Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
2
horas
1
1
minutos
0
8
Segundos
2
1
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

64-La riada ( Paz Monserrat Revillo)

Cuando Don Ricardo preñó a la hija de la Engracia, la familia se mudó a una ciudad del sur.

Al año regresaron. Engracia acunaba a una niña de tres meses envuelta en un chal. Su hija llevaba la vergüenza prendida en la mirada y una venda prieta alrededor de sus pechos. Oculta a la visión de la gente, la leche blanca y esperanzada se iba transformando en un suero sucio y amarillo. Desde entonces algo fétido y doloroso rezumó bajo la superficie de las cosas sin derramarse del todo.

El silencio se instaló en aquella casa, y colmó todos los resquicios de su realidad. La pequeña compartió apellidos y juguetes con su verdadera madre, convertida ahora en su hermana. La estrategia era impecable si la abuela cumplía resignada su papel de madre añosa. La confusión funcionó. Nadie habló.

Pero sesenta años después Don Ricardo, en su lecho de muerte, reconoce a esa hija. La herencia inesperada retuerce el árbol genealógico hasta convertirlo en un olivo milenario. El silencio escapa de su guarida y cede todo el espacio al grito, a la murmuración y a todas esas palabras astilladas que ahora circulan como troncos liberados de una presa tras la riada.

63. LA LLEGADA

No llegó de golpe, fue poco a poco. Tanto, que no nos dimos cuenta hasta que, una mañana, no se oyeron las cantarinas risas que nos habían acompañado desde siempre.
Es ley de vida, dijeron.
Después todo se precipitó: faltó el petardeo de la moto del Enrique, la música a todo volumen de la furgoneta de reparto y los ritmos acompasados de los tacones en el paseo.

Un año, no hubo orquesta por fiestas y nos quedamos sin baile. Aún nos quedaban los órdagos y los chasquidos del marfil sobre la madera de las mesas, pero al poco, se apagó el silbido de la cafetera y con él también se terminaron las partidas.
Los que aún resistíamos nos consolábamos con frases de esperanza y algunas fotos a la espera del verano. Con el calor, volvían cual golondrinas y, al igual que ellas, inundaban las calles con sus trinos. Pero esas visitas, y también las golondrinas, se hicieron cada vez más escasas. Ley de vida.

El invierno pasado murió el Eulogio y llegó el silencio. Las esquilas de sus ovejas habían enmudecido dos años antes, cuando sus hijos dijeron que estaba mayor para andar por el monte. Era ley de vida.

62. El parlanchín

No habla demasiado, lo suyo es la expresión corporal. Si quiere dar los buenos días hace una voltereta hacia delante, una reverencia y muestra una flor. Cuando se despide repite el ejercicio para atrás, repliega la reverencia y se guarda la flor en el bolsillo de la americana. Entre una acción y otra ha exhibido un repertorio conversacional de contorsiones y cabriolas que ni el más dicharachero saltimbanqui podría emular en años. Pero no se siente agotado, ni mucho menos, en cuanto se cruza con otro vecino vuelve a combinar saltos y figuras hasta que le refiere todas las historias que ese día rondan su cabeza. Cuando en un compromiso formal se ve obligado a recitar de viva voz alguna frase con sujeto, verbo y predicado, articula tan despacio y entrecortado que jamás llega a terminarla. Y se siente tan desfallecido que necesita dormir durante horas, como un mimo, para que le vuelvan a brotar con fluidez las piruetas.

61. Navidad (fuera de concurso)

Atisba tras el visillo y observa, con regocijo, las maniobras desesperadas de los vecinos por hacerse con un hueco donde aparcar. Esos días la calle parece un gusano multicolor de vehículos amontonados. De ellos salen familias enteras que llenan de voces  y risas la paz habitual.

Tanta alegría ajena envenena su alma, las luces de colores hieren sus retinas, las músicas perforan sus oídos. Maldice y perjura, pero después se convence a sí misma de la estupidez de la gente aborregada que despilfarra y celebra por obligación, al mandato de los intereses consumistas, unas fiestas impuestas llenas de falsedad e hipocresía. Los espía desde la ventana, día y noche, a la búsqueda de más argumentos que apuntalen la inteligencia de su  postura al despreciarles y la superioridad moral de su visión al respecto.

Aunque a veces, por mucho que la rechace y le moleste, le asalta la imagen de su garaje, vacío y silencioso, y de aquella polvorienta caja de cartón llena de adornos que nunca se decide a tirar.

60. Múltiple verdad (La Marca Amarilla)

El silencio esconde muchas verdades, casi nunca la mentira, y yo sentía que no podía callar más. Sentado en el sofa, esperaba a que ella volviera de trabajar para contarle mi infidelidad.

Cuando Maite entró en el salón me miró como si ya lo supiera todo, bajó la vista y fue ahí cuando entendí su comportamiento de los últimos días, esa distancia y ese silencio evidenciaban que ya sospechaba algo. Me levanté decidido a hablar para acabar definitivamente con este mal ambiente cuando Maite se me adelantó:

– Victor, escúchame bien, sé que últimamente he estado huraña y taciturna… Y sé que lo sabes todo. Tu actitud distante y flemática de estos últimos días demostraba que intuías algo…

– ¿Cómo?

– Victor, lo siento, no puedo callar más. Te he sido infiel.

