Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

58. MISA DE DIFUNTOS (Rosalía Guerrero Jordán)

El sacerdote enciende el cirio y se dirige a sus feligreses con la fórmula tantas veces repetida: «Junto al cuerpo, ahora sin vida, de nuestro hermano…». De repente, su voz, profunda e hipnótica, se detiene en seco.

La familia del difunto permanece a la espera hasta que, transcurridos un par de minutos, comienzan a lanzarse miradas. La primera fila se encoge de hombros, al tiempo que el hermano del finado, que apenas puede levantarse cada vez que la liturgia lo requiere, respira aliviado por poder descansar. La sobrina descarriada, se retoca el maquillaje y aprovecha para ponerle ojitos al sacristán.

El silencio solo se rompe cuando alguien tose o la afligida viuda murmura «la vida es un valle de lágrimas».

El cura permanece con los ojos cerrados, como en trance, quizás sufriendo un infarto, mientras las personas allí congregadas se impacientan. Más aún cuando entran los empleados de la funeraria para realizar el traslado.

Todos sabe que no pueden abandonar la capilla hasta que acaben las exequias.

El sacristán, tras conseguir el número de móvil de la sobrina, estira de la casulla del sacerdote, el cual reacciona con un «Podéis ir en paz».

Tras un suspiro colectivo, salen del templo.

57. La mujer sin nombre (María Rojas)

Al chiminango del centro del patio lo partió un rayo dejando el tronco seco que, terco como el abuelo, se niega a caer.

La mujer de silencios, la que apareció de la nada, la que todo lo que toca germina, sembró en la oquedad del tronco matitas de cilantro, cimarrón y perejil que no tardaron en reverdecer entre las grisáceas melenas, agitando sus olores cada vez que el aire aletea.

En las tardes ventosas la mujer se sienta a evocar retozos, a imaginarse que es una niña y que su mamita, la cocinera andina, la abraza en aromados verdores.

 

56. Cántico popular

Ya no importa cuán recto haya sido el camino,

ni cuantos castigos lleve a la espalda:

Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.

Invictus, William Ernest Henley

 

El nuevo rey prohibió la música. Consideraba que los instrumentos llevaban al pecado: los de viento eran destruidos para que nadie se los acercara a los labios; los de cuerda por incitar a las caricias, y los de percusión, a la violencia. A todo aquel que poseyera alguno, lo encerraban. Desde las diferentes celdas, los reos golpeaban las paredes con las palmas de las manos y deslizaban las cadenas por los barrotes en un ritmo armonioso. Muchos fueron ejecutados.

Ampliaron la cárcel y aislaron a los reclusos, que, sin embargo, lejos de consumirse, sonreían sobre los camastros. Los azotes no repercutían en un mal gesto por su parte. En protesta, el gentío bailaba en las calles acompañado de un silencio sepulcral. Cada vez eran más los que salían en procesión. El inquisidor se asomó por la ventana del castillo y, atormentado, saltó desde lo alto de la torre sin dejar de escucharlo en su cabeza.

55. BÚSQUEDA

No sabe todavía quién es y ya se ha hecho mayor. Al menos de eso está seguro y de que no le queda mucho tiempo para conocerse, como tampoco para algo más.

54. ¿Por qué no te callas?

El silencio es algo que llevamos muy a rajatabla en nuestra ciudad. Usted, por ejemplo, es bienvenido, faltaría más, pero le rogamos   —le exigimos sutilmente, dejémoslo ahí— que mida muy bien sus palabras: el ancho, el largo, el fondo y el peso, a ser posible por ese orden, si es tan amable. A ver cómo se lo explico… Veamos: si puede usted pronunciar una frase con seis palabras ¿Qué necesidad tiene utilizar siete? “Menos es más”, es nuestro lema. El problema del exceso de palabras es que cuando llegan los forasteros y luego se largan nos dejan las calles llenas de adjetivos, gerundios, haches intercaladas o palabras terminadas en “mente”, que luego nos cuesta dios y ayuda frotando y frotando para desincrustarlas de las aceras ¿Sabe usted lo que cuesta quitar, pongamos por caso, una esdrújula adherida a una fachada? Pues así se nos va buena parte del presupuesto de limpieza cada año, y no están las cosas como para ir derrochando el dinero ¿Alguna pregunta, caballero?

