Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

55. Hija única

La niña pone la manita sobre la abultada tripa de su madre y pregunta si falta mucho. La madre le sonríe y contesta que no, que en muy pocos días podrán abrazarse y darse muchos besos y que muy pronto compartirán toda la ropa y los juguetes. La niña ladea su cabeza, lanza un beso a su madre y regresa entre saltitos a su cuarto. Cierra la puerta con sumo cuidado, esconde su camiseta de princesas tras el cajón del armario y, canturreando, empieza a afilar todos sus juguetes.

54. Bianca Délano

Pedro murió el viernes al amanecer. Lo encontraron en un banco del parque de la Magdalena. Se quedó dormido– le dijeron–. Una ola de frio polar, inesperadamente, había invadido la templada ciudad.

A Martín, castellano de Tierra de Campos, Santander le tan resultaba lejana, como su hermano. Lo llevaron al pueblo a enterrar. Martín pensó que, aunque probablemente Pedro no hubiera estado de acuerdo, era lo más sencillo.

Después, tan inesperadamente como el frio polar que se llevó a Pedro, apareció un abogado para detallarle la extraordinaria herencia que le dejaba su hermano.

La luz de la bahía atravesaba espesa el gran ventanal ovalado del ático. Martín permanecía sentado en el lujoso dormitorio de Pedro, absorto en la contemplación de las motas de polvo en suspensión y el exótico contenido del vestidor.

El abogado le explicó que la fortuna no procedía de su sueldo de catedrático, sino de su “otra carrera”.  Pedro resultó ser “Bianca Délano”, la escandalosa “Queen” que revolucionaba las tertulias televisivas más tórridas.

Su adorado hermano: ingenioso, cariñoso y bromista. No el desconocido pedante estirado que raramente lo visitaba siempre con prisas. Por fin lo recuperaba, aunque demasiado tarde. Sonrió y una lágrima recorrió su mejilla.

 

53. Mi amor

Mi reloj marca las once y cuarto. El tuyo las once y diecisiete. Miro los dos relojes juntos en mi muñeca. Tu reloj ha empezado a atrasarse a pesar de que lo llevo constantemente puesto; hasta para dormir. Supongo que también nota tu ausencia. El retraso es ya de dos minutos: quince segundos por cada día que nos faltas, a mí y al reloj. Calculo que dentro de tres semanas el retraso será de más de cinco minutos y tu reloj seguirá alejándose del mío. Recuerdo el día en que me lo regalaste. Nos recuerdo; tan distintos los dos, tan sincronizados… Aún no soy capaz de entender que hace ocho días te apagaste del todo, sin hacer ruido, sin más. Y me cuesta aceptar que nuestros relojes seguirán separándose a razón de quince segundos diarios. El día que tu reloj se pare definitivamente mi corazón volverá a romperse: sin remedio ya, claro. No sé si entonces podré soportar seguir llevando tu reloj junto al mío, en mi brazo, durante todos los segundos de cada hora. Sabiendo que tu mecanismo, sin embargo, no tiene arreglo; con la certeza de que ya no me vas a volver nunca.

52. Coetáneos

Cada vez hay menos personas de mi edad. Es algo que viene ocurriendo desde que nací, aunque no haya caído hasta ahora en la cuenta. Los que quedamos vivos andamos desperdigados por el mundo, con poco más en común, seguramente, que el haber visto la primera luz el mismo día. Avanzamos en la posición que el reloj nos otorgó, como caballos de un tiovivo, ajenos a las bajas causadas a uno y otro lado por los rigores de la existencia. Llegará un momento en que sólo quede uno y quizá no sea más consciente de su singularidad que aquel inocente que se fue primero. Vivirá como cualquier otro el resto de su tiempo, pensando tal vez en si cumplirá un año más, si merecerá la pena hacerlo, o acaso sin poder articular ya pensamiento alguno. Y después se irá también. Antes de callar para siempre, haya o no alguien a su lado, puede que ría dichoso, que entone un canto melancólico, o incluso que grite de rabia. Sea como sea, el ruido de su sola garganta nunca podrá igualar al que hicimos con nuestro llanto los cientos de miles de nacidos aquel domingo de junio.

