Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

55. Desdoble

El primer encargo fue sustituirlo en la presentación del libro de un joven novelista. Después ocupé su lugar durante el entierro de un familiar lejano. Más tarde lo suplí asistiendo a una reunión de antiguos compañeros de colegio. Todo iba según lo estipulado hasta que un día mi cliente desapareció. Tuve que asumir todos sus asuntos.

Cuento esto porque ayer mismo, por sorpresa, me anunció su regreso. En casa se me ha ocurrido sugerir que nos marchemos a vivir a otro lugar. El niño dormía entre los brazos de su madre que me ha mirado como si de un desconocido se tratara.

No sé si llamarlo envidia prospectiva o celos sobrevenidos o simplemente falta de profesionalidad, pero he decidido romper nuestro contrato. Solo nos atañe a él y a mí, no hay testigos ni intermediarios que pudieran objetar algo. Si quiero cambiar de vida, es necesario ese sacrificio.

54. El último Cercanías

«Esto de estar muerto es que es para vivirlo», me dice Nicolás. No he conocido a nadie que se queje más que él. Que si los perros no dejan de ladrar a su paso. Que si está harto de tratar sólo con muertos. Que si echa de menos los placeres de la vida. Sube siempre en la parada del cementerio y se sienta a mi lado. Confiesa sentirse mejor desde que sabe que al menos yo puedo verlo. Mira ávido cuanto llevo encima mientras me habla, con excitación contenida cuando descubre algo que le gusta de un modo especial. Como mucho, dice: «Zapatillas nuevas, ¡eh!». A las chicas las observa con discreción y una mezcla de anhelo y tristeza. «No sabes lo que fastidia morirse joven», suelta de pronto. Yo me callo, pero tampoco es que sea un muchacho. O bien: «Yo era un tío elegante, ¿sabes?». Y ahí sí que le doy la razón, porque aún se le ven hechuras. Suele quedarse inmóvil cuando llega el revisor, como inseguro de su invisibilidad. Por su gesto al mirarme pagar el billete, diría que es el único momento en el que no envidia mi condición de vivo.

53. Los amores inconfesables de un zapatero remendón

Al despertar vio en el suelo, a los pies de la cama, un Valentino Garavani, de tacón de aguja y refulgente cuero negro, ribeteado con minúsculos cristales diamantinos. Aunque no esperaba respuesta lo saludó con afecto y cierta extrañeza preguntándose de quién sería, lo acarició, se lo acercó a la cara y notó como las piedrecitas resplandecían pícaras. En ese momento, un suave aroma a Bvulgari le erizó la piel y sintió la cercanía de Carolina, con su mirada altiva y su contoneo insinuante. Recuperada la conciencia, recogió el zapato, lo guardó con cuidado en una bolsa de terciopelo y salió para comenzar la jornada en su pequeño negocio.

Al llevarse Carolina sus tacones, él miró la estantería vacía y se limpió una lágrima delatora. Se fijó entonces en un Saint Lauren, de brillante charol escandalosamente rojo, aguja infinita y banda tobillera punteada en blanco, que había dejado Sofía sobre el mostrador junto a sus ojos profundos y su generoso escote; le puso la horma y, tras guardarlo en una bolsa de terciopelo, le dijo con un guiño pícaro, no te enceles, esta noche vienes conmigo, y la cinta, avergonzada, tornó su color a un tímido rosa de disimulada satisfacción.

52. Ese hombre (Miguel Á. Moreno)

—Te lo juro, Carla, intento olvidarlo. Intento olvidar a ese hombre, la expresión profunda de sus ojos, su sonrisa perenne, su boca dispuesta para darme el primer beso, aquí mismo, degustando un café, sus abrazos que envolvían todo mi cuerpo. Intento olvidar qué sé yo más de él… Hay un montón de escenas que me persiguen día y noche: su silueta desnuda aproximándose entre las sombras del dormitorio. No se me borra la necesidad irrefrenable de recorrer su piel con mis labios o el deseo de hacer el amor en la parte trasera de un coche. Hay noches en las que me despierto empapada en sudor y lo veo alejarse sin volver la mirada. Y me asaltan las mismas preguntas. ¿Por qué me dejó? ¿Fue por cansancio, por despecho, por otra? Entonces lloro desconsolada como un bebé apartado de su madre. Me mortifica tanto la idea de que esté con otra mujer, con otras mujeres, que me da hasta vergüenza. ¿Cuántas habrá conquistado? Las envidio. Te lo juro, Carla, intento olvidarlo, pero no puedo.

