Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

61. Lapislázuli

Ahí se hallaba ella que, por aplazar lo inevitable, mecía los pendientes en sus dedos ante la extrañada mirada de él. ¿Sabes que una joya de esta misma piedra, labrada por el orfebre egipcio a quien un faraón se la encargó, viajó por un sinfín de lugares cautivando a todos sus portadores? Lo leí en una novela –remachó complacida.

Ahora regresaban a él aquella imagen y también las palabras, aunque desnudas de ficción. El fulgor azul de esos colgantes había aparecido en la habitación con el sigilo de un tigre al acecho cuyo zarpazo es inminente. Como un autómata recorrió la ciudad portuaria, paseó por los bares de moda, captó a su presa. Esta vez no habría literatura de por medio. Solo anhelaba que, al emerger del revuelto océano, una calma plateada lo devolviera a la orilla exhausto pero sin memoria.

60. Inmersión (Aurora Rapún Mombiela)

Los azulejos de las paredes de la piscina se están despegando otra vez. Desde debajo del agua, se hacen más patentes esos detalles. El nivel de cloro, sin embargo, está perfectamente equilibrado. Ni huele, ni molesta al abrir los ojos. Qué tranquiliad se siente cuando el cuerpo se relaja y comienza a flotar y los oídos sumergidos solo transmiten el sonido de la propia respiración.

Casi se arrepiente de haberse lanzado con ese peso atado al tobillo. Casi siente la tentación de soltarlo y emerger a la realidad de nuevo. Casi.

59. Sin título

De la tinta de mi bolígrafo se han escapado doscientas palabras que veo palpitar con sus letras azules sobre el folio en blanco. Quieren agruparse en frases que les resulten cómodas y me miran tratando de proponerme a mí el reto, así que ahora estoy concentrado en ordenarlas de una manera creativa.

Utilizo las agudas aquí, con rigor además de sensatez, para tratar de resaltar el final de cualquier oración. Las palabras llanas son menos complicadas: muchas caben en un pequeño hueco abierto por los dos puntos que he colocado, casi en el centro del relato, antes de que empezase a escribirlas. Y, por último, la esdrújulas me parecen tan simpáticas que las manejo sin escrúpulos, utilizándolas para introducir palíndromos sosos y fáciles de reconocer, sinónimos académicos (véase «proparoxítonas») o la típica metáfora que describe el acento en sus sílabas como un disparo lanzado por la voz de los lectores.

Al llegar al último párrafo releo lo escrito y pienso que me ha quedado un relato juguetón, sencillo y algo irónico, pero como tenía que usar aún este adverbio y también este otro, al final me van a faltar palabras y tendrá que publicarse así, tal cual está, sin título.

58. HISTORIA DE UN AGUAMARINA

Arturo apenas hablaba, quizá un quejido al día, quizá un breve parpadeo cada tres horas.

El cuco de su reloj marcaba los tiempos en los que debía estar despierto y en los que tenía que abrir la boca para ingerir la papilla, cucharada a cucharada, o para absorber la medicina por esa pajita que le decían que era fuerza de Hércules, ambrosia de dioses.

Con sus gafas, de tono marino, miraba tras la ventana la lluvia azul, esas gotas de intensa vida, esa de la que él carecía entre las sábanas. Su imaginación era puro movimiento, un no parar entre la tela de su pijama y las cortinas descorridas, cada día, por su madre.

El lunes le compraron una pecera, deseando que la ingravidez de su interior le ayudara a superar su inmovilidad. El martes alimentaron a los peces y a Arturo. El miércoles limpiaron los posos de desecho a ambos. El jueves adquirieron unas plantas para alegrar el ambiente de uno y otro. El viernes comprobaron que el agua del acuario no era ni dulce ni salobre, igual que el vaso de la mesilla de Arturo.

