Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
4
horas
0
3
minutos
0
1
Segundos
2
1
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

02. ACTIVISTAS (Ángel Saiz Mora)

La joven del pelo verde suscitó mi interés. No podía dejar de observarla. Vi cómo se impregnaba una mano antes de tocar el marco del cuadro. Mi intervención evitó que el pegamento solidificara.
Era un delito contra el patrimonio, pero sentí que debía permitir que se marchase. Todo sucedió tan rápido que había pasado desapercibido para los demás visitantes.
Al término de mi jornada como vigilante la encontré sentada en el exterior del museo. Dijo que unos hombres quisieron convencerla para que denunciase la degradación medioambiental de otra manera, sin deterioro del arte; varios de ellos, incluso, le habían apuntado con sus armas.
Tampoco esta vez supe retenerla cuando se fue.
Cualquiera hubiese pensado que su mente no funcionaba bien, pero yo quise visualizar en privado las grabaciones de las cámaras de seguridad. En la imagen ampliada de Los fusilamientos del 3 de mayo, de forma sorprendente, aparecía incluida la muchacha. El color de su cabello contrastaba con el del resto de personajes.
Han pasado semanas. Motivado por inquietudes que nunca había sentido me inscribo en cuantas organizaciones ecologistas encuentro. Aunque lo parece, nadie imagina que la protección del planeta no es lo único que busco abrazar con pasión.

01. Comprensión

—¿Ya son las 8? Debería descongelar la dorada. Hoy cenamos solos. Ya sé que no sabes cocinar, pero busca una receta y yo me encargo. Siiii… valoro tu silencio. Podías haberme dicho algo, podías haberme recordado que cenamos solos todos los días, pero admiro tu capacidad de callar. Hablar. Hablar. Aprendemos a charlar como cotorras a los dos o tres años pero ¿cuántos años necesitamos para aprender a callar…? Callarse tiene algo de superarse a sí mismo. ¿Sabes que te llamamos así por la biblioteca de Alejandría? Claro que lo sabes. Y en cambio no te empeñas en decirme lo que hay que hacer o lo que “sería conveniente”. Conveniente ¿Para quién? ¿Para qué? Estoy contento de que te hayas instalado y puedas quedarte. No pido mucho. Un saludo amable por la mañana. Un aviso de que tengo que tomarme el ramipril, o los cumpleaños que olvido. O que me busque bien la emisora para oir el partido. O escuchar una bonita canción. A veces la vida es eso, una canción alegre que alguien canta contigo… ¿Me pones una bonita, Alexa?

—No te he entendido bien.

—Aparato de mierda. Alexa, ¿me pones un villancico?

79. Canallas anónimos

De pequeño, para que no me vieran, me tapaba la cara con las manos. De mayor, siempre he conseguido las cosas que quería a escondidas. Mis padres sufrieron mucho con mi carácter. En una ocasión, simulé mi secuestro y ellos, temiendo que pudieran matarme, pagaron un rescate millonario que yo derroché en locuras juveniles.

Menos mal que fui un buen estudiante, al terminar la carrera, cómo sabía que el futuro estaba en las pantallas, no me costó encontrar el modo de ganarme la vida. Desde entonces me dedico a enviar, de forma masiva, mensajes con enlaces que me permiten desplumar a los incautos.

Pero, lo mejor que me ha pasado ha sido encontrar al amor de mi vida. Conseguí conquistar a la que hoy es mi mujer con cartas y regalos anónimos. Después de casados, cómo sabía que le hacía ilusión, continué enviándole flores sin identificarme.

Hoy, al verla feliz con un ramo de rosas rojas en una mano y una nota con un “te quiero” en la otra, casi me desmayo. Juro que si encuentro a ese canalla que quiere robármela lo mataré.

78. DIARIO DE UN SUICIDA

27 de diciembre de 2022

El imbécil del psiquiatra les ha dicho a mis padres que estoy mucho mejor. Ellos se han puesto tan contentos que me han invitado a la que fue mi pizzería favorita. No he tenido fuerzas para negarme. La primera vez en semanas que como fuera de mi habitación. Debieron contarle lo mío a la camarera porque cuando volví del baño me miró con lástima y me ofreció un postre gratis. No supe qué responder.

