Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

78. Calma pasajera (Juancho)

Llueve día y noche. Tanto en el interior de mi casa como si salgo, llueve. En la oficina; cuando estoy en el gimnasio; si me animo a tomar unas cervezas con los amigos o a ir al cine con mi mujer, llueve. Mientras los niños corretean del salón a las habitaciones, de las habitaciones a la cocina, cuando gritan, lloran o se pelean, llueve. Y a veces, cuando me llaman, el sonido de los truenos me impide oír sus voces y les veo alejarse defraudados, posiblemente pensando en qué clase de padre tienen. Llueve sobre mis sábanas mientras tributo sumiso el arancel de mi matrimonio y, entre relámpagos, mi mente culpable cree descubrir tu rostro iluminado, fugaz. Ni paraguas ni sombreros ni techumbres consiguen mitigar el  aguacero. Cuando estoy en la calle, la gente camina a mi lado completamente seca, ajenos a los nubarrones de tormenta que me salen al encuentro y descargan sobre mí, inmisericordes, sus gotas afiladas. Entonces, como un sonámbulo, recorro el camino hacia tu casa, donde, empapado en ti, por fin puedo ver brillar el sol.

77. «Mañana donde siempre» (Algoncac)

Elisa, oteando la alfombra de nubes moradas desde la ventanilla del avión, se dijo: “¡Qué buen viaje ha sido!”.

Sí. Volver a Venecia, quince años después de la luna de miel, había sido una maravillosa idea. Ricardo le acababa de decir lo mismo, pero con una palabra más decorativa. Tuviste una idea portentosa. Luego la besó, bostezó varias veces y se durmió enseguida, hundiéndose en el asiento. Al día siguiente, él tenía que volar otra vez, a un nuevo congreso de oncología. No importaba: había conseguido recuperarlo. Cuando nadie daba un céntimo por un matrimonio que hacía aguas.

Era hermoso sobrevolar la tormenta nocturna. Los flashes de los relámpagos, fríos como peces, le recordaron la noche anterior, los fuegos artificiales que habían contemplado desde una góndola, abrazados. ¿Cómo habrían salido esas fotos? Desoyendo el aviso de megafonía ―“Señores pasajeros, vamos a atravesar un área de turbulencias. Por favor, permanezcan sentados y asegúrense de que su cinturón de seguridad está abrochado”―, del bolsillo interior de la americana le tomó furtivamente el móvil, que vibró en sus manos con la llegada del último whatsapp. Justo en el Puente de los Suspiros.

 

76. La decisión de la señorita Baras. (Filias)

En enero fueron las heladas, y en febrero una tempestad de nieve. Para marzo ya esperaba la ventisca, y por eso en abril no le sorprendió la intensidad de la borrasca. Iso reconoció que, aunque aún echaba de menos algunos buenos momentos, la mejor decisión fue poner punto y final a aquella relación tan tormentosa.

74. Paisajes (Gabriel Bevilaqua)

El pasajero no duerme. La azafata le informa que, si lo desea, puede activar la ventana para que muestre un paisaje de su agrado que lo distienda. Tras darle las gracias, selecciona una campiña de exuberante verdor, adornada cada tanto por una granja o algún rebaño de vacas paciendo.  A poco comienza a bostezar…

Una gota de agua salpica la cara del pasajero, luego otra y otra. Se despierta y advierte por la ventana un bosque oscuro castigado por la lluvia y el viento. Busca a la azafata con la mirada mientras presiona alocadamente los botones del mando. Inicia a diluviar, relampaguea y truena. Se para, se quita la chaqueta y trata de cubrir la abertura. De improviso la nave pasa por un pozo gravitacional y se ladea. El hombre se abisma entre las sombras del bosque. La ventana parpadea y el paisaje de la serena campiña se restaura. El resto del pasaje duerme.

