Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

31. Excelencia

Ya hace años que recibe cientos de cartas de mujeres. Jóvenes, mayores, algunas ancianas, otras casi niñas. Son cartas de amor radical, desesperado, inextinguible, le cuentan sus vidas, sus anhelos. Le piden solo una palabra, un gesto que les de esperanza, le ruegan que haga de ellas lo que quiera, pero que no las abandone, no sobrevivirían al silencio y al desprecio.

Él dedica los lunes a leerlas. Sin falta, ninguna ocupación puede distraerlo de su empeño de armar la más ingente colección de requerimientos amorosos que vieran los tiempos. Las lee con atención casi religiosa. Minuciosamente, le pega a cada una un trocito de papel blanco con su poético comentario escrito de puño y letra. Después, las va guardando en una hermosa cajita de madera alargada con forma de archivador, de modo que, cada martes, el coronel ayudante de campo solo tiene que abrirlo, ir pasando delicadamente los amarillentos sobres entre sus dedos y leer una y otra vez la reluciente tirita con su rítmico ripio, denegada clemencia, cúmplase la sentencia, firmado su excelencia.

30. RECOLECCIÓN (Isidro Moreno)

Antes de iniciar la carrera, el plusmarquista abandonó por un súbito desvanecimiento letal. También corría el coreano, número dos del mundo, por lo que yo ahora podría conseguir el segundo puesto.

A mitad de competición, y bajo el artificial clamor voceado por megafonía, pude afianzarme tras el favorito de esta prueba de mil quinientos metros, pero de pronto, el coreano cayó sobre el tartán; salté sobre él, quedando yo líder, a escasos metros del oro.

Como duelo por la nueva víctima, se ha producido un radical silencio; la megafonía se ha apagado y los boquiabiertos rostros en las gradas permanecen impasibles. En el colosal estadio parisino solo estamos los atletas y unos cuantos jueces con escafandras. El virus pandémico, iniciado hace cinco años, sigue cobrándose víctimas diariamente y ya es la segunda olimpiada sin público, con aplausos y vítores enlatados que, desde luego, no pertenecen a los miles de rostros dibujados en los graderíos ni a los maniquíes disfrazados de policías, periodistas y técnicos de televisión que, como inmóviles esperpentos, decoran el evento.

El aséptico robot que nos impone las medallas me ha entregado una nota, con guadaña por membrete, que dice:

«Serás el próximo para mi colección». Firmado: Coronavirus.

29. EMPAREJANDO SILENCIOS (Belén Mateos)

Cada día los desparejaba, hacia un ovillo con ellos y los almacenaba en un rincón del aparador. Los miraba de reojo, como queriendo controlar su núcleo, como deseando que se unieran con el afán de reencontrase. Pero permanecían en silencio, con un mutismo que le desquiciaba, igual que el suyo.

Cada jornada lo mismo, les daba la oportunidad de unirse y ellos nada, eran como segmentos desmembrados, limitados por esa línea blanca condenada a la afonía.

Los menores perdían el norte sin sus mayores y estos eran demasiado complejos y orgullosos para reconocer que necesitan de ellos para concretar su ente y ayudarle en sus oraciones.

Los comenzó a coleccionar el día que la biblioteca fue quemada por la inquisición y pudo salvar de la hoguera una treintena de letras.

Desde entonces los agrupa cada anochecer en los márgenes de unas hojas en blanco deseando que los humos se les bajen, sus lenguas sean el nexo de unión a ese fonema en el sintagma gramatical de sus ruegos.

28. EL ROSARIO (Ana Tomás García)

La culpa fue de Edgar Allan Poe, pero sobre todo, de uno de sus relatos. Yo ya había comenzado la colección (gracias a mis hermanos pequeños y aquello del ratón, ya me entienden) mucho antes de leerlo; no podía desprenderme de aquellas piececitas que tanto significaban y las fui guardando envueltas en un pañuelo, en el fondo de un cajón.  Pero aquel cuento de Poe me sometió a un hechizo tal, que para ampliar mi colección y darle más valor, tuve que desprenderme personalmente de dos piezas fundamentales y tres piezas secundarias, para añadirlas, paradójicamente, a las que ya tenía; y como mi intención era lucirlas algún día a la vista de todos, las llevé a una joyería para engarzarlas en plata y convertirlas en rosario, como cantaba Juanito Valderrama, pero la muchacha que me atendió puso muy mala cara al verlas (sobre todo por mis magníficos  incisivos, que entre corona y raíz  tienen dos buenos centímetros). En fin, que al final tuve que comprarme una Dremel, y en esas estoy, taladrando dientes con la precisión quirúrgica que pondría un orfebre para que ninguna de las piezas se malogre y puedan finalmente  lucir  en todo su esplendor.