53. SILENCIO TRAICIONERO

El silencio al que se veía obligada por su amor filial le estaba corroyendo más que el cáncer que cada día se iba adueñando de sus entrañas.
Había confesado la gravedad de su enfermedad a sus hijos, hermanas, a su ex, amigos y compañeros para despedirse de aquellos a los que quería, a los que albergaba en lo más profundo de su corazón.
Aunque lo había hecho con un gran dolor y una sensación de culpa porque sentía que les hería el alma.
Pero ahora que iba a visitar, con la autorización de los médicos, a su familia en Galicia, no sabía como afrontar ese silencio.
Su madre, anciana, en sus momentos de lucidez recordaba que en verano ella había tenido graves malestares gástricos y le había hecho prometer que iría al médico.
Y se preguntaba, ¿sería capaz de mantener cara a cara todas las mentiras que le había dicho por teléfono?
¡Lo que daría por poder hablar con ella abiertamente, como hacía en el pasado, de sus miedos!
Pero sobre todo, le gustaría saber si las «almas caritativas» del pueblo, conocedoras de su estado, le habrían dicho que estaba tan mala para saber a que iba a enfrentarse.

52. Mediciones

He buscado y no he encontrado a nadie capaz de describir un descampado. Por eso acabamos por llenarlos de cemento y de palabras. De no hablar las cosas y empeñarnos en callarlo todo, a golpes como en un combate amañado, le dimos a lo nuestro la capacidad de destruirse a sí mismo. Tu voz es ahora una campana que me despierta del sueño, pero que no hace ruido. Silencio.

Si no hubiéramos cometido el error de medir el tiempo con números. Si usáramos canciones para contar el paso inevitable de los días. Si el ritmo, la cadencia o la palabra exacta dieran paso a las estaciones. Si en vez de momentos juntos, hubiéramos vivido estrofas. En vez de años, haría solo versos que no te veo.

51. Sin remite

Cada jueves, cuando regreso del trabajo, tengo en el buzón una carta de las de antes, aunque el timbre no lleva matasellos.

Ese día, la jornada laboral se me hace más larga de lo habitual, que no es poco.

Me siento en el sillón con una luz de lámpara amiga. Abro el sobre delicadamente, extraigo el papel y comienzo a leer sin prisas.

Es un momento tan placentero que hace de mi vida algo más que los silencios continuos rodeando el pasar entre voces extrañas.

No sé por qué me alaba tanto.

Podría sentir que no merezco sus lisonjas y su amor, pero me niego a hacerlo.

Me acuesto, releyendo por última vez, para forzar un sueño tangible y dichoso.

Los miércoles, por la noche, escribo.

50. LA LIBERTAD SILENCIOSA (Belén Mateos)

Tras seis días se hizo el silencio.

La luz cegaba la celosía de su ventana, y la niebla cegaba su memoria, en esas noches sin sábanas ni pastilla para dormir disuelta en un vaso de ron.

Las aguas menores se contenían en su vejiga hora tras hora, por temor a pisar el frío suelo de terrazo, o esa extensión de alfombra floreada de un color marrón profundo.

Su boca, semilla de palabra, se resecaba en su propia saliva, en el verbo irregular de sus aguas contenidas.

Temía separar la noche del día, las estaciones, la luz de las tiemblas, el canto de su pájaro enjaulado sin vuelo, de su pecera embarrada en turbia agua sin filtrar.

Se miró tímidamente al espejo, se revolvió el pelo, pellizcó sus mejillas y vio su mestizaje con la tierra, los animales, las piedras y al rio.

