Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

45. REINA DE ESPADAS (Rosalía Guerrero Jordán)

Elvira nunca leía el horóscopo porque no creía que el destino estuviera escrito. Quizás por eso hizo caso omiso a las palabras de la pitonisa. Ni siquiera entendía cómo se había dejado arrastrar por Julia hasta aquella abigarrada caseta de la feria.

Lo primero que pensó fue que tantas velas encendidas iban a hacer arder las telas que colgaban de las paredes. Lo segundo, que aquella mujer extranjera les estaba tomando el pelo: no era posible que, en ambas tiradas, hubieran salido la Muerte y el diez de espadas.

Julia salió de allí presa de un ataque de pánico. Elvira intentó calmarla en vano. Pero cuando vio a la pitonisa mirarlas con terror desde la puerta un escalofrío trepó por su espalda.

Después de varios gin-tonics y un par de porros se olvidaron de las cartas y de la improbable predicción. Tanto, que se subieron al coche riéndose de su propia inocencia.

Las encontraron horas después. Dos cuerpos sin vida atrapados dentro del amasijo de hierros en que había quedado convertido el vehículo tras varias vueltas de campana.

La mano de Elvira sujetaba, presa de sus dedos helados, una reina de espadas.

44. Misterioso extranjero

Sabido es que de Zeus me gustaba su vitalidad, su humor y su ridícula costumbre de comer cacahuetes después que hacíamos el amor. Por eso, cuando ordenaba que me embadurnaran los cabellos con aceite y suavizaran mi piel con mieles de azahar, todos pensaban que me acicalaba para recibirle. No era así.
Yo había conocido a un extranjero que vivía en una mísera cabaña en las afueras del Olimpo. Me prendé de él inmediatamente y para poder verle sin levantar sospechas, urdí un plan: usaba las visitas de Zeus para dejar en mi lugar a Petrania, una esclava muy parecida a mí físicamente. Mientras Zeus se regocijaba con Petrania creyendo que era yo, entonces aprovechaba para escabullirme y encontrarme con mi amado.
La historia recoge que yo llegaba a su cabaña bien entrada la noche y salía siempre feliz, justo antes del amanecer.
Nadie supo nunca lo que hacíamos allí. Aun así, historiadores y curiosos insisten en preguntarme, qué tenía de especial ese extranjero, de quien no trascendió ni el nombre, para satisfacer y deleitar a una diosa mucho más que el mismísimo Zeus.
Yo, no les respondo. Sonrío.
La respuesta a ese misterio es algo que solo cabe imaginar.

43. LUGARES SANTOS Y DEIDADES (Isabel Cristina)

  Viajar a Estambul en primavera…¡no puede haber mejor lugar, ni mejor estación!

Los extranjeros llegan con sus alas en flecha desde todos los países y hablando cualquier idioma pero todos ellos se descalzan y todas ellas se cubren los cabellos dentro de la mezquita. La melodía del “salam aleikum” suena con curiosos y desconocidos acentos.

En ese atardecer de ramadán, los musulmanes extendieron un inmenso mantel  blanco y puro en el patio porticado que se convirtió en el único universo.  El aroma de la harira, los colores de las frutas y la seducción de los dátiles y la miel, sometían la voluntad humana con hechizos irresistibles.

Lenguas y religiones fluían de un extremo al otro del paño indivisible.

Acabó el festín y satisfechos los estómagos y la curiosidad, los comensales se separaban y salían, poco a poco, de ese espacio mágico con gesto amable de despedida.

Yo miraba la tumba del magnífico sultán mientras rogaba a todas las deidades que despertaran a Suleimán porque ésa sería la mejor foto de mi viaje. Un dios  verdadero, que es omnipresente y eterno, infinito y poderoso, también resultó ser caprichoso y me dijo que estaba ocupado en otros asuntos; no especificó.

42. EN BUSCA DE LA INSPIRACIÓN PERDIDA (IsidrøMorenø)

Estoy atrapado, sin batería ni cobertura de móvil, con un cuaderno, un lápiz y un naipe en el bolsillo.

Hace un tiempo que escribí, en el anverso de los cincuenta y cuatro naipes, una palabra o frase que quizás algún día me serviría de detonante para la creación de una historia. Los naipes los repartí entre los múltiples cajones del bargueño.

Ayer, en busca de las musas, recordé el recurso del viejo bargueño. Abrí al azar un cajoncito; extraje la carta. Tema: «La muerte».

