Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

91. La Dama de las Líneas

Era alta, pálida y con rasgos diferentes a la gente de la zona. Aunque hablaba español, se le escapaban, de vez en cuando, palabras en un idioma desconocido. Cada vez que iba por provisiones al pueblo, la bruja María compraba escobas. Con la carga  al hombro, regresaba a la árida llanura donde vivía, sola, en una choza. Al poco rato, se levantaban las polvaredas que se creía eran producto de sus vuelos sobre el desierto. Decían que despegaba, envuelta en nubes de polvo, con el chispazo de los celajes prendido entre las briznas de sorgo de la escoba; pero nadie la sorprendió nunca en esas actividades mágicas. María alejaba a cualquier mirón a escobazos, mascullando  imprecaciones en su natal alemán. 

Los rumores cesaron, cuando se pudo contemplar, desde lo alto de los cerros o en un aeroplano, cómo cada centímetro cúbico de gravilla barrido  por la arqueóloga, dejó al descubierto las figuras de una araña, un mono, un colibrí, una ballena y otros geoglifos hilvanados contra el fondo oscuro del desierto de Nazca.

90. La derrota

Un órdago a la grande quiebra el silencio que acristala el cementerio. Cuatro borrachos rodean la tumba del prior. Los naipes descartados tiemblan sobre la losa de mármol  que apresa el frío de la noche de difuntos. Un montón de amarracos, todavía intactos, espera sobre el jaspe veteado, como una ofrenda hecha al diablo. La calma, hecha añicos, alfombra los caminos que recorren fosas y sepulcros, nichos y panteones. Un halo de fósforo serpentea alrededor de los cuatro jugadores, que se miran a los ojos, retadores. Son las doce, la hija del enterrador se despierta del letargo anual que la atenaza, sube la escalinata de la cripta en la que habita, se podría decir que flota por los tétricos callizos que conducen a la timba. Se acerca a los tahúres; un relente de alcohol tapiza crucifijos y epitafios, el camisón de la chica, ahora transparente, y los palos que se agitan en el interior de la baraja. A la espalda de su padre le susurra un «quiere» diminuto. El viejo desdentado descubre sus reyes de cartón, todavía ebrios, con una carcajada desacorde. Frente a él un desconocido, también alcoholizado, muestra una jugada, hasta ahora insuperable, los cuatro jinetes del apocalipsis.

89. 180 grados

Llevábamos dos años casados.

Llegué a casa tan emocionada, tan excitada, era una tarde de sábado, quería decirle cuanto lo amaba, que feliz me sentía, compartir con él la inmensa alegría, la noticia de que estaba embarazada.

En el quicio de la puerta me quedé esperando a que terminara la conversación que sostenía, oí que decía sin darse cuenta que yo había llegado.

— Deseo tenerte a mí lado, acariciar tus senos, morderte los labios—

Mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.

Aún hoy me dice que fue un error, que me quiere, pero no es eso amor, no como yo lo entiendo.

Y eme aquí, tan rota como acorazada por dentro, por los años forjada.

¿Como  pude ser tan idiota? Intentando olvidar lo pasado, perdonar lo imperdonable, continuar a su lado, por estar embarazada o por ser tan cobarde.

Creí superarlo por el transcurrir de los años. Mas el pasado y el presente se fundieron en un suceder de acontecimientos, sin pasión ni confianza.

Todo quedó paralizado en aquel quicio, una tarde de sábado.

 

 

88. Pasos asombrosos

El sudor corría por su frente y huía desesperadamente, no creo que pueda mas, pensó. Sus piernas fallaban y su corazón golpeaba con fuerza su pecho. La respiración se entrecortaba desembocando en una fuerte tos.
Llegó a un cruce. Miró a ambos lados. Ninguna señal. Nada. Ninguna indicación.Por donde voy, se preguntó. Todo estaba oscuro y solo se oía los pasos de aquel hombre siniestro. Miró atónito su sombra alargada, jadeando con los ojos fuera de sus órbitas. Los pasos se acercaban. Me rindo dijo poco a poco.
Su cara se deformó, sus facciones se agrandaron de forma increíble y soltó una gran carcajada.
Lo demás ya no me acuerdo.