59. Sorpresa (El Moli)

Quizás mañana…
Debo esperar, no se como lo va a tomar.
Ella tiene una vida plena, es joven, con futuro, sueños y proyectos.
Pronto lo sabrá, será terrible porque no lo espera, sólo supo amar, aunque él no le corresponda.
A mi me faltan aún ocho meses…

58. MISA DE DIFUNTOS (Rosalía Guerrero Jordán)

El sacerdote enciende el cirio y se dirige a sus feligreses con la fórmula tantas veces repetida: «Junto al cuerpo, ahora sin vida, de nuestro hermano…». De repente, su voz, profunda e hipnótica, se detiene en seco.

La familia del difunto permanece a la espera hasta que, transcurridos un par de minutos, comienzan a lanzarse miradas. La primera fila se encoge de hombros, al tiempo que el hermano del finado, que apenas puede levantarse cada vez que la liturgia lo requiere, respira aliviado por poder descansar. La sobrina descarriada, se retoca el maquillaje y aprovecha para ponerle ojitos al sacristán.

El silencio solo se rompe cuando alguien tose o la afligida viuda murmura «la vida es un valle de lágrimas».

El cura permanece con los ojos cerrados, como en trance, quizás sufriendo un infarto, mientras las personas allí congregadas se impacientan. Más aún cuando entran los empleados de la funeraria para realizar el traslado.

Todos sabe que no pueden abandonar la capilla hasta que acaben las exequias.

El sacristán, tras conseguir el número de móvil de la sobrina, estira de la casulla del sacerdote, el cual reacciona con un «Podéis ir en paz».

Tras un suspiro colectivo, salen del templo.

57. La mujer sin nombre (María Rojas)

Al chiminango del centro del patio lo partió un rayo dejando el tronco seco que, terco como el abuelo, se niega a caer.

La mujer de silencios, la que apareció de la nada, la que todo lo que toca germina, sembró en la oquedad del tronco matitas de cilantro, cimarrón y perejil que no tardaron en reverdecer entre las grisáceas melenas, agitando sus olores cada vez que el aire aletea.

En las tardes ventosas la mujer se sienta a evocar retozos, a imaginarse que es una niña y que su mamita, la cocinera andina, la abraza en aromados verdores.

 

56. Cántico popular

Ya no importa cuán recto haya sido el camino,

ni cuantos castigos lleve a la espalda:

Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.

Invictus, William Ernest Henley

 

El nuevo rey prohibió la música. Consideraba que los instrumentos llevaban al pecado: los de viento eran destruidos para que nadie se los acercara a los labios; los de cuerda por incitar a las caricias, y los de percusión, a la violencia. A todo aquel que poseyera alguno, lo encerraban. Desde las diferentes celdas, los reos golpeaban las paredes con las palmas de las manos y deslizaban las cadenas por los barrotes en un ritmo armonioso. Muchos fueron ejecutados.

Ampliaron la cárcel y aislaron a los reclusos, que, sin embargo, lejos de consumirse, sonreían sobre los camastros. Los azotes no repercutían en un mal gesto por su parte. En protesta, el gentío bailaba en las calles acompañado de un silencio sepulcral. Cada vez eran más los que salían en procesión. El inquisidor se asomó por la ventana del castillo y, atormentado, saltó desde lo alto de la torre sin dejar de escucharlo en su cabeza.

55. BÚSQUEDA

No sabe todavía quién es y ya se ha hecho mayor. Al menos de eso está seguro y de que no le queda mucho tiempo para conocerse, como tampoco para algo más.

54. ¿Por qué no te callas?

El silencio es algo que llevamos muy a rajatabla en nuestra ciudad. Usted, por ejemplo, es bienvenido, faltaría más, pero le rogamos   —le exigimos sutilmente, dejémoslo ahí— que mida muy bien sus palabras: el ancho, el largo, el fondo y el peso, a ser posible por ese orden, si es tan amable. A ver cómo se lo explico… Veamos: si puede usted pronunciar una frase con seis palabras ¿Qué necesidad tiene utilizar siete? “Menos es más”, es nuestro lema. El problema del exceso de palabras es que cuando llegan los forasteros y luego se largan nos dejan las calles llenas de adjetivos, gerundios, haches intercaladas o palabras terminadas en “mente”, que luego nos cuesta dios y ayuda frotando y frotando para desincrustarlas de las aceras ¿Sabe usted lo que cuesta quitar, pongamos por caso, una esdrújula adherida a una fachada? Pues así se nos va buena parte del presupuesto de limpieza cada año, y no están las cosas como para ir derrochando el dinero ¿Alguna pregunta, caballero?

53. SILENCIO TRAICIONERO

El silencio al que se veía obligada por su amor filial le estaba corroyendo más que el cáncer que cada día se iba adueñando de sus entrañas.
Había confesado la gravedad de su enfermedad a sus hijos, hermanas, a su ex, amigos y compañeros para despedirse de aquellos a los que quería, a los que albergaba en lo más profundo de su corazón.
Aunque lo había hecho con un gran dolor y una sensación de culpa porque sentía que les hería el alma.
Pero ahora que iba a visitar, con la autorización de los médicos, a su familia en Galicia, no sabía como afrontar ese silencio.
Su madre, anciana, en sus momentos de lucidez recordaba que en verano ella había tenido graves malestares gástricos y le había hecho prometer que iría al médico.
Y se preguntaba, ¿sería capaz de mantener cara a cara todas las mentiras que le había dicho por teléfono?
¡Lo que daría por poder hablar con ella abiertamente, como hacía en el pasado, de sus miedos!
Pero sobre todo, le gustaría saber si las «almas caritativas» del pueblo, conocedoras de su estado, le habrían dicho que estaba tan mala para saber a que iba a enfrentarse.

Nuestras publicaciones