—Te comprendo, Irene, de verdad. A mí me sucede lo mismo.

 

51. Déjà vu

Samuel, incapaz de reconocerse en el espejo, se ha convertido en su propio enemigo. Por alguna razón que se le escapa, insulta a su imagen y la culpa de su soledad. Naufragó el día en el que alguien a quien no recuerda se fue con otro, sospecha que con el tipo que no deja de mirarlo desde la ventana que cuelga de la pared del salón. Puede que en un futuro llene los vacíos de su memoria, pero de momento navega por mares tan oscuros como inciertos. En contadas ocasiones la cara de su adversario le es vagamente familiar.  Tal vez se trate de uno de los poetas que leía sus obras en la plaza del pueblo, piensa. Él también era poeta. Sus versos erizaban la piel a cualquiera que quisiera escucharle, sin embargo, ahora casi siempre permanece callado. A veces despierta de su ensueño al observar una fotografía de una mujer. Sonríe, pronuncia su nombre y le recita un soneto de amor que dura lo que tarda en verse en el espejo. Tuerce entonces la boca, se maldice a sí mismo, y vuelve a olvidarse.

50. El niño invisible

Solo quiero que todo vuelva a ser como antes. Aunque no sé leer, saco ideas de un viejo libro que guardan mis padres en el desván. Es de un tal Leonardo y dicen que era muy listo. Para asombrarles, yo también dibujo autorretratos, diseño robots con cerillas, e incluso he montado mi primera bicicleta. Pero desde que llegó el bebé, nada mío llama su atención y son sus tonterías lo único que les interesa. Hoy me pasaré el día en mi habitación sin salir a jugar y recortaré las alas del libro. Espero que sean de mi tamaño, no me gustaría que mi hermano se llevara el mérito de volar.

49. LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER – EPI

Qué razón tenía Parménides.
Hace unos años, los Juegos Paralímpicos me emocionaban, admiraba a las personas que, con sus diferentes discapacidades, se sobreponían a ellas y competían a un gran nivel para conseguir una medalla.
Pero entonces yo tenía un gran peso específico, estaba en mi plenitud, trabajaba y los límites eran los que yo dibujaba.
Todo lo que hicieran, por grandioso que fuera, nunca menoscabaría mis logros, ni afectaría a mi ser.
Pero los años y los achaques, poco a poco, fueron aligerando mi fortaleza y mi admiración por los demás.
Ahora estoy postrado en una silla de ruedas que ni siquiera puedo manejar, la cabeza sostenida por un armazón, siempre mirando al frente.
La traqueotomía y el respirador me impide hablar y todas las tardes una mujer de blanco, de la que no se ni su nombre, me saca de la habitación y me planta en el salón, rodeado de otros vegetales.
Enciende la televisión y aparecen deportistas sin brazos, sin piernas, ciegos o sordociegos, todos en algún tipo de deporte.
Cierro los ojos, me corroe la envidia, les odio, quiero morir.

48. Retrato de envidia

Desayuno. Rumor de olas. Música chill out y la mejor compañía. Un destello de felicidad en una vida tremendamente anodina que me preocupo de respirar con la intensidad que se merece, no lo subo a Instagram ni a Facebook. Cuando vuelvo a casa comparto este momento con “amigos” y siento que uno de ellos vive mis emociones como un ataque porque  enseguida su comentario resorte es:  «A mi no me gusta la playa». ¿Y? Mi cara es un emoji de desconcierto y en mi cabeza martillea una pregunta incesante, pero ¿qué he dicho?

No han pasado dos semanas y mi teléfono suena sin parar….en el whatsapp de grupo un sinfín de fotos de las vacaciones veraniegas de mi amiga, un posado en toda regla en los chiringuitos más cool de esta temporada , con los outfits más estudiados y la sonrisa puesta.

Yo viví mi momento, me alegraría que ella hubiera hecho lo mismo.