27. COLECCIONISTAS (Diego Cano-Lasso Pintos)

Mi arte lo ejecuto siguiendo leyes de máxima economía y aprovechando material de residuo. Lo doy todo de mí mismo. La materia la unto texturizada en cualquier soporte, que encuentro en contenedores de basura. Lo único que necesita la obra es airearla un poco al sol antes de exhibirse. No me ha resultado difícil conectar con el gusto por lo feo y estrambótico. Eso es éxito garantizado en esta época.

Opino que hago marranadas, por otra parte similares a las que hacen hoy en día casi todos los artistas, solo que yo traspaso límites y por eso tengo obras colgadas en museos de todo el mundo y pujan por ellas los coleccionistas.

El otro día, en una exposición, tuve mucho éxito. A los críticos ya no les volverá a suceder lo del pasado, que cometieron el error de no aceptar rupturas de vanguardia, y hoy caen en el ridículo, con palabras elogiosas a la escatología, por su temor a volver a hacer el ridículo.

Aunque no he desvelado mis técnicas cuando me entrevistan, a algunos se les oye murmurar frente a mis cuadros: «Esta porquería la ha debido hacer con sus propios excrementos».

26. CRECIMIENTO INSOSTENIBLE

Me gusta coleccionar bichos. En el laboratorio, analizaba una muestra de ácido cuando descubrí algo que se movía. Me quedé atónito. Estaba vivo, lo observé bajo los binoculares. Como lo había encontrado en ácido anestérico, hasta ahora considerado incompatible con la vida, lo llamé ananestérico. Observé sus movimientos. De alguna manera, ello logró comunicarme que quería compañía, me inoculó el deseo de una nueva colección. Traté sin éxito de encontrar otro ejemplar en otras muestras del ácido. Luego volví a la original para seguir observando mi descubrimiento y me llevé otra sorpresa. El microbio ya no estaba solo. Había 4 ejemplares. Se estiraban. Se bipartían y ya eran 8 y pronto 16. Al día siguiente, ya no quedaba ácido en la muestra, estaba llena de ananestéricos moribundos, más de un millar. Me pedían, me exigían su soporte líquido. Eché tres gotitas que rebotaron contra el vidrio. Me salpicaron la mano. En la piel me apareció un puntito rojo. Sentí un cosquilleo, y supe que ya navegaban por mi torrente sanguíneo y que seguirían clonándose hasta agotar mi cuerpo. Pero no me importó. Estaba feliz, era el portador de la más insólita colección de microorganismos que pudiera existir.

25. AFICIONES ARRIESGADAS (A. BARCELÓ)

Las metalizadas de Alexandra, las de lentejuelas de Jennifer, las de plumas de Samantha, las de cuero rojo de Irina… Recuerda el día que las descubrió, entró en aquella sala de fiestas para intentar despistar a unos tipos que le seguían. Allí comenzó su historia de amor con ellas. Desde entonces, no ha parado de buscar la siguiente. Hoy, sin ir más lejos, ha vuelto a ponerse en peligro para conseguirlas. No importa, ha merecido la pena, ahora, posee las de piedrecitas brillantes de la exuberante Tina.

Tina, una diva, o eso cree él. Tina es Thomas, un agente secreto que pertenece a la sección especial de la CIA que le persigue. Por fin, le atraparán. Cuando regrese al fondo de la fosa de las Marianas con este nuevo par y las coloque junto al resto de su colección, se habrá delatado a sí mismo. El localizador oculto en ellas marcará la posición exacta de su nave. Esperarán a que vuelva a salir para atraparle, le conducirán al Área 51 y correrá la misma suerte que sus preciadas botas de drag queen, acabar metido en una vitrina, expuesto junto a otros ejemplares como él, únicos en su especie.

24. Álbum de remedios

Resfriados, eccemas, lumbagos, virus intestinales. Todos me visitan regularmente, sumándose unos a otros, multiplicando sus efectos, menguándome el ánimo. Vacunas: las tengo todas. Mis bolsillos, farmacias ambulantes. Podría recitar el vademécum mejor que el padrenuestro. La suerte me esquiva, las amistades me saludan a distancia. Logré un puesto de teletrabajo (nadie se habría arriesgado a dejarme compartir oficina) que me permitió adquirir productos homeopáticos: glóbulos, gotas, polvos orales… Esto último suena fuerte, disculpen, pero ahí no acaba: puesto a complementar la ciencia, me apoyé en la santería, encomendándome a Babalú Avé, Yemayé y Eleguá. Los resultados fueron francamente deprimentes, de modo que volví a los brazos de la ciencia entregándome al Prozac. En un foro de salud conocí a Higía, una chica fenomenal, una fuera de serie que padece enclaustrada en su rancho de Texas, al menos, siete enfermedades crónicas. Hoy me ha enviado su foto. Estoy a un clic de abrirla, me rasco sin compasión, la dermatitis nerviosa me altera, la hiperhidrosis (exceso de sudoración) convierte al ratón del ordenador en anfibio. No espero gran cosa de su imagen, en realidad, lo que temo es que el retrato que le acabo de enviar no le haga justicia.

