Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

30. LIKE A VIRGIN

Virtudes hacía poco honor a su nombre. Era una mujer un tanto díscola, de grandes pechos asomados siempre al balcón de su escote, unas piernas más largas que su escasa falda y un amante en cada una de sus perniciosas noches.

Al contrario, su marido Azazel, era un santo varón, hombre casi celestial que provocaba en mí una bendita humedad cuando lo veía pasear con ese andar angelical, ese porte alado y una provocadora áurea para mi hastiada virginidad.

 

Anoche me llevé puesto lo único que podía tentar su incólume espíritu, un rosario.

Hoy rezo, saciada, por nuestras pecadoras almas.

29.- Simbiosis

De noche correteaban desde las axilas hasta la ingle, de los tobillos a las orejas. Trepaban por mis piernas hasta enredarse en el vello púbico y pataleaban intentando liberarse para continuar su recorrido, unas veces errante, otras siguiendo los  senderos marcados por sus predecesores.

Los grillos eran mis preferidos. Aunque resultaban especialmente ruidosos  llegamos a comunicarnos mediante chirridos, en una suerte de diálogo para grillados. Y qué decir de la suavidad de los  gusanos verdes, residentes de la parte baja de la espalda, cerca de las arañas. Las hormigas iban a lo suyo, siempre serias, siempre ocupadas. Nunca entablaron relación con sus vecinos los ciempiés, ni con las urticantes procesionarias. Del ombligo emergían escarabajos negro charol que refulgían bajo la luz de la mesilla, presumidos, dejándose mirar. Cada especie había conquistado un territorio en mi cuerpo, pero en ocasiones debía reordenar las colonias, sobre todo cuando eclosionaban los huevos y algunas  larvas andaban perdidas.

Desgraciadamente, sobrevino una plaga descontrolada. Tuve que pedir ayuda y mis bichitos huyeron en estampida en cuanto dejé de consumir ciertas sustancias.

Desde entonces me encuentro genial, pero ahora, al acostarme, tardo en quedarme dormido. Echo de menos esas cosquillitas en la entrepierna.

28. Tertulia de bichos

Por la rendija, justo por donde el sol entraba oblicuo iluminando el polvo, desde allí podía observarlos, sin ser vista.

Las hormigas pasaban de largo. Sin embargo, el resto parecía haberse dado cita en el alfeizar de la ventana para criticar a los humanos.

—Son tercos. No aprenden de sus errores. Egocéntricos y obstinados —decía la polilla.

—Pero si no saben ni hablar —replicaba el pulgón, al tiempo que agregaba—. Porque ya me diréis qué significa «claroscuro». ¿Es claro o es oscuro? Lo mismo que «trampantojo”, o «puntapié». Y como esas, tienen miles.

El mosquito por su parte, solo se lamentaba:

—Lo cierto es que nos odian y conforme avance el verano, harán todo lo posible para exterminarnos.

—Conmigo lo intentan, pero no pueden —le respondía altiva una cucaracha.

—Pues, podríamos decapitarlos —ironizó entonces la mantis y todos estallaron en una carcajada.

El jolgorio acabó pronto, justo cuando se acercó una bella mariposa, de recién estrenados colores. Venía visiblemente alarmada y los dejó a todos preocupados y rascándose las cabezas con las antenas.
Ninguno encontraba una explicación cuando la mariposa contó lo sucedido: la larva había desaparecido y la crisálida… ¡estaba hueca!

Inquietante, muy inquietante, le decían.

27. El encuentro (Paloma Hidalgo)

A pesar de estar tan negra, a la abuela la veo mejor, sin el rollo de la artritis reumatoide está más ágil, puede subirse a cualquier cosa para oler el jazmín que trepa por la pared. El abuelo, lo mismo, además ahora está tan delgado que puede compartir pipas y palomitas conmigo, cuando hace bueno y mamá abre el balcón y acerca mi silla para que pueda tomar el aire. Nunca vienen solos a verme, se traen muchos amigos, poco a poco les voy conociendo. Hay una niña del colegio, creo, aunque a esa no he podido verla bien con la lupa aún, mamá me la confiscó hace poco, mientras estaba observándola, y desde entonces, tampoco abre las puertas del balcón. Hoy ha llamado al médico asustada, decía algo de unas secuelas, de unas vueltas de campana de un coche, de no sé qué accidente, que he empezado a mirar a las hormigas con lupa y que hablo con ellas. Me temo que me va a ser muy difícil organizar ese encuentro que papá, por cierto está guapo de negro y sin gafas, quería que preparara para pedirle perdón por lo del exceso de velocidad. Quizá, la próxima primavera.

