Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

01. ÎLE DES FEMMES CLUB – EPÍFISIS

Nunca pensé que al llegar a esta isla, medio muerta, después del naufragio de mi matrimonio, fuera a encontrar un salvavidas como tú, Pierre, me has rejuvenecido y vuelvo a sentir lo que hacía años que mi marido me había hecho olvidar.

Tuve dudas al venir, de tanto llorar, estaba seca, pero fue tirarme al agua para que el barco no me llevara al fondo, que el ansia de vivir me obligó a bracear, como esos niños cuando aprenden y llegar a esta orilla.

Tu dulzura, tu comprensión y tu belleza, cuando te conocí, hicieron el resto.

Mañana no sé, por ahora, abrázame, déjame sentir tu cuerpo pegado al mío, deja que me humedezca al sentirte tan duro y como te restriegas contra mis caderas. Sigue con tu boca en mi oreja, dime que me deseas, échame tu aliento caliente en el cuello, muérdeme el lóbulo, tira de él, lo siento, como si fuera en el pezón, pon tu mano en mi culo y aprieta, estoy sudando, la música, el baile, el alcohol y tú, me hacen débil. Estoy notando tu miembro y ya siento como me penetra, como se abre entre mis labios. Sujétame por favor, me voy.

Un beso de gratitud

Micaela, que ya había cumplido los ochenta, pasaba grandes ratos con expresión meditabunda y nostálgica ante su vasta biblioteca. Ella, que nunca tuvo hijos, miraba a sus libros con la preocupación que una madre enferma observa a sus pequeños, pensando en qué sería de aquellos ejemplares cuando ella faltase. Esos libros a cuya lectura debía tantos viajes desprovista de maleta y equipaje. Ávida de saberes y sentires, sus ojos habían deambulado entre los textos como zahoríes en busca de las fuentes del conocimiento.
El día que Micaela barruntó cercana la muerte pidió a su asistenta que le pintara sus ajados labios de rojo carmín. Seguidamente ordenó que le acercase cada uno de aquellos viejos tomos. Con manos trémulas los fue abriendo uno a uno depositando un fervoroso beso en el interior de sus páginas, al tiempo que decía con voz queda y ojos llorosos “gracias compañero”, en un íntimo acto de gratitud y despedida. Esos libros habían llenado de plenitud su larga vida aferrada a una silla de ruedas.

LA CARTA

Desde la muerte de la única hermana de su madre, hacía ya 6 meses, era la primera vez que Paula visitaba el viejo caserón donde su soltera tía se había dedicado al cuidado de sus abuelos.

La casa de estilo colonial que fue mandada construir por su bisabuelo, un indiano que hizo fortuna en las Américas, estaba rodeada de frondosos árboles que apenas dejaban pasar la luz del sol. Incluso en aquella soleada tarde de principios del otoño solamente unos pocos rayos lograban traspasar la espesa vegetación.

Nada más entrar en la vivienda, Paula se dirigió al salón. Al abrir el amplio ventanal, un rayo de sol atravesó la estancia yendo a parar a uno de los libros de la vasta biblioteca familiar. Se trataba de “La Montaña Mágica” de Thomas Mann, uno de sus autores predilectos. Al tomarlo en sus manos notó que había algo en su interior. Entre sus páginas descubrió un sobre dirigido  a su tía pero sin remitente. Sacó la carta de su interior y leyó:

“Querida Irene:

Como todos los jueves, estoy impaciente por amarte otra vez.

Te quiere. Andrés”

 

¡No me lo puedo creer! Exclamó Paula. Y yo que creía que a ella no le habían gustado los hombres….

140. LA SUSTITUCIÓN

Ana salía de la cabina de grabación cuando se cruzó con el redactor jefe.

– Necesito que sustituyas a Isabel que ha tenido que marcharse urgentemente por un asunto familiar. Entras en dos minutos.

Se sentó. Comprobó que las grabaciones estaban en el servidor. Vio sobre la mesa de su compañera la carpeta donde guardaba los textos. Ambas preferían el papel a la pantalla del ordenador para leer.

Corrió al estudio de informativos.

