Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
4
horas
1
1
minutos
5
4
Segundos
3
1
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

13. Versión original

Mis padres desatendieron nuestra educación. No los culpo. Habían sufrido el mayor desengaño que un ser humano es capaz de soportar y desde entonces ya no fueron los mismos de antes. No quiero con ello excusar mi comportamiento. Dicen que nada justifica un homicidio, y puede que así sea; aunque, en mi descargo, he de decir que creé escuela. He recorrido mundo y en todos los lugares he encontrado a quienes me han acogido con hospitalidad por tiempo indefinido.

Si aquel maldito día no hubiese hecho un sol de justicia en el valle y, paradójicamente, no hubiese llovido sobre mojado, porque el viejo metomentodo sembraba cizaña en nuestra relación, quizá la suerte de mi hermano Abel, y la mía, habría sido otra. Aún recuerdo cuando juntos inventábamos juegos con los que entreteníamos los solitarios días de nuestra infancia.

12. Clepsidra

Los últimos rayos de su sol arrancan la sombra más larga al gnomon de una vida inmersa en el solsticio de invierno. Sin esperanza de más primaveras, se aferra a ella como el recuerdo más nítido de una llama que no volverá. Se prepara para la noche oscura, sereno, lleno de recuerdos gratos, sin derramar ni una sola lágrima. Sabe que a partir de ahora ya no será la luz la que marque el tiempo que le queda. Aguza el oído como en otros tiempos limpió su mirada, dispuesto a saborear cada segundo que le ha sido regalado: esperando escuchar hasta la última gota de agua que vierta su vasija con la misma plenitud que siente en su alma en ese momento.

11. EL RELOJ DE FLORA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Está convencida: a las mejores las marcan ellas, cada una abriéndose y cerrándose a su hora señalada…

Cinco de la mañana: despierta la amapola, lista para enrojecer el día.

A las seis, se desenreda la enredadera, sólo para volver a enredarse en cuanto muro o tutor encuentre.

Siete de la mañana: el nenúfar se abre y se mira en el espejo de agua.

A las once, el cardo despliega su punzante arquitectura.

Pasado el mediodía, se repliega la caléndula. Deja de rugir el diente de león. Bosteza el Don Diego de Noche, ha sido todo por hoy para él… Flora las nutre con tierra, les da de beber; arropa con nailon sus ritmos circadianos… Se despide con un beso al aire y cierra el invernadero: mañana será otro día.

10. EL RELOJERO (Edita)

Nadie sabe de dónde vino. Llegó una tarde cualquiera a la taberna del pueblo. Buscaba algún local disponible para él y su taller de relojería. Le ofrecieron el del boticario, fallecido meses atrás sin descendencia.

Una semana después, ya había instalado el negocio en la farmacia y convertido la rebotica en vivienda unipersonal. Cambió el rótulo viejo por RELOJES A MEDIDA. Luego le pidió al tabernero que corriera la voz: un primer arreglo gratis. Esta oferta y la curiosidad provocada por el nuevo letrero resultaron efectivas; quien no disponía de reloj defectuoso lo consiguió prestado.

Quedaron satisfechos con las reparaciones y la explicación del forastero: hacía relojes por encargo, de cualquier material, forma o color solicitados; podrían adelantar o atrasar al gusto del cliente, e incluso marcar hora exacta; a un precio razonable y con garantía vitalicia.

Se extendió su fama por toda la comarca. El lugar pasó de ser aldea ignorada a destino turístico.

Los años fueron dejando huella en todo el mundo. Menos en el relojero, que seguía luciendo el mismo aspecto del primer día. Cuando alguien, asombrado, elogiaba tan joven apariencia, él sonreía malicioso tentando su reloj particular oculto bajo la ropa, siempre parado.

09. TEMPUS FUGIT (Susana Revuelta)

Fue apearse del taxi, subir a la habitación del hotel, contemplar desde la terraza el azul del Mediterráneo, abrir las maletas, ponerse las chanclas y el bañador, bajar corriendo a la playa, zambullirse en el agua… y de pronto invadirle esa deliciosa sensación de ingravidez que tantos meses llevaba esperando. Once, concretamente.