73. Luz salvadora

La lluvia arreciaba mientras la familia intentaba ponerse a salvo. La noche, tan desapacible, se sumaba al sentimiento familiar, lleno de desazón y tristeza. Las aguas del río habían entrado en su casa, y habían obligado a los padres, y a a sus tres hijos a abandonar la vivienda con lo puesto. Los padres, temerosos por la seguridad de su prole, sabían que debían intentar llegar a lo más alto del pueblo. Quizás así pudieran librarse de las fuertes inundaciones, que amenazaban con romper la presa cercana. Pero mojados hasta los tuétanos, y cargados con los dos pequeños, no era nada fácil avanzar. La niña mayor, pese a sus escasos cinco años, intentaba avanzar todo lo rápido que le permitían sus cortas piernas. Cuando sus fuerzas empezaban a desfallecer y comenzaban a desesperarse vieron a lo lejos una luz cegadora. Los cinco empezaron a gritar: Aquí, ayuda, ayuda- para alertar de su presencia- mientras veían acercarse a una brigada de Protección Civil, que en una barca iban en busca de afectados como ellos. La alegría regresó a aquella familia que lo había perdido todo, pero que conservaban lo más preciado para ellos, sus vidas.

72. Loki el genesis no contó

A Odín le tocó la lotería, esa con la que todos sueñan para “tapar agujeros y echar una mano a los hijos, que está la cosa muy mal”. Así que, como buen padre -harto de tener el Val-halla lleno de vástagos dando guerra- le dio la pasta a su primogénito para que se independizase de una santa vez.
Thor, que no era muy de números, lo gastó todo en un pedazo ático, pero como era modernito le dio por reconvertirlo en loft. Total, con semejante martillo iba a ser cosa sencilla. Y ahí que se puso, dale que te pego con el Mjolnir.
Entonces, un día ventoso, estando Odín en su jardín sin fin, ya libre de su delfín, recibe una llamada de Noé:
– “Oiga, Don Odín, que los martillazos de su hijo me han provocado unas filtraciones, que es que me está cayendo el diluvio universal. Se me está inundando todo. No le digo más que voy a necesitar un barco para sacar a mis bichos de casa. ¿A mi quién me arregla este sin dios?»
– “Ya ve, hombre, ya ve”.

71. PROMESA DE ESPUMA (towanda)

Cayo le prometió que recorrerían el mundo en un velero que él mismo armaría…

Una mañana de primavera el Helena zarpó. Calma chicha. Suave viento de popa. Jornadas que no hacían presagiar que, súbitamente, el cielo enlutara voceando truenos sin clemencia. El viento bramó furioso alimentando una voraz tormenta. Plegaron velas. El agua anegó la cubierta quebrando el mástil. Un desafortunado bandazo a babor precipitó el barco de proa, sumergiéndolo en un furioso océano…

Llueve. Una mujer entra en una cafetería. Viste de negro. Llama su atención un anciano distraído con palillos y servilletas. Le resulta familiar el modo de coger la taza, su olor a maderas o esa forma de colocarse las gafas. Piensa en otra persona y sonríe. Ha cesado de llover; se marcha. Al salir, roza con su abrigo el brazo del hombre que percibe una brisa como de sal. Eleva los ojos. Apenas avista una figura oscura alejándose. Nota una punzada en el pecho. Aplasta su canoa de palillos. Se cubre el rostro y rompe a llorar…

Jamás han abandonado su memoria, pero la culpa, la pena y la imagen de Helena, engullida por lenguas de espuma, le asfixian, con más saña, los días de tormenta.

70. TORMENTA DE VERANO

Una tarde de agosto. Calor, bochorno, sudor. Nubarrones, oscuridad, una luz resquebraja el cielo. Tres segundos pasan. Gotitas, gotas, goterones. Un sonido retumba en la distancia. El viento arrecia. Las gotas se vuelven lluvia, la lluvia se vuelve granizo. El sonido se acerca, aumenta su intensidad y los cristales vibran. Diez minutos pasan.
Entonces, vuelve la calma. Los rayos de sol pelean por salir y lo consiguen. La oscuridad da paso a la azulada luz. El suelo huele a humedad. Una tarde de agosto. Brisa, frescura, paz. Verano.

69. AVALANCHA (Amparo Martínez)

Las musas recelan de la felicidad, por eso me habían abandonado. Me esquivaban jugando al escondite entre mis sueños y mi suerte. Se burlaban de mis dedos, de mis ganas; mientras mi inspiración, cabizbaja, dormitaba a lo largo de un pentagrama vacío… ¡Hasta ayer!

Ayer, tras colgar el teléfono, las notas negras y blancas proliferaron en avalancha, enlutando mi cuaderno.

Ayer, mi mano bailó un ritmo primario, de letanía. Acarició las curvas de la guitarra, arrastró mi corazón…, manteniendo a flote el meñique.

Ayer, mis dedos se aferraron a seis cuerdas afónicas, punteando quejidos: nota a nota, nota a nota…, repicando, como la tormenta tras los cristales.

