Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

81. HIPÓTESIS

Mona y Lisa posaron en el taller. El pintor, ensamblando los dos rostros, creó una belleza única.
(Fuera de concurso)

80. ¿Una bella amistad?

Se conocieron en un taller literario. Congeniaron al momento. Ella, una solitaria de pro. El, un socialite indomable, pero, en el fondo, solitario también. Ella, demasiado orgullosa aunque buena persona. Un día, él quiso indagar en el porqué de dicho orgullo, pero ella no se dejó. Eso le resultó incomprensible,..

El la llamaba prácticamente a diario, la proponía planes varios: fiestas, teatros, reuniones con amigos. Ella siempre aceptaba de buen grado, pero, por otro lado, nunca le llamaba para preguntarle «qué tal te encuentras», «¿cómo te va?». Entonces, él comenzó a darse cuenta de que esa amistad que creía tan entrañable hacía aguas por algún lado.

Un típico día soleado de Madrid, de los que queman el alma, él le realizó la última llamada, la  de la despedida porque se había hartado de soportar su incomprensible orgullo. «¡Adios, bonita, me he aburrido de tus silencios!» Una voz temblorosa sonó al otro lado del teléfono: «Es que cogí miedo de tu cariño». El pegó una sonora e incrédula carcajada  y colgó para siempre.

Lo que él creía que, durante años, había sido una bella amistad, se había esfumado para siempre, como el sfumato de La Gioconda…

79. Belleza consumida

La hechicera había sido una mujer muy bella, pero se ajaba con cada lágrima vertida. Ahora su piel se le metía entre los huesos y sus ojos parecían ir a caérsele, aunque aún se podía ver en el fondo de su mirada lo que le quedaba de hermosura. Ella sabía que pocos eran los que se esforzaban en ver más allá de sus greñas, y sus carencias adivinatorias las compensaba haciendo teatro. De esta forma sacaba los cuartos a los ilusos y sobrevivía a duras penas. Pero lo cierto era que podía ver el vacío a través de los ojos de los desesperados. Entonces entraba en trance. Se clavaba las uñas en sus párpados flácidos, y cuando le brotaban las lágrimas se las hacía lamer directamente de su piel. Así, mientras al atormentado se le llenaba la mirada de gracia, ella se marchitaba un poco más.

 

 

78. El eslabón perdido

El primer hombre sobre la tierra parecía estar modelado por la mano izquierda de un dios quizá todopoderoso pero no ambidiestro. Alboreaba aún el sexto día de la creación y ya se podía decir, sin necesidad de otro con quien compararlo, que Adán era feo de una manera absoluta. Adán era tan feo que su creador negó siempre haberle dado forma a su imagen y semejanza. Era tan feo que al mirarlo uno deseaba que fuese deshecha aquella luz concebida apenas unos días antes.

Eva no pensaba aquella tarde en otra cosa mientras jugueteaba con la manzana. Y se decía además, no sin razón, que su compañero no era bello ni siquiera por dentro. Porque era de natural descontento, protestón, y en tal grado que ni el mismísimo Paraíso escapaba de sus quejas. Aunque lo peor en él era su honda desidia, manifiesta en un total desinterés por cuanto le rodeaba que le hacía ignorar incluso la historia existente hasta la fecha, así como en un desaliño de su persona que lo convertía en un perfecto adán.

Es comprensible, pues, que Eva al final decidiera, para confusión de toda la antropología futura, ofrecer la fruta prohibida a un adorable chimpancé.

77. Elemental (Patricia Collazo)

Lo cierto es que no sabíamos qué hacer con él. Se llamaba James y era un mayordomo inglés, muy circunspecto y con levita. Había aparecido una mañana de lunes junto a las mesas de la sala de lectura. Cojeaba un poco a causa del golpe. Podía haberse caído desde cientos de novelas.

Tuvimos que dejarlo suelto en el pasillo de literatura inglesa y confiar en que encontrara su hogar.

Pero no fue así. Los crímenes empezaron a sucederse cada noche. La belleza era su debilidad. Las víctimas, todas hermosas muchachas, aparecían atrozmente asesinadas entre dos estantes o colgando desde las páginas de un libro entreabierto. Con una letra capital clavada en el pecho, o un guion de diálogo cercenando sus esbeltos y nacarados cuellos.

