Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

37. CON SU CAMISITA Y SU CANESÚ (Belén Sáenz)

—Policía. Abra, por favor. ¿Conocía la existencia de una mujer encerrada en el sótano de su domicilio?

Tengo una muñeca…

—¿Ha sido usted quien le ha puesto esas ropas infantiles y la ha peinado con trenzas y lazos?

Vestida de azul…

—El equipo de emergencias nos ha informado de que probablemente lleva años confinada en la misma cama. No sabe andar y apenas conoce las palabras papá y mamá.

La saqué a paseo, se me constipó…

—Esto es muy grave, señora. Está desnutrida, la han alimentado únicamente a base de papillas. No se le ha desarrollado la dentadura y ha dejado de menstruar. Además, le han vendado los pechos para aplanárselos.

La tengo en la cama con mucho dolor…

—Aparte de llagas en todo el cuerpo debido a la inmovilidad, tiene laceraciones alrededor de la boca causadas con un objeto punzante.

Me dijo el doctor, que le dé jarabe con un tenedor…

—Usted denunció la desaparición de su bebé en 1976, pero la ha mantenido oculta todo este tiempo en condiciones de extrema crueldad. Vamos a proceder a su detención. ¿Entiende los cargos que se le imputan?

Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis…

36. HASTÍO

Para levantarse el ánimo escupió con gran fuerza el gastado chicle de su seca boca. Después, se frotó duramente sus cansados ojos azules hasta sentir dolor, mientras desde el viejo sofá pateaba bruscamente la mesita que tenía enfrente. Seguidamente, tras un gran impulso, se levantó casi de un salto que le hizo crujir hasta el último hueso de su debilitada espalda. Ya de pie, mirando al frente, no supo responderse a sí mismo: ¿Y ahora qué?

35. Venían del Norte (Pepe Sanchis)

Venían del Norte. Cada mes de julio, puntuales, desde hacía más de veinticinco años. Conocieron la costa mediterránea por la celebración de un Congreso de Cardiología al que acudió el doctor Hilbrecht y su mujer. Aprovecharon para buscar en el pueblo una casa con vistas al mar.

Una vez jubilados, desde la terraza admiraban, felices, las aguas tranquilas. Pero aquella mañana tuvo lugar un extraño suceso. De improviso, el azul del cielo empezó a tornarse de un gris plomizo, agobiante. En su interior creció un aciago sentimiento. Era un odio que se manifestaba hacia el otro, en el hombre contra la mujer y en ella contra él. Resultaba superior a sus propias fuerzas. Cada uno se hizo con el primer objeto a su alcance para hacer daño, un par de azadas del jardín. Se golpearon con saña. con una brutalidad antes impensable en ellos, sin detenerse, hasta la extenuación. Allí quedaron, tendidos en el suelo, heridos de muerte sin remedio.

Solo entonces, el cielo recuperó su color, desapareciendo el gris y volviendo a ser el pequeño paraíso de siempre. Nadie supo explicarse porqué aquel par de jubilados, que habían venido del Norte, fueron encontrados, inertes, en su propio jardín.

34. Magritte (Carmen Cano)

Creció convencido de la existencia de un doble que habitaría en las antípodas y se movería por el mundo de forma paralela. Antes de acostarse miraba la esfera que iluminaba su mesilla y señalaba con el dedo el recorrido que algún día emprendería para encontrarlo.
Mientras formaba una familia y asistía disciplinado a la oficina, tomó forma en su mente una nueva idea, la cuarta dimensión: en alguna zona del espacio estarían dispersas, de forma dual, sus moléculas.
Hasta que una tarde de tedio se presentó ante él una figura que no dudó en reconocer. Su otro yo se le manifestaba con sus mismos contornos, con la chaqueta y el sombrero que vestía para ir al trabajo. A su propio vacío interior le correspondía una oquedad desde la que se divisaba un cielo cobalto de nubes algodonosas. Se aproximó a él y se acopló a su silueta. En paz consigo mismo, se dejó llevar por aquella levedad que lo transportaba hacia una inmensidad azul, hacia su verdadero lugar en el Universo.
En el suelo quedó con descuido su oscura indumentaria de oficinista.