Dio un sorbo de agua y respiró profundamente. Sintonía, luz roja y señal de control. Saludos, ráfagas y titulares. Sintonía y primera de Congreso.

El directo siempre la ponía algo nerviosa.

Segunda de Congreso. Total del portavoz de la oposición. Sintonía y Tribunales. Conexión en directo desde la Audiencia Nacional. Sintonía y Paro. Ráfaga y paso a la DGT. Entra la grabación, Ana se relaja y espera para despedir.  Mientras escucha ordena los folios y encuentra un dibujo infantil traspapelado.

– Esta mañana, sobre las ocho y media se ha producido un terrible accidente en la A-6. Un vehículo en el que viajaba un adulto y dos niños que responden a las iniciales …

Ana creyó adivinar, miró a control y Ángel asintió con la cabeza.

139. El estrangulador

Me ha seguido hasta casa y ha conseguido, no sé cómo, vencer la resistencia de la cerradura y abrir la puerta. El estrangulador ha apartado el sofá del salón de mala manera creyendo que yo estaba oculta detrás y ha empujado el colchón al suelo, convencido de encontrarme aovillada debajo de la cama.

A través de las rendijas de la puerta corredera del armario lo he visto dirigirse hacia mi escondite. Lo ha abierto con violencia y ha mirado en el interior. La penumbra está siendo mi mejor aliada, si bien dudo de que acabe dándose por vencido. Se ha girado, ha echado un vistazo a la colcha, en el suelo, con su quemadura de cigarrillo, y, tras un instante de duda, ha vuelto sobre sus pasos. Ha metido la cabeza en el armario y ha tirado de una de las sábanas del montón bajo el cual me cobijo.

Sin darle oportunidad de retirar ninguna otra más, me he incorporado rápidamente y he corrido, evitándolo con un empujón, hacia la esquina de la página. La he pasado y lo he dejado allí atrás, vociferando y lleno de rabia, en el último párrafo del capítulo nueve.

138. Eclesiastés 3 (miguel Jiménez)

Vagamos por estanterías repletas de almas vírgenes, de vidas por conquistar; la elección siempre es un misterio. El inicio es un lamento sobre la hoja en blanco, el prólogo de un nosotros. Ávidos, como un vaso vacío.

Los primeros capítulos marcan la trama y la urdimbre. Aquí y allá nos siembran de los detalles, pero somos jóvenes y los detalles no son nuestro camino. Somos fuertes, todo es posible; somos la idea clara de lo que debería ser. Cada vuelta de página es un estímulo, cada descubrimiento un hechizo.

Hacia la mitad, o un poco antes, tenemos ya una cierta idea de lo que no será, pero aún nos quedan bastantes probables. Un poco más adelante empezamos a notar el cambio. Al principio no más que una leve pendiente, agradable, casi bienvenida.

Fluimos. Contemplamos el paisaje, disfrutamos de sensaciones. Reconocemos los detalles que dejamos pasar en el segundo párrafo y nos lamentamos, o no.

Aceleramos. Apuramos apuestas. Ya la mano izquierda pesa claramente más que la derecha. Quedan pocos capítulos y ya sabemos que nos quedará tanto por leer, tanto por decir.

La ladera se vuelve barranco.  Aferrados a la última, colgando, nos queda decidir si valió la pena.

¿Fin?

136. Negros

El humo de un cigarro parece sustituir al de un café ya frío. Sobre la mesa libros de viajes, los tomos desordenados de una enciclopedia, algún bolígrafo aquí y allá y un mar de folios a medio escribir, sobre los que navega el portátil. Los dedos de Ana teclean con agilidad y su mirada inquieta va y viene de un lado al otro de la pantalla. Las ideas bullen tan deprisa en su cabeza, que casi no hay tiempo para que la memoria encuentre un resquicio mientras escribe. Sin embargo a veces consigue colarse y recuerda. Recuerda a unos padres que la llevaban al colegio, la preparaban la comida, la compraban la ropa. Algún te quiero fingido, cada noche el mismo cuento. No recuerda sus nombres ni si siempre fueron los mismos. ¿Murieron? Recuerda a su grupo de amigas y las fiestas a las que nunca iba. Recuerda su boda, a la que no asistió, a Javier su marido, que vive con ella, y a los casi cien invitados a los que no conoció. Pero deja resbalar una lágrima cuando cada noche, Javier se acerca despacio y, con un beso de buenas noches, se va a la cama de otra.

