Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

62. El asistente (Salvador Esteve)

Con metódica eficiencia friega el suelo, limpia el polvo del salón y abrillanta los muebles. Una vez ha terminado se dirige al punto de recarga. El mecanismo actúa con una precisión milimétrica: un tubo se le introduce por la boca y llega hasta el estómago donde le proporciona el líquido y los nutrientes necesarios para recuperar las fuerzas. Otro tubo accede por el recto hasta el intestino grueso aspirando todas las impurezas y excrementos. La micción va directamente a un recipiente desechable.

 

El homoservis de última generación está revolucionando las tediosas tareas en los hogares de los cybers.

 

61. Inmortales

Desde que dio su primer respiro, supo que su paso por la tierra de los humanos sería breve. Apenas una exhalación.

Sus padres apuraron la hoja de ruta y en apenas seis años, él viviría todo lo que el resto parecía transitar en setenta u ochenta.

Con sus primeros pasos, también redactó sus primeras líneas y asumió las reglas del mundo que lo rodeaba.

Cuanto más aprendía, más rígidos sentía sus músculos y su cara.

Comprobaría, para su momento de mayor rigidez y sabiduría, que no había visto nunca su propio rostro.

Antes de convertirse en un autómata, con el último resquicio de sensibilidad que la vida le dejaba tener, contempló las tuercas en cada una de sus articulaciones y el hueco rojo de sus ojos.

Pero ya no le alcanzaba para espantarse.

60. Obsolescencia personal

Desde que mi mujer me abandonó y opté por la inteligencia artificial de Rumba, un robot de limpieza, mi vida es un auténtico infierno. Se ha adueñado de la casa y, poco a poco, ha ocupado su lugar. Al principio, llevaba a cabo sus tareas de una manera eficaz y silenciosa. Mantenía el piso ordenado e impoluto mientras yo estaba trabajando, pero ahora, ha sufrido una gran transformación. Ha modificado tanto su comportamiento que me está volviendo loco.

Espera impaciente mi regreso junto a la puerta y gira sobre sí misma con las luces encendidas, demostrando lo mucho que se alegra de verme. Me acompaña allá donde voy para que no me sienta solo. Al pasar, roza mis pies con cariño y emite un leve ronroneo. Le encanta que veamos juntos la televisión y que le cuente cómo me ha ido el día. Aunque lo que más me agobia es saber que cada noche vigila mi sueño. Cuando intento desconectarla, me mira con tanta ternura que soy incapaz de hacerlo.

He de encontrar la manera de decirle que nuestra relación ha terminado sin ofenderla. Para recuperar el control necesito sustituirla por la autosuficiente Kunga, que, además de aspirar, friega.

59. Los sustitutos (montesinadas)

Me gusta la lluvia, pero a él parece que no. Va sentado en el asiento del copiloto muy triste, como apagado. La tristeza es un estado para el que aún no tengo un algoritmo definido, pero me esfuerzo en documentarlo fijándome en sus gestos: le brotan lágrimas, entorna los ojos y suspira como si le faltara aire. No basta con ser una copia idéntica físicamente y vestir la misma ropa, hay que tomarlos por completo, todo su ser, apoderarse de su mente, incluso de su alma, ese vacío que nunca llenan los humanos.

Aparco a pocos metros de su ferretería, que ya también es mía. Aún no ha amanecido. Hace unos días se cambió la hora, salimos de casa de noche y volvemos con las tinieblas del crepúsculo, quizás es este cambio lo que le deprime, o que, en la oscuridad, a través de la lluvia, hemos visto, colgados de las farolas, nuevos cuerpos empapados que se balancean por el viento.

Tras el mostrador, mientras esperamos a los clientes, he hecho un inventario rápido de los artículos. Compruebo que faltan unos metros de cuerda y que lo he perdido de vista. No sé qué hacer, aún no tenemos iniciativa.

