Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

30. MIS OLAS DE CALOR

Hace unos meses, mi médico me aconsejó iniciarme en la meditación de atención plena para no medicarme, así que diariamente miro hacia mi interior mañana, tarde y noche.

En la oficina, hago bajar la temperatura ambiente y mi joven compañera, Eva,  lo soporta estoicamente con rebequitas de distintos colores colgadas en el perchero, imaginándose en tiempo venidero. Yo, voy eliminando mis capas de prendas  de algodón superpuestas y ya  humedecidas; parece que juego con ellas constantemente a aquello de “alirongo, alirongo, alirongo…la chaqueta me la quito y me la pongo”; menos mal que  la experiencia es una gran aliada y he conseguido una velocidad  máxima, sin importar si estoy  gestionando la base de datos o  atendiendo a un cliente (las señoras me miran compasivas, ellos me miran ignorantes).

En el restaurante, nunca-jamás elijo platos picantes porque sólo con su aroma, mi cara empieza a enrojecer y a expulsar esa secreción cuesta abajo hacia mi cuello, colándose de manera irrefrenable por mi escote, antes sensual y placentero, ahora destilando y humedeciéndome con algo que no es sudor.

Por fin, me he comprado un ventilador portátil muy silencioso y cómodo, de color rosa, que se ha convertido en mi mejor aliado.

29. La ciudad callada (Gemma Llauradó)

Aborrecía el calor del verano de su ciudad costera, un calor pegajoso por la humedad que le otorgaba el mar. Pensé que el verano se había vuelto incómodo para él, pero negó con la cabeza. Enseguida me di cuenta que para él, cada año era lo mismo y por muchos años vividos, no se acostumbraba a ello. Sin embargo, había algo que saboreaba. La tranquilidad y el calor aún soportable de las primeras horas del día. Su cardiólogo le había aconsejado que anduviera y él se había tomado muy en serio esa recomendación. A las 6h. salía a caminar unos cuantos kilómetros con la única compañía de su bastón.

A esas horas -en agosto-, apenas había transeúntes. Las calles prácticamente desiertas, sin circulación de vehículos, en silencio. Era la ciudad callada.

Una vez me confesó que muchas veces en sueños se imaginaba cerrando las puertas de la ciudad para que no entrara nadie más. “Menos, es más…” Solía decir, mientras argumentaba una sólida reflexión sobre lo superfluo de nuestras vidas. Los problemas de las grandes urbes y el exceso de población. Echaba de menos la vida calmosa de su pueblo natal en Asturias, sus montañas y su clima fresco.

28. LOS EFECTOS DE LA CALÓ (Rafa Olivares)

Ese día y a esa hora, se produjo un inédito alineamiento imposible de astros.

A casi cuarenta grados a la sombra de un ficus centenario, en un punto en que el calor ya se había transformado en la caló –unos cuatro grados más–, en la terraza del bar Galaxia, Celestino y su amigo Saturnino esperaban a que Estela María, la joven y maciza camarera, les sirviera el par de cervezas muy frías que le habían pedido. Cuando llegó con ellas en la bandeja de metal, probablemente por el sudor en su piel, los tirantes de su holgado vestido resbalaron por los brazos, dejando al descubierto, sin sujeción ni sostenimiento ninguno, una estrella rutilante a cada lado del canal mediero de sus vías lácteas, en perfecta alineación con las espumeantes jarras recién sacadas del congelador, y con los altos de Venus allá abajo, justo en la bisectriz.

Quizás fuera por la caló, quizás por la visión de aquella extraordinaria conjunción cósmica, el caso fue que los dos amigos, al unísono, abducidos por un incontenible impulso, le pidieron matrimonio a Estela María en aquel mismo instante. Mañana, en las dependencias municipales de la plaza de Neptuno, se casan los tres.

 

27. Desesperación

Ni el abanico, recuerdo de sus últimas vacaciones, ni el polvoriento ventilador de aspas, ni siquiera el escandaloso aparato de aire acondicionado lograban aplacar el insoportable calor de la oficina. El hombre con la camisa empapada bajo las axilas y espalda se pasaba, una y otra vez, el pañuelo por el cuello y la frente, desesperado. Esa misma desesperación le llevó a tomar un folio, a falta de otra cosa, y trazar en él todas las letras del abecedario. A continuación, vació de lápices la taza y la colocó boca abajo. Posó su dedo índice sobre ésta y con los ojos cerrados, invocó a cualquier presencia que anduviese por el viejo edificio. Todo ello con el deseo de que la temperatura descendiera abruptamente y el sudor se tornara frío por el miedo.