El domingo ya no hubo más ecosistema que el de la subsistencia perdida

57. DERROTEROS

Arrastrando el corazón por la pasarela, subí al barco con destino diferente al de todos los otros pasajeros, o eso creía yo. Me equivocaba. Lo supe más tarde, cuando vi a la chica treparse a la borda. Sin pensarlo, corrí hacia ella, la atrapé y la sostuve  entre mis brazos. Era joven, quizás bella, y sentí la necesidad de saber qué la había llevado a esa decisión. Se lo pregunté.

Un estremecimiento de hombros y un llanto silencioso abrieron el camino a su historia, que tanto se parecía  a la mía. Ambos habíamos llegado allí tras la traición de un par de ojos azules y aunque los traidores fueran distintos, la pregunta que nos planteábamos era la misma: ¿tenía sentido  la vida después del azul?

Nos sentamos a discutirlo de forma extensa y descarnada, mientras nos mirábamos a los ojos rebuscando entre ruinas algún  improbable retazo de ilusión.

Un atardecer rojizo introdujo en nosotros la duda. La noche, mezquina, nos negó luna y estrellas y solo nos echó su viejo manto encubridor. Huérfanos de magia, nos levantamos y caminamos sin prisa guiados por la llovizna salada que golpeaba nuestros rostros.

 

56. BASURA (Paloma Hidalgo Díez)

Todo me dice ven, mi amor, pero yo solo puedo pensar en ese vestido azul. En nuestro dormitorio las sábanas revueltas imploran compostura. Me llaman a gritos las pelusas de la alfombra del salón. Las tazas del desayuno de nuestros hijos en el fregadero, y las manchas del zumo de naranja que alguno de los tres derramó en el suelo, me chistan desde la cocina. Y yo no consigo salir del vestido azul. Se escuchan, aunque algo amortiguadas porque tengo la puerta cerrada, las voces del espejo del baño, salpicado de lunares de jabón, y del lavabo, por las incrustaciones de pasta de dientes que ninguno aclaráis. Y no quiero olvidarme de la montaña de camisas, alguna azul, pantalones, y faldas, que me guiña un ojo junto a la plancha. Hasta el canario pía por su alpiste. Soy incapaz de escucharles, cariño. Ahora porque pienso en ti. Aunque sé que no tardaré mucho en sentir los arañazos que el vestido azul, el que llevaba la chica con la que te besabas en el garaje cuando he salido a tirar la bolsa, maldita bolsa azul de la basura, volverá a hacerme en cuanto empiece a olvidarte.

55. Ventarrones (María Rojas)

En este pueblo ventoso doña Moñitos escribía cartas ávidas de libertad. Una tarde, el viento sopló fuerte y las palabras se disolvieron quedando de ellas unos caracteres ilegibles de bordes erizados. Un mulatito, musiquero él, con paciencia de cirujano, a punta de timbal, rescató las palabras convirtiéndolas en melodías.
Doña Moñitos cambió la libertad por el amor.
Un viento huracanado, de esos que por acá llamamos tumbamuertos, elevó las cartas, los amores y las melodías hasta las garras azules de una estrella analfabeta.
Doña Moñitos y el mulatico se mosquearon por los abusos estelares. Nada pudieron hacer, los negros, tienen negada la visa a los barrios celestiales.

54. PITUFO

El día que nació Jaime el paritorio se quedó en silencio de repente. Mi mujer aún seguía recuperándose del esfuerzo y la matrona me hizo señas para que me acercara a verlo. La pediatra lo limpió, lo auscultó, lo revisó de arriba a abajo y, cuando estuvo completamente segura, nos dio el diagnóstico: «Es azul». En la maternidad, los otros padres presumían de sus hijos. La mayoría blanquitos, algunos un poco amarillos, un par de negros. Ninguno como el nuestro.

Volvimos a casa convencidos de que habíamos hecho algo mal. Quizá desearlo a orillas del océano o concebirlo en una noche de luna nueva. Las visitas llegaban con flores para la madre y regalos para el bebé, pero en cuanto lo veían buscaban una excusa y se marchaban meneando la cabeza. Los primeros meses vivimos angustiados por miedo a que su rareza nos lo arrebatara sin avisar.