87. Una visita inesperada

Compré el conjunto de ropa interior más sexy de toda la ciudad. Últimamente sentía que habíamos caído en la mayor de las rutinas y quería darle una sorpresa. Se había marchado fuera de la ciudad unos días, a un congreso de no sé qué, y le dije que en esta ocasión no iba a poder acompañarle. Se lamentó por ir solo, pero lo comprendió. Ya en el hotel, no me resultó difícil conseguir la llave de su habitación. Subí en el ascensor junto a una pareja de recién casados. Ella me miraba con desdén, mascullando algo entre dientes, él se relamía recorriendo mi cuerpo con la mirada desde mis tacones de vértigo hasta el cuello levantado de mi gabardina. Eso me puso a cien. Abrí la puerta de la habitación con decisión, encendí las luces y, desabrochando mi gabardina dejando a la vista todo mi esplendor, grité un aquí está tu cachorrita, que sonó muy guarro. Pero la sorpresa me la llevé yo al descubrir que no estaba solo; que esta vez en la cama del hotel, quién lo iba a imaginar, estaba con su mujer.

86. Un verano diferente. (María Inclán)

Os juro por mi vida que yo nunca me había fijado en los pechos de mi tía. HASTA QUE LLEGÓ FEDERICO, mi primo. Nos habían enviado al pueblo a pasar un mes con nuestros parientes como años anteriores desde que tenía uso de razón.

Sentados a la mesa sentí un codazo y su mirada se dirigió a los montículos de mi tía.

Mi tía llevaba un vestido ligero con escote pronunciado. Al servirnos en nuestros platos la apetitosa ensaladilla parecía que un pecho se le fuera a salir. Quedé petrificado, casi sin aliento,  me resulto extraño comprobar que por primera vez veía diferente a mi tía, la verdad era guapa y nunca lo había percibido.

Recibí una colleja de mi tía.

Te has quedado atontado, ponte a comer. 

Me sonrojé esperaba que no se hubiera dado cuenta donde llevaba rato mis ojos posados.

85. Cuidado con lo que deseas

En el centro comercial me paro a mirar el pesebre, donde lucecitas cambiantes de colores chillones parecen molestar hasta a las figuritas. Me tienen asqueado con tanta modernidad. Ya ni las tradiciones son lo que eran… Cuánto me gustaría estar allí, en esa época con una vida más sencilla, menos alejada de la naturaleza.

De repente noto como un desvanecimiento, seguido de oscuridad. Ha cesado el hilo musical y huele mal. Intento abrir los ojos y vislumbro, a través de unos agujeros en la techumbre, un cielo lleno de estrellas, entre las que destaca una muy brillante con una larga cola.
Esto no me puede estar pasando.
Trato de ampliar mi campo visual. Distingo a un hombre con túnica y barba.
¡No jodas que seré el niño Jesús!
Aún con el cuerpo entumecido, oigo el llanto de un bebé. Se me quita un peso de encima.
Entonces entiendo que he sido castigado por mi comportamiento con las mujeres. Pero, ¡no era tan grave como para ser la virgen!
Se me acerca José con cara de preocupación. Debo tener una expresión de susto mayúsculo. Por fin puedo mover la boca. Y cuando quiero decir algo para tranquilizarlo, solo consigo rebuznar.

84. Rosa Blanca

Nos vemos pronto”. Esto decía la nota que encontró deslizada en la ventana de su habitación. En el alféizar había una rosa blanca hermosa, floribunda descubriría más tarde que era como se le llamaba a las de su tipo. Sabía de quién era el regalo como sabía que la misiva decía la verdad.

En ese entonces eran jóvenes pero estaban profundamente enamorados. En realidad, ella había caído primero, pero lo quería con tanta fuerza que básicamente había obligado al universo a inclinar el corazón del muchacho a su favor. Pícaro como era, tenía la maña de sorprenderla con gestos como este. El mensaje era claro, ni su padre ni nada iban a detenerlo de verla y se lo estaba asegurando.

Aquellos días habían quedado atrás hace mucho, pero la emoción por volver a verlo persistía inmutable. No sabía nada de él desde que había partido, meses antes.

