Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

73. Aviso el día de Navidad (E. Cuesta)

Nadie se percató del cambio; alrededor de la mesa todos hablaban y gesticulaban con gran algarabía. El color de la cara de Eva pasó de su habitual sonrosado a azul cian hasta que su cabeza se desplomó sobre el plato de sopa. El impacto provocó que todos dirigieran su mirada al origen del terrible golpe, quedando mudos de asombro. El caldo y algunos fideos se esparcieron absorbidos por la trenza de Eva, que había quedado introducida en el plato mientras el resto del líquido se deslizaba gota a gota por el mantel. Los primeros en reaccionar fueron su hermano y su marido, sentados a derecha e izquierda, que levantaron su cara y comenzaron a zarandearla gritando su nombre. La madre lloraba desconsolada y los niños no encontraban dónde esconderse. Entonces, una voz les alertó desde la puerta del comedor:” ¿por qué gritáis?”, preguntó una Eva que regresaba del baño. Se produjo el segundo gran silencio de la noche, precursor del horror reflejado en sus caras al contemplar como la Eva azulada de la mesa se desvanecía y la otra caminaba dos pasos para dar, esta vez, con la cabeza en el suelo.

72. Sentir ese azul (ana-liliana)

El color comienza a inundar las puntas de mis cabellos. Dos golpes y unas gotas de agua después, comienzo a actuar. Este es el gran momento del día.

No sé que será hoy. Quizá un mar, o solamente un aburrido cielo. Aveces son miradas desafiantes plasmadas en ese retazo de tela. Se decidió. Sí, ya tomó una decisión. Hoy son las alas de una mariposa.

Delicadamente, pincelada tras pincelada, el azul se desvanece hasta que termina. Siento el vacío en mí. Me sumergen en agua para posteriormente secarme con un trapo viejo. Me tiran junto con los demás.

Solo queda esperar para volver a sentir ese azul.

 

 

 

71. El supersuicida (Pablo Núñez)

En mi barrio la mayor atracción consistía en presenciar si se suicidaba Críspulo. El día que decidió realizar su primera tentativa, vestido de Superman, fracasó debido a las sugerencias de los vecinos. Lo mismo lo animaban a saltar desde el campanario que a pegarse un tiro, envenenarse con cicuta o ahorcarse; y Críspulo, incapaz de decidirse, volvió a su casa cabizbajo.
Durante años escuchó proposiciones con la cara llena de dudas y el traje de su superhéroe favorito. Me fascinaba tanto su historia que, a partir de entonces, pasaba las horas observando cómo lo derrotaban sus vacilaciones.
El tiempo fue pasando, igual que sus ganas de matarse. El público apenas seguía ya sus intentonas y nadie le aconsejaba otras maniobras para acabar con sus días, desapareciendo hasta sus incertidumbres.
Con cien años, al fin, decidió tirarse desde una azotea, emprendiendo un pequeño vuelo que terminó con un aterrizaje violento en el acerado. Quedé perplejo, mientras lo asistía, pues no tenía ni un rasguño. Quizá su atuendo de Superman amortiguó el golpe, pensé, pero al preguntarle sobre su estado, me respondió que nunca se había encontrado peor. Definitivamente, dijo, al acercarse y ver que soy yo, la muerte pasa de largo.

70. LA FOSA Y LA CÚPULA

La Tierra, cuando la ves desde el espacio, parece azul. Pero, cuando estás en ella, es más bien una suerte de fosa marrón y gris.

Con el cielo ocurre algo similar. Desde la Tierra, lo creemos tapizado de un interminable tul celeste —hermoso y brillante— pero, cuando estás allí, a miles de kilómetros de la acera que desgasta tus zapatos, solo es una inabarcable cúpula negra vestida de lentejuelas. Es tan sublime y desconcertante, que cuando ves pasar un trozo de chatarra espacial, los restos de un anticuado satélite ruso rotulado con aquellas CCCP, un cosquilleo de risa burbujea desde el pubis hasta la campanilla. Una risa que solo es el miedo con traje de camuflaje.