Ayer, plañidera asmática, mi guitarra lloró mares de sirenas muertas.

¡Pero eso fue ayer!

 

“Como informamos ayer, la abundante lluvia caída durante las últimas jornadas causó un trágico desprendimiento de terreno en la nacional 634. De los vehículos que resultaron atrapados en la avalancha y arrastrados al mar, se ha conseguido recuperar con vida el cuerpo de una mujer. Las tareas de rescate están resultando lentas y laboriosas por el fuerte temporal que continúa azotando el norte del país…”

68.PACTO DE SILENCIO ( Begoña Heredia)

En el pueblo sabíamos que la llegada de la familia holandesa no pasaría inadvertida. Una constante ronda de vecinos asediaba la casa con la intención de verles entrar o salir, la curiosidad se regaba en cada huerto. Eran cuatro, padre, madre y dos niñas bellas y rubias. A mis amigos y a mí, la mayor de las hijas, cercana a los diecisiete, nos hacía soñar con senderos desconocidos hasta ese momento. Nuestra admiración, cada vez iba más lejos, lo que nos hizo descubrir, que al llegar la noche, la muchacha desnudaba su cuerpo, refrescándose en el baño sin cerrar los cuarterones. Fue a Jorge a quien se le ocurrió la idea de apostarnos en el muro contiguo a la casa. Y aquella noche, observamos medio ocultos un cuerpo mágico, hasta que una tormenta de verano, sorprendió a la chica con sus truenos. Justo en el momento, en el que un rayo iluminando el cielo se entrelazó con un alarido de la holandesa, de los arboles saltaron como manzanas maduras otros espías descubiertos. Corrimos sin mirar a tras hasta llegar a los soportales de la iglesia y como en un silencioso pacto, una compaña de hombres cabizbajos pasó frente a nosotros.

67.LA VERDADERA HISTORIA DEL SOLDADITO DE PLOMO Y LA BAILARINA

Todo lo que se ha escrito acerca de su caída no es verdad.  A Friedrich Larsen, guardia húsar del primer batallón de infantería danesa, lo arrojaron desde el alféizar.

Puede que el resto de la historia sea cierta o puede que no: la caja de música diabólica y su envidia ante el amor incipiente de los enamorados, la desolación del soldadito tullido bajo el aguacero tras precipitarse al vacío, la maldad de los infantes al aventurar a nuestro héroe por las alcantarillas de la ciudad a lomos de un barquito de papel condenado al naufragio,  o su angustioso final en el estómago de aquel pez terrible que lo engulló.  Nunca lo sabremos.

Sí conocimos que fue después cuando llegó el terror de verdad. “Adelante, guerrero valiente. Adelante, te aguarda la muerte”, resonaba en su cabeza aquella cancioncilla militar cuando volvieron a depositarlo en el cuarto de juegos, encima de la chimenea y tuvo que enfrentarse a sus ojos cínicos y burlones y a una condena eterna, unido a ella por una peana fundida por el fuego en forma de corazón.

Confirmó dolorosamente que las bailarinas sentimentalmente anoréxicas y emocionalmente minusválidas no danzan con soldaditos cojos.

66. TORMENTO

Primero llegó el olor a humedad, de repente el cielo oscureció y comenzaron a caer las primeras gotas. Aquella tormenta acudió en mi auxilio, me sacó de mi letargo y por fin pude respirar hondo, sin miedo a que en medio de la respiración un sopapo o un insulto me hiciesen perder el aire. Podría haber imaginado hacerlo, pero no paso por mi cabeza que hubiese una solución a aquella tortura. Nunca pensé que tendría la fuerza necesaria. Un segundo de indecisión y él podría volver a levantarse y agarrarme con sus grandes y ásperas manos.

Podría haber reaccionado tantas veces, como cuando me quitó la falda que el mismo me había regalado para que enseñase de verdad las piernas. Podría haber sacado la rabia, pero no, aguanté.

Hoy sus palabras por fin me han dado la fuerza. Podía haber añadido que soy una inútil, que no sé cambiar ni una rueda, pero no sólo ha sido “tráeme el gato” y según le he visto de espaldas me ha venido la fuerza necesaria para golpearle.

La sangre ha manchado el suelo del porche pero gracias a esta bendita tormenta ya no queda ni rastro de mi verdugo. Respiro hondo, libre.

 

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