Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

56. El guerrero en sus hazañas

Le gustaba llevarse una piedra cada vez que hacía cumbre, y ya eran muchas. La caja pesaba más que los malos pensamientos .

Pero a veces las aventuras tienen un fin, porque el tiempo es como una mala víbora que no perdona si pisas cerca, y siempre lo hacemos.

Era conocido por su meticulosidad y entusiasmo ante un nuevo reto, ir con él era un plus, pero en otras cosas era un poco desastre; dicen que eso es cosa de genios, pero no siempre, yo tengo solo una cualidad y no es la apreciada. En fin, que no le puso a cada uno de sus recuerdos pétreos la etiqueta correspondiente porque sus presentes no hacían hueco al futuro impredecible.

Ahora quería simplemente cogerlas, y una a una recordar cada momento sublime, pero era imposible.

Decidió machacarlas todas, juntarlas con cola y un chorro de orujo, para luego tumbarse y ponerse sobre el pecho su tesoro en una amalgama.

Era imposible beberse tantas emociones juntas y pudo haberlo evitado, pero dejó que su corazón latiera hasta el límite en un sinfín de placeres entremezclados que le hicieron llorar de alegría hasta descansar como un vikingo esperando a las valquirias.

55. La última colección de mariposas (María José Escudero)

Vestía con harapos y, a duras penas, soportaba el camino con aquellas botas que había encontrado entre las ruinas. Caminaba en línea recta, sobre los restos de asfalto, como le aconsejó su padre antes de perder el mando y el aliento. Sin embargo, no era capaz de encontrar en la bóveda oscura aquellas estrellas que nombraba su madre antes de dormir. En la mano que aún le respondía, bien agarrado por el asidero metálico, un maletín de cuero estriado se balanceaba en el aire desabrido: Era un legado de familia, su única posesión. Lo demás era miseria, penumbra y una angustia obstinada en el estómago. Le seguía de cerca una recua de niños viejos y apestosos que nunca oyeron hablar del mar ni de los bosques. El más desesperado se acercó en busca de comida y tras arrebatarle su tesoro y abrirlo con rudeza, un aleteo de colores llamativos se desveló en un instante ante las miradas asombradas y túrbidas. Luego, fascinados, le escoltaron por aquella superficie hostil plagada de esqueletos y ceniza. Muy juntos y expectantes,  como mariposas nocturnas que intentan levantar el vuelo en busca de un resquicio de luz.

54. El doctor André y Mr Hyde

André, como cualquier coleccionista que se precie, cogía aquello que le obsesionaba y le privaba de libertad. Otros coleccionistas más desconsiderados se limitaban a acumular en polvorientos montones sus posesiones, solo por el placer de acaparar. Pero André no era de ese tipo. Él elegía las mejores celdas, hermosos frascos de cristal que exhibía en elegantes anaqueles. Luego se sentaba en su sillón de cuero, desgastado por el uso pero de una comodidad intachable, encendía su pipa y las contemplaba durante horas. Y es que André no era un coleccionista cualquiera.
André coleccionaba palabras.
Salía de su casa, cazamariposas en mano, y se apostaba en cualquier esquina, tras cualquier conversación, para atrapar al vuelo las palabras más bellas, las más raras, las más cultas. Cualquiera que se saliera de lo mundano le fascinaba. Como también le fascinaba la boca que era capaz de hacer brotar semejantes proezas. Las poseía, las besaba, exprimía toda su esencia hasta dejar un cuero seco y rasposo del que era incapaz de separarse. De esta manera, André, sin darse cuenta, se acabó convirtiendo también en coleccionista de amantes. Del tipo de coleccionistas que acumulan sus posesiones en polvorientos montones. Solo por el placer de acaparar.

53. LA COLECCIÓN DEL PRADO (Miguel A. Paez)

El sueño de Jacob se ha interrumpido con el silencio de la mañana. A estas horas debería haber  murmullos, ojos rasgados y muchas miradas; pero no hay nada.

La maja desnuda huye desquiciada, tratando de contener los vaivenes de sus pechos estrábicos.

Han atrancado la puerta del fondo de las Meninas. Están aislados. En el espejo del fondo, ahora se refleja la incertidumbre. Velázquez adopta una pose febril y lanza esputos rojos sobre el lienzo. El enano Pertusato crece de miedo. La infanta llora.

Carlos III es el cazador cazado; a su perro le ha salido una trompa en el hocico y le han crecido las orejas. Furioso, barrita contra su amo.  Carlos IV, se ha quebrado la cadera al intentar saltar del lienzo. «Padre, me he equivocado, no volverá a ocurrir», masculla con voz gangosa. Los fusilados de Goya se han suicidado.