26. DIETA SILVESTRE (Rafa Olivares)

Al abuelo Juan Salvador, que ya no andaba ni hablaba, lo sacábamos todas las mañanas en su silla de ruedas al balcón, bajo el cobijo del toldo, para que se entretuviera mirando al parque. Cuando nadie lo veía, se encaramaba a la barandilla y salía revoloteando hasta la rama de un castaño de indias. Allí observaba los juegos de los niños, los arrumacos de los enamorados, los paseos de los ancianos y los trabajos de los jardineros. A veces, algún empleado municipal le increpaba por subirse al árbol. Él nada decía y seguía a lo suyo. Después, planeaba hasta el suelo a comer semillas e insectos, que encontraba con habilidad entre la hierba, y se acercaba al estanque a sorber algo de agua. Antes de la hora de comer, alzaba el vuelo de vuelta al balcón y se sentaba en su silla como si nada hubiera pasado. Ahora mamá anda preocupada, dice que últimamente el abuelo no come mucho.

25. El quebrar del cascarón

Sabía cómo respiraba. Cuando la vida fluía dulce y la brisa entrelazaba aromas de flores al sol, tomaba aire: cuando el frío cristalizaba las nubes, se le congelaba el aliento. Sabía de su pinza, como de langosta, dispuesta a cercenar lo feo, de sus alas de plumón para cobijar, de su oreja enorme de elefante africano que lo escuchaba todo, de sus miembros suaves que acariciaban señalando la luna. Le vi alimentarse, digerir venenos y delicias para crecer equilibrado. Esperé durante años que rompiera la corteza.

Ahora sé que el veneno le provoca cólicos de ira y los manjares un ansia feroz; que tiene atrofiadas la oreja y las alas, que la pinza se ha vuelto indiscriminada. Que le ha surgido una boca con colmillos afilados que muerde y vocifera, unas garras que ignoran el cielo. Le siento taladrar la realidad para tomar el control, carcomer tu piel para emerger. Como una larva que sabe que ha llegado su momento. O el mío.

Y aquí estoy, buscándote en sus ojos. Una garra estrangulando mi muñeca, sin oreja que escuche. Dos bocas a punto de gritar, la mía de miedo. Y a diez centímetros de ambos, el mango de un cuchillo.

24. METAMORFOSIS (Mariángeles Abelli Bonardi / Relato fuera de concurso)

Después de setenta balcones y ninguna flor, su aventura en miniatura se le vuelve enorme… ¿Qué bicho te picó?, se recrimina, sabiendo que no puede arrepentirse… Bicho raro: así la ha tildado la colonia, por eso, bien avituallada, partió sin mirar atrás.

El miedo amenaza con hacerle pupa, pero ella camina y se repite «a otra cosa, mariposa», ¿no es acaso un insecto social? Beber de una gota de rocío le aclara la mente: el balcón setenta y uno tampoco tiene flores, pero sí una mesita verde, a juego con dos sillas, que se ve de lo más desafiante… Asciende por una de las patas y ve que ya no está sola: la pierna tiembla bajo el jean, garabatea la mano, divaga la mirada por el cielo hasta posarse en ella… Comienza a correr… ¡De seguro que la mata! Pero entonces, la punta del bolígrafo la intercepta y la posa en la hoja… Camina la rayada superficie, y a medida que lee, advierte lo que ha pasado: ya no es una simple hormiga, sino el deseado bichito de la inspiración

23. Sociología de los tendales

Clara me observa desde su pedestal hiriente mientras cojo el cigarrillo y me dirijo al balcón. Pero ella no entiende el ejercicio de años que llevo desarrollando al prestar atención a las entrañas de mi edificio. De este modo, conozco y vigilo la civilización del mundo. Porque es en el patio de luces donde nos desprendemos de las máscaras. Esa impecable anciana de las pieles deja morir a sus geranios. Ese mocoso insufrible es un virtuoso al colgar las prendas. Esa madre atribulada descarga su ansiedad escondiendo alcohol entre los productos de limpieza. Al de la música a tope le oigo llorar a veces en esas noches extrañas en las que no sale. A veces oculto la brasa con mi mano para no delatarme ni interrumpir esa congoja. Y he observado, últimamente, que otra brasa velada me acompaña en las sombras más oscuras. La solitaria chica del primero, de la que nada se, la que mantiene el balcón desnudo, a la que nunca he visto tender, comparte conmigo este vicio. Y anoche colgó en el tendal un trapo rojo incitante. Sin forma. Muy rojo. Y seco. ¿Es una llamada? ¿Es un mensaje en clave?

