Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
5
horas
0
7
minutos
2
0
Segundos
4
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

O1 DESPEGUE

A Juan le ha contratado la compañía aeronáutica Rekkof por un acuerdo de cooperación entre universidades. Una de esas oportunidades que son un privilegio para un ingeniero recién titulado.

Está en el aeropuerto esperando a que anuncien el embarque a Róterdam. Su madre le oprime el brazo como si hiciera un último esfuerzo por retenerlo. Él sonríe, pero siente un vacío plomizo en medio del estómago. La mujer le señala la pantalla donde ya aparecen novedades.

—¿Sabrás llegar a tu residencia?

—Sí. Está cerca del aeropuerto. Tendré un coche reservado allí —es difícil abrazarla con el brazo rígido pero lo consigue—. Dile al viejo que te acerque al ambulatorio para que te quiten esa escayola.

—No hace falta. Iré a pie.

—Y vete con la tía si vuelve a ponerse insoportable. No se lo permitas.

Juan lo dice porque sabe perfectamente que la huida también es un avance. La clave es la dirección. Pueden ser las estrellas. Pero también hay un escape buscando refugiarse en el fondo. Y de allí es imposible regresar a la superficie. No se puede salir jamás.

—Te quiero, hijo. Te querré siempre.

Y ese “siempre” le sonó a definitivo.

87. Residencia en el alma

Dame una palabra con la que empezar a acordarme de ti, hombre moreno desconocido. No me mires con pena y me hables como si estuvieses solo: estoy aquí. Es fácil: necesito una palabra que me ate a tu piel. Acaricias mi cara como se acaricia a un gato, pero no es suficiente. Dame un olor con el que intuya que he dormido en tus brazos; coge mi mano y ponla en tu mejilla, dame un gesto con el que romper la piedra de mi cuerpo.

Él parlotea sin parar con la esperanza de que algo llegue hasta el borde de su sinrazón y despierte el brillo en su mirada. Están sentados en el jardín. Ella en su silla de ruedas, él en el banco de piedra. De repente el hombre calla. Escucha, por primera vez, el piar de los pájaros. Siente un extraño impulso y se arrodilla a los pies de la mujer. Apoya la cabeza en su regazo y acepta el silencio entre los dos. Pronto será hora de volver a entrar. Pero antes, una mano tibia se posa en su cara agreste.

86. TOC (Pablo Cavero)

Hallaron en su casa una máquina de tabaco y él nunca había fumado. También una docena de móviles de diferentes marcas y compañías telefónicas, seis navegadores GPS y otras tantas grabadoras. En todas las estancias del hogar, incluyendo la cocina y el baño, había altavoces de alta calidad.
Cuando reconoció necesitar ayuda y acudió a mi, me topé con uno de los casos más extraños en toda mi carrera profesional. Su obsesión comenzó con la megafonía de un gran almacén. Continuó en aviones, trenes y supermercados. Se agravó con el TomTom y aún más con la expendedora de cigarrillos que susurraba: «Su tabaco, gracias». Y ha llegado al apoteosis con Siri, Alexa y Cortana, con las que se ha inscrito como cuarteto de hecho.

85. Espejismos

Algunas experiencias de niño me han infundido pavor a lo paranormal. Mi mujer se halla al tanto y acostumbra a reírse de mis miedos, por ello he decidido no contarle nada sobre el ser luminoso que aparece cada noche a su lado de la cama mientras duerme. Me turban la ternura que este corazón exánime emplea en cada frase, la serenidad de sus gestos al hablar y su forma de mirarla, como si la conociera de algo. Hace poco he comenzado a usar las palabras y los modales del muerto cuando estamos juntos. Ella se muestra encantada con el cambio. Dice que ahora sí soy el hombre de sus sueños.