Tenía una particular preferencia por las heroínas de grandes clásicos, cierta inclinación por las jóvenes rusas, y un modo sistemático y cruel de llevar a cabo sus ataques. Tuvimos que descatalogar varios títulos. Urgía restituirlo a su sitio.

Al final, hubo que contratar los servicios de un tal Holmes que resolvió el caso con gran profesionalidad. El mayordomo pertenecía a una típica novela de misterio, donde, por supuesto, era el asesino.

76. El diario de Max

 

 

Me dijo  que no recordaba la primera vez que fue deslumbrado por aquel prodigio. Tendría seis años, pero el magnetismo de aquel violín que sonaba en su casa de Ulm, se apoderó de él, desde entonces.

A tan temprana edad recibió clases de violín de su madre.  A lo largo de su vida,  en sus viajes en tren,  siempre llevaba en su equipaje aquel violín. Le gustaba decir, como Plotino, que la belleza se encontraba sobre todo en la vista y en el oído.

Cuando ya era un adolescente descubrió otra fuente de belleza en los números. Fue un tío suyo quien le enseñaba álgebra. Aquella nueva senda se abría paso entre la ciénaga de odio en que querían sumergir a los de su origen.  Abandonó su tierra que barruntaba tragedia y gracias a las alas de la música se elevó hasta la “danza de las esferas”. Tal vez, porque dicen que el eco del Big Bang sigue expandiéndose por el Universo.

El mundo agradece esa unión entre  ciencia y belleza que lograste. Siempre recordaré tu frase “la masa de un cuerpo aumenta con la velocidad”, querido Albert.

75. LA BÚSQUEDA (Tomás del Rey)

«Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados»

Juan Ramón Jiménez

 

La esposa del poeta se ha impuesto la misión de cuidarlo, pero él apenas prueba los platos que ella le lleva al estudio. Allí lo encuentra puliendo febril cada adjetivo, ofrendando el sacrificio de sus sinestesias en el altar de su escritorio. Fuera ruge la historia, y Madrid intuye un largo asedio. 

 

Ha llegado una muchacha. Trae un minúsculo atadillo con dulces y cartas del pueblo. Tiene las manos sucias y espanto en los ojos. No, el poeta no puede recibirla ahora. Y no pueden ayudarla. Van a viajar ya, lejos de aquel caos que amenaza al delicado trabajo del poeta, hágase cargo. La muchacha baja las escaleras ojerosa, pálida y desgreñada, apretando en la mano la humillación de unas monedas. Se cruza con un joven miliciano, tan rebosante de vida que apenas puede contenerla dentro. Ella lo mira y esboza una sonrisa, inclinando levemente la cabeza. Si el muchacho hubiera leído a los poetas, si supiera escribir, sabría poner nombre a las ganas repentinas de reír y llorar al tiempo que brotan de la visión fugaz de su cuello blanco, del cruce con aquella mirada triste, donde se encierra toda la luz desterrada de Moguer.

74. MI PRIMER DÍA Diego Cano-Lasso Pintos

El último día de vacaciones fue, después de aquel terrorífico instante en que un borracho al volante me dejara huérfano, mi primer día con derecho a ser feliz. Me crucé con la chica más fea que he visto en mi vida. Me volví y no entendí que ella también se volviese. Yo era todavía más feo y la cicatriz en mi frente abollada causaba repugnancia.

Nos miramos fijamente. Sus ojos asimétricos, debajo de pobladas cejas que se juntaban, llevaban grabados una triste expresión de inseguridad. Quizá ella vio en los míos resignación. Se acercó y pasó sus dedos por mi cicatriz. Yo acaricié su ceja. La dureza de ambos, dirigiéndonos directamente a lo más horrendo, nos permitió conquistar lo nunca vivido.

73. INSOLENCIA MARCHITADA

En algún momento de mi vida gocé de gran belleza. Todos me elogiaban y disputaban mi presencia en sociedad. Carente de humildad, me dejaba arrastrar por el efímero estado de embriaguez que me proporcionaba mi egocentrismo. Indiferente a todo aquello que no girará en torno a mi universo personal, distancié a la mediocridad de los humanos ( según mi visión de la vida) y me quedé con la “escoria” de los cercanos depredadores que protegen a su presa mientras esta rentabiliza sus “affaires”.

