Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

64. El abrazo del ángel.

El edificio en el que a duras penas ha conseguido esconderse está en ruinas. Los muros apenas se tienen en pie y de los grandes ventanales que antaño los coronaban solo quedan algunos pedazos de vidrio con restos de sangre.

Le cuesta respirar, y la herida que le acompaña desde la última reyerta insiste en abrirse camino en su interior.

Recostado sobre unos cartones, y a esas alturas de la guerra, su esperanza de vida es un hilo cada vez mas fino que ya no alcanza a sujetar.

A través de las ventanas desvencijadas mira al cielo. Parece que algo se acerca. La vista también empieza a fallarle. Se frota los ojos con la parte mas limpia de su manga y vuelve a mirar.

Siempre se ha considerado creyente, incluso en los peores momentos.

La imagen está cada vez más cerca, envuelta en una aureola brillante. Su madre le dijo cuando era niño que todos tenemos un ángel de la guarda que cuida de nosotros y nos guía en el camino al más allá.

En su último aliento, el soldado le tiende la mano al ángel y se marcha con él, antes de que el misil destruya el edificio.

 

63. Asperger (Adrián Pérez Avendaño)

De repente, todos se callaron. Solo el pitido del lector de códigos de barra que la cajera pasaba sobre los productos seguía sonando.

–Ha pasado un ángel –dijo cuando llegó mi turno y pasé a su lado.

No sé si se dirigió a mí, porque no la miré, pero nada más acabar la frase, empecé a buscarlo: entre las personas que hacían cola en el resto de cajas, en la puerta de entrada y salida, donde dos ancianos recogían comida para los niños pobres, en la sección de frutas y verduras. Miré por todas partes pero ni rastro de las alas, ni del pelo rubio y rizado, ni de la sábana blanca y las sandalias de esparto.

–¿Quieres bolsa? –me preguntó.

­–Sí, dos, por favor.

Volví a casa mirando al cielo: vi un globo verde que cada vez estaba más lejos, una bandada de pájaros que tenía forma de bumerán, un rayo que apareció y desapareció enseguida. Y que me asustó un poco. Luego vi cómo se ponía a llover.

–Hijo, estás empapado –dijo mamá al abrir la puerta. Acababa de ducharse e iba envuelta en una toalla blanca por debajo de los hombros. Parecía un ángel.

62. Por encima de las nubes

Una vez más se queda sin postre, con lo mucho que le gusta el helado de chocolate. Sin embargo, no emite una sola queja: él sabe bien que en casa no se habla de esas cosas raras. Abandona la mesa sin chistar y secretamente agradece que no lo hayan dejado sin la cena completa, porque irse a dormir con el estómago vacío le trae pesadillas.

El gigante podría haberse marchado hace tiempo. Incluso, en el momento menos pensado, podría borrar de un manotazo a toda esa familia diminuta. Pero sigue prefiriendo el asombro en los ojos de sus hermanos cuando les cuenta de qué están hechas las estrellas, qué bonita se ve la luna cuando sonríe o cuántos otros mundos existen en galaxias lejanas. Sólo tiene que andar con cuidado, porque si mamá llega a escucharlo, lo reprende sin excepción. Y el grandulón lo acepta dócilmente, con la íntima satisfacción de saber que es el único allí capaz de ver por encima de las nubes.

61. BREVE HISTORIA DE UN BONSÁI

Mi primer recuerdo es una cabeza muy gorda. La frotaba contra mi barriga, haciéndome reír. Pero, hasta que comencé a caminar no descubrí que era alto como los árboles. Tanto que sentía cosquillas en el estómago cuando me subía a hombros.

Al crecer, sumé estatura y descubrimientos. Cuando estaba acostado parecía más bajo. Al agacharse emitía un quejidito. Cada vez le costaba más subirme… Al principio ponía excusas: «Lo prohibió la Policía» o «Tus huevecillos me hacen cosquillas en la nuca». Pero un día confesó la verdad: «Ya no puedo levantarte, hijo». Solo lo vi claro retrocediendo: tenía mi misma altura, el rostro cansado y el pelo gris.

Entonces, la vida voló. Un lunes comencé a trabajar y un noviembre le conté que iba a ser abuelo. Nunca intentó subirse a mi hijo a hombros. Lo sentó sobre sus rodillas y le dijo: «Una vez fui alto como un pino». Y mi hijo manoteó en su cabeza despeluchada de canas.

