Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

20. EL EQUILIBRISTA (Sara Lew)

Cada vez que le cuento a mi psicóloga que he trepado por la fachada de un rascacielos sin arnés, o que he hecho el pino con una sola mano sobre la cornisa de un edificio, logro captar una chispa de envidia en sus ojos antes de que me pregunte muy seria: “¿No será que usted coquetea con la idea del suicidio?”. Yo le respondo que no, que a mí lo que me seduce es la vida, siempre preciosa agazapada tras el riesgo.

En nuestra última sesión mencioné el lugar, el día y la hora de mi próxima hazaña, a sabiendas de que ella lo apuntaría como todo lo demás en su libreta. A continuación me hice el ofendido por una de sus frases aleccionadoras y abandoné la consulta vociferando: “¡Y usted que sabrá del peligro si se pasa todo el día en esa butaca!”.

Ha llegado el momento. Me dispongo a hacer funambulismo entre dos torres cercanas. Sé que vendrá. La busco entre los curiosos que se agolpan ahí abajo, sin éxito. Cuando doy el primer paso la veo al otro extremo del cable, en la azotea de enfrente. Ella, a su vez, avanza  hacia mí.

19. DISPARES Y NONES (Juan Manuel Pérez Torres)

Por eso se fue del colegio. Quería hacer la primera comunión vestido con diadema y un vistoso vestido blanco de tul. Aquella intención anunciada antes de tiempo por Martinito causó mucho revuelo entre profesores y alumnos primero, y entre padres y madres después. Al final, se cambió de colegio.

Pero éramos vecinos, vivía en mi bloque, dos plantas más arriba. Crecimos juntos. Yo lo veía cada día ir y venir con su madre a la academia de baile por las tardes. A veces, los días sin cole, o en vacaciones, nos juntábamos un grupito de chicos y chicas para charlar de nuestras cosas y compartir vivencias. Estar juntos, en fin, viviendo su historia junto a la mía. Hasta que se fue a vivir a otro barrio, al otro lado de la ciudad.

Creo que ya lo envidiaba. Durante estos años lo he recordado en muchas ocasiones, si he necesitado apoyo moral, o alguna inyección de optimismo. Martinito era mi alter ego. Ayer, después de tanto, nos encontramos.

Ahora veo que su determinación, su ánimo, su perseverancia y su sinceridad con su cuerpo, lo han convertido en Martina. Y no sabes cómo la envidio.

18. La celadora (Javier Igarreta)

“Si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos habría”, sentenció la celadora clavando su mirada inquisidora en los muchachos. Solícita atendió al enrabietado Bernardito que exageraba su dolor en un rincón. Sin duda, algún interno harto de ser el capacico de las hostias, había descargado su ira en el pobre gordito, según todos el ojito derecho de aquella mujer tan corta de estatura como sobrada de resentimiento. Un suceso de organización interna vino, días después, a cambiar el orden de sus afectos. Desde la llegada al internado de Sor Virginia, la celadora solo tuvo ojos para ella. De aspecto místico y frágil, la monjita desprendía una ambigua espiritualidad. Un domingo, en la misa de doce, Sor Virginia salió al altar para repartir la comunión. Presa de una emoción desbordante, la celadora se revolvía nerviosa en la fila, suspirando por recibir la sagrada forma de tan blancas manos, con tan mala pata que dio con sus ansias en el suelo. Como movido por un resorte, Bernardito salió del banco en ayuda de su benefactora, pero ella lo apartó con un gesto airado. Mientras recomponía su maltrecha figura, la celadora miró con insistencia a Sor Virginia, reclamando un atisbo de su fervor.

 

 

 

17. ALZHEIMER

Yo soy mi padre y soy mi madre. Soy mi abuelo que fue condenado a muerte tras una lucha fratricida sin sentido y soy mi abuela que peleó en solitario por sacar una familia adelante. Soy la tierra en la que se entretejen los genes de mis ancestros. Pero también soy aquel que  hoy es consciente de un universo que sobrepasa su realidad.

Soy yo. Incomprensible, inabarcable e incompleto sin su historia, sin ti.

Hoy deambulo en un mar embravecido de soledades. Pienso, es mi virtud, pero sin saber si mi realidad es certera. Inseguro porque no veo con tus ojos, no oigo con tus oídos ¿Soy yo parte de tu realidad o sólo una sombra en tu recuerdo?