83. Solo en casa

Es tan discreta en sus orgasmos, tan persuasiva al sellar mis labios con su índice al llegar los míos, tan silenciosa al abandonar la cama cuando caigo vencido por el sopor forzoso del placer, que a veces me parece, el nuestro, un romance subrepticio. En la ducha es el agua que alisa mi pelo, que enjuaga mi boca, que se desliza por mi piel y juguetea entre mis muslos y que, cuando cierro los ojos abandonado a sus caricias, desaparece fugaz por el desagüe. Si salimos de paseo ella suelta mi mano de improviso para saltar sobre un banco del parque o un bordillo, despliega los brazos como si fueran las alas de Pegaso, se equilibra y avanza hasta llegar al horizonte y perderse entre las nubes que escoltan el ocaso.  Su sola presencia en la cocina carameliza las cebollas, liga la salsa más dispersa, derrite mantequillas, chocolates y mucílagos. Cada noche, entre las sábanas, rastreo su ausencia, busco con mis pies sus pies fantasmas, escucho su retahíla de silencios hasta que por fin el sueño me derrota. Al despertarnos un buenosdías que se pierde en el espejo y un beso vagabundo sobre el hilo yermo de la almohada.

82. Cautiva

Los mechones de pelo se acomodaban en la sangre todavía pegajosa del último escarmiento antes de la huida.

En la plaza, ensordecedora de venganza, las tijeras herrumbrosas hacían su faena. Los gritos de dolor y humillación escapaban de todas las gargantas menos de una. Colette podía estar sin estar.

Cuando la resistencia entró en el pueblo, no solo fue liberada sino respetada. Había sido la favorita del coronel para convivir con el enemigo. Fue la espía perfecta, esa mujer que solo parece servir para adorar al hombre.

Cuando por fin se reencontró con Gérard, se dieron el abrazo del cangrejo; todavía era pronto siendo tarde.

Con el tiempo las cosas se fueron puliendo. Si él preguntaba de más, ella mentía lo adecuado.

Tenía el alma trastocada todavía y así el teatro en la cama se le venía como obligatorio. Ese que también fue necesario con el nazi al principio. Sí, al principio.

 

 

81. Diez por ciento

Hace meses que el día y la noche alternan escasos minutos entre sí, y de forma impredecible. Al principio, se sucedían los accidentes y los trastornos en la alimentación: algunos desayunaban y cenaban varias veces al día.

Poco a poco, la situación se ha normalizado: las farolas de las calles y los vehículos disponen de sensores para detectar la falta de luz y la gula se ha dejado vencer por la falta de apetito de los enamorados, que ya son el noventa por ciento de la población tras verse sorprendidos por hermosos y continuos amaneceres y atardeceres. Mi esposa y yo seguimos; engordando.

80. Amor lunático (Blanca Oteiza)

Mi novio vive en la Luna. Lo descubrí una noche que observaba el cielo con un telescopio mágico que yo misma había construido. Entre cráter y cráter vi su figura mirando el infinito. Nuestras miradas se cruzaron y supimos, en ese mismo instante, que estábamos conectados, como si tuviéramos cada uno el extremo de un hilo invisible. Llevamos unos meses enviándonos notas de amor impresas en las estrellas. Él tiene que terminar una misión especial, esa que le llevó hasta allí arriba, es tan secreta que no puede contármela, pero en unos días me ha dicho que podrá bajar. Ya estoy preparando la casa para cuando llegue. Mientras tanto me conformo con observarlo cada noche, intercambiar mensajes y sonreír imaginando montarme en una estrella, llegar a su lado y abrazarnos como lunáticos.

En la oscuridad se ven dos ventanas iluminadas y tras los cristales sendos catalejos artesanales, hasta que suena la campana que anuncia el apagado de luces y el silencio impuesto en la clínica. Con la luz de la mañana, llegará la hora de una nueva dosis de pastillas y un día menos para el encuentro de los amantes.

79. Hotel Hollywood

 

El todoterreno negro de la mujer del jefe era inconfundible. Me coloqué detrás de ella en el semáforo preguntándome que hacía en este barrio de las afueras, donde solo había tiendas de muebles y centros comerciales. La seguí por la antigua carretera nacional, aunque el jefe me había dicho que quería en su mesa el informe de congelados Mauricio e hijos antes de las 12 . Se detuvo en un hotel de carretera casi invisible, de los que pasar una noche entera es una estancia de larga duración. La puerta estaba abierta. La recepcionista debía estar acostumbrada al trasiego de amores clandestinos; me hizo una rápida valoración y enarcó levemente una ceja antes de volver a su teléfono. El ruido de sus tacones me guió por el pasillo. Me sentía el doble de acción de mi propia vida, rodando una escena que jamás me atrevería a protagonizar. Cada habitación tenía una estrella en la puerta con el nombre de una actriz de la época dorada del cine. Avancé por aquel paseo de la fama de extrarradio sintiendo celuloide en las rodillas. La vi entrar en la de Jane Mansfield, tal vez por lo de perder la cabeza. Y la perdimos.