Los que viajamos al espacio sufrimos un estrés físico y emocional irreversible. Y, realmente, lo más perturbador es aprender que nada es lo que parece.

No es extraño que enloquezcamos en silencio, hacia adentro, pues, al volver a casa, ya no podemos saber qué es real. Y, en las entrevistas, cuando nos preguntan: «¿Cómo se ve la Tierra desde allá arriba?», tragamos saliva, pensamos unos segundos, y respondemos: «Parece una enorme canica azul».

Y volvemos a casa, a quitarnos la pesada piel de héroe.

69. Blue Planet (Isidro Moreno)

Tras despegar el frágil módulo de la superficie marciana, una leve deficiencia técnica les impidió el acoplamiento con mi nave SpaceX-One y les perdí para siempre.

De fondo, el gran planeta rojo. A la izquierda, mis desafortunados compañeros a la deriva. A derecha, un lejano punto azul: mi destino.

El silencio cósmico se rompió con desesperadas preguntas desde Cabo Cañaveral, pero mis respuestas no eran recibidas.

Solo, en el módulo de descenso, y angustiado por el fracaso de la misión, el regreso a la Tierra tendría, al menos, la pírrica satisfacción del primer viaje a Marte con algún superviviente.

Los intentos por hacerme escuchar siguen estériles y, sin ayuda tecnológica, jamás podré regresar a mi añorado planeta azul.

A veces consigo conectar con desconocidas emisoras terrestres, pero nadie me creé cuando explico que les hablo desde el SpaceX-One. Muchos me llaman loco, algunos bromean, otros creen que es un concurso de radio. Todos cortan.

Han pasado muchos días terrestres. Hoy, felizmente, he podido recibir un mensaje desde la NASA indicándome que para poder restablecer la conexión con ellos, debo sustituir la membrana vegetal del emisor de voz. Creo que, a falta de víveres, fue la membrana que ayer me comí.

 

68. Impotencia (Marta Navarro)

Día tras día contemplo a lo lejos con nostalgia esas nubes tan suaves, tan blanditas, casi de algodón de azúcar que el sol acaricia con dulzura al amanecer, mientras en el cielo remolonea todavía alguna estrella despistada. Y me siento de pronto tan lejos de casa… Intento no llorar, aunque a veces… Siempre fui algo melodramático, la verdad y una decepción inexplicable asalta algunas veces mis ojos celestes. El caso es que debo cumplir mi misión y por raro que os parezca yo mismo sugerí este destino pero si supierais cuánta maldad e indiferencia surca este ingrato mundo vuestro… ¡Jamás imaginé que tan difícil sería ganar mis alas!

67. De Profundis (Miguel Ibáñez)

Cuando el autobús no se detiene en tu parada tienes que gritar desde el fondo para que te abran. Mientras todos te miran.
La puerta del tanatorio siempre está llena. Un barullo de personas que fuman después de haber colocado a los niños. Ajustar rápidamente los horarios y salir del compromiso. Como cuando te toca una pipa agría.
Tía María hace unas lentejas buenísimas, pero no supo hacer amigas. Se quedó viuda y está sola. Lleva gafas y dice que no se tiñe más el pelo. También que desde que murió el tío ha salido un agujero en el salón, que desayuna en la cocina para no verlo, pero que oye como piedrecitas que se desprenden en su interior, y le da miedo. Es baja, tiene los ojos saltones y ningún sitio donde ir. Le gusta la línea azul porque recorre toda la ciudad. Se monta solo por hacer algo.
Una vecina del bloque se murió. No tuvo que mirar la agenda. Se vistió y se fue. Ni se saludaban en la escalera. Estuvo toda la tarde en el velatorio. Sin escuchar las rocas. Y no salió fuera ni una sola vez, porque ella no fuma.