 

31 de diciembre de 2022

Desde el día de la consulta casi no me levanto de la cama, pero mi madre me ha pedido que cene con ellos para celebrar la Nochevieja. Ha venido toda la familia: los abuelos, mis tíos y hasta los primos de Madrid. Me han preguntado por qué estoy tan pálido, si tengo amigos, cuándo pienso volver al instituto. No les contesto.

Antes de las uvas me disculpo y subo a mi dormitorio. Abajo todos hablan a gritos, hay risas, brindis y felicitaciones. En mi interior, el inmenso silencio que siento desde hace meses. El vacío existencial que me incita a esconder todas las pastillas que pretenden curarme. Para intentarlo otra vez y callar para siempre.

77. Hay héroes… y héroes (Ana Mª Abad)

Siempre quiso ser un héroe. Desde pequeñito, soñaba con volar por encima de los rascacielos, capa al viento, salvando vidas de inocentes en peligro que lo aclamarían por las calles. La primera galleta que se dio al lanzarse desde el respaldo del sofá le llevó a tachar de la ecuación la capa: tendría que ser un héroe sin poder de vuelo.

La siguiente decepción fue la superfuerza: su mayor antagonista en el colegio -lo había imaginado muchas veces como el supervillano de su historia- le dio una zurra al final del último curso que lo tuvo dos semanas postrado en cama. Finalmente, tuvo que aceptar con resignación que ni mirada láser, ni tacto adhesivo para trepar por las paredes, ni forma alguna de hacerse más grande o más pequeño.

Ya que la escuela de superhéroes -en caso de haber existido- no parecía hecha para él, derivó hacia la facultad de medicina, donde pronto destacó por su empatía, su infinita paciencia y su talento casi milagroso para el diagnóstico precoz.

Así, terminó siendo un héroe anónimo, de esos que te salvan la vida con un pequeño gran gesto, y cuya recompensa es una mirada agradecida, no por callada menos valiosa.

76. Terapia

Menuda pinta tenía su marido. Todos aquellos años soportando que la reprendiera por su forma de vestir y allí estaba él ahora, con el cuello de la camisa tan tieso que se le desbordaba la papada y embutido en un traje que podría haber sido de su abuelo. Incluso su postura, inmóvil, hierática, resultaba artificiosa, con un gesto inmutable, una mueca que le recordaba a la Mona Lisa, mezcla imposible entre disgusto y felicidad. Con todo, era el silencio, tan profundo que oía hasta los latidos en sus sienes, tan enloquecedor como los gritos con los que la había sometido, lo que le resultaba más irritante cada vez que le asestaba una nueva puñalada. Exhausta, tapó de nuevo el ataúd con la certeza de que por fin lograría conciliar el sueño. Siempre le venía insomnio antes de los entierros.

75. Accidente

El golpe fue brutal. La conductora, una señora de mediana edad, salió del vehículo sobresaltada. Se acercó a la víctima y se apartó horrorizada. Al momento llegó la ambulancia, algún transeúnte la habría llamado. Luego, la policía.

–“No sé cómo ha podido ocurrir… No la vi… ¿Cómo puede haber pasado esto?…”

No muy lejos se veía el vómito de la alterada conductora.

–“Siéntese, señora. Tranquilícese. Cuéntenos qué ha sucedido.”

–“Esa pobre mujer… Apareció de la nada. Ella corría a gran velocidad bajando la cuesta, no debió ver ni oir que yo salía del parking… ¿quizá por escuchar música mientras hacía jogging?…”

–“¿La conocía?”

–“Yo… No… En seguida fui a auxiliarla. Me fijé en su cara, para mí un rostro anónimo. Pero… esa expresión… Todo estaba lleno de sangre, y sus ojos perdidos para siempre…”

 

Nota: Quizá este relato no debería incluirse en la convocatoria actual pues, en realidad, la víctima no era una persona anónima para la protagonista sino la amante de su marido (aunque ella había fingido muy bien no saber de su existencia durante los últimos meses).

74. Número Siete

Todo se apaga. Lo apagan. Un esclavo que falla es un esclavo que malgasta oxígeno. El nuevo tardará un par de días: más preparado, más eficaz, menos humano. El silencio es doloroso. Cuesta respirar. Pienso en dejarme ir, pero no aquí dentro. Me pongo el traje espacial y salgo por la escotilla de emergencia.
Veo la Tierra. Preciosa desde tan lejos, entre chatarra.
Hace frío aquí afuera. Me gustaría estar en casa, junto al fuego.
Tres minutos de oxígeno. Tres minutos para estar flotando, inerte, como ellos seis. Al menos no moriré solo, aunque sea el único que aún respira.