 

47. Verde de envidia

Mientras tomo el sol en el balcón, charlo con mi vecina. Ella me explica su vida (la de antes): viajes a lugares exóticos, amantes más exóticos todavía y aventuras, ¡muchas aventuras! Yo le cuento la mía (la de siempre): el llanto del peque, los deberes online del mayor… Mi vida no es emocionante, pero ella sonríe y dice que tengo una familia estupenda.
La envidio, pero es una envidia sana. Que el color de mi bronceado haya empezado a mudar hacia el verde no es preocupante. No se trata de un nuevo síntoma del dichoso virus. Solo es envidia.

Pero hace unas semanas descubrí que miente. Era la tercera vez que me contaba su viaje a Ceilán y, en lugar de ligarse al guía tostado por el sol, lo cambió por un rubio neerlandés que viajaba solo. Primero creí que era un lapsus, pero desde entonces la he pescado en tres mentiras y ya no me creo nada.

He dejado de envidiarla y mi piel ha recuperado su palidez habitual. Ella, en cambio, sigue tomando el sol. Se asoma al balcón, estira el cuello como una tortuga y espía nuestra familia perfecta con su mirada esmeralda.

46. QUEJA RESPONDIDA (Domingo J. Lacaci)

—Hermano, me retrasaré en Mónaco. ¿Pasas por mi casa a dar de comer a los perros?

Por evitarme el mal trago de cada vez, entré en su chaletazo andando hacia atrás. Y aun así, veía de reojo los trofeos de regatas, sus fotos con presidentes, los diplomas de microrrelatos. Enfrente, la foto con la belleza descomunal de mi cuñada. En el jardín vinieron a saludarme los dos galgos purísimos, que encima eran simpáticos. Bajé al garaje a por su comida, pero antes, me puse el antifaz de dormir que siempre llevaba para esas ocasiones. Así solo tuve que intuir la majestuosa presencia de los cuatro coches y las motos. Cogí el pienso a tientas y subí al jardín. Como apenas veía, tropecé, me golpeé en la piscina y me fui al fondo. Estaba allí conmocionado, muriéndome, tan a gusto. Era una forma de acabar, pensé satisfecho entre tinieblas. Pero me devolvió a la consciencia el robot limpiafondos de tres mil euros golpeándome una y otra vez la nariz. Salí, me puse hielo en el chichón, y mientras llenaba los comederos recé una pequeña oración pidiéndole a Dios la Hoja de Reclamaciones. Ahí vino un galgo y me orinó el pantalón.

45. POR LA BOCA… (Carmen Cano)

Porque Tino, aun siendo el más rebelde de los dos, conseguía con sus zalamerías las atenciones de mamá y siempre me ganaba en las peleas.
Porque, a pesar de que yo vi antes el pez de colores en la fuente del parque, fue él quien lo atrapó y yo lo lancé a la piscina cuando aún no habíamos aprendido a nadar.
Porque desde entonces su imagen preside el mueble del salón y mis peores sueños.
Por eso necesito ayuda, porque yo nunca fui celoso, doctor, aunque me sobraban motivos para serlo.

44. Hermanas (Alberto Jesús Vargas)

Aunque dicen que al nacer éramos idénticas, mi hermana no tardó en convertirse en la preferida de mis padres. Desde muy pronto se empeñó en destacar. Con apenas un año ya hablaba correctamente, a los tres manejaba el cálculo y a los cinco, tocaba el piano con increíble destreza. Yo, en cambio, por más que me esforzaba, no conseguía ser más que una niña normal y triste, que crecía eclipsada por ella.

         Aquel día en que los médicos no pudieron salvarla pensé que por fin mis padres empezarían a prestarme más atención. Me equivoqué. Ellos han seguido tan apegados a su niña prodigiosa que la mantienen a toda costa presente. Ocupado por los recuerdos, su cuarto permanece intacto, conserva su sitio en la mesa y su plato en el mantel y hasta los largos silencios de nuestras tardes se llenan con las dulces habaneras que nos dejaron sus manos musicales. Yo, en cambio, deambulo por la casa más ignorada que nunca gracias a ella que, siempre empeñada en anularme, ha conseguido que todos crean que fui yo la que en realidad murió en lo que convinieron en calificar como desgraciado accidente.

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