Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

43. TIEMPO DE INFIELES (Rafa Olivares)

Su valor y fervor cristiano prevalecieron sobre los celos que le suscitaban su joven y bella esposa, doña Jimena de Astorga, y don Nuño Ruiméndez, Barón de Olaya, marchó a guerrear por Tierra Santa para defender la fe y recuperar los lugares sagrados. En su palacio quedó doña Jimena al cuidado de las haciendas y sin desatender sus oraciones y otros asuntos perentorios. 

Ya de regreso, tres años después, tras el ansiado abrazo y las efusivas muestras de cariño, procedía deshacer el equipaje y, sobre todo, localizar entre alforjas y arcones, la preciada llave garantía de su honra y honor.

Después de más de dos horas de búsqueda infructuosa, doña Jimena, hastiada y aburrida por tan larga espera, propuso a su esposo, con virginal sonrisa, probar con una de las horquillas de su peinado. Con una sola mano y gran habilidad y destreza, consiguió el «click» avisador de la liberación del tosco cinturón.

Por fin la pareja pudo folgar con pasión, exhibiendo doña Jimena habilidades amatorias que don Nuño no alcanzaba a recordar. Cuando, exhausto, el Barón de Olaya trataba de recuperar el aliento, pensó que tal vez no mereció la pena haber viajado tan lejos a buscar infieles.

42. EVANESCENTE (Pilar Alejos)

Los zapatos de tacón de aguja duermen en su caja el sueño del olvido. Dentro del armario, el tiempo se ha detenido en un vestido de fiesta que aguarda en la percha mientras amarillea la etiqueta que se balancea mostrando su precio. Hace tanto que anhelo poder lucirlo contigo en algún lugar maravilloso. Pero los días pasan y, cada vez, me mimetizo mejor con las paredes del salón o me hundo más en el abismo del sofá hasta volverme evanescente. Por eso no me ves cuando regresas tarde a casa, ni tampoco sabes lo mucho que deseo acurrucarme a tu lado y cobijarme en tu ternura. No te imaginas cómo me duele que la abraces y la beses a ella con tanto amor.

Aun así, tan solo espero que un día descubras mi mirada desde tu ventana y comprendas que la luz de mi balcón permanece siempre encendida por ti.

41. El estigma

Dejé de vivir el día en que nació mi hija. Pensé que de la náusea solo podría brotar un ser repulsivo, pero los desechos de mi vida sirvieron como abono para Nevenka. Ella me ha superado en todo. Y la misma tersura que irradia su cuerpo empacha mi mente de rencor. Porque su presencia golpea sin reposo las puertas de mi memoria. Hoy, que se casa con el hombre al que ama, he intentado limpiar mi corazón. Pero se ha resquebrajado entre mis manos al contemplar el vestido colgado de la lámpara del techo. Su cola de espuma marina, que cubre las baldosas del salón, me ha devuelto el aroma a salitre macerado en la piel de Ivan. Yo, y no ella, debería ser la novia que camina  hacia el altar. Después de nuestra boda habríamos tenido tantos hijos como planeábamos. Pero el fusil de aquel soldado serbio apagó su mirada diáfana antes de ver cómo me violaba. De nuevo surge una chispa de ira en mis ojos. Esta vez, antes de que estalle, logro apaciguarla con una sonrisa en cuanto me asomo a la ventana.  He descubierto que el cielo está enfoscado. A punto de llover.

40. Amado, Amando y Amador (María José Escudero)

 

Su casa era larga y destemplada como un túnel y, a pesar de su estrechez, había espacio más que suficiente para los tres hermanos que tenían la costumbre de pasar días, incluso semanas, sin rozarse. Ocasionalmente, un estornudo imprevisto o un bostezo de aburrimiento los hacía mirarse en la lejanía, aunque apenas se inmutaban. Sin embargo, alguna tarde se abría la puerta de repente y, nerviosos, se acicalaban y salían —por orden de nacimiento— a pasear por aquella especie de ciudad metálica y muda. Acompasados, deambulaban por un extraño laberinto de escaleras con el propósito, por ellos ignorado, de fomentar experiencias comunes. Eran trillizos, casi podían leerse el pensamiento y, a pesar de tener emociones y deseos bien distintos, había entre ellos, por el hecho de ser un experimento de probeta, un vínculo (quizá poco sano) que parecía indestructible. Pero aquella vez Amando, harto de su rol difuminado, nos sorprendió al cambiar el rumbo de sus pasos. Ya no soportaba más al primogénito ejemplar ni al mimado benjamín y necesitaba, imperiosamente, llamar la atención.

