Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

57. FRÍO

Lo noté, esa fría caricia pasando por mi piel. Erizaba cada parte de mi cuerpo. Su gélido aliento punzaba mi nuca, sabía que estaba detrás de mí y él supo que yo lo sabía. Solo las palabras de la sacerdotisa venían a mi mente.

«Inocente niña, jamás te des la vuelta y nunca contestes a sus balbuceos. Así ese ser no podrá llevarte.»

Yo intentaba no contestar a sus deseos, eran como una dulce hipnosis y a la vez una horrible sensación la que podía experimentar. Fui fuerte y no conteste. Espere, espere, él nunca se cansaría de atraerme.

Día 254, él sigue en mi espalda y también en mi cabeza. Sucumbiré a su frío encanto.

56. Atrapados

Apenas se hablan. Martina, recién levantada, corre al trabajo Por trece razones, entre otras, la abultada hipoteca que pagan por La casa de papel en la que viven, la universidad de los chicos, aquel Todo incluido. Cuando sale come con Los Bridgerton, un menú sobrio rodeada de gente de copete. Café con Paquita Salas y su sueño juvenil de ser actriz. Y aunque cenan en familia, se acuesta sola y aburrida, mientras sus ojos derrotados se apagan con Cincuenta sombras liberadas. Arturo, entre balance y balance, intercambia guasap con su grupo del atleti. Entre informes y certificados, queda para montar en bici el próximo domingo en Ruteros por Madrid, el club de ciclismo que acaba de descubrir en Facebook. Por las tardes cuelga en Instagram las fotos del finde por la sierra y, pese a la derrota, también cuelga las del Wanda. Alejandra, la mayor, compagina el Derecho Civil con los Tik Tok de maquillaje, las Stories de recetas y los tuits a C. Tangana. Daniel, cuando no está en clase o entrenando, controla, desde su sillón gamer, un universo digital. Con las luces apagadas, unos seres diminutos aprovechan la escarcha que conquista los rincones para agrandar sus telarañas.

55. ATARAXIA (Mødes)

El frío es una bestia con colmillos afilados.

Y les muerde. Les muerde. Les muerde.
Y aunque tienen las extremidades congeladas, y la hipotermia ha enraizado entre sus huesos, siguen ascendiendo.
Pero el Everest duerme con un ojo abierto, y despierta con un rugido atronador, augurando que mañana habrá madres de luto.
Y vomita un descomunal alud de nieve que cabalga desbocado a la caza de los alpinistas, los engulle, y acaba con sus vidas y sus sueños de grandeza.
Y a pesar del trágico suceso, los viandantes miran de reojo y siguen su camino.
Entonces, asumiendo con resignación la indiferencia de la gente, toma la montaña entre sus dedos, la dobla con cuidado, y la guarda en su maleta.
«Mañana traeré una puesta de sol caribeña, a ver si tengo más suerte», piensa, mientras se aleja, el frustrado vendedor de paisajes.

54. Idas y venidas

Desde sus comienzos como ayudante en la carnicería de sus padres, Manolito pasaba las mañanas metido en la nevera. Algunos pensaban que sus largas ausencias se debían a su timidez. Otros, a su manía por el orden, y lo imaginaban organizando las piezas de carne según el tamaño y el animal. Cuando salía entre el vaho, aparecía con su cara enrojecida y su nariz cubierta de escarcha. A su madre le recordaba entonces a su abuelo Manuel, el que fundó el negocio familiar y del que heredó su nombre. Manolito, sin embargo, desaparecía del mostrador porque había descubierto al fondo de la nevera una puerta secreta que lo transportaba a otra época. Allí había conocido a una chica de la que se había enamorado perdidamente, y estuvo coqueteando con ella hasta que aceptó su propuesta de matrimonio. Días después, abandonó la vida que le había tocado vivir, atravesando aquella puerta del tiempo. Sus padres lo buscaron por todas partes, pero nunca lo encontraron.
Mientras, Manolito echaba raíces en el pasado, se casaba y abría su propia carnicería. Fue dichoso hasta el momento en el que expiró, justo el mismo en el que nacía su nieto.