73. Cotillón

Darth Vader se queda sin palabras ante la figura imponente de la falsa Marilyn. Napoleón, que pasaba por allí, aprovecha para pedirle con una reverencia el siguiente baile. Un soldadito de plomo con muletas canta por Ian Dury subido en una mesa. Un oso polar rebusca, entre los hielos de un barreño repleto de cervezas, una que esté suficientemente fría para él. Blancanieves, visiblemente acalorada, se suelta del brazo de un avatar algo desteñido y desabotona la parte azul de su vestido. El Llanero Solitario aprecia sin querer los bonitos pechos que asoman bajo su corpiño. Pepi, Luci y Bom, Cutty Sark en mano, se disputan el favor de un marino tatuado al que no le quita ojo una Olivia entrada en carnes. Un Sherlock Holmes, con faldita de cuadros y amplio escote, extiende sobre el mármol impostado de una lamparita unos sospechosos polvos blancos. Un Shrek más morado que verde sale a hurtadillas de uno de los baños, detrás Cruella de Vil va en otra dirección acomodándose el traje y el peinado. Campanilla revolotea entre los invitados repartiendo matasuegras y un bote de uvas. Cuando suenan los cuartos, una princesita corre a toda prisa hacia la puerta de salida.

72. Mecenazgo

Se le ocurrió una idea para comprobar si tanto éxito era verdadero o se debía a su apellido al ser hijo de quien era. Envió sus nuevos manuscritos a ese humilde editor tan exigente que solo leía textos anónimos.

Empezó a aprender de las múltiples correcciones que le proponía. Y metido en ese mundillo conoció a decenas de autores con buenos textos que no eran editados, le parecía muy injusto. Y entonces comenzó una labor de mecenas en la sombra que le tiene encantado, le llena su tiempo y total para su padre son migajas.

71 La importancia de saber transmitir bien el mensaje

Saludo a la vecina, cada mañana pasa por delante de mi ventana mientras desayuno. Hace unas semanas se mudó desde la ciudad para reabrir la sombrerería del señor Albino. Salgo camino de la barbería. Bajo la puerta encuentro un sobre que dejo sobre la mesa junto a mi chaqueta. Tras la jornada entre peines y tijeras recojo mis pertenencias y la carta. Ya en casa la leo y me sorprende una nota amorosa anónima. Me pregunto quién será la autora, o incluso, si es broma de algún vecino.

A la mañana siguiente pasa Elvira de nuevo con su sonrisa y el corazón rebota en mi interior. Seguro que es ella, sino porqué me saluda a diario. Esta tarde hay baile en la plaza, quizás me atreva a invitarla a bailar. Me pongo el mejor traje, ese que guardo para las bodas y funerales, cojo unas flores de mi jardín y me dirijo a la fiesta. Ahí está Elvira, con un bonito sombrero violeta, como el color del sobre.

Mientras la nueva pareja baila al compás de la música de la banda, Tomasa, con su vestido de violetas, abandona la plaza camino de su casa, resignada a seguir en soledad.

70. El amor mudo

Mis padres dejaron de hablarse en 1997. Discutieron por algo de la preferencia en una rotonda y él dijo:
—Muy bien, pues no hablaré más.
—No, tranquilo —respondió ella—, ya me callo yo. Calladita estoy más guapa.
Y no se dirigieron más la palabra en todo el fin de semana.
Al principio resultó incómodo y luego incluso divertido, pues mi madre nos pedía a alguno que dijéramos a nuestro padre que había que sacar la basura o él nos usaba para hacerle saber que necesitaba que le cosiera un dobladillo del pantalón.
Cuando la situación se prolongó descubrimos en ellos una obcecación desconocida. Sabíamos que se amaban porque se preocupaban el uno por el otro, veían películas cogidos de la mano y, noche sí y noche también, emitían gemidos ahogados al hacer el amor.
Sus miradas eran profundamente elocuentes y transmitían tanto que llegó un momento en que dejamos de esperar que se llenara aquel vacío verbal, cosa que, quizá, incluso nos hubiera decepcionado.
Cuando murió mi padre, mi madre lo veló día y noche, sentada junto al féretro. A ratos parecía que entreabría la boca para decirle algo, pero al final la cerraba y todo continuaba igual de perfecto.

Nuestras publicaciones