En el laboratorio estábamos consternados. Como padres de las criaturas tuvimos que reconocer nuestro estrepitoso fracaso: No habíamos logrado neutralizar el “síndrome del mediano”.

39 AMIGAS (Rosalía Guerrero Jordán)

La envidia es un gusano retorciéndose en las tripas y arañando el esófago mientras escala por él. Cuando llega arriba te quema los labios intentando escapar de su prisión. A veces lo consigue, otras veces te impide respirar.

Eso sentía Marta cada vez que veía a Laura entre los brazos de Rubén. Un dolor afilado y silencioso le roía las entrañas. Sentía que le faltaba el aire, como si la muerte la rondara de cerca.

Si hubiese sido otra, Marta podría haber bramado al cielo, haberla odiado sin tapujos. Pero tenía que ser Laura, su mejor amiga, su confidente, su compañera inseparable.

—¡Hagamos algo divertido! —gritó Laura un atardecer otoñal frente al mar, mientras se desnudaba y corría hacia el azul infinito.

Desde la orilla, Marta vio cómo el mar lamía su cuerpo joven. También cómo desaparecía engullida por una ola. Esperó verla surgir cual Venus adolescente. Sin embargo, eso no ocurrió. Durante horas, Marta guardó silencio

—Se subió a un coche —dijo a la policía al día siguiente—, era un poco alocada.

Ahora, la culpa ha desplazado a la envidia. Se le queda atascada entre los dientes y vuelve su aliento fétido.

A cambio, Rubén le pertenece.

38. Sueños Inalcanzables (Marian Ramos)

Cada noche acude al bar del puerto. Se sienta en un extremo de la barra, con un abrigo viejo y el sombrero calado hasta las orejas. Escucha las historias, contadas siempre a gritos y entre carcajadas, mientras bebe una cerveza tras otra.
A Toribio le quedan algunos jornales para el pasaje a América. Venancio, menos aventurero pero igual de emprendedor, habla de comprar una Cirila para ampliar el reparto a los pueblos vecinos. Atilio, el de más edad, quiere mandar al chico mayor a estudiar a la capital y, quizás, darle algún capricho a su señora. Así la llama siempre, su señora, y le brillan los ojos como a un adolescente.
De vuelta a la casa del barrio alto, cuelga sombrero y abrigo en la caseta de aperos. Después, acostado en la mullida cama, junto a la mujer que escogieron para él, hija del socio de su padre en la naviera, odia a Toribio, a Venancio, a Atilio y al resto de parroquianos hasta caer en el sueño etílico, el único posible para quien todo lo tiene de cuna.

37. PORCELANA ROTA

No tenía dónde ir, por eso decidí volver. La puerta estaba abierta, nadie reparó en mí. El resplandor de un flash iluminó el interior. En la mesa del salón seguía la bandeja de la cena con los bordes de la pizza que nunca te comías . Habían abierto los cajones y husmeaban entre tus cosas. La cafetera estaba caída sobre la encimera, una mancha negra se extendía implacable sobre el mármol. Siempre decías que la vajilla de Sargadelos que compramos en el viaje a Galicia era el tesoro de la pareja. Ahora cubría el suelo de la cocina rota en mil pedazos. Tenía que verte otra vez, intenté entrar en la habitación, pero alguien me reconoció. Yo mismo ofrecí las muñecas al agente que me esposó, casi un niño que me miraba como a una fiera de circo. Después de horas deambulando por las calles fue un alivio enorme. Como la culpa por lo que había hecho.

36 LA ÚLTIMA ÚLTIMA CENA (IsidroMoreno)

Y yo os digo que uno de vosotros me traicionará esta noche.

Acabada la frase de Jesús, Juan y Pedro se abalanzaron sobre Judas. Acto seguido, los trece comensales se debatían en gran melé, unos por separar y calmar y otros por alcanzar a Judas para asestarle algún guantazo. Platos, copas y vasijas volaban por los aires o rodaban por los suelos. Jesús, ante la imposibilidad de instaurar el orden entre sus apóstoles, hizo mutis por el foro. Como director salí a escena para aplacar y calmar a los alumnos. De pronto, espectadores y padres de los actores tomaron el escenario entre forcejeos e improperios para defender cada cual a su hijo, o reprender a algún apóstol, o salvar al malogrado Judas.