51. DEL OLIMPO AL TEBEO (Rafa Olivares)

Aunque se sabe mucho de Chronos, dios del tiempo, poco se conoce de su hermana Ananké, la deidad de la inevitabilidad. Al primero se le atribuye la creación del devenir inexorable de momentos y sucesos. Cierto que con la loable intención de poner algo de orden en el caos existente en el universo, vale, pero por su atolondramiento aún estamos sufriendo sus perversos  efectos colaterales. Conceptos como envejecer, inventos como el  despertador o ideas como las listas médicas de espera no existirían sin ese fatídico contador perpetuo. Nuestra vida sería bien distinta. Pero no dejemos de lado a la hermanita. Por la gracia de Ananké, por ejemplo, no hay Navidades sin Pretty Woman ni fabada sin flatulencias, el pobre Santiago Nasar no tuvo escapatoria a su muerte anunciada y las tostadas, como nos hizo ver Murphy, siempre caen por el lado de la mantequilla. El único alivio que podemos  reconocer a la pareja de hermanos, es que, sin duda, sirvieron de inspiración al dibujante Escobar para crear sus personajes de Zipi y Zape.

50. TIEMPO MUERTO (Juan Manuel Pérez Torres)

Se mostró tolerante cuando llegó con esa despreocupada sensación de que allí iba a perder el tiempo. Había dejado cosas a medio hacer, en proyecto varias visitas a familiares y amigos, pendiente la lectura de algunos libros que le habían llamado la atención o le fueron recomendados y mal sabor de boca por no haberse despedido bien de su cónyuge. Además, con las prisas, el paseo con su perrita se había quedado esperando…

Mientras sí, mientras no, su cabeza seguía trabajando. Había estado contabilizando los minutos trabajados por sus empleados para calcular las horas de productividad, cuando su reloj de fichar le dio fallo. Y allí estaba ahora, esperando pacientemente que alguien lo arreglara.

Me lo contó días después, ya consciente y sin sedación, mientras, gota a gota, recuperaba el ritmo normal de su corazón tras la sacudida. Me dijo haber tenido entonces la visión en capítulos de su pespunteada vida, en tanto que su corazón (tic tac) latía a golpes de mi desfibrilador.

49. A través del tiempo (Javier Igarreta)

Huérfano de madre, Toñín atesoraba una larga lista de trastadas. Todos culpaban a Lorenzo, su despreocupado progenitor, que sólo se sintió afectado cuando desapareció el Roskopf. Aquel reloj permanecía guardado como oro en paño. El abuelo lo había traído del frente, tras rescatarlo del pecho destrozado de un camarada.

Fue precisamente Toñín quien, quizás excesivamente alarmado, constató la falta del peluco, desechando a renglón seguido su culpabilidad. El incidente, por otra parte nunca aclarado, precipitó los acontecimientos, haciendo que finalmente Lorenzo aprovechara los buenos oficios de don Ramón, el cura del pueblo.

Ya en el internado, Toñín escuchó una tarde una propuesta de Inocencio, un muchacho al que todos evitaban. Tras un instintivo escalofrío aceptó su reto de “un viaje al fin de la noche”. Antes del amanecer descendieron hasta el inframundo del complejo asistencial. Una luz mortecina apenas si iluminaba el suelo mucilaginoso del laberíntico sótano, donde el murmullo de las cañerías hacía de contrapunto al cuchicheo de las ratas. Abducido por el crescendo de un insistente tic-tac, Toñín encontró acomodo en un recinto acerado, junto a los zombies que activaban frenéticamente el vaivén del tiempo. Tras el cristal craquelado del artefacto amanecían lejanas llamaradas bélicas.

48. Tiempo de interiorismo

Se descubrió por casualidad al investigar un fármaco contra el hipertiroidismo que la disolución del propilitiouracilo en cerveza provocaba el desarrollo del lóbulo frontal, permitiendo un cálculo instantáneo y exacto del tiempo. Los relojes se fueron haciendo innecesarios. Poco a poco se desguazaron para recuperar las piedras preciosas y los metales nobles. Los que no tenían tales materiales fueron directamente destruidos y solo unos pocos se usaron como elementos de decoración. Ahora la generación transmilenial beta se pregunta para qué se utilizaban esas cosas que adornan las vitrinas de sus abuelos.