Ahora duerme en el cuarto de Jorge, que vive en Alemania. Cada vez está más consumido. Parece un pequeño bonsái. Apenas me reconoce, pero algunos días arrimo mi cabeza a su abdomen y la froto, mientras él ríe sin comprender.

60. ÁNGEL ANÓNIMO (Nieves Torres)

Arranco. No hay tiempo que perder, ya está aquí la ambulancia. Llego a la garita. Espero. El vigilante abre el portón, echa un vistazo rápido al interior, la deja pasar. Con el cartel de Follow-me iluminando la noche, la guío esquivando los carros con maletas, sin perderla de vista por el retrovisor. Freno. Me acerco a decirles que su avión está apunto de aterrizar. Dentro de la ambulancia, el equipo médico con las batas verdes bajo los abrigos y, a sus pies, una nevera azul con la palabra corazón escrita a rotulador en un trozo de esparadrapo. Van a implantar deduzco y el mío late un poco más deprisa. Todo sucede muy rápido. El avión aterriza y ya en el aparcamiento apaga solo un motor, lo justo para que suba el equipo y rodar de nuevo hacia la pista. Despega y el aeropuerto retoma su ritmo habitual.

En unos minutos ya nadie se acordará de él, pero esta noche por aquí ha vuelto a pasar un ángel.

59. Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan (Rosy Val)

Esperaba a que mamá se fuera para levantarme y comprobar que estaban ahí, uno en cada esquina, mas nunca hallé ninguno. Aún así yo insistía en pedirles que al nuevo papá que ahora vivía con nosotras no le dejaran entrar en mi habitación. Pero no me escuchaban porque siguió haciéndolo hasta ese día en que mamá puso un cerrojo en mi puerta y sus maletas en la calle. Al miedo no consiguió echarlo, ni con su maldita canción ni con cerrojos, se quedó a vivir permanente en mi dormitorio. 

Pasado un tiempo, una de esas noches en las que el sueño galopaba entre mis pesadillas y el desvelo, noté como una corriente de aire agitando las cortinas. Vi que entraba uno. Bueno, más bien vi sus alas revoloteando por mi habitación. A buenas horas —le reproché—. Primero una zapatilla y luego la otra; se las lancé furiosa.  

Al día siguiente el timbre me despertó. Bajaba las escaleras y escuché a mamá hablar con alguien. Rápidamente volví a mi cuarto. Acababa de recordar lo sucedido la noche anterior. Ahí estaba, el pobre loro, el de mi vecino, debajo de mi escritorio sin vida y con un ala rota. 

58. Ángel

Ángel es un amor, es una buena persona. Ayuda a las monjitas del albergue a cuidar de los desamparados y de de vez en cuando cocina un estofado delicioso que lleva al comedor social. Si sus vecinos se van de viaje le dan las llaves de casa para que les cuide el jardín. Remueve la tierra,  rastrilla, desbroza y éste cobra nueva vida. Nadie ha conseguido arrancarle el secreto de ese abono que es como un poder especial. Ángel es muy confiado y siempre se ofrece a llevar a los autoestopistas y desamparados que se encuentra. «Ángel es un ángel» dicen todos en el pueblo con una sonrisa utilizando ese obvio y burdo juego de palabras. Además es un manitas y siempre está dispuesto a echarte una mano en cualquier momento. Por eso en el maletero de su coche siempre lleva cuerda, una navaja multiusos y lejía, mucha lejía. (más…)

57. UN AMOR SIN MEDIDA

Creció tan desmesuradamente en el vientre de su madre que a los cuatro meses lo reventó. A su primer llanto no le acompañó una explosión de alegría, sus padres al verlo, atónitos ante tan descomunales dimensiones, pusieron cara de funeral.

No había duda de que era un estorbo, su madre no paraba de quejarse por todo, porque pesaba mucho, comía mucho, gastaba mucha ropa… Ya en la guardería fue un bicho raro, el gallo entre los polluelos. Y, después, en el colegio, como todos lo rechazaban y no paraban de insultarlo, se le quitaron pronto las ganas de estudiar y aún peor, de vivir. No vio otra salida que la de encerrarse en casa. Sus padres, desesperados, no sabían cómo deshacerse de él. Finalmente decidieron donarlo a la ciencia y lo dejaron en un laboratorio que investigaba cómo modificar el tamaño de los humanos. Allí conoció a la mujer más pequeña del mundo, con la que, en breve, se casará. Cuando los científicos les comunicaron que con los avances existentes ya era posible convertir a los gigantes en enanos y a los enanos en gigantes, decidieron quedarse como estaban, habían comprobado que el amor no entiende de medidas.

