Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

19. El Músico

Colecciona canciones. Momentos. Historias. Sensaciones.

Colecciona recuerdos, propios y de otros.  De él con otros. Estelas musicadas.

Siempre había deseado componer, cantar, escribir para sí mismo y para otros. Escondido en su cuarto, bajo las sábanas de su cama, con la compañía de una linterna, un cuaderno y un bolígrafo, escribía frases centradas en busca de una canción, de un algo musical. No conseguía nada.

Nada. Salvo las miradas extrañas de sus familiares.

Intentó con los instrumentos, con la escala musical, con la parte orquestal de toda canción. Pero algo había en su interior que le impedía crear una melodía, un ritmo que permitiera soñar a otros o a sí mismo. Una sensación que no sólo encadenara rabia y soledad.

Rabia y soledad. Y burlas.

Desde entonces, colecciona canciones. Las atrapa y las convierte en suyas. En su propia historia o la de otros. En recuerdos de otros momentos. En estelas musicadas de gente que ya no está. De personas que formaron parte de una lista que, poco a poco, tiende a ser más pequeña. De un inventario que, tras cada canción atrapada, mira, tacha y observa al siguiente nombre.

La siguiente víctima.

El último de esa lista, ÉL.

18.- EL COLECCIONISTA DE SUEÑOS (Jesús García Caurel)

Tengo un cometido muy entretenido. Me dedico a coleccionar sueños.

Los colecciono de todo tipo:

Sueños de acción, en los que siempre escapo de la catástrofe en el último momento.

Sueños románticos, en los que mi amada entra volando por la ventana.

Comedias, en las que se suceden situaciones disparatadas unas detrás de otras.

Mis favoritos, los sueños absurdos, en los que el guión no tiene pies ni cabeza y las historias acaban siempre de forma rocambolesca.

Pero hay algo que me preocupa sobremanera…

Últimamente, los sueños que más colecciono son pesadillas… :(.

17. DIOSES

Los tenía casi todos. Utilicé diversas artimañas para conseguirlos. A unos ofrecí más poder, más seguidores a otros, a la mayoría conocer a muchos compañeros. Los fui introduciendo en tarros herméticos individuales revestidos de ciencia. Escapar era imposible. En la gran sala los agrupé por especialidades. Las Diosas de la Luna en las estanterías bajas de la derecha. Me observaban intrigadas Aglibol, Artemisa, Amm, Hual, Chía, Chan´E. Encima de ellas los del Sol: Sua, Hisakitaimisi, Gung Sang, Malakbel, Apolo. Los orgullosos Dioses de la Guerra estaban a la izquierda: Marte, Ares, Alqaum, Huitzilopotchli. A su lado los del Amor: Venus, Angus, Tlatzoteotl, Wadd, Samshin. Afrodita disfrutaba de un pedestal propio, al igual que Zeus. El conocimiento ocupaba las alturas: Odín, Minerva, Atenea, Sint Holo, Dagda. Los Dioses creadores atestaban las baldas del fondo: Júpiter, Yod-Hei-Vav-Hei, Juno, Allah, Lochid, Lathir, Dôn, Pangu. La pared de la entrada era variada: Brigitt, Neptuno, Osiris, Apolo, Isis, Belenus, Poseidon. Una salita adjunta estaba reservada al inframundo y lo oscuro: Nasna, Ifrit, Ghoul, Jijang, Hades, Morrigan.
Y muchos otros.
Disfrutaba paseando lentamente entre ellos, escrutándolos. Miraban exigiendo liberación.
Una noche de luna llena abrí los recipientes.
Lo que sucedió a continuación es otra historia.

16. Contando los días

‘Tienes mucha suerte’, me dicen a veces, ‘otros no pueden contarlo’.

Y yo cuento y recuento cada momento de cada día desde que mi cuerpo dejó de ser mío.

Ahora, tumbado en una cama, que tampoco es mía, atesoro aquellos momentos de mi vida. Tan lejana ya que, a modo de postales descoloridas, de esas que nos mandábamos los amigos en nuestros viajes de adolescencia, me llegan a la mente y al corazón. Como un álbum que me atormenta a cada página que paso.

Me cuento a mí mismo cuando me saqué el carnet de moto y me creí Ángel Nieto, cuando María me besó por primera vez, cuando me dijo ‘sí, quiero’, tan preciosa, sus ojos en mis ojos, cuando los gemelos salieron al fin de la incubadora, arrugaditos y diminutos.

Y repaso el año de mis cuarenta. Año que pensé sería redondo, perfecto, sin aristas. Pero en el que mi moto me falló. Y mi ángel me abandonó y me quedé solo, tumbado en esta cama.