 

 

26. Calentamiento real

Me atrevo a poner en conocimiento de Vuestra Majestad que los calores en la recién anexionada Nueva Canabria, están causando más bajas que la propia liberación del yugo que sometía a sus habitantes antes de nuestra llegada. O se han perdido las cosechas o los frutos maduran sin ser recolectados. Las gentes se encierran en sus casas para huir de la canícula. Los ríos, otrora frescos, cristalinos, arrastran cadáveres de animales y en la zona Este se ha desatado la peste verde. Tamaño es el bochorno que asola estas tierras que apenas llegan mercancías, estando las que arriban deterioradas o menguadas en su uso. Las embarazas paren a deshora, los relojes se descompasan y las campanas de las iglesias han enmudecido. En las mazmorras del Castillo Central penaba un visionario vecino del lugar, acusado de conjurar con un maleficio todos estos calores para que Vuestra Alteza, reniegue de estas tierras, abandonándolas por tórridas y yermas. El acusado lo negaba, gritando desesperado que Nueva Canabria es el futuro de Vuestro Reino. Ayer fue ajusticiado al alba. El verdugo nos ha transcrito su último deseo. Quizás, en Su magna sabiduría, Vuestra Majestad comprenda su significado. Reza así: «¡Regulen los termostatos!».

25. EL DIVORCIO (Alicia Alguacil Agudo)

Yo tenía siete años cuando vi a mi padre salir de casa con una gran maleta. Mi madre lloraba,  quedó sumida en una gran tristeza, era consciente de esa relación pero no esperaba que mi padre le pidiera el divorcio para casarse con una chica 10 años más joven que ella y universitaria.

Casi al año y medio de su ida, mi padre regresaba, llevaba su gran maleta y una caja en la que decía llevar los papeles importantes de la empresa.

La relación entre mis padres lejos de mejorar fue empeorando, mi madre depresiva y ausente,  mi padre obsesionado con el dinero, solo vivía para ganar más y más hasta el mortal ataque cardíaco.

Mirando los papeles que guardaba en esa caja que trajo en su vuelva, vi una carta de despedida de su joven novia. Le decía que no estaba preparada para llevar una casa y hacerse cargo de los hijos de otra aunque solo fuera cada quince días. Había terminado su carrera y quería ejercerla, lo dejaba. Después de leer esa carta entendí el regreso de mi padre y la tristeza de mí madre.

24. Augenblau (Javier Igarreta)

Aquel año, el estío irrumpió de forma abrupta. La esplendorosa pujanza de la primavera se vio sorprendida por sucesivas acometidas de viento tórrido. Solamente en las profundidades de la caverna donde se cobijaba Augenblau, quedaron enclaustradas burbujas de frío residual. Abandonada de niña, había logrado adaptarse a las severas condiciones de la naturaleza salvaje, en perfecta sincronía con los latidos del bosque. Pero los mastines del Señor de Morgenstein rastreaban, con el resuello al límite, cualquier atisbo de frescor y encontraron, una mañana, el refugio umbrío de Augenblau. A la zaga de los canes llegó su amo que, chasqueando el látigo, les obligó a envainar sus colmillos. Enrabietados, soltaron la presa, dejándola a su merced. Augenblau suplicó con el terror instalado en su mirada azul, pero fue todo en vano. Su desgarrador grito arrancó lascas del alma pétrea de la gruta. Tiempo después, Morgenstein regresaba, extraviado y herido tras una infausta escaramuza, y pasó nuevamente por aquellos parajes, ahora gélidos. El trauma de la derrota y una fuerte ventisca le impidieron percatarse de la afilada daga, que emergía desde la espesura nívea. Ya “in artículo mortis”, recordó con un evanescente ápice de conciencia aquellos ojos azules.

23. NUBES GRISES EN UN CÁLIDO VERANO

 

Su equipaje lo llevaba en una maleta llena de ilusiones y proyectos varios. A la espera de compartir el viaje de su vida con él, olvidó que las huellas del camino van desapareciendo con el viento que las desvanece, el agua que las arrastra y el sol que las quema.

Descubrió unos rayos de sol ocultos en un cielo herido descargando tormentas de emociones en un horizonte agrietado.

Sus sentimientos, los del otro viajero sin destino cierto, agazapados, estallaron con la serenidad de un apacible día de verano y la suave brisa del periodo estival convirtió lo vivido en un espejismo.

Ahora, sin contar los días, pero haciendo que cada uno de estos cuente, prepara una nueva aventura con un ligero equipaje y regresa a una realidad diferente que le abrirá una ventana por la que cada mañana entrará el calor y el aroma de una anticipada primavera.

22. Regreso al hogar

Había tomado. maquinalmente el camino a casa, pero al llegar y ver a Juan en el jardín, solo, inmóvil, sentado de espaldas a la entrada, me detuve y quedé esperando a que se levantara, me viera y fuese él quien se acercase a mí. Pero no se movió. Me aproximé silenciosamente y me senté detrás de él en un escalón cercano. Como era de esperar, él no me oyó. Mientras aguardaba, tuve deseos de llamarle, pero no me atreví a hacerlo por estar sucia, maloliente, con el pelo revuelto y embarazada.