135. FINCIPIOS

Empezó coleccionando “Fines”  de todo estilo y grafía.

Cuando consideró tener un  número importante empezó a acumular “Érases”. Consiguió  otra ingente cantidad.

Dicen que ha logrado una fortuna, vendiéndolos a afamados  escritores, en el mercado negro.

En su biblioteca, cual Hospital de Letras, un montón de páginas  adolecen de sus heridas.

134. La búsqueda

Los viejos del lugar no recordaban otra realidad. Sus abuelos les habían hablado de libros en los que existían ingeniosos hidalgos, poetas que avanzaban a través de los infiernos, o estudiantes homicidas derrotados por el remordimiento. Pero incluso para ellos, curtidos en mil batallas, aquello solo eran habladurías de ancianos. Desde siempre, la protagonista de todas las historias había sido Maribel. Maribel vendiendo su alma al diablo, Maribel vigilada por el Gran Hermano, Maribel intentando cazar a la gran ballena blanca.

Tiempo atrás, más allá de donde alcanzaba la memoria de la humanidad, Maribel también fue de carne y hueso; una mujer dulce y soñadora, y una mujer enamorada. Su marido, apasionado lector, pasaba horas entre libros e historias, y a ella le encantaba observarlo mientras leía.

Un día, él desapareció. Los vecinos lo vieron entrar en la biblioteca, pero ninguno lo vio salir. La policía dijo que simplemente se había esfumado, y cerró la investigación al no poder seguir ninguna pista. Pero Maribel, tenaz, se dedicó a buscarlo por sus propios medios. Y así siguió. Porque Maribel era una mujer enamorada, y sabía hasta qué punto podía llegar su marido a enfrascarse en los libros.

133. Desmemoria

Desmemoria
Las delicadas manos de pergamino eligieron el libro rojo de la estantería. Ella lo abrió despacio, dejando que las hojas se deslizaran entre sus dedos, y se detuvo frente a una palabra subrayada: «siempre». Aquella señal despertó un recuerdo apagado en su memoria y cimbreó su cuerpo de pies a cabeza. Las letras se elevaron de improviso en el papel, formaron una estrecha escalera de caracol, y arrastraron su espíritu en un remolino. Allí, los sueños olvidados se enredaron en sus cabellos grises volviéndolos de un castaño intenso, y su rostro marchito se transformó en una cara pecosa de ojos vivos. Conocía aquella historia; hablaba de ella. Podía sentir cómo las emociones la envolvían y caían nuevamente a sus pies, volviendo a ser frases ordenadas y silenciosas. Abrió poco a poco los ojos, y regresó.
El hombre de rostro cansado esperaba su vuelta, sin moverse de su lado, con una sonrisa amable y un leve destello de dolor en los ojos. Ella se preguntó quién sería aquel desconocido que colocaba el libro en su lugar y la besaba en la mejilla. » Siempre», musitó él en voz baja. Pero ella ya no lo escuchaba.

132. USER’S MANUAL

Ayer volví a la librería Manderley y me compré un libro electrónico. Siguiendo mi inveterada costumbre,  lo forré cuidadosamente con aironfix pegajoso y le añadí un separador propaganda de una librería gay con el consabido paisaje de Klimt. Luego lo examiné durante un rato, lo que me permitió comprobar que no tenía hojas pegadas ni esas molestas babillas. El libro abordaba una complicada trama sobre una multinacional electrónica, incluía diversos planos y diagramas aclaratorios y venía acompañado de la traducción japonesa. No obstante, era pequeño y manejable. Decidí  subrayar un par de ideas importantes con un edding rojo de punta gruesa.  Con el libro regalaban un extraño aparato negro con pantalla que arrojé en la primera papelera, dispuesto como estaba a no seguir llenando la casa de trastos.

 

 

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