La anunciación predice tiempos convulsos. Adán y Eva son readmitidos en el paraíso yermo.

El prado está vacío. El Prado languidece. El Prado está poseído por sus cuadros enmudecidos.

En los exteriores, las calles están desiertas. No hay vida. Solo una mujer desnuda con una mascarilla en la boca, corre por el paseo del Prado.

52. Too sweet (ana-liliana)

Colecciono sus sonrisas. Las pongo en una cajita en la repisa gris de mi habitación. Un día me puse un poco triste al pensar si el también coleccionaba mis sonrisas o si quizá no le importaba tanto como para hacer tal trabajo. No podía dejar de pensar en la segunda posibilidad. Lloré un rato mirando mi cajita.

Al día siguiente me invitó a su casa. Era la primera vez que iba. Me llevé una triste sorpresa cuando conocí su habitación: no había rastro de ninguna caja. Me quedé callada, sentada en su cama mientras él no paraba de hablar. Estaba triste o enojada, no sé muy bien.

Antes de irme abrí mi mochila beige, saqué los regalos que le traje. Le dí unas flores y este poema:

‘Tus ojos son como hierba,

los míos como la tierra;

tu pelo es de rayos de sol

y el mío es como las nubes.

No hay nada más dulce

que tu abrazo.’

Lo leyó, me dio un beso y abrió un cajón de su ropero para guardarlo. Ese cajón estaba lleno de las notas que yo siempre le daba.

 

 

51. VIRTUDES Y NO VIRTUALES

Coleccionistas de ayer y hoy presentan… Coleccionistas del mundo uníos… mensajes, consignas para las personas que siguen con la costumbre de guardar, en la mayoría de los casos, objetos. Con los tiempos los hábitos también cambian y las nuevas generaciones son dadas a coleccionar menos, o en todo caso otro tipo de cosas y hasta virtuales.
Mi abuelo me regaló su colección de monedas y billetes cuando yo todavía era un chaval, que con el paso del tiempo he tratado de mantener y ampliar. Yo he encontrado también la horma de mi zapato con otro tipo de coleccionismo, o fetichismo, pero no me preocupa esta veneración excesiva porque lo que sigo guardando son las virtudes del amor y el respeto. Al menos eso intento, y no quedan muchos en este mundo loco que sigue venerando a ídolos de barro y virtuales, que son muy fáciles de romper afortunadamente pero que vuelven a aparecer como por arte de magia.
Mi hija recibirá una colección más grande de monedas y billetes, pero no habrá ninguna bitcoin como tampoco estampitas de divinidades, ni de héroes o villanos.

50. Numismática aplicada

Aunque una peseta de bronce de 1947 podría valer hoy día casi mil euros y un duro de 1949 podría cambiarse por unos veinte mil, un veterano coleccionista, a veces, necesita inspirar lastima, despertar una cierta conmiseración.
Es una cuestión de valor y de necesidad. El valor se aprende, pero la necesidad termina encontrándote.
Son precisas una mente organizada y una férrea disciplina. Y no son pocos los que, tras un comienzo entusiasta, terminan por abandonar precozmente.
No es fácil acostumbrarse. Hace falta decisión. Encontrar las palabras adecuadas, la postura precisa, la expresión facial idónea para transmitir una idea concreta: yo podría ser tú.
El espacio también es crucial. Se necesita un rincón perfecto para que la cantidad de monedas atesoradas pueda aumentar.
Y, cuando le entran a uno las dudas, esos remilgos nacidos de viejos sueños sobre grandes logros, solo tiene que recordar los años que hace que no trabaja, la mirada de su mujer y las costillas prominentes de sus hijos.
Entonces uno no duda en sacudirse los complejos, ubicar el espacio, hallar la expresión facial, teñir la mirada y alargar la mano hacia la primera persona que pasa, rezando para que lleve una moneda en el bolsillo.

49. LECCIÓN DE SOCIOLOGÍA (Edita)

Rosario llega al tanatorio y no se despega del cristal. Busca en el rostro de su prima muerta algún rasgo conocido. Los recuerdos de una infancia remota en común invaden la memoria.

Acompañada por sus padres y hermanos, cruza el río en barca y remonta senderos angostos hasta la casa de los abuelos. Allí disfruta las fiestas con Felisa y los demás primos dos veces al año. Aunque, según va creciendo, empieza a molestarle que a su prima nunca le toque dormir en el colchón del suelo y que presuma tanto de colegio privado o vestidos sin estrenar. Un día, Felisa asegura ser gran coleccionista. Rosario desconoce el significado de la palabra. Acostumbrada a tener problemas para renovar un simple lápiz, le cuesta comprender cómo es posible amontonar cosas inútiles. En cambio, entiende al instante lo diferentes que son. Algo entre ellas rompe definitivamente. Cuando, por fin, le presenta su maravillosa colección de envoltorios de caramelos, Rosario alucina; no solo por los papelitos multicolores, sino por la cantidad de golosinas que habrá saboreado previamente.