22. PECECILLOS DE PLATA – EPI

En una caseta de la Feria de otoño del libro antiguo, encontré un volumen encuadernado en cuero del Decamerón, que tantas tardes, me dio placer en mi adolescencia.
Ya en casa cerré persianas y encendí una vela.
Se creó un clima especial, como si estuviera en una abadía, luces y sombras temblaban en las paredes, abrí el libro y fui pasando las hojas.
Entonces le vi, un pececillo de plata recorrió la página muy deprisa y se paró, cogí una lupa y admiré sus escamas, que a la luz de la vela refulgían. Al rato desapareció entre los hilos engomados del lomo. Sabía que era un lepisma y que para fecundar no necesitan copular.
Aparecieron dos pececillos, uno empujando al otro como en un cortejo ritual y sexual que lo llevó donde había estado antes y la que posiblemente fuera la hembra se quedó enganchada en la sustancia allí depositada.
Estaba ensimismado, cuando apareció una tijereta que cazó a la hembra y el otro desapareció.
Cerré el libro de golpe, lo coloqué en el estante más alto y decidí que yo no era nadie para inmiscuirme en el Universo de los lepismas.

21. MIGUEL ÁNGEL (Paloma Casado)

Te burlaste cuando dijo eso de “las mariposas en el estómago” en vuestra segunda cita. También cuando comparaba con gusanitos de seda tus dedos en su espalda. Te parecía un poco ridículo, pero tan adorable que enseguida le propusiste un viaje a Roma. Comisteis helados en la Piazza Navona y arrojasteis monedas en la Fontana de Trevi como todos los turistas. Aguantaste tanto tiempo de espera porque él quería ver la cúpula que pintó su tocayo. Tu correosa coraza de tipo duro se fue resquebrajando ante sus ojos asombrados. Por eso, no te importaron las cucarachas en el piso que alquilasteis en el Centro ni ese olor a desinfectante rancio. Desde el balcón, que enseguida llenó de geranios, asististeis a los desfiles de banderas arcoíris que daban la bienvenida al futuro. Como si otro mundo mejor fuera posible. Como si nadie fuera a insultaros por caminar de la mano. Como si el odio estuviera proscrito y no existieran jaurías que os rodearan en la noche y hundieran una navaja cerca de su corazón. Nunca pensaste que sostendrías su cuerpo moribundo, igual que esa Piedad que tanto le gustaba

20. A vista de pájaro

Mientras regulo el respaldo del asiento y ajusto la altura del volante, le pregunto si puede bajarme el precio.

Me contesta que no, que no es negociable y me recuerda que lo ponía bien claro en el anuncio. Además, añade que no le haga perder mucho tiempo porque tiene a gente interesada esperando.

Capto la directa y me olvido de la rebaja, entonces le pregunto por los años.

-Cinco y sin rodaje -responde- es un chollo tal y como está la inflación.

La verdad es que está por las nubes, pero para qué hablar del tema si es el motivo por el que estoy aquí. Simplemente, afirmo con la cabeza.

Luego bajo del vehículo, echo un vistazo a los asientos traseros, abro el maletero, levanto el capó y paso la mano por los revestimientos.

-Si pagas ahora, es tuyo hoy mismo -dice.

Finjo que pienso la oferta y miro al horizonte, aprovecho para observar las vistas que por cierto son inmejorables y, sin darle más vueltas, acepto. Le pago en efectivo y. al momento, me entrega la llave de lo que será mi nueva residencia, un coche de desguace situado en el balcón de la ciudad.

 

19. Lo que de verdad importa (Gemma Llauradó)

Había llegado el anhelado fin de semana. Una escapada a la costa gozando del sol, saboreando una cervecita helada en alguna terraza, disfrutando de los paseos y las tertulias tras las comidas… Un plan perfecto entre amigos.

Al llegar al hotel, ese entusiasmo se desvaneció por momentos. Me asignaron una habitación individual con una cama pegada a una de las paredes de pintura desconchada. La habitación era mínima, eso sí, con baño. Este no había visto en años un mantenimiento preventivo.

¿Un error en la reserva…? Me pregunté. No lo era. Sin embargo, nada se parecía a las fotos previas visualizadas. No había terraza ni tan siquiera un balcón, tan sólo un ventanuco que daba a un patio de luces donde sólo había oscuridad. Unos visillos suplantaban las cortinas inexistentes. La televisión no funcionaba y el aire acondicionado temblaba al conectarlo.

Al menos, estaba limpia, pensé. No había bichos indeseables en el baño, pero el rumor incesante de las tuberías y bajantes avivó por momentos mi imaginación. Había despertado mi musofobia.

Sacudí la cabeza para quitarme ese pensamiento. No importaba el antes, ni siquiera el ahora. Tenía que pensar en el después. Estaría con mis amigos.

Nuestras publicaciones