Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

04. TAMA y el KaKiTa

• Abuela, cuéntame otra vez la historia de Tama.

Paula, sonrisa permanente, le habla despacio.

• Tama era único. Casi me muero al oír hablar al Kakita: “Yo Tama, ¿tú quién sel?”. Así me habló el robot que compré, el que tenía todo el mundo.

La voz de Paula brilla.

• Tamagochi era uno de los cientos de ingenieros de la “Korean Kompany Trader” fabricante del líder mundial de los robots domésticos “KKT”, que aquí llamábamos KaKiTas. Tama se asfixiaba, quería escapar, disfrutar de otro futuro.

Su nieta escuchaba extasiada.

• Fabricó un chip que introdujo en secreto en uno de los aparatos. Le hizo seguimiento y así, por casualidad, contactó conmigo. Yo era maestra de un perdido pueblo rodeado de páramo y secarral.

• ¿Vino?

• Sí, dejó todo y llegó. Enseguida ideó increíbles artilugios que convirtieron los campos circundantes en oasis. Creamos multitud de sembrados que triunfaron. Era un encanto, te habría gustado niña. Nos dejó pronto y me trasladé a la ciudad. Ahora nos estará observando riendo.

Paula le coge la mano y le dice con el mayor cariño.

• Querida, busca siempre tu propio camino y no te detengas jamás.

La pequeña cierra los ojos. Se duerme para volar en inmensos cielos azules.

03. Él (Javier Igarreta)

Tras separarse de la nave nodriza, cayó fuera de control, en la zona de materiales inertes de un vertedero. Allí mandaba con mano de hierro Leidi, chatarrera de altos vuelos. Desde el principio se encaprichó de aquel despojo caído del cielo. Lo llamó “Él”, por llamarlo algo. Pensó que,  pese a su aparente inutilidad, tal vez serviría para funciones elementales y rutinarias.  Se movía de forma asincopada , entre grotescos tics y desagradables chirridos. Poco a poco fue perdiendo casi  todos los automatismos residuales, y su funcionamiento se volvió impredecible.

Una mañana descubrió un inquietante matiz en su rostro, ya de por sí inescrutable. Ante tan preocupante evolución, Leidi valoró tratarlo como residuo peligroso, pero finalmente decidió ponerlo en manos de los chicos del reciclaje.

Pasado el tiempo, se encontró con una conocida, asidua de la escombrera. Llevaba a su hijo en un destartalado cochecito, a todas luces tuneado con piezas de desguace. Siguiendo un impulso instintivo se acercó al niño. Gracias a sus reflejos pudo esquivar el impacto de un muelle que saltó bruscamente del carrito, esgrimiendo una herrumbrosa pátina de rencor viejo. Asustada y con cierta sensación de culpabilidad, Leidi no pudo evitar pensar en “Él”.

02. ASINCRONÍA

De repente, el mundo que yo conocía, cambió. No recuerdo que me ocurriera nada raro, ni que mi entorno cercano hubiera cambiado, pero empecé a percibir ciertas miradas extrañas en las personas con las que me cruzaba por la calle, como si algo en mí les inquietara. Yo no entendía nada.

Cuando, tras dos días así, decidí averiguar los motivos de esos sutiles cambios en el comportamiento habitual de los demás y preguntarle a alguien qué les estaba ocurriendo, solo obtuve el silencio por respuesta y un leve gesto de conmiseración.

Entonces empecé a preguntarme si no sería yo quien, afectado por algún tipo de paranoia, estaba viendo cosas inexistentes, irreales, que podían perturbar mi mente. Entonces sí empecé a preocuparme.

Ayer, me mareé y me caí en una acera pero, esta mañana, al salir del hospital con la bolsa de objetos personales y un sobre con mis informes, sentí que todo había vuelto a la normalidad. Transité por mi mundo cotidiano, conocido y, al fin, me tranquilicé.

Abrí el sobre y leí mi diagnóstico: “ASINCRONÍA POR DESAJUSTE DE MCP”. Tiré al cubo de reciclaje una especie de microchip oxidado que lo acompañaba y volví a casa feliz.

