Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

57. DESGARRO

Mi cabeza da vueltas a mil revoluciones por minuto y no entiendo por qué.
Hace un instante me encontraba cuerdo, tranquilo, contemplando feliz el hermoso paisaje que se observa desde mi ventana: la orilla del mar, las olas rompiendo sobre las rocas, la gente bañándose despreocupada, el apacible paseo marítimo, los coches aparcando frente a los chiringuitos…
Y es en ese momento cuanto todo se mezcla, cuando se embarulla de tal manera que no sé que decir.
Desconozco a que se debe este estado de confusión que tanto me perturba.
Pero una sirena de ambulancia hace que regrese en mí, que durante una décima de segundo vuelva mi lucidez.
Entonces recuerdo el frenazo, los gritos desesperados de los testigos y ese aullido desgarrador de una madre, un lamento aterrador como jamás había oído.
Regresan a mi mente las terribles imágenes de la sangre que empapa un pequeño vestido rosa, la desesperación de una madre aferrándose a su pequeña desmadejada mientras los enfermeros tratan de hacerle comprender que ya es muy tarde.
Y entonces quisiera olvidarlas para siempre, para poder sumirme otra vez en esa confusión salvadora.

56. TODOS A UNA (Belén Sáenz)

No soy de meterme en peleas. Me incitó un alfilerazo de incomodidad cuando aquella mujer —que tanto se parecía a mi novia— se detuvo a mirar y luego siguió su camino sin variar el gesto. Me adentré sin pensar en la maraña de brazos y piernas, esquivando golpes e insultos mientras buscaba razones en los rostros y en las manos. Gritaba Mariano, que no levanta cabeza desde el ERE y nunca permite que le invite a un café. Vi también, o creí ver, a mi cuñado, que no es racista porque fue de vacaciones a Cuba. O si no, que se lo pregunten a las morenitas del malecón. Reconocí la gorra del Richard, el porrero que nunca hizo buenas migas con los libros. Mi madre, como si hubiéramos retrocedido mágicamente en el tiempo, se retaba a voces con la vecina. Los bultos de carne, que no parecían regirse por aliento humano, ascendían o descendían en la Noria de la Fortuna. Yo comencé a rodar manoteando, arañando, mordiendo. Reconociéndome, para mi horror, en el ímpetu acre del violento, en la saliva ácida del intolerante. Y aún sin saber cuál debía ser mi bando, como si eso fuera a cambiar algo.

55. Madrid – Benidorm

Mario y yo nos queríamos pero nuestras familias no aprobaban la relación. Cuando nos besábamos sentía ratoncitos traviesos correteando por mi estómago. Nos conocimos en un taller de repostería y, entre bizcochos y tartas de manzana, encajamos como piezas de Lego. Cansados de prejuicios decidimos huir a un lugar cerca del mar. Durante el viaje en autobús Mario se dio un atracón de de galletas Príncipe y Coca-Cola. El señor del asiento de delante podía hacerse una brocha con todo el pelo que tenía en las orejas. En el hotel nos dieron una habitación con vistas a una pared y Mario, a pesar de su miedo a contrariar a la gente, decidió bajar a reclamar. Impávido, armado sólo con la riñonera de España 82, avanzó hasta la recepción. La discapacidad que compartíamos y que hacía que la gente nos mirase con cara de pena de pronto pareció una anécdota. Con la resolución invencible de sus veinte años, decidido a no pasarle ni una más a la vida, dijo con voz clara.

– Hemos reservado una habitación con vistas al mar, y queremos una habitación con vistas al mar.

Aquel día supe que los héroes también llevan riñonera.

 

54 Entretelas (Rafael Loscertales)

Hoy, de nuevo, he salido del mercado con otra mamá. Todos los días alguna señora me dice cosas —que si estoy más alto, más guapo, más mayor— y entonces busco una falda, hundo mi cara en ella y no miro nada más. Y es que todas llevan ropa parecida y huelen igual de bien: a pan recién hecho, a mermelada de besos, a caricias de canela. Como no me atrevo a mirar por si la señora sigue ahí, hasta que no salimos a la plaza no me doy cuenta de que mi mamá ha cambiado. No digo nada, por vergüenza, porque se está muy bien, y sigo agarrado. No soy el único. Después de charlar entre ellas, nos deslían y cada cual vuelve a la suya. Es entonces cuando aprovecho para mirar a Paula, que me sonríe junto a su mamá. Yo vuelvo a esconder mi cara, pero hay algo que me hace devolverle la sonrisa por la rendija que se forma entre la falda y mis manos.