53. Y vuelta a empezar (Aurora Rapún Mombiela)

No se te dan bien. Te atropellas, te enredas, te confundes. Una mirada cruzada, una sonrisa, un guiño. Se te desenfoca el cerebro, imaginas, trazas un sendero de baldosas amarillas. Hasta que vuelve a suceder. Se desmorona. La imagen cae trae los cristales rotos y te das cuenta de que no ha ocurrido nada. Una barra, un vaso, un espejo y tu cara al otro lado diciéndote que no te miraba a ti. Que no se te dan bien los comienzos. Y pides otro trago. A tu lado, alguien que lleva una copa en la mano se acoda en la barra y te roza el brazo. Decides darte otra oportunidad.

52. FINAL CUT (La Marca Amarilla)

Algo despertó al Señor Andersen aquella madrugada de año nuevo. Un sudor frío recorría su espinazo cuando abrió los ojos tras un leve estertor. Escuchó unos débiles arañazos en la puerta, algún perro querría entrar y resguardarse de la nieve, pensó.

Mucho se sorprendió al abrir la puerta y ver a una niña de largo cabello rubio, descalza y con los pies completamente amoratados por el frío. Unos cuantos fósforos se asomaban por el bolsillo de su ajado abrigo.

La invitó a sentarse junto a la chimenea que apenas calentaba y pudo observar su mirada extraña, era como una enorme hoguera encendida en medio de un gélido paraje.

Sacó de la alacena un poco de queso y un cuchillo para que comiera algo, la niña abrió los ojos y el Señor Andersen intuyó que estaba muy hambrienta. Le hubiera ofrecido perdices, pero no sobraron de la cena. Antes de cortarle unas lonchas de queso se giró para avivar el fuego.

Fue entonces cuando la pequeña cerillera asestó con furia sobrenatural unas certeras cuchilladas al Señor Andersen, que, antes de finalizar definitivamente este cuento macabro, pudo observar como la etérea figura de la pálida niña se desvanecía.

51. LOS OLVIDADOS

Josefa está convencida de que a su marido lo mató el frío. Todos los años, el muy canalla, se cuela por debajo de la puerta, se mete por las ventanas, traspasa las paredes de su casa de cartón y se queda dentro todo el invierno, poco puede hacer para combatirlo una triste estufa a la que apenas encienden.

Desde que se quedó sola, pasa las horas tejiendo ropa de abrigo para él. Cuando el tiempo comienza a refrescar la lleva al cementerio para que se la ponga. Todos los días lo visita, necesita asegurarse de que está bien protegido, aún siente escalofríos cada vez que recuerda su tos.

Aunque ha pasado media vida destemplada y la otra media aterida, ha sido necesario que llegara un terrible temporal que le congelase las manos para que alguien se acordara de ella.

La han llevado a un lugar con calefacción, pero su corazón no deja de tiritar.

50. A 37 grados bajo el edredón

Los informativos anunciaron una ola de frío polar, y no se equivocaron. Últimamente, las acertaban todas. Se colaba hasta los huesos. Por el día, lo normal, camisetas, suéteres, chaquetas… ¿Y la bufanda? Vale, la llevo. Beso, adiós, y cada uno a su trabajo. Pero cuando llegaba la noche, bajo los cojines desterrados al pie de la cama, de las mantas dobladas estratégicamente sobre el edredón, y de las sábanas de franela, los helados pies de ella, brrr, reptaban y se entremetían buscando el calor de los suyos, convenientemente calefactados en sus calcetines de lana con borreguitos -uy, qué rico-. A veces se le pasaba por la cabeza preguntarse cómo, después de tanto tiempo durmiendo juntos, continuaba haciéndolo. Pero, la verdad, ni se lo preguntaba, o mejor aún, nunca se preocupó por encontrar una respuesta satisfactoria al dicho fenómeno invernal. Mientras, se dejaba hacer, y no dejaba de asombrarse por el hecho cierto de que, si bien él se los ponía, la encargada de reponer los calcetines de la cajonera plástica de los chinos, era su mujer.

