Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

13. Sabiduría popular

«Guzmán, todo lo que sube baja», repetía incansable mi abuelo cuando hacíamos volar la cometa. Descubrí el valor de aquella frase al trasladarla a campos diferentes al aéreo, cuando la adolescencia pujaba por mi cuerpo inflamado de deseo y dejaba tras de sí pasiones caudalosas que iban a dar a la nada, que era su albo morir. Años después hube de recordar el famoso dicho. Todo empezó cuando mi mujer, hecha una amazona a horcajadas sobre mí, me recriminó: «Guzmán, esto no va como antes». Yo era su media naranja, pero por mucho que exprimiera, aquel zumo no resultaría. Temiendo no estar a la altura de sus pretensiones, la noche siguiente probé el milagro azul. Resultó. Ella se quedó dormida, satisfecha, sonriente, regando la almohada con un hilito de baba. Entonces comprobé horrorizado que la frase de mi abuelo ya no tenía aplicación en mi cuerpo. Porque algo en mí apuntaba hacia cotas bien altas, testarudo, contradiciendo la ley de la gravedad, la caída de una manzana del árbol, el orden natural de las cosas, el reposo del guerrero. Esperé y desesperé. Finalmente, un pantalón holgado y un taxi a urgencias devolvieron la razón a mi abuelo.

12. Desescalada (MaríaJosé Escudero)

Se conocieron sin querer cuando enloqueció marzo y, poco antes de asomar la nueva normalidad, se enfrió su frágil concordancia. Al principio, la incertidumbre del confinamiento les hizo aferrarse a una ilusión y se miraban de soslayo.Cada tarde, tras los aplausos agradecidos y entusiastas,cantaban juntos «Resisitiré» y mientras se saludaban, se imaginaban. Poco después, presos de una insensata euforia, se hacían señas más explicitas e, incluso, llegaron a lanzarse besos en el aire.Pero en el momento que los días clarearon y vislumbraron su verdadera silueta, ella no dudó en dibujar un corazón verde en el cristal de su ventana y él no tardó en colocar una bandera en el balcón. Luego, atendiendo a consignas enfrentadas, él decidió aporrear cacerolas y ella optó por aumentar la distancia de seguridad. A día de hoy, ambos siguen cultivando prejuicios y también tele-trabajando y, aunque suelen encontrarse en la cola del supermercado y tropezarse por los jardines de la urbanización, parapetados detrás de la mascarilla, ella ni siquiera lo mira y él hace como que no la ve.

11. LA MARCA DEL AMOR (Mariángeles Abelli Bonardi)

Siempre he sido de buenos sentimientos, porque a todos me doy sin reservas: la sombra de mi copa, mis ramas para el nido, el sutil perfume de mis flores. Lamento confesar, sin embargo, que la edad me ha puesto quisquilloso, y más ahora en primavera, cuando el gordito alado, arco en mano, empieza a hacer de las suyas: los trinos, arrumacos y besos nunca han sido un problema, los cobijo con gusto, pero esta moda del tatuaje no va conmigo. Me preparo, tomo aire, soporto el punzón en mi corteza: rodeados por un nuevo corazón se leen sus nombres, «Iris y Rosendo».

10 Sentimientos encontrados (Javier Igarreta)

Elena se detuvo en el estante de lencería del chino y eligió un tanga negro, rechazando unas bragas de color carne más recatadas. Apostada junto a la balda de ferretería una chica con aspecto andrógino la miraba de reojo, esbozando una sonrisa cómplice. Coincidieron en la caja. Ella acariciaba una llave inglesa con insinuante afectación. Elena se hizo la despistada, pero no pudo permanecer insensible a la calidez de su gesto.

Días después, escuchó atónita una noticia escalofriante. El dueño de una cercana tienda de revistas había sido asesinado. Un individuo taciturno y un tanto mirón. Junto a la víctima, encontraron una llave inglesa cuidadosamente impoluta. A Elena se le erizó el vello cuando halló en su buzón un escueto anónimo: “tenemos el mismo gusto”.

Atrapada en aquel juego, sus noches se tornaron convulsas. Sus más vehementes deseos afloraban en la trama de recurrentes pesadillas.

El fatídico día, Elena creyó vislumbrar su magnética mirada al fondo de un metro abarrotado. Al llegar a la parada se oyeron gritos y disparos. Entró en casa con el corazón en un puño y sintió que se lo arrancaban cuando, horas más tarde, vio en la pantalla aquellos ojos fríos y sin vida.