53. TRIPOLARIDAD (Rafa Olivares)

Cuando empecé a escribir este relato, en la soledad de mi estudio, tuve la firme certeza de que alguien invisible escrutaba cada letra, cada palabra, cada párrafo que emergía en la pantalla al ritmo de mi tecleo. De que se regodeaba con gestos de desaprobación cuando no de burla. Algo agobiado al sentirme vigilado, me obligué a repensar cada idea antes de transformarla en texto. Ni siquiera la seguridad de que podría retroceder y corregir me procuraba sosiego, porque ello pondría en evidencia mis titubeos y daría al observador una información sobre mí mismo que no me apetecía exhibir. Me ruborizaba, sobre todo, que ese desconocido pudiera acceder a mis pensamientos inconfesables, esos que con frecuencia disfruto escribiendo para luego borrar y nunca publicar.

Después de mucho elucubrar sobre la posible identidad del espía, llegué a la inequívoca conclusión de que se trataba del narrador omnisciente, no podía ser otro.

–No le hagas caso, querido lector, yo te puedo asegurar que ni siquiera me encontraba presente en el momento de los hechos.

52. YA NO ME LO DIGAS MÁS VECES… (Belén Mateos)

Era la segunda vez que me lo decía, la tercera contando con la interrupción de aquella llamada a destiempo. Creía haberlo entendido a la primera, pero los cardenales en mi cuerpo se aseguraban de que no fuera así, de que no prestaba atención, de que mi mente se confundía en sus palabras, de que sus actos eran sentencia para que yo jamás repitiera aquello que debía haber hecho.

 

Me avergonzaba mi desnudez ante su mirada, de la lluvia en su ropa, el exceso de sal en las comidas, de mi nombre a su sombra, del invierno en primavera. Me avergonzaba del silencio entrecortado por sus gritos, del vuelo de los pájaros en mi cabeza, del infierno en los cristales empañados de lágrimas, de la calma tras cada tormenta, de esas flores en el jarrón de una caja de bombones con sabor a golpe.

 

Era la segunda vez que me lo decía, la tercera en una llamada al 112, mi cuerpo aún caliente, sus manos aferradas a la llaga de mi último suspiro, el pulso en la lejanía de la vida, la mitad de mi existencia, el estigma sellado en la memoria del destino.

 

Era esa mi jaula, una jaula bajo tierra.

51. Mordiscos (Paloma Hidalgo)

Cuando descubre que a María Auxiliadora, allí fue en su último cumpleaños, le han puesto lamparitas eléctricas da media vuelta, sin velas no es lo mismo. Contrariado se encamina hacia otro templo que hay cerca, uno dedicado a San Andrés, más pequeño. Mejor así. Los lampadarios de las iglesias grandes cada vez son más tecnológicos. Al llegar, se sienta frente al altar con más bujías encendidas. Se acuerda de la primera vez que celebró un aniversario solo. De cómo le temblaba todo el cuerpo después de soplar las candelas que los devotos habían encendido. Recuerda el olor de la cera, el tacto de la tenaza, el tintineo del dinero.
Una feligresa se santigua y se va, él verifica que está solo y se levanta. Por un segundo, tras el soplido, vuelve a aquellas celebraciones frente a una tarta enorme, rodeado de una mujer feliz y unos hijos pequeños. Disfruta de ellos hasta que la vergüenza de haberlos perdido le muerde en la boca del estómago, entonces saca el alicate, rompe el cierre de la caja de las limosnas, coge las monedas y se dirige al bar, la tragaperras estaba a punto de caramelo, tragando saliva para espantar a la fiera.

50. Y qué sabrá Platón del amor (montesinadas)

Frota con fuerza todo su cuerpo y deja que el agua caliente le abrase la piel. Es la quinta ducha, una por cada cliente, y no lo hace solo por higiene, que también; el agua hirviendo redime su conciencia como un ceremonial para recuperar la pureza y además le crea una doble capa de escamas que la hacen insensible al tacto áspero de las siguientes manos que la sobarán.
Dos pisos más abajo, en el local, su verdadero y único amor, un chico de su edad, unos veinte años, restriega con fuerza una bayeta empapada en ginebra sobre la barra de zinc, y en su imaginario caudal, arrastra la mugre de pensamientos de los hombres pegajosos, la grasa de sus palabras soeces y el veneno de las perversiones que en su mente no deben superar los cincuenta euros.
En su relación sólo cabe la ternura, los paseos por el río y el cine en los días libres. Para el resto, cuando llega el momento, ella misma paga a una de las chicas nuevas que llegan cada día. Él siempre se pone colorado, se avergüenza, pero al final cede por el bien de su relación y porque está muy enamorado.

