Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

7. Terapia interminable

Maribel hacía colección de desdichas, de las ajenas, porque las propias sólo podía sufrirlas. Me contaba que de esta forma sus desgracias parecían no existir, que mirando y analizando las tragedias de los demás, se daba cuenta de que su vida era estupenda.

Apenas tendría yo once años cuando me explicaba aquellas ideas que no alcanzaba a entender muy bien. Vivía justo en frente de nuestra puerta, y cuando mi madre tenía que meter horas extras en la fábrica, yo pasaba algunas tardes en su casa. Ella planchando y dándome palique, yo intentando hacer los deberes.

Un día que yo estaba muy aburrido me dijo:
-¡Ven Jaime! Te voy a enseñar mi galería secreta.

Me llevó escaleras abajo y abrió la puerta del sótano. Era como un despacho oscuro, húmedo y bastante amplio. Las paredes estaban forradas con papel de periódico donde aparecían esquelas, noticias de asesinatos, accidentes de tráfico, y cualquier tipo de titular que condujera al éxitus. También había baldas con álbumes de fotos.
– Mira, aquí guardo las que más me gustan.

Me mostró imágenes de funerales de algunos vecinos, algunos amigos de mis padres, e incluso encontré a mis abuelos.
Parecía tan contenta que no quise llorar.

6. VALOR SENTIMENTAL (Ángel Saiz Mora – EdH 2020)

No supe presagiar la sacudida que me esperaba. Al regreso de un viaje de trabajo hallé varios contenedores frente al portal de casa, tres de ellos con mis libros, otro lleno de figuritas de plástico de personajes de dibujos animados, vinilos y muchos objetos más.
Temí que unos okupas hubieran asaltado la vivienda. No era eso. Paula me explicó que había decidido aligerar de elementos inútiles nuestro hogar, recargado a causa de mi afición al coleccionismo. Apenas tuve oportunidad de introducir algunas palabras de queja. Enseguida dijo que tenía una tendencia malsana para la acumulación.
Me sentí culpable según avanzaba su discurso, en el que hubo un instante definitivo cuando mencionó una regla de obligado cumplimiento, al parecer, en su nueva filosofía vital: “Una cosa entra y otra sale”. Luego alguien abrió la puerta. Su maestro de autoayuda y minimalismo tenía copia de la llave. No hicieron falta palabras.
Ella sonreía, él también.
Ya en la calle, una joven empleada se preparaba para transportar mis cosas hasta un punto de reciclaje municipal. Al verme abrazarlas aseguró que allí había verdaderos tesoros, de los que era incomprensible que alguien quisiera desprenderse.
Ella sonreía, yo también.

5. INVENTARIO

Al fin llegó mi hora.

He tenido una vida larga y plena, pero si hiciera un inventario de los momentos verdaderamente importantes seguro que me sorprendería al comprobar que no fueron tantos como yo, ingenuamente, pensaba.

Así que he decidido emplear el poco tiempo que me queda no en recordar mis grandes fracasos o mis pequeños triunfos, no en evocar los años ligeros ni los tiempos de plomo, sino en repasar, con una sonrisa, mi pequeña colección de huellas de esas que nunca se borran, de emociones especiales que, sin hacer apenas ruido, se instalaron para siempre en mi alma y me cambiaron la vida.

Una lágrima sincera, una risa espontánea, una palabra de ánimo, una ayuda oportuna, un reproche certero, una mirada de amor. Olores, tactos, sonidos, sabores…

Hasta el silencio de la nada, lejos del bramido.

4. Distopía 210220 (Luisa Hurtado)

Asociaciones, fundaciones y todo tipo de organismos públicos o privados lo habían empezado a hacer con mayor o menor éxito pero fue él, sir Conall Hardy, el primero en decirlo públicamente, y en exclusiva, al Amazon Post: “He comprado el Henry Doorly, uno de los zoológicos más grandes del mundo, para hacer de él el germen de la más extensa y completa colección de seres vivos de la historia”. Y nadie puso en duda que lo lograría, y con creces, pues le respaldaban una cartera siempre llena y la experiencia de ser, en cualquier cosa que le interesase, uno de los mejores coleccionistas del planeta.
Desde ese momento las noticias se inundaron de imágenes en las que dejaba constancia de cada una de sus nuevas adquisiciones, selfis en los que él aparecía mostrando otra de sus pasiones, los implantes biónicos, a las que quizás habría que añadir la edición del ADN para, también hizo una noticia de esto, “corregir mutaciones genéticas, eliminar secuencias patógenas, insertar genes terapéuticos, dar vida a mejores seres y, ¿por qué no?, a superhombres”, cuestiones a las que prestaría, como siempre había hecho, atención y fortuna, en ese orden o en cualquier otro.