78. FUROR AMORIS (La Marca Amarilla)

Aquel era un pueblo gris en medio de una comarca triste, donde ya no quedaban perros ni gatos. Tan sólo lo habitaban unos cuántos viejos, algunos hijos y pocos nietos, había también una parroquia donde Don Francisco, el cura, ni siquiera residía.

En las afueras vivía Margarita, la solterona, la persona del pueblo que se llevaba todos los comentarios y las burlas porque bailaba descalza en la plaza del pueblo las tardes de lluvia, cantaba a la luna las noches que no había nubes, y hablaba con los cerdos que criaba; a todos les ponía nombre y nunca comía su carne.

Decían que Margarita nunca se había casado porque enloqueció siendo una niña. Se enamoró de Javier, un joven que no le correspondía y que murió en un insólito accidente cerca de las porquerizas. Su afligida familia terminó marchando a la ciudad y todos en el pueblo creían que eran ellos los que protegían su nicho con flores.

Pero quien más conocía a Margarita era Don Francisco, que cada semana traía a escondidas las flores que ella le pedía, y que prudente guardaba la frase que un día le confesó: “Si puedes morir de amor, también puedes matar por amor”.

77. Fulguración

El amor nos llegó tarde y mal. Quizá, de habernos llegado a tiempo, hubiera sido atemperado, digno de admiración. Pero nuestro amor no pudo ser así.

Sufríamos una febril atracción mutua desde que nos presentaron en su fiesta de compromiso con mi hermano. Intercambiamos largas miradas, besos caídos, roce de antebrazos. Luego, años de encuentros furtivos en una cocina, de fingir el azar en una cafetería. Encuentros llenos de deseo y autocontrol, solo por mirarnos sin testigos, por admirar nuestro fuego.

Cuando mi hermano murió, hubo un tiempo de respeto. Hasta que una furia incontrolable nos arrasó.

Ocurrió unos años después, durante el funeral de nuestro amigo David. La muerte siempre regala enseñanzas a los que continuamos la partida. Nos empuja, como diciendo: «Eh, gilipollas, espabila. Se acaba el tiempo».

Ese mensaje cristalizó en la sacristía, bajo una enorme mesa de caoba. Y ya no pudimos parar. Nos amamos en el coche patrulla, en el calabozo de la comisaría, en nuestros dormitorios, en el juzgado. Y nos amamos sabiendo que alguien moriría…

Y murió el amor. Se agotó como la luz de una bengala.

Ahora a veces quedamos, un rato. Solo por mirarnos como se mira cuando no hay testigos.

 

76. EL AMOR de los números POR LA PROPIEDAD ASOCIATIVA

Estoy sentado junto a la ventana. Una mujer, que por su figura convencería hasta los que son felices en su matrimonio, hace de camarera.

La cuchara se marea mientras da vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj.

Empiezo a pensar cómo sería la posibilidad de que un número «uno» tuviese una relación con un número «dos» que no fuese el suyo. Qué pasaría si dos números «unos» se sintiesen atraídos a espaldas de sus números «dos». Como tengo pinta de «dos», me ánimo a pensar si habrá alguna regla que impidiese a que dos números «dos» tuviesen una relación clandestina a expensas de sus números «uno».

Cuando levanto mis pensamientos veo que la camarera ha dejado un postre: arroz con leche (como en la «Comanda” de Maria Gil).

La distancia se ha empequeñecido ahora sus labios sujetan los míos, mientras su lengua humedece del deseo… al oido susurra…

—No me importaría ser un «uno» o un «dos» siempre y cuando seamos tres.

Retiro la cuchara del café. En el cristal de la ventana de mi piso veo reflejada a mi pareja: los dos teletrabajando, aburridos de tanto número.

Nuestras publicaciones