Tres años después sigue creciendo, sano y feliz. Hoy ha empezado el colegio. Al salir me ha preguntado por una palabra que no conocía. Se la he explicado y luego hemos visto los dibujitos animados. Se ha reído, aunque los dos sabemos que no va a ser fácil.

53. Cicatriz (Josep Maria Arnau)

Mantenía los ojos clavados en tierra firme mientras el ferri zarpaba para cruzar el gran lago.

—No es el mar, ¿verdad, mamá? —volvió a preguntar.

—No, no es el mar.

—¿Hay salvavidas?

—¡Claro!

—Si nos perdemos, ¿nos encontrarán?

—Sí, enseguida.

—¿Te quedarás por el camino como papá?

Un silencio oscuro les separó por unos momentos.

—Yo estaré todo el tiempo aquí contigo —respondió ella.

Él apoyó la cabeza en su regazo, con la mirada perdida en el horizonte azul.

—Pero avísame si tengo que saltar —musitó.

52. ERAN DE COLOR AZUL

Tu pupila es azul, y cuando ríes
Tu pupila es azul y cuando lloras.
Él no tenía los ojos grandes, ni rasgados, eran más bien redondos, pero su
azul era intenso y cambiante. Según le cambiaba su carácter, así también el
color. A veces su azul era transparente, azul cristalino como el agua de esos
mares que rodean algunas islas del Pacífico. Entonces a ese ser lo amaba con
toda intensidad. Me engañaba con tanto cariño.
Otras veces, al mirarlo las olas rompían fuertemente golpeando los acantilados.
Golpeando… Golpeando. El azul de sus ojos había cambiado de color, sin motivo,
sin saber el ¿Por qué? Entonces escondida en mi habitación, mis ojos ya no querían
volverlos a mirar.

51. FIN

La balsa se mecía suavemente y mi cuerpo sobre ella acompañaba el ritmo de las olas. La bóveda celeste cubría incólume toda la Creación. Era casi como ser el primer hombre. O el último. Estaba solo y me sentía en paz mientras a mi alrededor se libraba una gran batalla entre el bien y el mal. ¿Era paz o era tristeza? No tenía forma de saberlo, pues todo parecía haber terminado, al menos para mí. Suaves pitidos me llegaban desde un horizonte lejano e inaccesible. Pitidos rojos en un mundo azul. Y todo fluía sin que nada cambiase. El eco distante de un golpe sonaba en mi memoria como el destello de luz que precede al salto de los plomos. Los sentidos se entremezclaban y todo seguía igual sin que jamás volviese a serlo. Yo, atrapado en un mar infinito bajo un cielo azul abrasador, no tenía escapatoria. Tanta tranquilidad y tanto silencio me angustiaban. Pero, entonces, lo oí. Oí cómo en la sala azul de un hospital al otro lado de mi piel alguien decía: “Hemos hecho lo que hemos podido”.

50. Antagonismo

Odiaba el azul. ¡Dios, cómo lo odiaba! Maldito color absurdo y detestable que lo rodeaba por todas partes. Ahí estaba, sobre él, tintando el cielo de forma repugnante. O en el mar, coloreando las aguas con sus despreciables tonalidades. Aparecía, por desgracia, impregnando de manera descarada incluso los iris de los ojos de sus hijos; mancillando su mirada inocente. Vil pigmentación que se aferraba a sus retinas como si quisiera absorberlas y hacerlas desaparecer. Pero lo curioso del caso es que él sabía que ese odio era mutuo. Estaba convencido de que el azul lo odiaba a él con la misma intensidad y que procuraba hacerse visible en cuantas ocasiones se le presentaban. Al final, ese duelo antagónico tuvo un claro vencedor. A él lo atropelló un coche azul cobalto y fue enterrado con un traje azul celeste en un ataúd forrado de un impactante azul eléctrico. Tal aberración fue posible porque su mujer, que era quien había organizado el entierro, había encontrado hacía tiempo otro príncipe azul, un hombre que conducía –casualidades de la vida–, un deportivo… exacto, azul.

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