Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

61. La apuesta (Salvador Esteve)

La primera vez no me dolió, muy al contrario, fue una liberación: mi marido era un borracho maltratador. Pero Lucía, mi hija, lloró desconsolada, por aquel entonces tenía tan solo cuatro años y adoraba a su padre. Aunque realmente fue muy chocante oír la puerta y ver entrar a un extraño para tomar posesión de sus ganancias en la partida de póker.  Era algo mayor, pero buena persona, por lo que cuando, pasado un tiempo, irrumpió otro hombre lo sentí un poco. Las cartas, tarde o temprano, siempre se tuercen y todo el lote, vivienda, enseres materiales y humanos, pasábamos  de  mano  en mano. Al final te acostumbras. Recuerdo con especial cariño a Patricia, una jugadora de primera, una despampanante rubia que me hizo percibir diferentes matices del placer y que para mi pequeña fue una segunda madre.

Pero los naipes no entienden de emociones ni arraigos.  La cerradura de la puerta nos despierta, y allí está un joven con cuerpo de atleta, un ramo de flores en la mano derecha y un osito de peluche en la izquierda, todo ello aderezado con una sonrisa.  Lucía y yo nos miramos esperanzadas, y solo esperamos que no vaya de farol.

60.- Viaje en familia

Recorrer Estados Unidos. La propuesta de papá para aquel verano nos dejó mudos. Jamás habíamos volado: con el sueldo de empleado de banca nunca pasamos de Benidorm. Pero allí estaban los cuatro billetes de avión, en abanico, sobre la mesita de la sala.

Nuestra emoción se multiplicó cuando aterrizamos: pasaríamos quince días viajando en autocaravana. Partimos de la costa este sin ningún plan: nos deteníamos cuando anochecía y retornábamos a la autopista al amanecer. Lagos, ciudades, montañas y llanuras componían el escenario perfecto para nuestra fantástica aventura. Papá se dejó crecer la barba e insistió en ponernos nombres americanos. Al principio nos resistimos, pero luego, entre risas, le seguimos la corriente. Hasta que llegamos a California.

Allí nos tiñó el pelo, quemó los pasaportes y con los nuevos nos dirigimos al sur. Antes de cruzar la frontera con México se deshizo de todos los móviles y ocultó en los bajos una de las maletas, la más grande. Nuestros quince días se agotaron pero el viaje continuó. Papá nos dijo que dejábamos de ser turistas, que a partir de ahora seríamos para siempre extranjeros.

También dijo que regresar a casa ya no era una opción. Y mucho menos al banco.

59. El cambio y las cartas

—El plan es sencillo: las cartas boca arriba. Nada de políticas ni rollos —soltó el humo del cigarro como una locomotora al acelerar y barajó las cartas—. Fijate bien, vamos a cambiar miedo (miedo a perder la patria, miedo al extranjero) por odio, ¿te enteras, chaval? —se sirvió más coñac–. Fundaremos una nueva era sin politiqueos baratos: pasaremos a la acción. Me han dicho que vales. Venderemos emociones. Nos votarán con las tripas, no con el cerebro y así lograremos el poder —dejó el mazo de cartas en el centro del tapete con violencia. Entonces colocó un revólver junto a los naipes. El silencio llenó la habitación igual que el aire de un globo a punto de reventar—. Es hora de crear inseguridad —anunció. La sonrisa se le partió al mirar a los ojos del joven y calibrar su reacción frente al arma, pero la retiró veloz como un pacífico tahúr—. Ahora son otros tiempos. Solo requerimos tu arte en el manejo de nuestras redes sociales. Necesitamos miedo y odio. Puedes empezar a sembrar. ¡Comienza la partida!

58. El extranjero

A mi paso, las ventanas se cierran y las calles se vuelven silencio. Los vecinos esconden a sus hijas y a sus mujeres, las miradas matan desde los portales, el temor acecha tras los visillos. Los únicos ruidos, la cadencia de mis pisadas, la carga de una escopeta y el ladrido de algún perro. Desde el puente que levantó mi abuelo, echo la vista atrás para ver cómo el pueblo se recompone sin mi incómoda presencia. Sigo el camino. Me alejo de la tierra de mis antepasados, donde todos esos colonos pisotean ahora el suelo en el que nací.