Como cada mañana fue hasta el buzón, lo abrió y esta vez encontró dentro una carta. Con el corazón en la boca y conteniendo el aliento bajó la cabeza, abrirla era muy difícil. Junto a sus pies, desapercibida hasta ahora, una rosa blanca. Rió aliviada. Ya sabía qué encontraría en la carta.

83. Sorpresas de la luz

Cuando la mañana ilumina a la abuela, le veo unos grotescos pelos brunos en la cumbamba.
Ella me dice que son las babas del diablo y que al mediodía desaparecerán.
En la tarde, no están ya los pelos.
En la noche veo brillar al diablo en los dientes desportillados de la abuela.
Ella me consuela diciéndome que no me preocupe que ese diablo es de juguete y sus dientes son de caucho.

82. Otoño dulce

Cuando lo vimos por primera vez, rebuscaba en el contenedor de al lado de la casa rural que alquilamos en verano. «¡Mira, papá! ¿Podemos quedárnoslo? ¡Porfa, porfa!», me rogó Luis poniéndome ojitos mientras lo señalaba dando pequeños saltos en el sitio. Bien sabía que yo era más fácil de convencer que su madre. Me estremecí porque se parecía mucho al que habíamos perdido pocos meses antes. Igual de flaco. Aunque, antes de poder decir ni sí ni no, había huido alarmado por la voz chillona de Luis, a cinco años —como mínimo— de empezar a resultar agradable. Intenté alcanzarle, pero se escabulló entre la maleza, arropado por la oscuridad. Por si regresaba más tarde, dejamos comida al lado de la cancela abierta. Al día siguiente, en el porche. Al tercero, agua, mantas. Una semana más tarde Luis y él ya eran inseparables. Así que, como no podía ser de otra forma, cuando acabó el verano, nos volvimos pletóricos con nuestro nuevo abuelo a la ciudad.

 

81 Mi vecina (Pablo Cavero)

Míster Mártin, así me llamaba siempre mi vecina, con su inconfundible deje británico y colocando el acento tónico en la vocal equivocada de mi apellido. Una anciana con una educación exquisita, forjada desde pequeña en la cultura de las estrictas normas de la nobleza inglesa. Peripecias que fue relatándome poco a poco con un brillo especial en su rostro, acrecentado cuando hablaba de un gran amor oculto. Carecía de familia en la ciudad y quizá por eso agradecía tanto los ratos de mi compañía. Creo que me trataba como a ese hijo que nunca tuvo.

Cuando los médicos determinaron que su vida tenía una fecha de caducidad no muy lejana, decidió regresar a su tierra natal. En su despedida me dio una caja con varios diarios de su juventud. Tras leerlos durante varias semanas, la primicia que encabezada todas las noticias internacionales no me extrañó.

“Institutriz de origen español pudo haberle dado un hijo secreto al entonces príncipe heredero y hoy rey octogenario aquejado de una grave enfermedad”.

80. Todo el mar

Ahora incluso me hace gracia, pero cuando Juanito me dijo que el ratón Pérez no existía muchas cosas perdieron sentido para mí. Fue como retirar un naipe del castillo de la fantasía, uno equiparable a una viga de carga, para acto seguido verlo desmoronarse entero arrastrando en su caída asuntos como la magia, el misterio, la aventura y todos los personajes de cuento y los mundos extraordinarios en los que sus historias tenían lugar. Me lo dijo al salir de la escuela, y la imagen de su sonrisa mellada y triste me acompañó durante el camino a casa como preludio del desencanto que habría de encontrar al llegar. Nada más entrar en mi cuarto, en efecto, comprobé que la gamuza de la realidad lo había dejado impoluto de polvo de hadas. Estuve mirando compungido aquellas figuras absurdas que llenaban los pósteres de las paredes. Y rebusqué luego con desgana en el baúl de los juguetes. Ogros, magos, duendes, ninfas, brujos, dragones… A veces detenía la atención en alguno de ellos, hacía unos cuantos pucheros y lo lanzaba luego por encima del hombro. Tal vez por costumbre, aunque sin esperanza alguna, me llevé al oído mi vieja caracola.

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