58. El escarabajo

Con un palito lo pongo panza arriba, luego cuento los segundos que el escarabajo tarda en darse la vuelta. Uno, dos, tres,…, cuando por fin lo consigue -antes de que salga corriendo- repito la hazaña. ¡Pum! De nuevo, boca arriba. Uno, dos, tres,…, sigo con la misma cuenta una y otra vez.

Así llevo un buen rato en el jardín de casa, mientras que mis padres discuten en la cocina.

Por suerte, el abuelo está conmigo. Está sentado al sol mirando lo que hago y, de tanto en tanto, sube el volumen de su radio de bolsillo.

-No mates al bichejo, según los antiguos egipcios da suerte -dice con carraspera el abuelo-. Échalo ahí, entren las plantas de hierba luisa -señala con el bastón.

-No lo voy a matar, abuelo, solo estoy jugando -contesto.

¡Mira qué patas tiene!, le digo y, en ese instante, el escarabajo se me escapa. Con movimiento robótico, el bicho entra en el salón de casa y se cruza con mi madre que salía de la cocina. Entonces lo pisa con todas sus fuerzas, justo antes de contarnos lo del divorcio.

 

57. Libertad emocional

Salté como pude del camión. Los ladridos de los pastores alemanes que intentaban darme caza, aceleraron mi marcha. Esquivando las ramas de los últimos abetos de aquel gélido y tenebroso bosque, llegué hasta un pequeño pueblo. Entré reptando bajo la oxidada reja del primer local que vi.

Ya en el interior, sin llegar a separar mi rostro del suelo, pude ver unas botas negras de cuero que completaban aquellos temidos uniformes negros con un par de runas en la solapa derecha. La voz grave de uno de ellos, exclamó algo en alemán. No entendí nada. El soldado me ofreció su mano para poder incorporarme. Al darle temblando la mía, la pupila de sus ojos se expandió al descubrir la serie de seis números tatuada en mi antebrazo izquierdo.

Me incorporé como pude, sintiendo un miedo aterrador que mis lágrimas expresaban sin poder evitarlo. A continuación, me llevaron a una sala para interrogarme. Ante mí apareció un oficial que, bajo la gorra negra adornada por el brillo de un águila y una calavera, me sonrió gratamente guiñándome un ojo.

-Así es como conocí a vuestro abuelo, niños.

56. Confusión transitoria (fuera de concurso)

Alguna razón habrá para que mamá y papá mirlo te miren desconcertados. Todo va tan rápido que te cuesta asimilarlo. Un día estás en un canastillo bajo la mirada feliz de tus padres, y al poco eres tú quien contempla embobado a su propio bebé. No tardarás mucho en velar a tus mayores en su lecho de muerte, ni tampoco tus hijos en hacer lo mismo contigo. Es la noria de la vida, arrastrándote con ella en su eterno girar. No esperabas volver a hallarte indefenso y bajo la protección paterna. Comenzar de nuevo el ciclo. Y mucho menos que esta vez, en lugar de llorar, tuvieras que piar.

55. La sonrisa

Se había especializado en razas extintas y al investigar la del planeta Tierra se sorprendió de la semejanza de los terrícolas —aunque de carcasa menos metalizada—, con los de su planeta. Según los datos de su PENTHEX-Z9, los terrícolas fueron portadores de un disco duro que les capacitaba para el entendimiento, la comprensión y la habilidad para resolver problemas. Pero avanzando en su investigación desterró cualquier vestigio de inteligencia. ¿Cómo calcular si no la necedad de sus acciones? Las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera destruyeron la capa de ozono propiciando su propio exterminio y el de todos los seres orgánicos. 

Mas sus sensores alcanzaron niveles máximos de temperatura al encontrarse con el primer plano de una terrícola y la mueca de esta. Al procesar la información descubrió que se necesitaban doce músculos para generarla. Lleva dos ciclos galácticos calculando cómo programarla.