 

48. INTUICIÓN (A. BARCELÓ)

Al principio, te parece una idea cojonuda, pero poco a poco te vas dando cuenta que no, que lo que pensabas que iba a ser un puntazo es una estupidez increíble. En el fondo ya lo sabías, algo en lo más recóndito de tu mente te estaba avisando, algo a lo que deberías hacer caso siempre y, sin embargo, desoyes sin parar. Estúpido de ti, que inflado de juventud y osadía te atreves a ignorar eso tan importante: eso que se preocupa a todas horas por ti; eso que te produce un hormigueo en el estómago y un sentimiento de desasosiego en el justo momento en que vas a tomar una decisión que no te conviene; eso que sabe que te arrepentirás más tarde y te lo dice sin decírtelo; eso que te avisó de que te confundías; eso que casi logra detener tu dedo antes de que pulsaras la maldita opción, antes de que esa foto, que ahora te avergüenza, quedara publicada en tus redes sociales.

47. Post mortem (Toti Vollmer)

Hundida en su tristeza, recibía una por una las condolencias de familiares y amigos sin separarse un instante del ataúd que contenía los restos del hombre con el que estuvo casada más de cuarenta años.

–Mi más sentido pésame, señora, nunca conocí un marido más detallista que el suyo.

–Muchas gracias, señor ¿?…

–Pascual, el florista de siempre del difunto. Fue un gran cliente, ¿sabe? No quedan muchos que le envíen una docena de rosas blancas a su mujer todos los jueves sin faltar uno. Usted me dirá qué hago con los tres meses que dejó pagos por adelantado.

Tras un instante de confusión, la viuda tragó amargo y le hizo saber que el jueves iría a por su ramo personalmente. Y a ajustar cuentas.

 

46. VERGÜENZA SIDERAL (Mødes)

Ni poco, ni algo, ni bastante.

No.
Yo era un cabrón integral a tiempo completo. Todo un cabrón pata negra.
Y me pasaba interminables noches de fiesta en Neptuno, o hacía la ruta del Plutón verbenero y canalla.
Y me quemaba con las ardientes hembras de Mercurio, o perdía la noción del espacio-tiempo en los antros más infectos de nuestra galaxia.
Y una maldita noche, mi mujer, harta de padecer la cara oculta de mi luna, me dijo que quería el divorcio.
Entonces, el tejido estelar de estupidez que nublaba mi mente se resquebrajó.
Y sentí una infinita vergüenza por mi comportamiento.
Y quise reconquistarla.
Por eso le regalé el anillo más grande de Saturno, pero ella lo rechazó.
Después creó un agujero negro y, sin molestarse en decirme adiós, desapareció en su interior.
Y yo, al verme solo, empecé a llorar.
Millones de años más tarde, una de mis lágrimas aún vaga errante por el sistema solar.
Los humanos del planeta Tierra la llaman Halley.

45. DOS SEGUNDOS DISTINTOS (IsidroMoreno)

Mi zapatilla se desliza por la acera de forma irremediable. Deseo recomponer el equilibrio pero mi pie y pierna derecha desobedecen, bien como si no me perteneciesen, o bien que ya no quisieran seguir formando parte de mi ser. A cámara lenta diviso a media altura mi babucha rosa despedida que voltea lentamente hacia arriba; mi pie desnudo apunta al cielo; mi cuerpo en el aire y en horizontal; mi holgada falda, al viento; mi vista fija al frente, hacia el infinito, hacia la gente que me mira y a los que se asombran al verme. Ya nada soporta este cuerpo que se desploma. Recuerdo que no llevo bragas. Mis piernas abiertas, mi figura desecha, la dignidad y los huesos por los suelos. Había salido apresuradamente de la ducha para avisar al butanero antes de que se marchase. Oigo la voz de un vecino que grita mi nombre. La gente se arremolina, me miran y yo no sé dónde mirar. Son momentos eternos.

Luego, mi vecino, que ha sido testigo, ha narrado así todo lo ocurrido: Ella salía corriendo por el portal y al llegar a la calle ha resbalado con una cáscara de plátano y ha caído de espaldas.

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