Después del chapuzón se tumbó sobre la toalla, dejándose arrullar por el vaivén de las olas. «Aah, todo agosto por delante», pensaba dichoso mientras cogía un puñado de arena y miraba cómo se escurría entre los dedos. Pero de repente sintió que la tierra se lo tragaba, como cuando se arremolina el agua en el sumidero o volteas un reloj de arena. Esto último se le ocurrió mientras era arrojado al otro lado; de pequeño se le hacía eterno mirar el hilillo cayendo, pero en aquel momento le pareció más breve que un parpadeo.

No fue hasta que su mujer encendió la luz de la mesilla y le dio un codazo ―«eh, despierta»— cuando comprendió abatido que el eco impreciso que le taladraba el cerebro era el despertador, que estaba en su cama de siempre y que eran las siete de la mañana del lunes uno de septiembre.

08. CUESTIÓN DE TIEMPO (Ángel Saiz Mora)

Camino con torpeza hasta el centro comercial. La prisión que hubo aquí y fue derribada continúa en mi interior, como lo sucedido hace tantos años. Bajo los cimientos permanece la misma tierra, indiferente a las andanzas de quienes sostiene.
Nos creíamos inmunes, revestidos del halo que otorgan las grandes convicciones.
Gritos de dolor atronaban aquellos pasillos sórdidos, hoy espacios donde reina una luz despreocupada y consumista.
Llegó mi turno. Descargas eléctricas, quemaduras, cortes, ahogamiento, rotura de huesos, amenazas contra mi familia. Fue un trabajo integral.
Tuve que asistir al simulacro de juicio de Andrés, Antonio, Fidel y tantos otros, como después a su fusilamiento. Ya casi en la salida me devolvieron mis escasas pertenencias, entre ellas un reloj roto, detenido a las cinco de la tarde, cuando fuimos apresados con violencia.
Soy parte de la historia, dicen, organizan homenajes en mi honor. Me consideran un héroe lleno de coraje, pero pocos saben, como yo, lo que supone vivir con miedo a lo inevitable.
Mi viejo corazón se detiene para siempre, incapaz de continuar. Sé que son las cinco.
Ya puedo sentirlos. Volvemos a encontrarnos. Mis compañeros, hermanos en la causa, aguardan ansiosos a su delator.

07. VÍCTOR Y HUGO

Se refugió de la tormenta bajo el porche acristalado de la vieja torre del reloj, tras una agónica carrera en busca de su hermano.

Hugo “El loco”. Así le llamaba todo el pueblo, por su vida solitaria y por hacer trabajos esporádicos para la acaudalada vieja del caserón, tan rara como él.

Víctor había decidido ir esa noche a robarle a la anciana algunos candelabros y otros objetos de plata, con los que sacaría un buen dinero para ir tirando una larga temporada.

Pero ella lo sorprendió cargando el saco del botín y tuvo que matarla sin remedio.

Hugo también lo vio, escondido tras un ventanal de la fachada, pero huyó desapareciendo bajo la lluvia.

Mientras lo perseguía, Víctor fue trazando un plan: Su hermano sería el perfecto culpable del asesinato a ojos de todo el pueblo, así que solo tenía que “silenciarlo”, ponerle un candelabro en la mano y avisar a las autoridades. Los perros no tardarían en encontrarlo y…Caso cerrado.

Recuperado el aliento, iba a reanudar la persecución cuando, de pronto, algo punzante y pesado atravesó su cuerpo de la cabeza a los pies.

La saeta larga del reloj había decidido desprenderse y zanjar allí mismo la cuestión.

06. Bajo su sombra

Mi hermano es el favorito de mis padres. A su lado, soy un fantasma.

Para ellos es bueno en todo; generoso, amable y muy responsable. Su continua presencia llega a ser asfixiante. Acapara todas las conversaciones y siempre arruina los encuentros familiares.