Guiado por la desesperación que me producía la sequía de ideas, anoche decidí conocer de primera garra qué era aquello de la muerte, “esa región ignorada de cuyas fronteras ningún viajero retorna”, que diría Hamlet.

Salté la tapia del destartalado cementerio del pueblo. Esta vez iba solo, sin amigos y no era la Noche de Difuntos. Nadie narraría historias de muertos; no habría risas ni sustos. ¿O sí?

Un deteriorado panteón tenía la puerta entreabierta. Usando la fuerza entré. El podrido dintel cedió y me magulló el hombro, pero lo peor es que el derrumbe me impide salir.

Y llevo dos días a oscuras, sentado en los escalones de la cripta.

Lo demás ya lo imaginan.

41. El accidente

Regresaba convertido en otra persona. Hablaba con diferente acento y el cirujano plástico había hecho un concienzudo trabajo. Atrás quedaron los años de huida, siempre en alerta, presto para cambiar de residencia a la mínima sospecha. Ahora el delito había prescrito y él volvía a la ciudad. Se convenció de que sus víctimas lo habrían olvidado y se habrían rehecho del golpe; por otra parte, él tenía unas ganas irresistibles de sentirse en casa, pisar las calles, bajar al colmado y escoger las piezas de su fruta favorita, acudir al bazar de la esquina un domingo por la tarde en busca de una bombilla de repuesto. Cuánto lo echaba de menos. Cruzarse con alguno de los que había estafado y que lo reconociera era improbable, se repetía. El silencio de los parroquianos cuando entraba en el bar y el trato amable pero distante que le dispensaban encajaban con la coartada del extranjero recién llegado que se había construido. Fueron unos meses apacibles. Hasta la mañana en que el coche que conducía se precipitó por un barranco.

40. Campamento de verano

Supongo que Babel se parecería a este lugar. Si pudierais escuchar sus sonidos… Es como si decenas de pájaros de especies diferentes cantasen a la vez. Y yo me esfuerzo por practicar. No penséis que no valoro todo lo que os ha costado enviarme aquí. Para aprender otros idiomas,  imagino que toco mi flauta travesera e invento partituras con las palabras que voy apresando. Cada vez son más, como mis amigos. Estoy seguro de que nunca pasaré un verano igual. Por eso he agrandado mis pupilas; así guardo sus rostros uno a uno. No quiero olvidarlos.

Después de casi un mes de campamento, ya tengo listo el equipo de escalada. He entrenado a fondo y soy un gran deportista. Sé que lo  conseguiré, pero  tengo miedo. Algunos compañeros han fracasado en otras ocasiones y me han hablado de las dificultades. Dicen que el mayor peligro no es alcanzar la cima, sino el descenso por la cara opuesta. También me han advertido que la victoria implica una tremenda humillación. Porque, al otro lado de la valla, nadie recordará mi nombre y todos me llamarán MENA.

Vuestro hijo, que os quiere, Abdou.

39. TAHÚRES

A juzgar por el sudor de los tres participantes y sus miradas desconfiadas, aquella partida iba muy en serio. La puja empezaba con fuerza:

—Veo tus mil.

—Subo a tres mil.

Nadie se echaba atrás, al contrario. Parecía que todo el mundo había recibido buenas cartas o que jugaba con dinero falso.

—Y dos mil más.

O tal vez jugaban de farol y ya era tarde para rectificar en una escalada peligrosa e insensata en la que más valía llevar una buena jugada o un revólver bajo la mesa. Mordisqueando el puro con cierto nerviosismo, uno que parecía seguro de su juego mostró tres ases y una sonrisa, a lo que respondió el siguiente con cuatro más y un gesto de extrañeza que se hizo general alrededor del tapete cuando el último mostró otros cinco y recogió las ganancias sin que sus adversarios rechistaran, y como ya sabían todos de qué iba esto, se pusieron a hablar del plan urbanístico.

38. Una buena mano

Es domingo por la tarde, llueve y hace frío. El joven llega a la residencia, entra en la sala de visitas y se sienta frente al abuelo. Le saluda mientras saca de su mochila un tapete de fieltro y lo extiende sobre la mesa, también unas fichas de colores y una baraja de póker.

El abuelo está serio, observa como el joven se pasa las cartas de una mano a otra con destreza. Luego como hace un abanico para mostrarle los naipes, lo cierra hábilmente con uno de los pulgares y, por último, monta un mazo. Da unos golpecitos con los dedos en la carta de arriba -mi toque mágico, dice- y se lo acerca al abuelo para que corte.

-No me gustan los naipes extranjeros -refunfuña el abuelo.