23. Para cuando tenga tiempo (Javier Igarreta)

Aquel día vino el agente del Círculo de Lectores y una vez más le pilló sin rellenar el pedido. Mientras buscaba la revista, miró de soslayo su nutrida biblioteca y de pronto le asaltó el pensamiento de que tal vez ya iba siendo hora de frenar su afán acumulativo. Las estanterías crujían bajo el peso de las lecturas aplazadas “ad calendas graecas” y más de un libro asomaba el lomo, ofreciendo sus páginas a la insidiosa curiosidad de las arañas. Y es que aparte del Círculo, él siempre fue un asiduo merodeador de librerías y rara vez salía de vacío, ya fuera por el autor, por el tema, o por razones más extravagantes. Tampoco sería justo pasar por alto su atracción fetichista por los libros. Ahora que tenía ante sus ojos apenas una pequeña parte de ellos, creyó sentir su acuciante reclamo. Quizás sabedores como él de que el tiempo invertido hasta tener tiempo, casi siempre se recupera a destiempo. Además ya no estaba su amigo “Mochales”, recientemente muerto a causa del amianto y lector empedernido de sus libros. Jamás olvidaría sus resúmenes, tan sesudos como atinados. Gracias a él podía presumir de leído.

22. Mi mejor amiga

En cuanto apareció la mariposa, abandoné la terraza y volví a la sala de espera. Me dan pavor. Dentro olía a desinfectante. Acerqué el fular de Bego a mi nariz y su inconfundible aroma a frambuesas me tranquilizó. Cuando salió, estaba demacrada. No podía dejarla así. Germán se mostró reacio. Que ella se lo había buscado por liarse con un tío que ya tenía su propia familia. Al final, la instalamos en el cuarto de Claudia. Dudé si sería lo mejor dadas las circunstancias. Pero la niña y ella siempre se han llevado estupendamente.

 

Una tarde, al entrar en casa, escuché las risas de los tres. Claudia corrió hacia mí con una cajita. “Mira, mamá, me la ha regalado Bego. La primera de mi colección”.  Detrás de la tapa de cristal había una mariposa disecada. Grité. O quizás no porque nadie pareció escucharme. La colección siguió aumentando hasta la marcha de Bego. Poco después, viajó Germán a Frankfurt. La noche de su regreso vomité. ¡Dios! Cómo olía a frambuesas.

 

Hoy le he pedido a Claudia que se lleve las mariposas a casa de su padre. Me ha dicho que no. Que ahora necesitan más espacio para cuando nazca el bebé.

21, NI CROMOS, NI SELLOS, NI MARIPOSAS

Cuando naces pobre y asumes que lo serás durante toda tu vida apenas encuentras qué coleccionar. De pequeño, mientras otros niños intercambiaban cromos de futbolistas o de Vida y Color, iba de corrillo en corrillo y observaba su sonrisa hasta hacer mía la ilusión que sentían al conseguir un cromo nuevo. Por eso decidí coleccionar sonrisas.

Después de tanto tiempo sospecho que nadie posee una colección como la mía, incluso conservo algunas repetidas, las tengo sinceras, amables, desinteresadas, compasivas, fraternales, espontáneas, hipócritas, y un montón de indiferentes.

Pero la que conseguí hace tiempo, mientras pedía limosna en la boca del metro, justo cuando ella depositó una moneda a mis pies, aquella mueca cautivadora que ni siquiera perduró un aliento enseguida se convirtió en el tesoro más valioso de la colección.

20. EL CABALLITO DEL DIABLO (Toribios)

Dicen que desear lo imposible es decepción segura. No sé. El caso es que había llegado el triste momento de deshacer la casa. Muertos mis padres, había que vender, y mi hermano y yo tuvimos que viajar hasta la ciudad donde había transcurrido nuestra infancia. Habida cuenta del afán coleccionista de mi padre, la cosa se presentaba complicada. Miles de libros descansaban en los estantes polvorientos, y en los cajones se confundían sus preciados sellos, con la lupa, las pinzas y cientos de monedas muy diversas. Tras varios días vaciando las habitaciones, solo nos quedaba el desván. Me acordé entonces de mi álbum de cromos. Aquel de animales y plantas que soñé durante años terminar y que lo estaba a falta de uno solo. El cromo que nunca salía en los sobres, ese cuya existencia era un mito entre la chiquillería, hasta el punto de dudar de si alguna vez fue impreso. Apareció en una de las cajas. Fui directo a la página de los insectos voladores. El corazón me latió con fuerza mientras recordaba mis  fervorosas oraciones de antaño. El hueco infamante ya no estaba. En su lugar desplegaba sus alas orgulloso el innombrable.

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