66. El viejo y el mar (Mar González)

Sentado en la azotea del que fue uno de los edificios más altos de la ciudad, mira al horizonte y recuerda cuando, de niño, paseaba con su abuelo por el malecón. Juntos esperaban a su padre que conducía una de esas lanchas para turistas.

Él le contaba, una y otra vez, la historia de su propio abuelo que cruzó el mar en una aventura, peligrosa pero inevitable, dejando atrás otra costa y otra vida.

Al otro lado del charco vivían de lo que pescaban con artes tradicionales, heredadas de generación en generación, hasta que llegó la contaminación y el hambre. Era el principio del fin, pero a nadie parecía importarle.

La herencia familiar siempre navegó en aguas saladas y, ahora, su nieto, lo hace en algún lugar del horizonte a bordo de una embarcación ecologista.

Sentado en la azotea del que fue uno de los edificios más altos de la ciudad, no puede evitar las gotas saladas que ruedan por sus curtidas mejillas mientras las olas más fuertes salpican ya sus pies.

65. Habitación 313

Diez años puede ser un tiempo infinito, sin origen ni término, o tal vez, fugaz y ligero como un parpadeo. En su rostro, sin embargo, se han trazado con precisión nuevas líneas y ángulos hasta casi desdibujar su fiereza.

En cada uno de estos últimos quince días, tras subir las escaleras y mirar por la ventana, la niebla, que aún empapa mis zapatos, se disipa, desaparece, y la dura superficie del terreno reverdece por la humedad.

Ya ha superado la operación y cuando coma bien le darán el alta y volverá a la residencia. Dice la doctora que muestra inicios de demencia pero yo no noto ningún cambio; su dura mirada azul, su puño derecho cerrado y mi adicción a los somníferos.

64. PRIORIDADES (María Jesús Briones Arreba)

Después de tres rosas el deseo azul. En la cuna lo abrigaron con lana color cielo tricotada por la matriarca, hembra de hembras de hijas y hermanas.
Se uniformó en el colegio con babi de cuadritos azulinos. Conoció en la bola del mundo, los mares y océanos. Fue marinero ante el altar de olor a cera quemada y sabor a pan ácimo, alcanzando el grado de almirante en La Armada.

A sus hermanas, Rosa, Rosaura y Rosalía, legaron la legitima en el testamento.

Azul y Marino, al fin, celebraron su boda en el yate heredado. Pétalos de rosas cayeron sobre sus cabezas deslizándose en el añil de las aguas.

(NO PARTICIPA EN CONCURSO)

63. Madrid 1940

Mi hermano Nando dice que tiene un trozo de mar escondido en un libro y no lo puede abrir porque se derramaría toda el agua. Es un mentiroso. Todo lo hace por darle en las narices a Luisito que desde que su padre se dedica al estraperlo nos mira por encima del hombro. Antes compartíamos en el descansillo de la escalera la fruta pasada que nos regalaba el frutero de abajo, pero ahora él merienda pan con aceite y nosotros seguimos con las peras podridas. Ayer nos dijo que se van a un piso exterior y con puerta de servicio y que si accedo a ser su novia tal vez su padre pueda conseguir un trabajo al mío, dice que lo piense bien, que no va a tener más oportunidades porque nadie le va a perdonar que haya luchado en el bando equivocado. Hoy han empezado la mudanza y Nando ha sacado al descansillo una caja llena de cielos despejados y dice que cuando la abre, todo se llena de luz, pero a Luisito solo le interesa convertirse en mi príncipe azul y yo odio las coronas. Anoche madre lloraba porque no podemos pagar el alquiler este mes.

62. Últimas voluntades (fuera de concurso)

No, no lances mis cenizas al mar, déjalas mejor en cualquier cuneta de cualquier camino. Luego entierra el impermeable azul, el lazo y el collar de luces —a juego todo— que tanto te gustaba ponerme, para que en la muerte por lo menos pueda vivir como un perro.

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