Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

48. DES-AFORTUNADO (Rosa Gómez)

Mamá gallina se afanaba en sacar adelante su camada: uno, dos, tres, hasta trece. Pero el último, ¿dónde tenía la cabeza?, ¡era un pollo sin cabeza!, un cuerpecito cubierto de plumas y dos patitas, ¡que se movían! Angustiada por el futuro de su hijo lo empujó esperando que ocurriera un milagro, y ocurrió. El pequeño empezó a rebozarse en el comedero y cuando ya estuvo satisfecho lo hizo en el bebedero. Sus plumas, al igual que las hojas de los árboles, captaban alimento y agua, además le ayudaban a orientarse. Los hermanos rehuían de su lado extrañados, mientras que el resto de animales procesionaban por el gallinero: unos lamentaban su desgracia, otros simplemente se mofaban de su aspecto. Papá gallo lo protegía de agresiones externas, y la madre le prestaba su calor nocturno. Cuando los dueños de la granja lo vieron, creyeron poseer “el pollito de los huevos de oro”, aunque desistieron, demasiado esfuerzo para tan poco beneficio.
El animal, ajeno a tantos sentimientos encontrados, vivía feliz. Un día enviaron a sus hermanos hacia un destino incierto, pero él, por su condición de único, se salvó de una muerte demasiado precoz, incluso para un pollo con cabeza.

47. Egoísmo

Decidió refugiarse en la casa que le habían dejado sus padres como única herencia. Situada encima de una colina a las afueras de un pequeño poblado al pie del monte Fuji. Cada mañana, al abrir las contraventanas de su dormitorio lo contemplaba durante unos minutos. Admiraba esa silueta bella y amenazante, dormida desde hacía siglos, cuyas laderas tapizadas de rocas rojizas, grises y negras, ofrecían una ausencia total de vegetación. La eterna capa blanca que rodeaba la cima le daba un toque de elegancia.

Una noche, sin previo aviso, el volcán decidió desperezarse. Rugidos atronadores anunciaron su desvelado bostezo. Pronto empezó a estirar los brazos a través de llamas espectaculares que dibujaban el cielo. Surcos de lágrimas de soledad se abrieron camino por su cuerpo ardiente hasta desembocar en el pueblo. Las viviendas se derretían como si fueran de papel. Un cielo oscuro y asfixiante se impuso en ese rincón de la humanidad. Muchos de sus amigos se fundieron en el llanto del volcán. Todos los cultivos quedaron arrasados sin piedad. Sin embargo, él desde la colina no podía sentir nada más que fascinación.

46. Arrugas (Miguel Ángel Moreno)

Aquella tibia mañana de otoño, ajeno al tiempo, se sentó en el banco de siempre y comenzó a rebuscar en los bolsillos del abrigo. Al cabo, dio con unos folios arrugados, repletos de notas y garabatos a pie de página. Durante unos minutos intentó estirarlos, hasta que consideró cumplida la tarea.

Con precisión milimétrica se colocó las gafas que colgaban de su cuello y comenzó a leer en voz alta, dándole una entonación entre melodramática y didáctica, como la de un actor recitando poesía. Al rumor de sus palabras, picados por la curiosidad, acudieron unos gatos. Pronto se unieron a su alrededor gorrioncillos, palomas, mirlos y hasta algunos niños recién salidos de la escuela, componiendo un insospechado auditorio. Concluida la alocución, con los papeles hizo no menos de diez avioncitos, unos avioncitos ligeros que se elevaron al aire y a los que escoltaron sus asombrados espectadores con la mirada. Mientras contemplaban aquel vuelo, semejante a un desfile aéreo, un intrépido rayo de sol se posó sobre la despoblada cabellera del viejo profesor.

 

45. (e)STATU(a) QUO

Maestro Antonio fue el designado para crear la escultura del pueblo bajo el lema… «EL INEXORABLE PASO DEL TIEMPO».

 

Picapedrero de profesión e inquieto de condición, ideó un proyecto de transición, de larga duración.

Creó la estatua de una joven y bella mujer, así era, el día de su pública exposición.  Tuvo simplemente aceptación.

Pero él, cada madrugada, cincel y maza en mano, se acercaba al centro de la plaza del pueblo, con nocturnidad y quizá algo de alevosía, y sonreía. Entonces, levemente, le asestaba ligeros retoques del «inexorable paso del tiempo»… una arruga aquí, otra allá, acentuar las ojeras, algo menos de volumen en pecho y cabello, cada retoque un destello, inapreciable de un día para otro, pero notable… el paso del tiempo inexorable, casi dotando de vida a la estatua esculpida.