Liberó el vuelo de su ave, limpió los residuos de las algas, rezó al cielo.

Entonces bebió ese vaso engalanado de veneno. Tras nueve minutos contempló su cuerpo levitando en la afonía de su última certeza.

Tras siete días encontraron su cuerpo santificado en mercurio.

Hoy la prensa hace eco de su nombre: Cariel.

 

Se rompió el silencio.

 

 

 

 

 

49. De eso no se habla (Montesinadas)

La enfermera dijo su nombre y le sonó extraño en inglés. Se levantó de la silla y recorrió tras ella un largo pasillo sin cruzar palabra. La moqueta amortiguaba el ruido de las pisadas y el silencio era el refugio de su conciencia y su pecado. Al fondo, una mujer abrió una puerta y la invitó a pasar. En la sala, una camilla y un carro con instrumental que utilizarían para hurgar en su sexo. Sólo de pensarlo casi se orina encima. Se quitó las medias y las bragas, las miró por si alguna gota de sangre pudiera suponer que había vuelto la normalidad, pero ya eran tres faltas, cuatrocientas libras y un billete de vuelta para ese mismo día. Dos horas de vuelo donde aguantó el dolor y lloró bajito. Ya era tarde para arrepentirse. De vuelta en el pueblo, ni mu, punto en boca, silencio y todos callados, como calló Pablo el día que le dijo que estaba embarazada, o las amigas, cuando les pidió dinero para ir a Londres y el cura que no le dio la absolución, ni le dijo que había una señora en el barrio que, por mucho menos, le hubiera arreglado el asunto.

48. Sociedad anónima

 

Siempre subo despacio las escaleras de mi edificio. Me paro en el primero y apenas oigo el respirar de un perro, continúo hasta el segundo y un niño juega, oigo su infantil voz. Ya en el tercero, una mujer, quizá frente al televisor, entretiene su tarde y comenta con alguien la película que está  viendo. Y en el cuarto, ese me preocupa más, dos ancianos  hablan en voz más lenta que mis pasos, rememoran tiempos, rebuscan en cajones tal vez algún objeto de valor. Todo está al parecer tranquilo. Y es así, cada uno en su casa, dejando que el silencio no nos pegue dentelladas, preferimos, que aunque poco, se escuche nuestro día a día , desde que llegaron  las cartas de desahucio por la supuesta  ruina en la que se encuentran los hogares de todos nosotros.

Ya en el último piso, en mi dormitorio, redacto una carta de reclamación, a esa constructora que va tirar nuestras vidas,  sin conocernos siquiera , con el  certero golpe de una  máquina infernal.

47. Manicura

Tenazas. Clac. Falange. Cauterizar. Esas son las órdenes. Y volver a preguntarle, una vez recuperado del desmayo, dónde está la mujer del jefe, con la que intentó fugarse después de transferir toda la recaudación del Casino a una de esas cuentas que tan bien sabía manejar. ¿Quién iba a esperarse algo así de este tímido contable cuando lo contratamos? Ya llevo cuatro seccionadas y no se rinde. ¿Por orgullo, por amor? Bah… a mí qué cojones me importa. Allá él, que no se hubiera dejado atrapar para protegerla. Menudo gilipollas, como si a ella le importase una mierda.

Y mira que me jode el olor acre de la sangre y el de la carne chamuscada, aunque habrá que aguantarse, porque si se empeña en mantener su silencio, cuando acabe de recortarle las uñas, vete a saber qué le tiene preparado el jefe. Nunca le he visto tan cabreado, y además… eh, que ya se despierta…

­—¿Sabes qué toca ahora, pedazo de cabrón? Pues a mí hacer un poco más de fuerza porque voy a necesitar las dos manos. Mira que es grande tu dedo gordo, joder… ¿Me vas a decir dónde está escondida esa puta con el dinero?

—…

Claaaaaaac.

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