Me ha costado muchas horas de terapia aceptar que yo también estoy a la altura.

Hoy, es su cumpleaños. Cuarenta. Y veintiséis desde que murió.

05. Qué festín

¿Qué hay de cenar? Era la pregunta más coreada en mi casa por todos los hermanos. Aunque sabíamos la respuesta de antemano.

Sándwich de ‘según’, ya podéis venir a por el vuestro, era la contestación de mi madre.

Y nosotros, buenos hijos, uno a uno, desfilábamos por la cocina, como un pequeño ejército de almas famélicas, plato en mano, para recibir aquel manjar.

Juraría haber visto a mi madre cortando rebanadas de menos en alguna ocasión. Pero puede que el paso de los años juegue malas pasadas a mi anciana memoria. Aunque un recuerdo difuso me susurra que, de tanto en tanto, uno de los hermanos se quedaba con el plato vacío. El resto, como gesto de fraternidad, le colocaba trocitos de nuestra cena en su plato. Esa noche era un festín para el afortunado, que se iba más lleno a la cama.

04. Señalamiento (María Rojas)

Al toque de las campanas, alguien preguntó cuál de los dos era el muerto.

Mi hermano se encogió de hombros dirigiendo los ojos hacia los tictacs  inanimados del reloj en ruinas, y, sin mediar palabra, me arropó con la sábana mortuoria.

03. Bikiak anaiak- Hermanos gemelos (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Nunca se separaron. Compartieron treinta y ocho semanas de gestación en la misma placenta. Nacieron un seis de junio, cuando el signo zodiacal de géminis enseñorea el firmamento. También compartieron registro bautismal, por lo que el visitador parroquial amonestó al cura que les cristianó al utilizar una sola partida para inscribirlos en el libro sacramental.

Nunca se separaron. Fueron pareja de bolos, de mus y en el dominó eran maestros en manejar inteligentemente las fichas dobles. Cuando llegó el tiempo de emparejarse, lo hicieron con dos hermanas, también “bikiak”, dos hermosas rubias idénticas, de caserío, que conocieron en las fiestas del Suceso en el valle de Carranza.

Nunca se separaron. Los matrimonios compartieron casa. Ambos, como su padre, fueron afamados carpinteros. Todo lo compartieron; lo que a uno le faltaba el otro se lo daba y viceversa, según el destino, los tiempos y la fortuna.

Nunca se separaron. Cuando les llegó su tiempo, el día en que cumplían ochenta y ocho años, fallecieron a la vez en la misma hora.

Nunca se separaron. Sus nichos mortuorios están juntos, uno arriba y otro abajo como los dos bulbos de cristal de un reloj de arena que ya solo el recuerdo activa.

02. LA CARTA – EPI

Me siento en mi butaca.
Coloco la carta encima de la mesa camilla.
No tiene remite, quizás no quiera un reencuentro.
Mi nombre y la dirección están escritas con una letra que no conozco.
En una esquina, pone querido hermano.
Me doy cuenta de que estoy llorando, porque una lágrima ha caído sobre querido y la tinta se está diluyendo en lenguas azuladas.
Debajo del cristal, enmarcada por hojas rojo-amarillentas del Campo Grande, está la foto de mi hermana, un año antes del suceso.
Del bolsillo de mi batín, saco el reloj infantil que llevaba aquel día, está parado en la hora en la que ella desapareció.
Lo coloco al lado de la carta y miro hacia mi reloj de pared.
Por extraño que parezca, le faltan unos minutos para que coincida con la hora maldita.
El destino quiere que la lea en el mismo minuto.
Mis dedos nudosos por la artritis intentan abrir la solapa de la carta.
No puedo, está muy pegada. Cojo el estilete y lo introduzco por un borde.
A punto de abrirla, un ruido me sobresalta y me hiero en la otra mano sangrando copiosamente.
El timbre de la puerta no deja de sonar.

Nuestras publicaciones