3. Nole, Sile… Jesús Alfonso Redondo Lavín

Cuatro sobres de la colección de Mundo Salvaje por una peseta. En cada sobre dos cromos. Mi paga de los domingos de cuatro pesetas terminaba en las manos de la señora Felisa la “caramelera” del quiosco.

Qué chasco, qué injusticia, en los dieciséis sobres azules de la editorial FHER me salieron el tigre de bengala y el pez martillo repetidos dieciséis veces. El mono narigudo de Borneo y el dragón de las islas Cómodo eran los difíciles, nunca salían. Siempre había algún mentiroso que decía tenerlos o saber quién los tenía.

La familia Cagigas, la del alto de Encarnación de Orejo, cuando dejaron las vacas y se instalaron en Bilbao, para acompañar al sueldo hacían, hoy se diría “en sumergida”, horas extraordinarias dentro de casa metiendo cromos en los sobres azules de la FHER. Es más, cuando íbamos de visita a su casa, nos entregaban sobres y cromos para entretener la conversación sobre las cosas y gentes del pueblo mientras hacíamos el trabajo de ensobrar y ellos engomaban con engrudo las solapillas. Yo ponía cromos diferentes en cada sobre; pero a ellos… ¿qué les importaba?

Después del cine matinal, en corrillos, barajábamos los cromos cantando aquello de nole, sile, nole.

2. BICHOS

Carlos Javier revisa cada dos días su amplia colección de coleópteros. Procura que no se llenen de polvo y que formen filas y columnas perfectas de naturalezas muertas.

En un Congreso de Entomología regional conoce a Isabel, lo suyo son los lepidópteros.Las mariposas son más difíciles de mantener, pero son más lucidas.

Los dos hablaron sobre sus colecciones en el bar de la Facultad, comentaron los últimos artículos publicados en sus  revistas científicas y compartieron trucos para mantener en buenas condiciones la colección.

Sin darse cuenta se echó la noche encima y cerraron el bar. Carlos pidió un taxi y levó a Isabel a su casa. Se despidieron con dos tímidos besos en la mejilla, intercambiaron sus móviles y quedaron en verse pronto. Carlos durmió apaciblemente esa noche, Isabel se acostó con una sonrisa dibujada.

En el bar de la Facultad de Biológicas, en una repisa cercana a la ventana, descansaban dos cajas, una de coleópteros y otra de lepidópteros. Esa noche nadie las echo en falta.

 

1. DESDE LA CÁRCEL

Me lie con el bedel de Anatomía y una tarde me invitó a sus dominios.
Entramos en un recinto enorme con grandes vitrinas y armarios de madera como de otra época.
Grandes frascos llenos de un líquido amarillento y turbio dejaban ver cabezas cortadas por la mitad, apreciándose el cerebro, los dientes y la lengua en una mueca de asco y terror.
Fetos, con sus posturas encogidas y el cordón umbilical como el cable de los astronautas, que a veces por las irisaciones del líquido y la iluminación parecían moverse.
En una especie de rotonda estaban los abortos monstruosos, con dos cabezas, varios miembros, parte de un cuerpo que emerge de otro y una cabeza de un bebé sin calota.
Me apoyé en el lateral de una de las vitrinas medio mareada, levanté mis ojos y tras mi imagen, empezó a definirse una multitud de tarros grandes con penes y testículos de diversos tamaños y formas que flotaban libremente.
A mi lado, el bedel se había bajado la bragueta y se abalanzó sobre mí, lo único que tenía en la mano era un bolígrafo bic que introduje en su ojo izquierdo, más por su ímpetu que por el mío.

113. LA BELLEZA

Cuando llegué a casa, se marcharon todos, le bañe con mucho cuidado, con miedo que se me escurriera entre los dedos, probé la temperatura del agua tantas veces que se quedó fría, añadí caliente mientras la toalla se calentaba en el radiador.

Con la esponja más suave, como alga entre mi mano, jaboné su cabecita posada en la palma de mi mano, el cuerpo entre mi antebrazo y la muñeca. Parecía un angelito. Me sonrió. Después seco y perfumado lo metí en la cuna.