Y luego vendrá en el final del camino la última risa, que es el aleluya de la vida. Y seguramente no seré consciente del momento. Tal vez no lo viva como una oración de agradecimiento. Y sentiré envidia de tu existencia y celos del aire que te llena los pulmones.

Por todo eso me voy, y también para privarte del sufrimiento que ha de venir. Porque el yo es soledad y la carga de la existencia. No es fácil decir adiós.

16. LA PUERTA DEL MAL (Mercedes Marín del Valle)

Consultó su reloj antes de llamar. Tenía cita. Un hombre lúgubre, de pelo pobre y gafas obsoletas, saludó distraído y la hizo pasar a una habitación. Mientras él se preparaba, ella observó sin disimulo los detalles de aquel cuarto. Tres sillas de terciopelo rojo, una mesa vestida, una lámpara de araña, un mueble abarrotado de figuritas de cerámica, un jarrón con flores de plástico, retratos antiguos en marcos plateados y un par de imitaciones de Van Gogh. Aberrante. Lo más opuesto a su concepto de decoración.

Se sintió incómoda, por el lugar y por la intención que la había llevado allí, pero la rabia acumulada le dio la fuerza para reponerse. No permitiría que su marido la abandonara. Los celos, inquilinos de su estómago, no la dejaban comer ni vivir. Era hora de poner fin a su sufrimiento.

Antes de entregarse totalmente al ritual, la voz de su madre resonó en su mente: “Desear el mal ajeno suele atraer tu propia desgracia. “ Cerró los ojos pensando, que nada podía ser peor que aquel sentimiento de frustración sostenida, luego, dejándose seducir por el sonido hipnótico del mantra susurrado en lengua desconocida, mostró su lado más oscuro. La vela negra vibró.

 

15 SABOR A SAL (Belén Mateos)

Al lado de mi lista de la compra está la de mis deseos. Cada una con un imán diferente adheridos a la nevera.

El azul con un aroma a mar, el rojo con sabor a espaguetis caseros.

 

Eduardo las contempla, juega con ellas. Yo vuelvo a colocarlas en la posición correcta mientras enciendo el fuego para hervir la pasta.

 

He tirado a la basura sus gafas de sol, la toalla de propaganda de una bebida con demasiado azúcar, el cuenco donde todavía estaban las conchas enarenadas de sus días.

 

Se me han pasado de fuego, estoy tratando de separarlos. Quizá el tomate me ayude a ello. Les añado atún, una pizca de pimienta y una chispa de fantasía. Me esmero en el punto al dente, restado los tres minutos de más.

 

Abro una botella de vino blanco, reboso las copas de ese dulce espumoso que siempre nos ha sabido a costumbre. Él remueve, pensativo, ese recuerdo, lo cata, fija su sabor en la desmemoria.

 

Se envenenan mis celos con ese olor a basura exhalada desde cocina. Contengo la respiración.

 

Eduardo oculta mis deseos con sabor casero en el congelador, después, abre una lata ansiando paladear el salitre de Rebeca.

 

13. HOMBRE (María Jesús Briones Arreba)

Yace desnudo sobre un lecho húmedo. Busca un cuerpo cálido que lo envuelva, otra carne donde embeber su jugo en un festín de amor.
Está solo tragando la sal de sus lágrimas aparcadas en el estómago. Tiembla y muestra su desabrigo al mundo que le rodea.
Acaba de nacer. Todos le envidian y su hermano se encela.

12 Ahora sí

Desde los primeros juegos educativos en la escuela infantil comenzaron a ser inseparables. Imanes atraídos por un probable destino.

Las dos tenían la misma gracia que tiene esa edad, aunque sus rasgos y carácter fueran completamente distintos.

En secundaria seguían siendo un par, pero Julia ya le sacaba un palmo a Lidia y además era muy hermosa. Cualquier grupo la quería incluir, pero ella siempre lo mismo: o las dos o ninguna. Adoraba esa amplia sonrisa que siempre le regalaba por todo lo que hacía por ella. Se sentía orgullosa de darle un sitio en el mundo.

La ayudaba a vestirse para los eventos con chicos. Le prestaba ropa ancha para que no se percibiera la línea recta entre sus piernas y su torso. La maquillaba para intentar disimular su rostro sin lumbre.

Julia tenía vorágine de pretendientes, pero se enamoró de un solitario. Y fue su amiga la que dijo que lo arreglaría, como celestina, yendo a él para acercárselo.

Un día en que Julia los observaba, soñando en que el fruto cayera, de repente la atravesó una sonrisa seria y profunda, inmensamente distante a las de siempre. Justo tras un beso apasionado.