Hoy, marchita, desahuciada y privada de toda aquella burbuja estética, padezco la soledad y el estigma de los apestados. Condenada a enfrentarme a mis recuerdos, ahora recojo los despojos de esa belleza interior ( que tanto desprecié) y pordioseo cualquier gesto de adulación, aunque todo sea una farsa,  como mi existencia en esta prisión de cuerpo mutilado y alma manchada.

 

72. LA CAJA

La niña era lo más hermoso que había conocido. Ese doblar el codo y dejar reposar la cabeza en su pequeña mano. Aquellas pupilas fijas, le conmovían sin remedio.

La pequeña tarareaba. En su voz, la conocida melodía sonaba perfecta. Una especie de hechizo que quedaba roto cuando la madre abría la puerta de la habitación.

_ Es hora de acostarte.

_ Un poco más… suplicaba la pequeña y de seguido, afirmaba. Es el regalo más bonito.

Cerraba la caja con sumo cuidado y ella se plegaba. La oscuridad le ponía triste ¿Cuánto tiempo permanecería así? Era una cruel incertidumbre. Ella quería luz. Volver a sentir la belleza de ese mundo prohibido, reflejada en los ojos asombrados del rostro infantil. Girar con la pierna doblada y el brazo curvado sobre la cabeza. Eterna bailarina siempre temerosa de que la niña creciera deprisa y terminara por olvidarla en cualquier rincón del desván.

70. DE VERANOS, EMPATÍAS Y EMOCIONES (Isidro Moreno)

Muy a menudo añoro la belleza de la estación opuesta. Ahora invade mi mente la nostalgia de los días grises del invierno, la niebla espesa, mi amorosa bufanda, las estalactitas de hielo, la lana verde de mi abrigo viejo.

La mañana ha estado bañada de sudor con ocres de tierra, amarillos de trigo, azul cielo y calor inmisericorde.  Los rayos de sol se desploman sobre la mies dorada y prestan el color al estío.

Complacido por el receso de la comida y el posterior reposo, me he olvidado de hoces y guadañas para perderme en las sombras del montículo de paja.

No era yo el único deseoso de ocultarme entre espigas, según he comprobado al rozarme con otro brazo de piel suave que, lejos de rehusarme, comenzaba a recorrer mi cuello, mi pecho y mi pelvis mientras unos húmedos labios de mujer silenciaban los míos. Jadeante, encaramó sus caderas desnudas, a horcajadas sobre mi cuerpo sudoroso y a punto de perder los sentidos.

Oía voces lejanas que hablaban de Stendhal, de síndromes, emociones, médico, turistas, desvanecimientos…  Finalmente, un par de bofetadas me devolvieron al duro suelo del Museo d’Orsay, justo a los pies de «La Siesta», de Van Gogh.

69. Cicatrices disimuladas

Matías maquillaba cadáveres. Los dejaba tan guapos que a los familiares les costaba reconocerlos. Sus amigos le preguntaban por qué había elegido tal oficio y él respondía con evasivas, zanjando la conversación, si se alargaba, con un silencio inquebrantable.
Era un tipo feo, el más feo del barrio, según la unanimidad de sus vecinos. Quizá por eso eligió enmendar caras ajenas, como un ensayo remunerado para cambiar la suya en el momento en el que se considerara capaz.
Empezó trabajando en el cine. Los actores protestaban por las arrugas que sus egos se negaban a reconocer, y él se defendía asegurándoles que no eran de ellos, sino de sus personajes. Cansado de tratar con divos trasnochados, decidió ir a una funeraria a prestar sus servicios, donde todos se dejaban hacer sin queja alguna.
Cuando se creyó preparado, tomó su material y se perfiló los ojos, la nariz, los pómulos, la boca. Al salir a la calle, las antiguas miradas de desagrado se convirtieron en otras de total indiferencia. Por primera vez en su vida se sintió bien, libre de las ataduras de su rostro. Solo le preocupó una nube, que lloviera, que las gotas borraran su maquillaje de hombre invisible.

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