Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

76. El diario de Max

 

 

Me dijo  que no recordaba la primera vez que fue deslumbrado por aquel prodigio. Tendría seis años, pero el magnetismo de aquel violín que sonaba en su casa de Ulm, se apoderó de él, desde entonces.

A tan temprana edad recibió clases de violín de su madre.  A lo largo de su vida,  en sus viajes en tren,  siempre llevaba en su equipaje aquel violín. Le gustaba decir, como Plotino, que la belleza se encontraba sobre todo en la vista y en el oído.

Cuando ya era un adolescente descubrió otra fuente de belleza en los números. Fue un tío suyo quien le enseñaba álgebra. Aquella nueva senda se abría paso entre la ciénaga de odio en que querían sumergir a los de su origen.  Abandonó su tierra que barruntaba tragedia y gracias a las alas de la música se elevó hasta la “danza de las esferas”. Tal vez, porque dicen que el eco del Big Bang sigue expandiéndose por el Universo.

El mundo agradece esa unión entre  ciencia y belleza que lograste. Siempre recordaré tu frase “la masa de un cuerpo aumenta con la velocidad”, querido Albert.

75. LA BÚSQUEDA (Tomás del Rey)

«Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados»

Juan Ramón Jiménez

 

La esposa del poeta se ha impuesto la misión de cuidarlo, pero él apenas prueba los platos que ella le lleva al estudio. Allí lo encuentra puliendo febril cada adjetivo, ofrendando el sacrificio de sus sinestesias en el altar de su escritorio. Fuera ruge la historia, y Madrid intuye un largo asedio. 

 

Ha llegado una muchacha. Trae un minúsculo atadillo con dulces y cartas del pueblo. Tiene las manos sucias y espanto en los ojos. No, el poeta no puede recibirla ahora. Y no pueden ayudarla. Van a viajar ya, lejos de aquel caos que amenaza al delicado trabajo del poeta, hágase cargo. La muchacha baja las escaleras ojerosa, pálida y desgreñada, apretando en la mano la humillación de unas monedas. Se cruza con un joven miliciano, tan rebosante de vida que apenas puede contenerla dentro. Ella lo mira y esboza una sonrisa, inclinando levemente la cabeza. Si el muchacho hubiera leído a los poetas, si supiera escribir, sabría poner nombre a las ganas repentinas de reír y llorar al tiempo que brotan de la visión fugaz de su cuello blanco, del cruce con aquella mirada triste, donde se encierra toda la luz desterrada de Moguer.

74. MI PRIMER DÍA Diego Cano-Lasso Pintos

El último día de vacaciones fue, después de aquel terrorífico instante en que un borracho al volante me dejara huérfano, mi primer día con derecho a ser feliz. Me crucé con la chica más fea que he visto en mi vida. Me volví y no entendí que ella también se volviese. Yo era todavía más feo y la cicatriz en mi frente abollada causaba repugnancia.

Nos miramos fijamente. Sus ojos asimétricos, debajo de pobladas cejas que se juntaban, llevaban grabados una triste expresión de inseguridad. Quizá ella vio en los míos resignación. Se acercó y pasó sus dedos por mi cicatriz. Yo acaricié su ceja. La dureza de ambos, dirigiéndonos directamente a lo más horrendo, nos permitió conquistar lo nunca vivido.

73. INSOLENCIA MARCHITADA

En algún momento de mi vida gocé de gran belleza. Todos me elogiaban y disputaban mi presencia en sociedad. Carente de humildad, me dejaba arrastrar por el efímero estado de embriaguez que me proporcionaba mi egocentrismo. Indiferente a todo aquello que no girará en torno a mi universo personal, distancié a la mediocridad de los humanos ( según mi visión de la vida) y me quedé con la “escoria” de los cercanos depredadores que protegen a su presa mientras esta rentabiliza sus “affaires”.

Hoy, marchita, desahuciada y privada de toda aquella burbuja estética, padezco la soledad y el estigma de los apestados. Condenada a enfrentarme a mis recuerdos, ahora recojo los despojos de esa belleza interior ( que tanto desprecié) y pordioseo cualquier gesto de adulación, aunque todo sea una farsa,  como mi existencia en esta prisión de cuerpo mutilado y alma manchada.

 

72. LA CAJA

La niña era lo más hermoso que había conocido. Ese doblar el codo y dejar reposar la cabeza en su pequeña mano. Aquellas pupilas fijas, le conmovían sin remedio.

La pequeña tarareaba. En su voz, la conocida melodía sonaba perfecta. Una especie de hechizo que quedaba roto cuando la madre abría la puerta de la habitación.

_ Es hora de acostarte.