Huele a caramelo. Se le llena la boca de saliva; y los ojos, de lágrimas. Alguien la coge del brazo sugiriéndole abandonar la cristalera.

 

48. LIGERA DE EQUIPAJE (Carmen Cano – Fuera de concurso)

La mujer que cada tarde dibuja frente al mar acumula caracolas y tristezas. Fija su mirada en el horizonte en espera del barco que le devuelva a su amado. Aunque sobrepasa la cincuentena, viste como la joven hermosa que alguna vez fue.
Ahora que ha muerto mamá está totalmente sola, pero el duelo le dura tan solo una semana, los siete días que tarda en descubrir las cartas cerradas de su antiguo novio. Llora hasta la última, en la que rompe su compromiso.
Con los ojos ya secos y bien abiertos, pone en venta la casa familiar, se corta el cabello a lo «garçon» y marcha a París, dispuesta a aprender de los artistas que la habitan y a coleccionar experiencias.

47. Fiebre

Él, que no sabe nada de la colección de mis últimos años, que no sabe que estoy al abismo de las cuatro décadas viene y me atrapa en su sonrisa, y pasa su mano treintañera por mi brazo y repite el movimiento… y siento su tibieza. Y en milésimas de segundos me pongo tensa pensando en las tareas fuera de la oficina, en mis hijos, en la ropa sucia, en mi cuerpo somnoliento. Pienso en lo mal que está demostrar que me gusta que me mire, que se acerque y me toque tiernamente. Siento la vergüenza de que note mis tensiones, y lea una parte de mis miedos, y le dé risa desde un lugar distante y frío.

Me veo patética, sufriente por la maraña de mis sentimientos, por la incomodidad de no saber si el percibe mi colección de amores olvidados, y me toca como se toca a las mamás asustadas ante la fiebre del niño.

46. DIENTES DE LECHE (Paloma Casado)

¿Qué hace el Ratoncito Pérez con tantos dientes? Era la pregunta que todos le hacíamos cuando empezamos a cuestionarnos el mundo. Pero el mundo era demasiado oscuro y la señorita Ana inventaba para nosotros un sinfín de historias con las que pudiéramos soñar. Nos hablaba de un palacio de nácar en donde vivían las sirenas o de un tesoro oculto en el corazón de la tierra custodiado por un dragón ciego. Alimentaba nuestra imaginación igual que nuestros desnutridos cuerpos de huérfanos. Nunca nos faltó un regalito bajo la almohada. Sin duda pasaría muchas noches cosiendo muñecos de trapo o tricotando mitones y calcetines.

Continué visitándola cuando salí de la institución y ahora que nos ha dejado para siempre, he descubierto emocionada la verdad. Entre sus escasas pertenencias: las viejas gafas de miope, un libro grueso de cuentos y su carnet de identidad, encontré una caja grande de latón. Y dentro de ella, clasificados en paquetitos con nuestros nombres, los pequeños ladrillos del palacio marino, las piezas del tesoro del dragón.

45.- Diez mil y un finales

La exquisita preparación de cada golpe y una reconocida destreza al cometerlos me concedían titulares cada semana. Ni las cámaras de seguridad ni los testigos eran capaces de aportar nada sobre mí. Pero, mejor o peor, todo tiene su final, como algunos libros, y el mío, al parecer, había llegado. Me atraparon dos días después de que la televisión mostrara mi retrato robot.

El juez comienza repasando la interminable lista de los hechos que se me imputan. Realmente, siempre es el mismo, repetido en mil lugares: entro con sigilo cuando el librero atiende a otro cliente, saco mi afilado cúter y amputo con precisión quirúrgica la última hoja de todos los libros a mi alcance. Decenas de ejemplares de novelas y best sellers, biografías y hasta manuales de autoayuda quedan mutilados en minutos, sin un desenlace o un final que contar. Me relamo mientras las corto delicadamente. Mi colección, convertida ahora en prueba de cargo, la componen diez mil últimas páginas vírgenes. Nadie, salvo yo, las ha leído y acariciado. Son solo mías.

El magistrado se dispone a leer mi condena. Babeo al verlo embrollarse con sus papeles. Me mira amenazante: no aparece el folio final de la sentencia.

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