 

Antonio ya era mayor y su proyecto lo sobrevivió.

Su joven aprendiz, su legado quiso continuar, y lograr finalizar. No tenía su talento, pero fue muy ocurrente en aquel momento…

 

Hoy, en la plaza del pueblo, puede observarse, donde estaba la escultura, una lápida que reza, a modo de sepultura: «Aquí yace la escultura al inexorable paso del tiempo, pues así fue… le llegó el momento».

44. Material efímero

Manchas de zumo en la camisa. ¿Fue antes o después de que llamara su marido? “Cariño, prepara cena para mis colegas”. Otra vez. Cariño, le dijo, como si pronunciara mesa o desatascador. Mientras, pelea de gallos. Aullidos, carreras, arañazos y mordiscos alrededor de la mesa de la cocina. Cogió las llaves del coche y huyó. En el cielo, una  luna con manicura francesa. Al amanecer, se encontró junto a un mar desconocido. Dormitó varias horas antes de pasear por la playa. Entonces las descubrió: esculturas de arena. Entre ellas, su propia cara. “Llevo mucho tiempo soñándote —le dijo el artista— Por eso es igual a ti. Perfecta”. Hablaron poco. No hacía falta. Buscaron una habitación frente a la costa y decidieron amarse para siempre. Tentáculos de anémonas adheridos a las sábanas. Pero no fue la luz del día entrante sino el silencio quien la despertó. Faltaban los gritos de los niños. Cerró la puerta con sigilo y caminó bajo una lluvia irrisoria. De pronto, un trueno. Gotas de acero golpeaban las figuras de la playa. El coche ronroneó. Miró desde la ventanilla y vio el busto de su rostro. Devastado. Apenas un montoncito de arena.

43. EL AMOR ES TUERTO (Jesús Alcañiz)

Carlos me veneraba sin reservas: todo cuanto yo rechazaba en mí era objeto de su deseo. Me hacían única, decía, la deliciosa asimetría de mis senos, la suave verruguita de mi frente, mis graciosos incisivos ligeramente montados. Deja, no seas bobo, le contestaba siempre, pero él insistía con el recuento de mis peculiares atractivos: las varices sutiles de las piernas, los pequeños hoyuelos de mi celulitis, la mortecina transparencia de mi piel.

Aun así, soy consciente de que cualquiera de mis imperfecciones, tan comunes y corrientes, acabará llamando su atención en cualquier otra. Juraba y perjuraba que nunca me reemplazaría por nadie, pero yo conozco bien a los hombres. Porque Carlos no puede ser una excepción, estoy segura, y retenerlo me obliga a superar el dolor y el miedo, a traspasar todos mis límites, más allá de donde ninguna mujer se atreva a llegar; lo que sea necesario para que me siga deseando a mí sola, para siempre, por este último y, espero que definitivo, defecto.

42. Casi

Matías se asoma cada mañana al pasado. Recuerda con una sonrisa sus años de colegio, los de universidad y los que pasó en una oficina como contable. No fue el trabajo de sus sueños, pero su sueldo le dio para la hipoteca, regalarse algún capricho y tener una pensión digna. Nunca se casó, aunque estuvo muy enamorado de Silvia, su vecina del segundo. Una tarde que se encontraron en el portal la invitó a tomar una copa. Mientras la escuchaba sintió que era una persona casi inalcanzable para él, y que su declaración rompería la magia casi perfecta de aquel momento. Sin embargo, envalentonado por su segundo wiski, casi se le declaró. El destino de ese casi tal vez lo dejó para siempre en compañía de su soledad, pues estoy casi seguro de que ella le hubiera dicho que sí. Solo casi. Me gustan los finales felices, pero algunos los emborrono con tintes de nostalgia si el día en que escribo me acompaña alguna nube gris. Como hoy. No obstante Matías casi ha olvidado a Silvia y casi siempre se le viene a la cabeza lo bueno que le ha deparado la vida. Podría decirse que es casi feliz. Casi.

41. DIOS

Al terminar su obra se recrea en ella. Los misterios del universo, la fuerza de la naturaleza, la inmensidad de los mares… Admira también sus criaturas, deteniéndose en aquella que erigió a su semejanza, dotada de habilidades asombrosas se rodea de arte y belleza. Así la música, la pintura, la poesía hacen del Hombre su obra más excelsa. Mas el reverso de ese preciado ser afea sus bondades con guerras, mentiras y otros malhadados actos que no consigue abolir. Está cansado. ¿En qué punto erró al crearlo? ¿Qué mala semilla sembró en ese ser sin desearlo? Sus interrogantes no se resolverán, no hay otro Hacedor al que acudir en busca de respuestas.