09. Preliminares

Casi nada de lo que proponía la revista para preparar una velada romántica convencía a Flori. Las velas las descartó; si a Mauricio le olía a cera se ponía muy pesado preguntando que dónde era el funeral. Los pétalos de rosa sobre la colcha, ni hablar; bastante tenía ella con barrer los pelos de Bola. El champagne, tampoco; a Mauricio no le sacabas del vino con casera. Y lo de las ostras, el foie y los dips con salsa de yogur, vaya moderneces más tontas; unos huevos con chorizo y era el hombre más feliz del mundo. Al final se volvió de los recados con el carrito medio vacío.
Pero cenaron muy a gusto. En la cocina, para no sacar la vajilla buena. Y mientras estaba todo entretenido pasando la lengua por el plato, Flori se levantó a por las fresas, encendió la música y comenzó a sonar el «Despacito» al tiempo que dejaba caer al suelo la bata de franela. Debajo llevaba únicamente un delantal rojo diminuto, tan apretado que se le salían las tetas fuera.

Mogisss —susurró con aquel acento francés que tan cachondo le ponía, contoneándose y untándose de nata los pezones— el postre aquí, mmmon chéri

 

08. Desenfreno programado  (Diego Cano-Lasso Pintos)

Mientras desayunaba vi en el almanaque que era catorce de febrero. Y pensé:

Esta noche sexo desenfrenado, me da igual que sea San Valentín.

Tengo que concentrar energía.

Me puse a ver fotos recordando nuestra pasión de juventud. ¿Qué quedó de aquello? Solo incomunicación, rutina de días y años marchitos. ¡De hoy no pasa!

Comí ordenadamente y dormí placentera siesta. Salí a pasear con mi mujer y merendé en el parque madalenas con chocolate, que dicen que da mucha energía.

Llegamos a casa anocheciendo y le insinué:

–Podemos hacer…

–El qué –interrumpió– voy a preparar la cena.

–Está bien, voy a ducharme.

Quizá me haya precipitado. Una ducha calentita deja como nuevo.

Los pensamientos y el agua recorriendo mi cuerpo me cargaron de deseo.

Salí del baño oliendo a limpio.

Antes de llegar al salón, donde había previsto el evento, ya oí en el pasillo su voz desde la cocina:

–Tienes la sopa caliente en el plato y ahora frio las salchichas.

–Vale –contesté.

Aumentaré fuerzas, pensé.

Cenamos hablando de intrascendencias y después de recoger vi que se había hecho tarde; no me pareció oportuno insistir.

Llevamos así veinte años, arrancando la hoja del almanaque estéril. Mañana será otro día.

 

07. En barbecho

Mamá dice que ser dueña de una granja es como tener un tesoro, que ya lo entenderé cuando sea mayor, aunque no la veo muy contenta, porque se encarga de arar, regar y sembrar la tierra ella sola. Siempre se queja de que yo le diera miedo a papá y decidiese abandonarnos antes de que naciera, en el momento que más lo necesitaba para cuidar la cosecha, y que por eso nadie habla con nosotras ni nos dejan ir a la iglesia los domingos, que es lo que hacen otras mamás y papás con sus hijos.
Yo no entiendo cómo mi papá pudo asustarse sin ni siquiera haberme visto, y entonces pienso que debo ser muy fea y me pongo triste, igual que a veces parece sentirse mamá. Todas las que sé que no me quiere mucho y me grita enfadada. O las que empieza a beber de la botella que guarda en su habitación, y se abraza ella sola para darse calor. O cuando se acuerda del campo que sigue en barbecho sin aprovechar sus mejores años para cultivarlo porque no encuentra ningún hombre que quiera ocuparse de él. Y me mira como si yo tuviese la culpa.

06. VIAJES DE PLACER (Ángel Saiz Mora)

Sus ojos rebosaban deseo, nada que no hubiese visto antes, pero había más en esa mirada; supe leerlo, aunque fuese analfabeta, obligada a prostituirme al final de una guerra perdida. Me arrojaron como entretenimiento a su celda de condenado, para humillarnos a los dos.
En lugar de quitarme la ropa, me susurró que simulásemos con respiración entrecortada y sonidos lo que aquel carcelero quería oír. El guardián pronto puso fin a la visita, con una sonrisa maliciosa. Mientras escudriñaba mi escote, el reo lo sorprendió con un banquetazo. Se puso su uniforme y logramos cruzar la frontera.
Días complejos. Noches gozosas. Nunca habíamos salido del pueblo.
Aprendí las letras en el país de acogida, de donde no nos movimos durante años, aunque transitamos todos los caminos que es posible dibujar en la piel. El apasionamiento dejó una estela de siete hijos.
Pese a la formación tardía, mis poemas, de marcada sensualidad, han llegado a los cinco continentes.
Actualmente, ya octogenarios, cumplimos el sueño de recorrer el mundo; como todo lo que hacemos, de forma intensa. Lo más excitante son los hoteles, además del rastro de denuncias en comisarías por escándalo público.
Juramos que los jadeos nunca más serían fingidos.