_ Un poco más… suplicaba la pequeña y de seguido, afirmaba. Es el regalo más bonito.

Cerraba la caja con sumo cuidado y ella se plegaba. La oscuridad le ponía triste ¿Cuánto tiempo permanecería así? Era una cruel incertidumbre. Ella quería luz. Volver a sentir la belleza de ese mundo prohibido, reflejada en los ojos asombrados del rostro infantil. Girar con la pierna doblada y el brazo curvado sobre la cabeza. Eterna bailarina siempre temerosa de que la niña creciera deprisa y terminara por olvidarla en cualquier rincón del desván.

70. DE VERANOS, EMPATÍAS Y EMOCIONES (Isidro Moreno)

Muy a menudo añoro la belleza de la estación opuesta. Ahora invade mi mente la nostalgia de los días grises del invierno, la niebla espesa, mi amorosa bufanda, las estalactitas de hielo, la lana verde de mi abrigo viejo.

La mañana ha estado bañada de sudor con ocres de tierra, amarillos de trigo, azul cielo y calor inmisericorde.  Los rayos de sol se desploman sobre la mies dorada y prestan el color al estío.

Complacido por el receso de la comida y el posterior reposo, me he olvidado de hoces y guadañas para perderme en las sombras del montículo de paja.

No era yo el único deseoso de ocultarme entre espigas, según he comprobado al rozarme con otro brazo de piel suave que, lejos de rehusarme, comenzaba a recorrer mi cuello, mi pecho y mi pelvis mientras unos húmedos labios de mujer silenciaban los míos. Jadeante, encaramó sus caderas desnudas, a horcajadas sobre mi cuerpo sudoroso y a punto de perder los sentidos.

Oía voces lejanas que hablaban de Stendhal, de síndromes, emociones, médico, turistas, desvanecimientos…  Finalmente, un par de bofetadas me devolvieron al duro suelo del Museo d’Orsay, justo a los pies de «La Siesta», de Van Gogh.

69. Cicatrices disimuladas

Matías maquillaba cadáveres. Los dejaba tan guapos que a los familiares les costaba reconocerlos. Sus amigos le preguntaban por qué había elegido tal oficio y él respondía con evasivas, zanjando la conversación, si se alargaba, con un silencio inquebrantable.
Era un tipo feo, el más feo del barrio, según la unanimidad de sus vecinos. Quizá por eso eligió enmendar caras ajenas, como un ensayo remunerado para cambiar la suya en el momento en el que se considerara capaz.
Empezó trabajando en el cine. Los actores protestaban por las arrugas que sus egos se negaban a reconocer, y él se defendía asegurándoles que no eran de ellos, sino de sus personajes. Cansado de tratar con divos trasnochados, decidió ir a una funeraria a prestar sus servicios, donde todos se dejaban hacer sin queja alguna.
Cuando se creyó preparado, tomó su material y se perfiló los ojos, la nariz, los pómulos, la boca. Al salir a la calle, las antiguas miradas de desagrado se convirtieron en otras de total indiferencia. Por primera vez en su vida se sintió bien, libre de las ataduras de su rostro. Solo le preocupó una nube, que lloviera, que las gotas borraran su maquillaje de hombre invisible.

68. LA BELLEZA ESTÁ EN EL INTERIOR

Sofía era feísima. Cuando empezamos a salir mis amigos se burlaban de ella, comparándola con sus novias. Yo mismo me avergonzaba de que alguien conocido nos viera pasear cogidos de la mano.

Hasta que una tarde, sentados en el espigón del muelle, me zambullí en la puesta de sol que se proyectaba en su iris. Admiré la perfección de los tonos rojizos en la retina. Acaricié la marmórea superficie de su estructura ósea y me balanceé en la blandura porosa de las vellosidades intestinales. Como una cosa llevó a la otra, acabé bailando al ritmo de las sístoles del miocardio palpitante. Vibré con los acordes eléctricos de sus conexiones neuronales. Callejeé por el entramado sublime de los bronquios, deseando perderme en ellos. Descifré la prosa exquisita de su útero y recité los versos más hermosos en la intimidad de sus rugosidades.

Regresé deslumbrado de aquel viaje a su interior, transformado en un firme defensor de la frase tantas veces escuchada. Convencido de que se le ocurrió a un tipo bendecido por la suerte de contemplar el atardecer, en ese mismo lugar, junto a una mujer tan fea como mi chica.