40. La última morada de Kenzo (Francisco Javier Igarreta)

Kenzo hacía tiempo que no visitaba aquel lugar. Motivos de trabajo le habían llevado por todo el mundo, pero al perder a Masumi sintió la necesidad imperiosa de poder volver a la pequeña casa de la montaña. Allí esperaba encontrar ecos de su voz serena y reminiscencias de sus pasos quedos. No en vano todo aquello era obra suya y pese al relativo abandono conservaba en cada detalle huellas de su sensibilidad zen.

Cuando llegó, la luz invernal del atardecer entraba atenuada bajo los amplios voladizos y, filtrándose a través de los khojis, envolvía la estancia en una suave sombra. En un lateral destacaba el sobrio Tokonoma, realzado por un desplegable de estilo Nihonga. En medio de un tatami, restos de adornos florales componían en un casual Ikebana un elogio a la decadencia.

Una mañana Kenzo quedó ensimismado viendo el sol insinuándose tras los carámbanos que colgaban del alero. Poco a poco su gélida dureza comenzó a fluir en un constante tintineo de gotas de agua. Acompasado con aquel metrónomo, Kenzo perdió la noción del tiempo. Antes de que el sol alcanzara su zenit, Kenzo se disolvió en el Tao.

39. El cartógrafo. Un relato zen

Era uno de esos viajeros sin edad del que nadie conocía su nombre ni su origen. Siempre a cuestas con sus extraños trebejos tenía el don de embellecer con su arte y su bondad todo aquello que cartografiaba en sus planos y que además se hiciese realidad con el paso del tiempo. Así, se cuenta, que dibujó la fractura de los ríos Niágara, Iguazú y Zambeze, y la nobleza del monte Fujiyama en las llanuras de la isla de Honshu, que diseñó la imaginación de los Jardines Colgantes de Babilonia y el esplendor de la ciudad de Florencia, que creó la belleza del desierto y la inconcebible vastedad del mar.

Sin embargo, su obra maestra, a la que consagró sus últimos años, fue la gracia y cada encanto, prodigio, maravilla y matiz que introdujo en el inextricable mapa de la Mujer, a la que esbozó tal y como hoy la conocemos, quizá el ser más bello y perfecto que jamás existirá.

Cuando murió, un Dios colérico y henchido de soberbia lo condenó al infierno por haberse atrevido a mejorar su creación. Desde allí trabaja incansable para reconstruir ese lugar maldito antes de acometer la que podría ser su obra definitiva.

38. Lienzo (Susana Revuelta)

Por más que rastrilla, siguen arremolinándose las hojas de roble, arce y haya que el vendaval se obstina en arrastrar del cuadro a la alfombra del salón. «Llegó el otoño», suspira la mujer. Mientras quita la hojarasca, evoca las tardes estivales que pasaba de joven ensoñándose bajo la sombra de estos mismos árboles. La primavera, en cambio, no la añora demasiado, pues de tantas florecillas que pintó en el paisaje se pasó toda la infancia estornudando.

Está sacudiendo las cortinas cuando oye el crujido de una rama a su espalda y, al girarse, descubre un ciervo que mastica despreocupadamente unos tallos. «Los años no perdonan», resopla al empujar los cien kilos de animal de vuelta al cuadro. Después, espera sentada en el sofá hasta verlo desaparecer entre el follaje.

Encuentra entonces unos huevos caídos de un nido ―de codorniz, muy ricos para mojar pan― y unas setas que crecen al pie de un tocón. «Conviene hacer acopio, nunca se sabe», piensa mientras guarda en los bolsillos todas las avellanas que caben.

Cuando el cielo del dibujo se torna gris azabache, la anciana recoge en un moño sus canas y frota sus ojos cansados. Pronto la nieve cubrirá todo de blanco.

 

 

 

37. Casi perfecto (Luisa Hurtado)

La cicatriz, que cruza su torso, está cerrándose bien; muy pronto le darán de alta. Antes de que se dé cuenta su marido le traerá alguna ropa, ella se vestirá de calle y desaparecerá de su vida. Siempre supo que las charlas no durarían, que desaparecerían junto con los besos a escondidas y las caricias dibujadas en la piel y en el aire; y también que ella, aunque afirma quererle, nunca abandonará al padre de sus hijos por este amor que nació entre susurros y paredes blancas.
Su primer amor y ya crece maltrecho; el amor de su vida y no lo tendrá a su lado; puede que acabe llorando pero, por ahora, una sonrisa tímida se asoma a sus labios y da las gracias.

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