 

01. LA VOZ DE NMBE SE APAGA

Existe una tribu en la frontera del desierto, cerca del pozo de Seriri, cuyas mujeres rigen el destino del grupo. Cada luna nueva, en la oscuridad, se reúnen en torno al árbol de Nmbe y apagan las teas. Sobre sus cabezas, dicen, hablan los espíritus de los antepasados, la madre vida y el cielo eterno; lo hacen a través del murmullo del viento entre las ramas, el bramido silente o el ulular de los pájaros nocturnos, de los aromas combinados con el fruto del Nmbe, de los trazos luminosos de las estrellas fijas y fugaces.
Cuando amanece, las mujeres se alejan unos metros del árbol, entrelazan sus brazos hasta el codo, y reunidas y por orden, transmiten el mensaje recibido. Siempre se encuentran cerca del consenso; porque la costumbre les ha enseñado a escuchar, a sentir, a mirar, a entenderse. Sus maridos obedecen, reconocen la voz infinita en cada palabra de sus mujeres y responden con prestancia.
Esta mañana están preocupadas porque el viento no ha acudido, no ha habido pájaros, el cielo ha permanecido cubierto, y durante la noche sólo han podido escuchar el llanto lastimero de un coyote.

 

(videorelato)

73. La espera

Vuelvo a casa. Las coloridas bolsas, que celosas compiten con el brillo de la ciudad, esperan atrás en mi coche. Nieva. La gente embutida en abrigos y bufandas marcan sus pasos sobre el blanco asfalto. 

Ya imagino mi calle, atesorando travesuras. La esquina, cómplice de mi primer beso. La cabaña del gran abeto y sus mil secretos. Mi casa. El calor de la gloria. Los vivos ojos de mi madre y sus manos inventando sabores. Mi padre con la cachava en una mano y un chato de tinto en la otra esperando inquieto a que todo el mundo se siente a la mesa. La calidez de su abrazo.

Y las manos de mi madre agarrando su pecho y una mancha de vino tinto en el suelo y una mesa vacía donde el muérdago se lacia y un timbre que no sonará a la puerta y mi coche desfigurado y una llamada de teléfono.

72. Naturaleza salvaje

Hortensia retira una a una las hojas secas, poda las ramas tronchadas, recorta tallos feos. Coloca los maceteros con estudiada armonía. Con estos calores está baldada. Posa las manos sobre las lumbares. Se reclina hacia atrás y siente un dolor agudo. Pero eso qué importa. Ya sabe ella el trabajo que cuesta mantener el jardín más envidiado del pueblo. Cada maceta, rama, flor y hoja ocupa un lugar exacto en ese vergel, sometido al riguroso orden de Hortensia. De la parra vuelve a descolgarse la rama rebelde que tantos disgustos le da. Cae otra desde el lado izquierdo, otra desde el derecho. Hortensia las recoloca. Esta vez las ata con hilo de sedal y doble nudo. Les grita que ya no podrán escapar. 

Agotada, se recuesta en la tumbona, bajo la sombra de la parra. Pronto un cosquilleo le acaricia los tobillos, sube por los muslos, rodea el estómago y trepa hasta enredarse en su cuello. Siente cómo un fuerte tirón la levanta del sitio. 

Aún se preguntan en el pueblo con quién se habrá largado la Hortensia y por qué ahora su parra da unas uvas tan carnosas que dejan un extraño regusto amargo a pétalo de flor. 

71. Extrañamiento

Al terminar las vacaciones murieron todas las cigarras. Las guardamos debajo de la ropa, entre los regalos de mamá y una novela de Cartarescu. Sus cadáveres verdes apenas ocupaban lo que un puñado de recuerdos. Desde la terraza del hotel vimos sus laúdes y guitarras abandonados en la playa. Iban y venían a merced de la marea, entre restos de medusa y barcas de bajura. Remolcamos las maletas hasta el aeropuerto como arrastra un condenado sus excesos al borde del cadalso. Allí nos derrumbamos. Entre las voces metálicas que anunciaban los vuelos, reconocimos el adiós de sus cantos espectrales.

70. Cambio de perspectiva

Hace tiempo que no pasaba por esa avenida. Guarda buenos recuerdos de aquella portería con la entrada ajardinada. Allí transcurrió la primera parte de su vida. Hay alguien en el balcón del segundo piso, serán unos nuevos inquilinos. Siempre le han gustado esas paredes de obra vista, pues los ladrillos conservan el calor del sol. Ahora que es mayor, le cuesta más subir por ellas. Llega a la silla reclinable donde dormita el señor de la casa. Asciende por la estructura de madera y se pasea por su calva. Se da cuenta de que tiene la boca abierta cuando tres de sus seis patas no encuetran apoyo y cae en ese orificio. El hombre se despierta notando ahogo y, al toser, escupe al insecto que sale disparado hacia la calle desplegando las alas mientras escucha a una voz de mujer decir:

–Gregorio, ¿estás bien?