Y desde entonces colecciono esos recuerdos. Y cuento y recuento cada hora, cada minuto, y cada segundo, esperando a que me llegue el último. Y mi álbum, por fin, se termine.

15. COLECCIONISTAS DE EMOCIONES (Amparo Martínez)

Salí del ascensor. Eran unas oficinas limpias y luminosas. Me sentí cómodo en aquel traje (nunca imaginé que algo así resultara tan agradable como un chándal o un mono). Caminé erguido, sin arrastrar los pies. Pensé que Lola se sentiría orgullosa. Me recibió mi secretaria. Era rubia y llevaba un conjunto rojo, a juego con sus labios. Me acompañó hasta mi despacho, cerró la puerta y me besó. Sabía a macedonia con cava. “No temas, cielo, es indeleble”, susurró. Parecía conocer mis gustos. Lentamente, demostró que su pintalabios no manchaba mi cuello erizado ni los lóbulos de mis orejas. Se retocó la melena y abrió la puerta. La seguí hasta la sala de juntas. Todos me saludaron. Presidí la reunión. Se aprobaron mis propuestas, aplaudieron mis comentarios y rieron mis chistes. Saqué el móvil. Busqué la carpeta de mi colección de ascensores. En el de hoy, escribí: “Ideal para momentos bajos”. Y, aunque al almuerzo lo llamaron brunch (tentempié sin pinchos de tortilla) —demasiado “frugal” para mi gusto, pero que me sirvió para estrenar ese adjetivo—, finalizada la jornada caminé satisfecho hacia el ascensor… Estaba seguro de que, esta vez, mi ascensor ganaría a la puerta giratoria de Lola.

14. ARTÍCULOS DE COLECCIÓN (Mariángeles Abelli Bonardi)

Afilo mi espada y pienso que, en cierto modo, colecciono reglas; estas reglas por las que yo y los que son como yo nos regimos:

*Los duelos son uno a uno, con armas blancas; el vencedor recibe el poder del vencido.

*Al recibir el poder, si se es lo suficientemente fuerte, se heredan los recuerdos y el saber del adversario.

*El suelo sagrado tiene energía similar a la nuestra, por eso está prohibido luchar en él; de ser así, perece el vencedor.

*Perder la cabeza significa el fin. El punto a no descuidar es el cuello.

*No podemos revelar nuestro secreto ni tener descendencia (lo más doloroso es ver partir a los que amamos).

*Sólo puede quedar uno, ése que después del encuentro final será el último de todos.

La tienda de antigüedades es y siempre ha sido una fachada…

Mi nombre es Duncan MacLeod.

Nací en las Tierras Altas de Escocia.

Tengo cuatrocientos años y soy inmortal.

13. AMOR A MEDIAS (Mercedes Marín del Valle)

Vi a Mara en la fiesta de primavera. Llevaba medias, verde campo, con margaritas bordadas. Nos miramos. Hasta entonces, yo solo era su profesor, pero desde ese instante no pude dejar de seguir sus piernas, resaltadas por la originalidad de sus medias. La cité en mi despacho y conseguí, después de atusar mucho mi bigote, que se interesara por mí. Me excitaba verla, con frío o acalorada, pero con sus medias puestas. Insinuantes, sensuales, elegantes, infinitas. Las lucía como nadie, y yo, me moría de ganas de acariciar la línea negra bordada, que se elevaba desde su tobillo hasta, seguramente, sus muslos.
Ilusionada, me esperaba cada día en la puerta de la universidad, en su coche de gama, inusual para su edad. Mis dedos se deslizaban sobre su ropa, me ardían las yemas al rozar las filigranas de encaje, los dibujos asimétricos, los topos…
Un día conseguí que me llevara a su casa. Quería hacerle el amor como una fiera, pero cuando se sentó frente a mí y jugó a entreabrir sus piernas desnudas, mi ilusión descendió a los infiernos. Busqué su media y la enrosqué en su cuello. El placer volvió con el tacto, pero Mara nunca lo supo.