57. Escalera de corazones (La Marca Amarilla)

Ella le miró a los ojos y supo que se marcaba otro farol, pero él insistía en repetir que no, que no quería a María, su compañera de oficina, ni había quedado ni pensaba en ir a tomar nada con ella, que esos rumores eran infundados.
Ella sopesaba retirar su envite y tirar sus cartas de despechada sin motivos, confiar de nuevo, apostar por la relación, y así se lo insinuó.
En ese tenso instante él le dijo «yo te quiero de verdad, María».
Y ahí terminó la partida, y el juego. Ella no perdería nunca más.

56. El charlatán de humo

Estábamos en el río pasando la tarde, como tantas otras durante el verano. Escuchamos alboroto procedente del pueblo, al principio no le dimos más importancia que a la pesca de pececillos. El ruido fue en aumento y decidimos acercarnos hasta la plaza donde vimos congregados a todos los habitantes, incluso a mi abuelo y sus tres compañeros de cartas. Algo importante debía ser aquello para que hubieran interrumpido su partida de mus. Haciéndonos un hueco entre la muchedumbre, pudimos observar al orador provocante del tumulto que escuchaba entusiasmado.

Hablaba de un país extraño, donde la gente se mira a los ojos, es feliz y tiene tiempo para conversar. Dónde se enamoran del alma y se envejece acompañado. El extranjero, tras una larga verborrea, extrajo un sombrero de una maleta que llevaba consigo, del que salió una espesa niebla. Cuando disipó, tras unos largos segundos de incertidumbre, el hombre había desaparecido y con él gran parte de los presentes. Los pocos que quedamos en la explanada nos miramos sin saber si reír o llorar.

Unas jornadas después el forastero regresó al pueblo anunciando su presencia. Esta vez sin charla previa, la niebla envolvió todo y después tan sólo quedaron las piedras.

55. Cartas

Cuando su único hijo tuvo que emigrar, la madre, viuda y analfabeta, le hizo prometer que le contaría cómo era su vida en su nuevo país. Tiempo después recibió emocionada la primera carta. Del sobre salió un torrente de agua salada que parecía no tener fin, con la postdata de la estridente sirena de una fábrica. Así supo que había encontrado lo que buscaba tras un largo viaje por mar.

Le preocupó que en la segunda carta apareciese una melancolía como la que se pegaba a la piel los días sin sol y las tardes de los domingos, pero pronto llegó otra llena de aire primaveral, aroma de flores y la mirada de unos preciosos ojos verdes.

El tañido alegre de las campanas de una iglesia y una lluvia de arroz y pétalos de rosa inundaron su corazón en el siguiente envío, que acabó por desbordarse cuando, meses después, se vio sorprendida por la sonrisa de dos gemelos. Desde entonces, lo que más ilusión le hizo fue recibir ese sabor intangible que le dejaba cada beso de sus nietos.

Ella, sin embargo, solo pudo hacer llegar una carta a su familia. La última. Vacía. Sin nombre. Sin remite. Sin destino.

54. S3R3ND1P14 (Juan Manuel Pérez Torres)

Tras un rato en la sala de espera, en la pantalla apareció por fin aquella rara combinación de letras y números del papelito (que intentaba descifrar sin éxito) que la máquina de recepción le había proporcionado. Se acercó a la puerta donde la esperaba el doctor.
– ¿Viene usted sola a la ecografía?¿Su marido no está?
– Sí doctor, vengo sola, mi marido está trabajando. Es mago ¿sabe? Hace muy buenos trucos y, a estas horas, está desaparecido.
– Ja, ja, ja, me gusta su buen humor.
– Gracias, a veces, como hoy, le hago de ayudante…
La distendida conversación se desarrollaba mientras la joven se colocaba en el potro y se dejaba poner el gel en el vientre.
– Precisamente ayer, quizá algo más tarde que ahora -continuó el doctor-, presencié un espectáculo de esos y el mago hizo desaparecer un naipe del mazo en mis propias manos…
Se hizo un silencio largo mientras el ginecólogo escrutaba la pantallita del ecógrafo.
– En fin, doctor… ¿se ve ya si es niño o niña?
– Pero… ¿Qué? ¿Perdone? ¡No es posible! ¿Es el as de corazones? Sí… ¡Esa era mi carta!