49. Corazón congelado (Rosy Val)

Resolvimos cambiárselo a todos los terrícolas que restaban. En su lugar les trasplantamos otro fabricado con rosas de Jericó, bayas de açai y algas del mar Rojo.

Pretendíamos que el nuevo comenzara a palpitar de forma rítmica, ya que el anterior latía frío, descomedido y desacompasado. Llevábamos tiempo observándolo. Ya no se partía ante un niño hambriento o una mujer desesperada. Tampoco se ablandaba delante de un indigente aterido ni de un perro desamparado en la calle. Mucho menos se encogía frente a la muerte de un bosque, la desaparición de alguna especie, la agonía de los mares o el deshielo de los casquetes polares. Aunque no nos extrañó especialmente, era de esperar que, tras tantos conflictos, injusticias, guerras, holocaustos y genocidios, el de venas, músculo y arterias, finalmente terminara perdiendo toda sensibilidad.

48. Miedo al olvido

Mi primer registro del miedo fue miedo al olvido. Tendría dos años. La tráfic de la guardería me dejó en la vereda y se fue.

Mi casa estaba al fondo de un jardín. Toqué la puerta y nadie atendió. Aterrorizada subí a la reja de la ventana protegiéndome de los lobos. No sabía que en la jungla urbana los hombres son los depredadores.

Mamá me encontró bañada en llanto y dijo “tu papá no quiere poner un timbre”. Hoy vivo en la misma casa, pusimos una reja en el jardín y cuando papá viene espera afuera hasta que le abra.

47. Objetivo cumplido (Blanca Oteiza)

Tras el cristal empañado se va instalando la noche. Fría, de principios del invierno. En la habitación se escucha el crepitar del fuego de la chimenea y los juegos sobre la alfombra. Intento concentrarme en la pantalla que tengo frente a mis ojos, aún me quedan unos minutos para terminar la jornada laboral. La palabra “mamá” suena varias veces reclamando mi presencia a su lado. Es más divertido jugar acompañado. Dejo el ordenador y me siento junto a él. Con la emoción agarra el muñeco de su personaje favorito y lo lanza quedando tendido junto a la puerta.
Y es entonces, cuando camina sus primeros pasos tambaleándose, pero decidido a alcanzar su objetivo.

46. Vuelta a la guerra fría (Javier Igarreta)

Hacía frío, mucho frío. Un frío glacial. Ni los más viejos del lugar recordaban rigores parecidos. Tampoco había constancia de registros comparables en la serie histórica. Lo que de verdad enfriaba la convivencia era la sensación térmica. Con sólo nombrarla se hacía difícil romper el hielo. Los saludos se convirtieron en un gélido protocolo en vías de extinción. Nadie podía pensar con frialdad ante la crudeza de la rasca. Pero aquel clima polar no pudo impedir que algo se resquebrajara en la frágil escarcha mental de Gonzalito. Tras salir de la escuela, se dirigió corriendo a la taberna y exclamó sudoroso: “Hace calor”. Y se quedó tan fresco. Un escalofrío se apoderó de los que echaban la partida. Dejando la jugada congelada, Demetrio, el padre de Gonzalito,  levantó la cabeza y, mirando fríamente al chaval, sentenció: “Este niño siempre tuvo la cabeza bastante calenturienta”. Fue toda una premonición. A la hora del noticiario, apareció en la pantalla el rostro radiante del hombre del tiempo. Empezó quitando hielo a la “terrible ola de frío”. Una vez caldeado el ambiente, trató de explicar la virulencia del fenómeno, achacándolo a la agresividad de un insidioso fake. Al parecer, procedente de Siberia.

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