56. Volar

Un día mi padre decidió convertirse en un ángel. Mi padre, hay que reconocerlo, es de los que cuando toma una decisión, es para toda la vida. Yo le advertí que para ser un ángel lo primero que se necesita son un par de alas, y que si aparecía con ellas en el trabajo, iba a ser el hazmerreír de la oficina. Pues ni así se echó atrás. Probé a comprarle un juego de alas y un arpa en una tienda de disfraces, pero son de un material demasiado precario y te deja la casa llenita de plumas. Y el arpa, ni suena. Al final le he encargado un juego de alas por Amazon y como le encajaban a la perfección, le hemos subido a la azotea, le hemos colocado en la cornisa y yo mismo me he encargado de darle un empujoncito. Al principio parecía que planeaba con cierta soltura, pero ha dado un brusco giro hacia la derecha, empujado por el viento, supongo, y ha desaparecido por el chaflán del edificio. Y ya no hemos vuelto a saber de él.

55. Inconmensurable

Levanta del suelo poco más de metro cuarenta, lo que mide sentado en su silla. Su rodar diario es un deporte de alto riesgo, una película de suspense en la que unos duendes despiadados colocan cada madrugada cientos de trampas por las calles. En sus paseos practica la escalada de aceras rotas, el eslalon entre andamios y vehículos mal aparcados, la carrera de obstáculos, el campo a través por terraplenes con agujeros. Mientras avanza contra viento y marea, se cruza con figurantes que lo miran como si fuera un bicho raro o le preguntan si está enfermo. Él los tranquiliza guiñándoles un ojo y les contesta que se encuentra bien. En plena forma. Si acaso, matiza, con algunas agujetas en los brazos de empujar las ruedas.
Con el tiempo ha normalizado tantos desvaríos. Incluso ha descubierto que a los mirones solo hay que mostrarles que la vida puede ser maravillosa. Desde entonces, les dedica sonrisas llenas de primavera con las que disipa cualquier nubarrón. También se ha dado cuenta de que los duendes nocturnos no son seres malvados. Gracias a ellos, sabe que no hay barrera que no pueda derribar. Que superar caminos difíciles lo ha convertido en un gigante.

54. Dulce compañía

El Mal era grande y estaba cerca. Tanto que muchos tuvieron que cerrar sus bocas para que no entrara dentro de ellos. Hubo alguien que pensó en cerrar alma, boca y ojos y no mirar más allá.

Pero reflexionó y reflexionó… Y centenares de pros, enésimos contras llenaron libretas enteras.  Pasaron días, semanas, meses… Y abrió de nuevo alma, ojos, boca. A pesar de tantos baches, casi recuperados todos sus sentidos, vislumbró un sendero que se extendía hacia delante.

Remendó sus alas rasgadas, una campana sonó y pudo verlos. Eran ellos. Tantas almas, que no se dejaron vencer, que no cerraron sus ojos ante el Mal.

Aunque todavía a distancia, los reconoció a todos. Porque allí estaban: animosos, ojos y bocas abiertas, almas llenas de esperanza. Agradecidos por seguir revoloteando en dulce compañía, componiendo nuevas historias.

Y su alma brincó con ellos. Siempre serían sus ángeles de hermosas palabras.

53. Repetición

El Fútbol Club Barcelona y el Real Madrid se enfrentaban entre sí en la última jornada de liga para hacerse con el campeonato: al Barça le bastaba un empate mientras que al Madrid solo le valía ganar. El encuentro fue muy disputado, aunque sin ocasiones de gol, hasta que, a escasos segundos para terminar, un defensa del Barça cometió un clarísimo penalti que el árbitro no dudó en señalar. El mejor delantero del Madrid colocó el balón, tomó carrerilla, disparó… y lo mandó a las nubes por encima del travesaño.

No hubo tiempo para más, pero antes de que el árbitro diese por concluido el partido recibió la orden del asistente de vídeo para que no pitase el final, porque en la repetición del penalti registrada por el VAR la pelota sí que entraba claramente en la portería. Por toda la escuadra. Un auténtico golazo. Y cada reproducción del lanzamiento era la reproducción del mismo golazo por la escuadra, de manera incuestionable.

Ante este dilema, la Federación de Fútbol se reunió con carácter urgente para verificar quién era el campeón conforme al reglamento, y tras entregar el título liguero a sus legítimos ganadores empezaron los disturbios. Como todos los años.

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