53. Trampantojo (Sara Lew)

Caminando al mediodía por el desierto las cosas se ven diferentes. Con la cabeza ardiendo y los pies abrasados lo irreal cobra sentido. El oasis está solo a un paso, como ese agujero en la arena que aparece de improviso y te succiona, transportándote a una cueva de cuya pared surge, como un milagro, agua fresca de una grieta. Bebes, te mojas y bebes, retozas sobre las rocas y disfrutas de aquella maravillosa sensación de encontrarte a resguardo. Ya descansado, comienzas a preguntarte dónde estás, cómo llegaste hasta allí y qué hacías deambulando por aquel páramo abrasador. No hay respuesta para eso, solo el convencimiento de que aquella masa negra que hay al fondo de la gruta ha comenzado a moverse y a medida que se va acercando se disgrega en miles de murciélagos que no parecen vegetarianos. Piensas en que tu suerte está echada pero no, al menos no todavía. En una pequeña localidad al norte de Alemania, cerca de Bremen, cinco chavales de unos trece años están barajando nuevamente las cartas de personajes de su juego de mesa favorito.

52. Tres deseos

El ático le pareció poca cosa, y ante sus ojos surgió una mansión descomunal, donde las últimas habitaciones se perdían en el horizonte. Su novia de toda la vida le resultaba demasiado sosa y ante sus ojos apareció una extranjera de cuerpo escultural y rostro felino. Comprendió que no estaba a la altura y ante sus ojos su atuendo vulgar se transformó en traje de Armani, y su hablar, tosco y barriobajero, adquirió la delicadeza de políglota experto. 

Ahora, él se lamenta en inglés de no encontrar personal para limpiar la mansión, en italiano escupe reproches cargados de celos, llora en portugués las ausencias de ella, soporta en francés el desdén de su mirada arrogante, esquiva, de gata. Y maldice, en los siete mil idiomas que habitan el mundo, el día en que su madre le pidió que quitara el polvo a las lámparas acumuladas en el desván. 

51. La añada

No es del pueblo, lo acaba de descubrir y le gusta. A ella le atrae lo de fuera, lo diferente. Y no hay rubio con ojos azules que no la encandile. Pero este también se irá—en cuanto acabe la cosecha de la uva— dejándole una pena casi tan grande como el chasco que se llevará cuando compruebe, pasados unos cuantos meses, que tampoco su cosecha heredará sus rasgos; será moreno, igual que ella, con los ojos negros, como los de ella. Y ya van tres.

50. Mutus Dedit Nomen Cocis (Juana María Igarreta)

¿Quién va a imaginar que la grieta de una piedra de un parque oculta una joya? Cuando el sol incide con sus rayos en el pequeño diamante que corona la sortija, multitud de reflejos irisados surgen de la oquedad.

Laura presenciaba una tarde en la calle cómo un apuesto mago realizaba un sinfín de juegos con una baraja española; en un momento él la invitó a que escogiera mentalmente dos cartas de las veinte que estaban dispuestas sobre la mesa. La joven anotó su elección en un papel y lo guardó en su cartera. Cuando, tras haber mezclado los naipes varias veces, el prestidigitador adivinó cuáles eran los que figuraban en la nota, ella dejó escapar una exclamación de asombro. El mago se ofreció a desvelarle las claves de aquel juego de nombre impronunciable. Laura accedió y la magia los hizo abrazarse bajo la luna pocos trucos después. Pero pronto se rompió el hechizo y a la muchacha las caricias de él se le antojaron caras. Al escabullirse del ilusionista el anillo que bailaba en el dedo corazón de ella salió despedido.

A Laura no le queda ninguna duda, ¿quién mejor que un mago para hacer desaparecer cualquier cosa?

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