05. Reconquista

«Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos.

Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir».

El caballero de la armadura oxidada

Robert Fisher

Ahora que ya no sueñan con monturas de oro ni corsés de plata, sus noches se han vuelto eternas y apenas consiguen dormir.

Antes de que salga el sol, él se acerca y le limpia el manto esmeralda que deja el óxido sobre el bronce. Aún llevan las mismas armaduras con las que desde hace años se protegen.

Luego le toca a ella y -entre tanta opacidad, cobre y estaño- terminan frotándose en busca de algo de brillo.

Cuando por fin consiguen quitarse las pesadas corazas, caen exhaustos sobre la cama. Y, si tienen suerte, un nuevo amanecer les sorprende. Invadidos por el irrefrenable deseo de ver sus cuerpos desnudos y arrugados por primera vez.

03. Hijas de Afrodita

Emanaba aquel aroma a galletita de canela y chocolate de forma natural. Además la gravedad no afectaba a su cuerpo: se desplazaba a unos centímetros sobre el suelo y su pelo color miel flotaba, lo que maravillaba a todos, aunque tuviera sus inconvenientes. Pero lo más increíble eran sus ojos violetas, que hechizaban irremediablemente al mirar.

Su familia siempre había intentado salvaguardarla de las pasiones que provocaba. Le ponían gafas oscuras y la encerraban  en una jaula con ruedas a prueba de mordiscos  cuando salía de paseo, siempre acompañada del enorme perro entrenado para desalentar a los incapaces de controlar sus apetitos.

Cuando cumplió veinte años, Berta asumió su realidad: a nadie le importaban sus sentimientos. Convencida de que solo existía una solución a tanta culpa y tanta lujuria ajena, decidió ser consecuente con su destino. Había perdido la cuenta de amantes suicidas, y la horda de pretendientes acampados bajo su ventana aumentaba sin tregua. Una medianoche oscura descendió inerme para entregarse a su ardor y dejarse devorar.

Al amanecer no quedaba ni una partícula que atestiguara el paso por este mundo de otra semidiosa. Sus admiradores huyeron espantados, insatisfechos  y  marcados para siempre por la atrocidad del deseo desaforado.

 

02 DECONSTRUCCIÓN

Todos los días, al ir al trabajo, abría bien los ojos pese a la hora temprana en la que cogía el Metro. Entraba medio dormido al vagón, abrazaba la primera barra libre y, disimuladamente, echaba un rápido vistazo al personal esperando encontrarla otra vez.
Ella lo había mirado un día, con total indiferencia, eso sí, pero con unos ojos tan hermosos que ya no iba a poder olvidarlos.
El tren se iba llenando en cada parada y él cambiaba de vagón para seguir escrutando cada nueva cara, cada melena, con la concentración y la experiencia del buen psicólogo que era. Ese día ocurriría, seguro. Conocía bien a las personas viendo solo un instante sus caras.
Y así fue. Esa mañana consiguió divisarla entrando precisamente en su vagón, ensimismada mirando el móvil. Se fue acercando lentamente a ella hasta conseguir rozar su hombro y, entonces, ocurrió. Sus miradas se cruzaron de nuevo pero, esta vez, encontró la suya acompañada de una leve sonrisa que lo dejó paralizado de emoción.
Cuando ella salió apresuradamente en su estación él, presa de los nervios, abrazó su propio cuerpo, suspiró y…Fue entonces cuando se dio cuenta de que le faltaba la cartera.

01. DESPERTAR

Por despistarse una vez más en la limpieza de las cuadras, su padre le ordena recoger las chapas de bebidas con las que anda jugando y cumplir la penitencia de dormir la siesta. Para mayor escarmiento, pretende alejarle de cualquier diversión alternativa en su cuarto y propone mortificarle en el de Carmen, fiel amante del reposo diario.

—Y ni se te ocurra despertarla —fue su última advertencia.

Entreabre la puerta y entra gateando hasta la alfombra. Pese a estar completamente cerrado se siente el sofoco del verano. Cuando la vista se acostumbra a la oscuridad, y con la ayuda del hilo de luz que atraviesa un resquicio de la contraventana, va distinguiendo las formas de un cuerpo desnudo. La sábana, embarullada, apenas mantiene cubierto uno de los tobillos.

Ella se gira ocultando la generosidad de sus nalgas para ofrecer la visión de dos pechos que le desafían. Sorprendido, con la agitación excitada del clandestino, se entretiene siguiendo el vaiven de la respiración en su vientre. Extiende la mano. Cierra el ojo izquierdo y dibuja, a contraluz, la línea sinuosa de su cadera, el muslo iluminado en la penumbra. Y mientras, su hermana continúa durmiendo sonriente, como si disfrutara. Provocándole.

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