47. CONTRA RELOJ (Nieves Torres)

Salió a la calle y le cegó la luz. Sus ojos tardaron aún unos segundos en acostumbrarse a la claridad del día y poder escudriñar el reloj: las siete y media. Caminó lo más rápido que le permitían los tacones. Tras la primera esquina, sacó unas deportivas de la mochila que liberaron sus dedos mortificados. El amanecer había convertido el cielo en un espectáculo de tonos rojos y anaranjados y soplaba una brisa fresca. Se cubrió los hombros y el generoso escote con una sudadera de punto y consultó de nuevo el reloj. Apuró el paso para llegar antes de las ocho y apagar el despertador, así ella podría dormir una hora más.

Ya en casa, aún tuvo tiempo para lavarse la cara retirando hasta el último rastro de maquillaje, despertar a los niños, tomar un café con ellos mientras desayunaban y dejarlos a la puerta del colegio, a las nueve menos cinco, como el padre responsable que era.

46. EL PRECIO DE TUS LÁGRIMAS (Mødes)

Nunca me dijo el porqué.
Pero cuando éramos niñas, mi hermana pasaba las noches llorando y rezando, hasta que el sueño la envolvía en una tundra de paz.
Por eso no me sorprendió que, con el paso del tiempo, se convirtiera en la plañidera más solicitada de toda la comarca, pues sólo ella tenía el don de convertir cualquier velatorio en un espectáculo emocionante y aterrador.
Si lloraba por un fallecido en circunstancias violentas, de sus ojos brotaba un viscoso torrente de sangre.
Al hacerlo por alguien ahogado en el mar, un firmamento de sal se deslizaba por sus mejillas.
Y si el finado era un bebé, sus lágrimas se transformaban en pompas de jabón que, al elevarse y estallar, olían a polvo de talco.
Pero hace unos días, consciente de haber perdido su magia, me comentó que dejaba el trabajo.
Y es que, desde que murió nuestro padre, sólo puede llorar de alegría.

45. A mi hermano in memoriam (María José Escudero)

Mi hermano era un niño frágil y reservado, una bendición según su tutor que lo tenía en gran estima y se empeñaba en que hiciera permanencias por las tardes. En casa agradecíamos mucho su interés por la educación del chaval y solíamos obsequiarle con alguna tarta que yo mismo elaboraba en la pastelería donde trabajaba los fines de semana para costear mis estudios y de la que, además, el susodicho era cliente habitual.

Mi hermano tenía nueve años y su ingenuo razonamiento no le permitía comprender ciertos castigos: “Ves lo que me haces hacer”, repetía el depravado tutor cada vez que lo asaltaba. Y un día, al regresar de clase, corrió a esconderse, y se quedó para siempre ovillado en la oscuridad. Lo abrazamos con inquietud, lo sonsacamos…y atamos cabos. Demudada, mamá acudió al colegio y el padre director le rogó discreción. Es decir, silencio. Pero yo conocía otro punto flaco del sujeto y cada domingo, dominado por una rabia feroz, incorporaba dosis discretas de veneno en sus dulces encargos. Y terminé la carrera en la cárcel.

Mi hermano nunca consiguió sanar su trauma, por eso, yo decidí romper el silencio y lo conté todo en mi primer libro.

44. De donde nadie vuelve

Dicen, y he de creerlo por la unanimidad de un pueblo, que el reloj del campanario se paró cuando mi hermana y yo nacimos.

Eso que tan solo podría ser un chascarrillo más, se convirtió en un estigma. Porque dicen, otra vez dicen, que desde ese momento comenzó la diáspora.

De tres bares solo queda la taberna de Juancho (que la mantiene por no achisparse solo).

Sandra y yo nos quedamos, como si tuviéramos que pagar una deuda. Y sin más jóvenes cercanos, cuando el deseo brotó inconmensurable, nos dedicamos a explorarnos. En las penumbras.

Al quedar embarazada, no hubo más remedio que salir del escondrijo y lidiar con lo que acaeciese.

Primero decidimos comunicárselo al cura (que solo venía los martes). Tal fue su ira al llamarnos “hijos de Satanás” que fue como una invocación.

Al nacer nuestra hija, gastamos nuestros ahorros en un relojero que, amparado en la oscuridad de la noche, puso en marcha las saetas.

Que hayan comenzado a regresar familias se considera obra y milagro de nuestra pequeña. Bendita casualidad.

El párroco anda mucho tiempo desaparecido. Dije que lo amenacé con matarlo (por su canalla seducción a una joven inocente) si se le ocurría volver.

 

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