Como responsable pensé que me había equivocado en la elección de obra o en el reparto, o quizás el Método Stanislavski de Identificación con el personaje habría dado frutos y celos insospechados.

Sin embargo, todo me quedó claro cuando en el patio de butacas observé al “apóstol Juan”, iniciador de la trifulca, arrojando al suelo una bolsa con monedas que acabada de recibir de un siniestro y satánico espectador.

Y un tenue olor a azufre invadió la sala.

35. AÍN Y CABEL (Belén Sáenz)

De muchas maneras se envidiaban la labriega villa de Aín y su municipio gemelo, Cabel, de linaje ganadero. Sus muros, escindidos de un mismo cigoto, con la rivalidad impresa en los genes, comenzaron a alzarse de espaldas a una carretera de la que se resistían a desligarse como si se tratase de un cordón umbilical maldito. En la desventura o en la bonanza, los campos de Aín jamás cedieron una brizna de forraje a los pastores cabelenses porque estos no permitían que sus bestezuelas los abonaran con estiércol. Pasaron decenios sin que se cruzasen las miradas de sus gentes. ¿Acaso soy yo el custodio de mi hermano?, gritaban a sus dioses encogiéndose de hombros. Descendiendo del risco hasta el valle, los celos devinieron en un odio que infectó los manantiales y heló el mismísimo aire que expelían los pulmones de unos y otros. No tardó en proclamarse la contienda fratricida, que arrastró los confines de la comarca entera más allá del este del Edén. Allí malviven sus pobladores, creyéndose afortunados en su charca de lodo, sin querer ni poder borrarse de la frente el indeleble quiste de la división.

34. Siempre Juntos

    El amor que profesaba por su profesión no era equiparable casi a nada, la única excepción era el que sentía por su esposa. Ella era una dama exquisita, sin igual en todo sentido, y por lo tanto, vorazmente codiciada por todo hombre que cruzara su camino. Su intelecto no alcanzaba a comprender por qué una mujer así estaría con alguien como él, que sólo destacaba entre los demás por su talento y renombre en su área de trabajo. Por tal motivo, lo relativo a su amada era su mayor preocupación desde hace mucho tiempo.

    Él era una eminencia en lo tocante a su empleo. Había trabajado con dictadores, generales, revolucionarios, presidentes, grandes pensadores, mandatarios, actrices famosas, en fin, personas excepcionales de todo tipo. El miedo, finalmente, lo había impulsado a incluir en esa lista a su esposa. De esta forma, —concluyó— se aseguraba que estarían juntos por siempre, no podría abandonarlo por ningún otro después. Porque la verdad sea dicha, ser el embalsamador más notable de la época no era suficiente para retener a una mujer como ella a su lado, se vio obligado a hacer algo más al respecto.

33.- Compra online

El día que lo trajeron la curiosidad se apoderó de nosotros, pero tuvimos que esperar a que la abuela volviese del pueblo para saber lo que era. El paquete estaba a su nombre. Cuando lo abrió apareció  él: alto, guapo y musculoso. Con el paso de los días descubrimos que también es inteligente y simpático. Cada noche, durante la cena, la abuela le lanza miradas tan ardientes que acaban perdiéndose tras la puerta de su cuarto. Entonces mi madre se santigua y mi padre se sienta en el sofá a ver la tele. Yo me voy directamente a la cama, en la habitación contigua a la suya. La imagino poniendo boca abajo el retrato del abuelo y perdiéndose en el cuerpo de ese hombre. En realidad hacen tanto ruido que poco hay que imaginar. Un día, muerta de envidia, pedí otro. Llegó hace tres días. No sé si es por falta de pasión o porque el somier es demasiado nuevo, pero mi cama no chirría como la de la abuela.

32. Injusticia

Míralo ahí, tan orgulloso, recibiendo los abrazos, las felicitaciones de sus compañeros mientras el estadio entero lo aclama como a un héroe. Pero ¿que hay de mí? ¿Acaso no fui yo quien señaló penalty en un ridículo tropiezo fuera del área?

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