69. Últimas voluntades (Alberto Jesús Vargas)

El impacto de un meteorito en las afueras del pueblo ha provocado un insólito efecto. Algunos muertos recientes, abandonando sus tumbas, han empezado a escaparse del cementerio. Iluminados por la omnisciencia que da el haber visto las cosas desde el más allá, vuelven dispuestos a enmendar asuntos que se han torcido o concluir cuestiones que quedaron pendientes. Y todos tienen tarea. La señora Gertrudis quiere impedir que se malvenda la casa que fue suya y legó a la sobrina que prometió conservarla. Don Argimiro se ve obligado a poner orden en las disputas que sus hijos, tan amados y tan piadosos, mantienen a causa de la herencia. Y Carmela, la mujer del boticario, va en busca de su marido con aires de zombi cabreada dispuesta a tirarle a la cara las flores que en vida nunca recibió de él y ahora, sin embargo, no faltan en su sepultura.

68. Asuntos pendientes (Alberto BF)

El avión salió con retraso de Montevideo, y aterrizó con mucha demora en su ciudad natal. Javier estaba nervioso, y llegar tarde no le ayudó precisamente a recuperar la calma.

Treinta años hacía ya que emigró a Uruguay y no pisaba su tierra.

A decir verdad, sentía un poco de miedo por la reacción que pudiera tener el resto de la banda cuando le vieran aparecer. Tenía muchas lagunas sobre aquellos años, pero cuando intentaba recordarlos percibía una punzante sensación de desasosiego en su interior.

Desde la ventanilla del taxi le parecía circular por un territorio nunca explorado, le costaba creer que estuviera en su ciudad. Pero según se acercaba a su antigua barriada fue evocando escenas aparentemente olvidadas.

Se había citado con Txomin, el tuerto, en el callejón de siempre. Él fue quien le propuso el regreso para tratar algunos temas que podrían interesarle. Bajó del taxi y comprobó que habían acudido todos. Mientras se acercaba a ellos, un escalofrío recorrió su espalda, y recordó de forma súbita el motivo por el que huyó a otro continente.

<<Recuerdos al agente Márquez>>, le susurraron mientras el frío acero saldaba una deuda excesivamente prolongada en el tiempo.

67. Ella y él (Blanca Oteiza)

Él anhela el rostro de ella. Aún la recuerda oliendo el pan recién hecho, cómo cerraba los ojos y se embriagaba del aroma que envolvía el local. El calor, al abrir el horno, lo golpea la cara y le hace salir de sus pensamientos.  La soledad lo abraza desde aquella mañana en la que, tras recibir una carta anunciando la tristeza, inundó sus corazones. El padre había fallecido en un accidente y la madre había quedado mal herida. Ella no dudó en irse al pueblo a cuidar de su progenitora. Él aún conserva la esperanza del regreso de su amada, volver a compartir un bollo recién horneado en el desayuno mientras sus miradas conversan.

Ella, ajena a los sueños que llegan desde la panadería, añora los días que disfrutó de la compañía de él. A veces, mientras la lluvia golpea los cristales de la ventana, lo imagina corriendo en el jardín en dirección a su puerta. Pero a quien ve bajo el manzano, es a su madre marchitándose, como un otoño sin primavera. Ella ansía disfrutar de nuevo con su panadero favorito, abstraerse mientras la masa recorre sus dedos y sacudirse el delantal lleno de harina.

66. Los retornados

Juanito, el hijo pequeño de los vecinos, fue el primero en regresar y salvo por la mirada perdida y el color cetrino de su piel, parecía normal.

Sus padres, que tras su partida habían quedado paralizados en el tiempo, retomaron sus rutinas diarias. Regresaron al trabajo, llevaron a sus otros hijos al colegio e incluso volvieron a sonreír. Todos parecían felices, todos menos Juanito, que era como la pieza que nuca encaja en un puzzle.

Tras él, regresaron muchos más, y todas las familias esperábamos ansiosos la llegada de alguno de los nuestros.

En casa, regresó la abuela. Al principio me puse muy contento ya que apenas era un bebé cuando se fue, pero enseguida me di cuenta de que la señora de mirada fría que ahora ocupaba el sillón principal del salón, no era la misma anciana adorable que yo conocía por fotos.
La carne apenas cubría su esqueleto y desprendía  un olor insoportable. Mamá lo achacaba a los años que llevaba enterrada y a qué había regresado en el mes más caluroso. Para tranquilizarme me prometió que todo mejoraría con los primeros fríos del otoño, porque los calores no son buenos para estas cosas, decía.

Nuestras publicaciones