Dejé una lámpara en la mesita encendida. El silencio se hizo espeso .Puse todos los sentidos pero no escuchaba nada. Me asusté. Le saqué de la cuna y le metí en la cama debajo de mi brazo pegado a mi pecho escuchando sus latidos, respirando su olor nos quedamos dormidos.

Hoy cuando le he visto entrar por la puerta, hecho un hombre de casi dos metros me he puesto a llorar, él no sabe por qué, me ha cogido en brazos, me ha acostado en la cama, se ha sentado,  he ido acurrucándome a su pecho, él acariciando mi pelo gris. He levantado la vista y me sonría mientras me buscaba el pulso en la muñeca.

112. Belleza fría (Ernesto Ortega)

Creo que ya te lo había contado. De niño me encantaban las películas de Hitchcock. Siempre acababa enamorándome de la protagonista: Grace Kelly, Tippi Hedren, Kim Novak, Janet Leigh. Rubias de elegancia inquietante, belleza fría y mirada azul, aparentemente frágiles, pero capaces de conseguir lo que quisiesen de cualquier hombre. No he tenido suerte con las mujeres, todas me han tratado con indiferencia y frialdad. Tú, en cambio, parecías distinta. Ardiente. Cariñosa. Pura pose. Eres como todas. No has dicho una palabra en toda la noche. Quizás debería ofrecerte una copa, porque ya no sé qué más puedo hacer para romper el hielo. Te he susurrado palabras bonitas al oído. He acariciado tu pelo y he besado tu cuello al calor de la chimenea. Y, como no me lo has impedido, hasta me he atrevido a deslizar mi mano por debajo de tu jersey. Te aseguro que he sentido la dureza de tus pechos y tus pezones completamente erguidos bajo mis dedos. Pero sigues estando fría. Muy fría. Todavía tienes escarcha en el pelo. La próxima vez quizás debería subir un poco la temperatura del congelador.

111. La joven de la perla

Su mirada quería decirme algo. Durante meses no falté a nuestra cita. El vigilante del museo ya me conocía y ni tan siquiera me pedía la entrada. Únicamente que dejara que el resto de visitantes se pudieran acercar a ella, que no los ahuyentara. Me quedaba embelesado observándola. Al principio analicé su rostro en cientos de bocetos, como buen estudiante de arte, hasta memorizarlo milímetro a milímetro. Su belleza, suprema y serena, me hacía sentir el hombre más afortunado. Un día su perla proyectó un brillo especial, parecía llamarme. Sucumbí a su resplandor como a un canto de sirenas. Me acerqué tanto que pude notar su respiración.

Convertido en un joven dios Bacco observo cómo una chica acude al museo. La recuerdo de las clases de historia del arte. Se sentaba con dos amigas detrás de mí, pero ninguna de su belleza. Me contempla y dibuja en su cuaderno durante horas. En ocasiones creo que me reconoce. Cada vez que parece acercarse a mí lo suficiente, y beber de mi cáliz, aparece ella. El resplandor de su perla vuelve a deslumbrarme, alargando así mi condena.

110. Trece (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

La chica del espejo le sonríe con pose sugerente. Ella dispara. No le gusta como ha quedado. Se ve gorda y desgarbada.
Se coloca de nuevo el cabello, encoge la barriga, saca un poco el culo e imita el gesto de la Gioconda, procurando que no se le vean los hierros de los dientes. Dispara de nuevo. La envía y espera.

No entiende porque él se pone tan contento cuando le manda esas fotos. A ella no le gustan. Tampoco sabe porque sigue haciéndolas. Tal vez sea porque sus comentarios procaces la hacen sentir mayor o por las palabras cariñosas que emplea cuando le pide que se quite algo más de ropa.

Él es muy guapo.
Y a ella nunca, nadie, le había dicho que era bella.

109. Vivir es bailar descalzo (Mel)

Será mi carácter de melón, duro por fuera y blando por dentro, que me hace llorar con música alegre. O será la nostalgia de otros tiempos cuando girábamos las dos al ritmo del vals de los patinadores al llegar a casa, justo antes de la nocilla y los deberes. Quizás sea que la música tiene allegros, andantes y silencios. El que los años pasen y los estribillos se repitan no ayuda. Mirarse y mirarse en el espejo, tampoco.  La imagen es solo la partitura y la realidad no cabe en la inmensidad de una sinfonía. Sigue bailando, no importa si duelen los pies ni lo que silben los demás, porque el cisne que veo nunca ha sido ni será un patito feo.

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