-Solo una partida -contesta el joven. Le hace un guiño, empieza a repartir cinco cartas a cada uno y añade-: Ahora te recuerdo el valor de cada jugada.

Antes de que el joven termine la explicación, el abuelo mira sus cartas con disimulo, descubre que tiene cuatro iguales y no puede reprimir la sonrisa.

El joven lo ve y suspira con la satisfacción de quien ha ganado la mejor apuesta.

 

37. Incógnita

Veo junto al reloj de pulsera, unos números grabados en su piel. La curiosidad se apodera de mí, ¿Será un hombre peligroso?¿Habrá estado en la cárcel?, quizás en el ejército, sierviendo a su país, pero…¿que país? Ni siquiera recuerdo su nombre, a pesar de haber pasado la noche juntos. Ojalá sea la identificación de un patrón de barco, con suerte un gran yate, un titanic sin iceberg. Noto como se gira en la cama y me quedo totalmente dormida. Al abrir los ojos, los números se han emborronado. Me sorprendo un instante y luego miro mi mano.

Ahí están. Los mismo dígitos. El sello de la discoteca.

36. LA ESPAÑA VACIADA (Belén Sáenz)

La piel solo es un envoltorio, se obliga a pensar Anselma recordando la prédica del señor párroco antes de que los foráneos se bajaran del autocar. Lo que importa es lo que hay debajo y lo ha visto mil veces en el cartel del cuerpo humano que cuelga en el centro de salud. Venas azules y rojas, músculos rosados y huesos amarillentos. Aunque le costara a la doctorcita tener que responder sus innumerables preguntas, se ha convencido de que eso lo tenemos todos iguales.

Pero esos ojos que se les salen de la cara de puro espanto, esos labios carnosos con tanta presencia, no le resultan fáciles de ubicar todavía. Y las palmas blanquísimas de las manos. No puede evitar hablarles a gritos, haciendo gestos exagerados, cuando sube a las eras a acercarles un botijo de agua fresca, aunque sabe de sobra que no son sordos ni mudos. Que agradecen sin palabras porque no hablan el mismo idioma. Aún.

34. ¿Quién nos trajo aquí?

―Todos somos extranjeros en algún momento de nuestras vidas ―decía el maestro―, siempre hay un momento, por mucho arraigo que se tenga a un lugar, a unos afectos, en el que la realidad nos deshabita, en el que se abre una grieta y desaparecemos. Breves o largas ausencias que los demás perciben o ignoran en las que nos da tiempo a cruzar una vida, algo así como subirse a una montaña rusa y circular a gran velocidad. En esos momentos nos desconocemos, nos olvidamos, hasta que una voz conocida nos llama, regresándonos. Algunos les ponen nombre a esas experiencias; otros inventan un mundo de pócimas mágicas, como la que bebía Alicia, para perderse en él y mirarse a través del espejo; otros se quedan para siempre en letargo; otros no vuelven. Estamos hechos de ausencias, de huecos extraños, de reinicios, como nubes de paso.

―No es cierto ―interrumpió el niño― estamos hechos de sueños, solo somos el sueño de un extranjero. El mensaje en la botella que alguien arrojó al mar de este mundo.

―¿Y qué dice ese mensaje?

―Que hay que responder a la pregunta.

 

33. Sacrilegio

 

El padre Nicanor  dio una escueta absolución a un feligrés y continuó con su solitario. Siempre fue hombre de barajas. Cuando jugaba se le dilataban las pupilas y notaba en la entrepierna un sutil cosquilleo. Tenia deudas, había perdido el cepillo de la Iglesia y los donativos para reformar el altar. Una mala racha, cosas que pasan. El obispo amenazó con mandarle a una zona controlada por la guerrilla si volvía a jugar.
Cuando le invitaron a la partida del marqués, perdió el dominio de sí mismo. Esa noche soñó que descendía por una escalera de color. En las paredes había marcas hechas con picas y encontró un trébol de cuatro hojas que, al cogerlo, se deshacía como una flor seca en un libro. Por la mañana, estragado por la vigilia, robó las reliquias de la catedral. Andaba por la calle con la urna oculta bajo la sotana, suplicando un milagro que evitara aquella locura. Al final sus plegarias fueron escuchadas. Absorto en sus letanías no vio acercarse a una moto con dos sicarios. Teñidos de rojo, los cristales de la urna quedaron esparcidos por la acera, junto al prepucio incorrupto y al meñique de San Judas Tadeo.

 

 

 

 

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