54. Fuera de garantía

Volví al trabajo hace tres meses. Aquel día me desperté y descubrí a mí robot sustituto tumbado en el sofá con la clara intención de no moverse de él. No me quedó más remedio que ir yo a trabajar. Después de mucho tiempo recordé lo reconfortante que es la camaradería, la satisfacción por el trabajo bien hecho y el valor del esfuerzo. Pero cada vez que vuelvo a casa y veo que toda mi inversión está sin hacer nada algo en mi interior me corroe. No me consuela el hecho de que a algunos de mis compañeros les esté pasando lo mismo. No podemos hacer nada porque nuestra empresa, en la que nosotros mismos fabricamos esos robots, alega que están fuera de garantía. Sospecho que nos están engañando. Algunos hablan de arreglarlos por nuestra cuenta pero no nos atrevemos. Pero hoy por fin me he decidido a abrirlo y comprobar que puede estar fallando después de la bronca que hemos tenido porque la casa estaba hecha un estercolero. El muy descarado, mientras yo recogía sus mierdas, me ha mirado muy serio y me ha preguntado si soñaba con ovejas eléctricas. Por supuesto que sí, que se creería ese maldito vago.

53. OSCURIDAD

Tengo diez años y estoy en casa con mis padres un sábado por la tarde, aburrida, aunque todavía no lo sé. Aparece por sorpresa mi abuela Pilar, hablando sin parar; ella es así, una apisonadora.

De su boca sale una pulla dirigida a mí: “¿Qué hace esta niña en casa? ¿Es que no tienes amigas?”.

De pronto el sol se apantalla y una mancha oscura y viscosa me posee. ¡Era eso y no me había dado cuenta!: NO TENGO AMIGAS

Así de manejable soy. Ni una protesta, ni una risa despreocupada para recordarle que solo tengo diez años y que mis amigas también están en su casa. Ya lo ha conseguido: ME HUNDO EN LA MANCHA OSCURA

Han pasado más de cincuenta años, ya solo quedo yo para recordar aquel sábado en el que: LA INSEGURIDAD HABITÓ EN MÍ

Nadie supo el daño que mi abuela, con su frase despreocupada, me causó porque soy una artista del disimulo. Aunque mi perro Chitón, que me adoraba, algo debió notar; se le acercó, levantó la pata y orinó en sus impolutos pantalones blancos. Jamás había hecho algo así.

Fue el único con coraje aquel día.

52. Herederos (Juana Mª Igarreta)

Un gran retrato preside el salón principal del viejo caserón. Desde él, Tomás Luzuriaga da la bienvenida a todo aquel que atraviesa la puerta de la estancia. Un conato de sonrisa parece escaparse al hermetismo de su boca, coronada con un rotundo bigote azabache, al que el tiempo no dio oportunidad de encanecerse. Dicen que, de joven, en sus mejores años de científico, tuvo una vida apasionante en un lugar muy remoto, pero, a su vuelta, nadie fue capaz de sonsacarle detalle alguno del mismo.

Han llegado de madrugada, flanqueados por los primeros rayos de sol.  Están desfallecidos, con las fuerzas al límite. No han encontrado en todo el trayecto ni un triste lugar donde reponer energías. Ya se lo advirtió en su día la tatarabuela G21 a la bisabuela G22 y ésta a su vez a la abuela G23 “son seres muy atrasados, están a años luz de nosotros”. Más vale que la mamá G24, antes de emprender el viaje, se acordó de proveerse de clavijas universales para todos. Sí, pero ¿dónde conectarse? De las lámparas de la casa todavía cuelgan densos goterones de cera.

51. Captcha

No tenía que haber subestimado la inteligencia de los robots. Parecía una gran oferta: pareja ideal, una casa de ensueño, hijos guapos e inteligentes y hasta puesto de trabajo y jefe por catálogo. Todo con un sencillo clic desde el ordenador. Acepté sin leer la letra pequeña y, desde entonces, sigo solo en este cuchitril trabajando gratis para ellos. Intento darme de baja, pero el sistema siempre me pide que demuestre que no soy un humano.

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