12. La eterna condena

Gladys me acusa de ser un donjuán, otra nueva distracción en mi afamada experiencia con las mujeres o en el mejor de los casos, el amante perfecto para ayudarla a olvidar la tristeza de su lacerante vida hundida en la miseria.
Asumo que me divierto coleccionando muñecas de porcelana que se brindan a mis caprichos y que en ocasiones me vi obligado a utilizar la coacción y el chantaje emocional a fin de cumplir mis objetivos, pero de ahí a lo que Gladys me atribuye, barruntando un futuro indeseable para ambos, no lo encuentro razonable, puesto que ella es la exclusiva pieza de mi colección, capaz de permitirme acabar con mi disoluta existencia. La única que me dará un hijo natural, lo cual ablandaría el pétreo corazón de mi padre, tan impaciente por legar su fortuna a un heredero de su sangre. Así, cambiaría de acera para iniciar otra selección con apuestos efebos y ella mejoraría exponencialmente su infortunio, con el alivio que conlleva desprenderse del sufrimiento. Además, nunca fue víctima de los celos, sino de su ambición por nadar en la opulencia.
No obstante, seguiré siendo el contumaz Narciso condenado a enamorarme de mí mismo.

11. Herencias

Mi afición a la entomología proviene de mi abuelo. Él era un gran coleccionista de insectos. Bueno, y de todo.   Apenas fui dos veces a su casa porque vivía solo en el pueblo. A mamá no le gustaba que le visitáramos y  a él tampoco. Ella estaba empeñada en llamar a un camión que se llevara todas sus colecciones y él la amenazaba con un cuchillo y gritaba que le dejáramos morir en paz. Al final fueron unos vecinos y la guardia civil los que consiguieron desalojar todas sus cosas, porque decían que estaba enfermo. Se le habían escapado algunos bichos. Incluso ratas. Creo que se le fue un poco de las manos lo del coleccionismo.

Por eso yo intentaba tener los míos controlados dentro del cajón y, si alguno se movía, echaba insecticida. Como en la escuela nos insistían en no maltratar a nadie, decidí no ser cruel y alimentarlos con sobras de comida. Crecieron y se multiplicaron. Mucho. Parecían felices y yo también lo era. Me sentía un dios.

Hasta que mi madre descubrió el origen de tantas moscas y cucarachas. Gritó, lloró y se desmayó. Entonces comprendí al abuelo. Y busqué un cuchillo para defender mi universo.

10. El último adiós

Colecciono despedidas.

Desde que nací y mi madre se fue. Me dio la vida y al parecer no quedó suficiente para ella.

Mi padre apenas estaba conmigo (creo que no quería verme). Yo dejé de preguntar.

Luego un colegio tras otro, compañeros, profesores, amigos…Familias de acogida, padres, abuelos, tíos y primos prestados por unos meses…a los que dejé de aferrarme y así me era más fácil dejar al partir.

Veo una niña, con gorro de lana azul, tras un cristal mojado con la manita levantada en señal de despedida, y me despierto con el corazón desbocado y la cara mojada.

A veces, en mi soledad, recogía pajaritos, que en alguna ventolera caían del nido, los cuidaba hasta que les crecían las alas y un día echaban a volar.

Ahora en mi trabajo, al menos tengo tiempo de despedirme, maquillo muertos, les hablo con ternura, y los preparo para que tengan su mejor aspecto para el último adiós.

 

9. DECISIONES (Mødes)

Han pasado muchos años, pero aún conservo, intacto en la memoria, el álbum con los recuerdos de mi infancia.

Y mi cromo más doloroso es el de aquella mañana en la que, temblando, le susurré a mi padre lo que hice la noche anterior.

Y él, mirándome con un amor infinito, me confesó lo que nunca tuvo el valor de hacer.

Y así, abrazados junto al ataúd de mamá, lloramos de pena los dos.

8. POUR LE MÉRITE

Ni los innumerables laureles ecuestres, ni los cuantiosos diplomas escolares, ni los inacabables trofeos de caza, nada despertó en el joven Manfred más obsesión que pilotar un triplano y recibir la Blauer Max, aunque para ello debiera cambiar la honorable caballería por la vulgar infantería y comenzar a volar no en un escuadrón de combate sino en el servicio aeropostal.

En su corta vida, no acumuló una gran fortuna, vivía con rigor prusiano. Manfred no tuvo más que un caballo prestado por su padre, un Albatros cedido por la aviación y por fin, y ese fue su único capricho, un Fokker rojo, la envidia de la aeronáutica y el terror de los cielos. Con él se ganó el respeto de los adversarios por el número de aeroplanos abatidos.

Ese fue su balance, o así lo pensaba el intrépido teniente a cuyo funeral asistió un nutrido batallón de viudas y huérfanos de las fuerzas enemigas, una hueste de periodistas y escritores privados de su principal héroe y, por último, una tropa de jovencitas que llorarían su muerte y aceptarían quedarse solteras.

Sobre el pecho del difunto barón lucía únicamente la medalla azul con la leyenda “Pour le mérite”.

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