Cuando finalmente se levantó para entrar a la casa, Juan casi se topa conmigo. Se detuvo, nos miramos y pude observar en su rostro el desfile de emociones que siguieron a la sorpresa inicial: alegría por el reencuentro, preocupación al notar mi aspecto lamentable, y luego, sus facciones se volvieron a iluminar mostrando que estaba feliz de tenerme de nuevo en casa; me tomó en sus brazos mientras repetía cariñosamente mi nombre. Entonces, como por encanto, olvidé mi larga escapada, la suciedad, la preñez y el hecho de que estaba muerta de hambre, y fui invadida por un gozo intenso que encendió el motor de mi más sonoro ronroneo.

21. Sin salida (María José Escudero)

Cerró la puerta con suavidad. Desesperado, juró que jamás volvería a pisar aquel lugar. Lo juró por Dios y por sus hijos. En otro tiempo también lo habría jurado por su mujer, pero ella hacía mucho que ya no le daba crédito.

Desde el mostrador de recepción y con gesto escéptico, le dijeron adiós. No vio la burla, sus ojos querían mirar hacia adelante. En la calle se sintió perdido y llamó para implorar ayuda. Ensimismado, oyó sin escuchar los consejos y se comprometió a no mentir más. Intentaría abandonarse en manos del sosiego, iniciar un tiempo de paz. Pero llevaba años luchando contra aquel impulso irrefrenable y siempre había fracasado. Luego, caminó despacio, enredado en su realidad tortuosa, tratando de arreglar el desaliño. Y mientras soslayaba el desprecio en las miradas de la gente, se le revolvió el estómago. Había bebido.

En el bolsillo le abrasaban los restos de la indemnización por despido. Era un pertinaz escozor. Y renunciar a aquella gratificación irracional que le provocaba retar al azar, se le antojó imposible. Tenía un presentimiento; tenía la fórmula; él controlaba… Y, empujado por tan ofuscada pasión, dio marcha atrás y abrió la puerta del Casino con suavidad.

20. Fenómenos extraños

Mi hermano se presentó en casa. De repente. Mamá, como cada día, estaba entretenida en el salón hojeando los álbumes de recortes de prensa. Los últimos vestigios de su fama fugaz. Nadie había vuelto a entrevistarla desde la desaparición. Ni a ella ni a papá. Y el desinterés los envolvió en una niebla amarga.

Habían pasado quince años. Samuel tenía cinco cuando lo abdujeron. Yo nací un año después. Así que no lo conocía.  A Harry —nuestro viejo gato— no le hizo ilusión volver a verlo. Solo le bufó.

Mis padres recobraron la alegría en cuanto les reclamaron los medios. Ayer viajaron a la capital, de gira por las televisiones. Mi hermano no quiso acompañarlos. Se ha negado a hacer cualquier declaración. Antes de irse, llenaron el frigorífico de comida y nos dejaron solos. El gato, esquivo, también prefirió esconderse.

Anoche me despertó un maullido agudo e infernal. Después, el silencio. Oscuro y viscoso como mi miedo. Esta mañana, mientras desayunaba en la cocina, sentí el aliento de Samuel detrás de la nuca. Me giré y le vi convulsionar. Tenía nauseas. Vomitó una bola de pelo que cayó junto a mis pies. Era atigrada. Como la piel de Harry.

19. Tic, tac, tic, tac

Tienen que marcharse ya si no quieren pillar atasco. Yo soy la encargada de dar un último vistazo en las habitaciones, por si se han dejado algo.

—¡Ey, Nic!, se te olvidaban estos calcetines, y tú, Hugo, el cepillo de dientes… ¿Hugo?… ¿dónde estás?, ¿qué haces?

—Estoy aquí, haciendo la cama, mi madre me dijo que la hiciera.

Me echo a reír.

—¡Nooo, hombre, no…! No te dijo que la hicieras, sino que quitases las sábanas y las metieras en la lavadora.

—¿Por?…, no están sucias y volvemos en Navidades, ¿o no?

—Sí, claro que sí.

Lo observo mientras termina de hacer la cama; le cuesta, aún no domina la técnica.

—Sí, tal vez tienes razón, solo fueron cinco días, y no serán más de tres en Navidades; pero cuando os vais tengo que hacer cosas para distraerme. La casa se queda muy silenciosa, triste, diría yo. Así que lavo sábanas, plancho…

Ahora es él quien me observa, sorprendido y mohíno.

—Vaya…

Pero de repente se le ilumina la cara.

—¡Espera! Déjame tu móvil un segundo y te pongo algo que mola.

Y mientras regresan a sus vidas, yo me tumbo en la cama mal hecha y abro TikTok.

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