11 PRÍNCIPE DESTRONADO

Se ha sentido como un príncipe destronado tras la llegada a la vida de su hermano, 20 meses menor.
Ya no es el único centro de atención de sus padres. ¡Tiene que compartirlos!
Y piensa, ¿qué se creerá ese pequeñajo, de pelo indomable y profundos ojos verdes?
Él, rubio, de mirada celeste, está acostumbrado a que les paren por la calle para alabar su cara “de anuncio”, y ahora, destacan la extraña belleza de su hermano.
Y no piensa permitirlo. Por eso, le tira del pelo cuando no le ven, le araña la cara y le quita los juguetes.
Ellos no se dan cuenta, aunque les parezcan extraños esos arañazos y algunos quejidos.
Pero un día, lo pillan en plena faena. Le castigan mientras le recuerdan que es pequeño y debe cuidarlo.
En los años siguientes, de habitación compartida, el pequeño aguanta estoicamente las arremetidas de su hermano mayor y su implacable tiranía.
Con la llegada de la juventud, el menor, con trabajo e independencia económica y vital, se venga del mayor, negándole el saludo.
Y el príncipe destronado, que a sus treinta años se empeña en ser un niño grande e irresponsable, intenta recuperar unos lazos de sangre, ya inexistentes.

10. Eras mía

Recuerdo cuando cogí la carta del bolso de tu madre, la última vez que la invitamos a casa. No sé por qué la he guardado todos estos años. Al leerla se me han subido los colores; o tal vez haya sido el fuego de la chimenea, avivado al recibir las trizas de papel. Te imagino escribiéndola al volver de la playa aquel día. Estabas tan guapa, con el cuerpo moreno y el pelo suelto; reías mientras las olas te besaban los tobillos, y todas esas  miradas repugnantes se pegaban sobre tu piel, más aún que la arena. A mí me subía la bilis, las uñas me hacían heridas al apretar los puños, pero tú no parabas, nunca parabas, hasta que me obligaste a frenarte a la fuerza, día tras día. Hasta hoy. Ahora, por fin, podré descansar tranquilo.

09. Digno deseo

El peón blanco abre y, mientras avanza dos escaques centrales, no le quita ojo al caballo negro. No solo desea tener su capacidad para saltar, sino también su pelaje negro como el azabache.

Un pelaje que al caballo le estorba -concretamente el tupé- porque le impide ver con nitidez al alfil blanco. Del que admira su libertad para moverse de una esquina a otra, y además le pirra su color níveo.

Al alfil, en cambio, no le importa esta cualidad y tiene la mirada puesta en la torre negra. Adora su fortaleza para enrocar y se muere por tener una corpulencia tan robusta como la suya.

Por el contrario, la torre no se siente cómoda con su imagen y examina de arriba abajo a la dama blanca. Nada le gustaría más que ser como ella, una dama delicada y valiente, capaz de debutar con su propio sacrificio como de finalizar con un jaque. Pero un jaque perpetuo, no mate, para eternizar así la amenaza al rey negro.

Un rey con quien tuvo un devaneo y el mismo que, ahora, no puede pensar en otra cosa que no sea la envidiable apertura que acaba de hacer el peón blanco.

08. Decisión final (towanda)

 

Era lo que debía hacer. De lo contrario, me habría consumido viéndote crecer,  sabiendo que siempre serías la favorita.

Esta mañana tuve que insistir mucho para que me dejaran sacarte de paseo. Y mentir un poco. No podía decirles dónde iba a llevarte porque me lo habrían prohibido y, además, era un secreto de hermanos. Solo nuestro. Quería enseñarte los acantilados y el mar. De cerca. Lo más cerca posible.

Mientras caminábamos, sonreías recogiendo flores y piedras en una cesta, parloteando en tu lengüecilla de trapo. Qué bonita estás cuando se te marcan esos hoyuelos que tienen fascinado a papá… Te confieso que estos últimos años han sido terribles para mí. He dejado de ser hijo único, el ojito derecho de mamá, su niño, para convertirme en el hermano mayor. Me han despertado tus cólicos, me he pringado con tus cacas, has emborronado mis dibujos con tus babas y, lo peor, papá me obligó a regalar mi colección  de canicas para evitar que te ahogaras.

No te guardo rencor, hermanita, pero ha llegado el momento de despedirnos para siempre.

Diles a papá y mamá que los quiero muchísimo y, también, que saltar no era mi primera opción.

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