 

 

67. CONTENIDO/s (Nani Canovaca)

Todos sabemos que no naciste agraciado físicamente. Que tu cuerpo no era como el del resto. Normalmente un bebé nace sano y sin embargo, tú necesitaste  bastantes arreglos (prefieres llamar así a las operaciones que te hicieron), pero gracias a ello puedes caminar y valerte por ti mismo. Sabes que no eres guapo, pero no es algo que te afecte; dices que hay cosas más relevantes. Conseguiste terminar los estudios y aunque no puedas practicar ciertos deportes, sí que puedes participar en competiciones adaptadas a tus capacidades e incluso, has conseguido salir airoso. Tus triunfos no los necesitas en repisas, o colgados en casa. El mayor tesoro que tienes, es saber que cuando te abrazan digan que eres de lo más bonito que han encontrado, que les encante a tus amigos  tomarse una cerveza conmigo o disfrutar una sencilla cena compartiendo charla y sensaciones. El contenido siempre, el continente está en cualquier lugar.

66. SOL DE LA MAÑANA (Fuera de Concurso) Pilar Alejos

Nunca me sentí tan asustada ni tan sola como la pasada noche. Aún retumba en mi pecho tu portazo de despedida. Tras confesarte mi secreto, me miraste con desprecio. Percibí el rechazo en tus manos y la huida en tu voz. Tu reacción me pilló desprevenida. Quedé paralizada. Sin nada que decir. Lo que para mí era el principio de un futuro juntos, para ti resultó ser el punto final. Ese fue mi error. Siempre te antepuse a todo lo demás y me olvidé de mí. Luego, me cegó la oscuridad. Caí en el abismo, en ese inmenso vacío que te ahoga y que te impide ver más allá de tu dolor.

Cuando estoy a punto de rendirme, noto una leve caricia sobre mis pies. A través del ventanal, la luz del alba avanza despacio, tímida, como con miedo a herirme la piel. Con su calidez va abrigando mi soledad en silencio hasta adueñarse de la habitación. Las paredes se van revistiendo de sol y mis sombras se empequeñecen. Los miedos se esfuman al contemplar tantísima belleza en ese paisaje que tiñe mi vida de esperanza.

Sobre la cama, abrazo mis piernas con orgullo, aunque antes yo fuera él.

65. Mujer en el espejo (Marta Navarro)

«Espejito, espejito…», se burló de sí misma frente a su reflejo. Observó un instante su imagen con sarcasmo, ajustó la peluca que disfrazaba de platino su cabello y retocó el maquillaje desteñido en sus facciones. Al otro lado del cristal, unos ojos duros y apagados, enfermos de sufrimiento y de vergüenza, la juzgaban inmisericordes. Tropezó con la mueca que tensaba sus labios, examinó sin piedad los surcos que recorrían su rostro, las ruinas de una juventud y una belleza enterradas vivas en decenas de sórdidos moteles, en bruscos despertares de sueños agitados, en secretos desengaños de mil esperanzas calladas…, y un pellizco de tristeza la removió por dentro.
Apartó al fin con un suspiro la mirada del espejo, tomó los billetes que, aún a medio vestir, el desconocido de turno le tendía y salió a la calle.
⸺¿Paloma? −la reconoció de pronto una voz entre las sombras.
⸺Lo siento, se equivoca −respondió la mujer con aspereza, hurtándole a la noche y sus fantasmas el semblante.
El ruido sordo de sus pasos ahogó su llanto y su lamento. El latido herido de un corazón que en lágrimas de amargura se rompía al sorprender los ecos de su belleza perdida.

64. Punto y aparte Calamanda Nevado

El mayor flipe de mi hermana Isabel  es tirar la casa por la ventana para  vestirse y comportarse como una mujer guapa siempre bronceada,  glamurosa y bella.  No repite look dos días seguidos, ni  ahueca la voz con la misma  cadencia y  sensualidad.  Se  ahoga en un vaso de agua si no aprende a  mejorar  sus  encantadores modales.  Le mola estar como un queso. Se pone las pilas en un abrir y cerrar de ojos   en cualquier calle para sentirse como en una avenida de lujo, imagina que entra    a sus grandes almacenes, cines, salas de fiesta, hoteles y bancos;  tiene menos  dinero del necesario pero buenos contactos y fachada.

Ha quedado   embarazada al tuntún. Llama muchas veces al padre  que hace la vista gorda dando la impresión de estar escondido, y  prefiere no dar la chapa a sus admiradores hasta que decida;  soy el único  que podría echarle una mano si no  estuviera   tieso y  dominado por mi mujer.

–No pego ojo ¡Qué mala pata!-  Qué vas a hacer, pregunté  anoche por el móvil, murmuró que estaba tatuándose  la cara con un cigarrillo encendido, le  noté  la voz débil, te dará un toque maquiavélico. -Ni de coña-.  Lloré cobardía.

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