse demasiado.

Cruzó el portal sin hacer ruido. Subió al desván, buscó aposento, y preparó una cama.

Al día siguiente despertó temprano.

Asomada al patio por un ventanuco, girando la cabeza descubrió una cruz que, por inclinada, amenazaba con desprenderse del campanario.

Abajo, la niebla perezosa cubría la tierra. Hasta el horizonte, el inmenso páramo era un océano sin vida. Una de las enfermas de soledad tosía los pulmones bajo un capitel labrado con demonios. Otra arrastraba las sandalias de camino al refectorio. Por la chimenea huía el humo denso de los troncos secados sin reposo.

Sintió el desasosiego de lo caduco.

El sol trepaba en el cielo.

Se dejó caer, hinchó de viento las alas, aleteó decidida, y se alejó emprendiendo el vuelo.

44. El oráculo Calamanda Nevado

De nuevo en aquellas arenas paradisiacas. Esta vez, la fiesta nocturna me había confundido y extraviado en  una desconocida y solitaria isla. Sobre mí planeaban nubes y  gaviotas,  y las olas tarareaban canciones  de amor y  placer. Aquella  atmosfera me hacía  feliz.
Cuanto más aterciopelaba su voz la  espuma del mar,  más excitaba mis emociones,  mi boca, y mis labios entreabiertos.  Comencé  a  soñar con la suave humedad de los besos; y, mágicamente, surgieron del  aire sensuales y voluptuosas muchachas de formas provocadoras;  sus largos cabellos recorrían mi piel con deleite. Sus dedos acariciaban   mi pelo, mi cintura, y  consolaban todos mis sentidos sin reserva.
Ante la sinuosa musicalidad  de sus cadencias;  disfruté de furiosas erecciones.
Envuelto en ese delirio solo pretendía respirar y poseerlas. Ellas, sentadas o echadas sobre mí,   me dedicaban   ingeniosos  guiños  y picaros juegos;  aumentando más y más mi éxtasis.
Elegí continuar en aquel paraíso; no quería abandonar el arrebato de  sentirse  poseído, y  cedí a su desenfreno. No costaba dejarse amar.  Ellas alimentaban  su pasión con  sus ardores y los míos.
Era dueño de todas cuando el sicoanalista dijo ¡Descansa!  Y el timbre del reloj de la consulta dio por  finalizada  mi hora de relajación.

43. N e s o m a n c i a .

Juan Uvas regresó a casa a medianoche. Compuso su baño. Holgaba cubierto de espuma, cuando algo tiró de Él. Ensogado por el tobillo, antes de morir pasando la quilla de un galeón, fue halado por la borda. En cubierta los bucaneros miraban incrédulos. Súbitamente, estaba boqueando de regreso en su bañera.

Otra inmersión y permanecía sobre la plancha por amura de estribor. Detrás, el capitán empuñando un sable. Aunque abundaban tiburones, saltó, emergiendo indemne en su jacuzzi. Sin embargo, al presentir el arrastre postrero, Juan Uvas decidió bucear combativo.

En lontananza, el maldito buque. Unas olas le arrojaron a calas de ensueño. Como un espejismo, le esperaba una mujer también desnuda, tan hermosa, que si se lo pidiera, repetiría las sanciones piratas. Le quitó la maroma y marcharon enyumbinados tierra adentro.

«Los Abordajes» entrambos  -orquestados por su dinguilindón rampante, formidable como el ancla del galeón en el fondeadero de su cuerpo de diosa abisal-  pródigos en arrimadillas y melosísimos suspiros, culminaron con una deliciosa petite mort , mas, son otra historia; lo cierto es que Las Oceánidas de Ísola habían hecho su triple prueba cincuentenaria, ritual y a muchísima distancia, por elegir otro hombre para una de sus nereidas.

42. El refugio (Asun Buendía)

— Bienvenida, esta es tu casa.

Las mujeres se hicieron a un lado y a otro, dejando un pasillo por el que Helena avanzaba tímidamente.

Todas ellas se reconocieron en esos pasos cortos, en su cabeza baja y en su mirada vacía.

El silencio pesaba como losa lapidaria. Pero el nudo que apretaba sus gargantas era demasiado fuerte y simplemente acercaron sus manos con caricias breves, aunque llenas de fuerza.

Cerró la puerta tras de sí y se tendió en la cama. Poco a poco la oscuridad se adueñó de la habitación. Unos golpes en la puerta, se estremeció, alguien preguntaba si podía entrar. No contestó, quería hacerlo, pero al abrir la boca solo salió un gemido y sus ojos dejaron escapar el torrente que llevaban años conteniendo. El gemido fue sollozo y el sollozo llanto y el llanto dolor. Dolía mucho, más que las palizas, más que los insultos y tanto como el miedo.

Desde afuera sus compañeras respetaron ese dolor y su soledad.

Sintió una tibieza y una paz extrañas. Abrió los ojos. Un rayo de sol. Jugó con él entre sus dedos, mientras recordaba donde estaba.

La isla de las mujeres, el refugio.

 

Nuestras publicaciones