33. Light it up blue

Mi hijo me mira, pero siento que no me ve. Sonríe y tampoco su sonrisa de dientes grandes y torcidos es para mí. Yo abro fuerte mi sonrisa para que sonría conmigo. Y escondo mis lágrimas y mis angustias en el cajón azul donde fui guardando todo lo que los médicos le iban diagnosticando. Ni ellos mismos sabían por qué mi niño viviría en una especie de burbuja. Su pequeño mundo azul, de miradas oblicuas, sonrisas aleatorias y palabras de bebé. Que a mí me correspondería traducir con cariño y paciencia.

Mi corazón a veces se quiebra cuando me despiertan sus gritos nocturnos, llenos de un pánico tal que solo puedo calmarle acariciando su piel de bebé grande, tan suave y delicada, casi azul, mientras intento sacar alguna nana de voz suave del cajón, enmarañada y casi perdida entre cientos de evaluaciones confusas de tantos y tantos médicos.

Por si acaso, he dejado una luz azul encendida dentro de mi corazón para que nos guíe. Y así no nos perdamos en este extraño camino, lleno de más dudas que certezas, que juntos hemos de recorrer cada día.

32. SEDA AZUL

Doblando el lazo azul y pegándole un papelito dorado se me fue la tarde. Ya tenía una envidiable colección de veinte escarapelas en la pared de honor de mi cuarto, todo un orgullo y un filón de recuerdos con los que, aletargado, solía llegar a la noche e incluso al alba, pero no sería hoy porque escucho mucho revuelo desde la calle, el portal, las escaleras, el rellano y mi puerta.
—Estos señores quieren verte.
Desganado, me incorporo y abro. Dos trajes azul marino apenas dejan ver más allá, entran sin grandes ceremonias y cierran. Observan con estudiada indiferencia, tras lo que, de espaldas a mis escarapelas, ahora me valoran secamente.
—¿Y bien?, el poli bueno rompe el hielo mientras el malo continúa su repaso.
Sabía que este momento llegaría, pero no iba a ponérselo fácil a los sabuesos, tendrían que ganarse el sueldo y descubrir que aquellos lazos azules no eran sino cintas elásticas de bragas que arranqué con delectación del cuerpo de mis víctimas tras haberlas asfixiado y enterrado.
El poli malo, sin volverse, señaló la pared a su espalda y mi mirada confesó.
Poco después la luz azul de las sirenas alumbraba la calle.

31. Viaje al fin del planeta azul.

El viaje incluye un desplazamiento temporal simulado con todo incluido al 20 de septiembre de 2037, fecha terrícola, cuando el cielo aún permanecía estable. Fue a las 13 horas del meridiano cero cuando la radiación solar se abrió paso, y el horizonte se volvió blanco durante unos instantes, y luego de un rojo tan intenso como abrasador, que poco a poco fue calcinando la corteza del planeta azul.

Los casquetes polares tardaron pocas horas en fundirse; y el agua existente, tras inundar gran parte de los continentes, se evaporó, aumentando la temperatura del aire hasta los 65 grados durante dos días. Después, ya sin atmósfera, la temperatura aumentaría aún más, y las especies que aún no habían muerto lo harían en pocos días.

La mayor parte de los habitantes se habían escondido meses antes en improvisados refugios subterráneos, que a la postre no serían más que meras fosas comunes, y tan solo unos cuantos miles evitarían la catástrofe embarcando en naves que los llevarían a otros planetas de naturaleza y ambiente similares a los de la Tierra, y que al igual que esta, tampoco serian conscientes de lo que se les venía encima.

30. PINCELES VIVOS (Ginette Gilart)

Hacia mí se avanzan tres mujeres jóvenes y guapas. Están desnudas y les acaban de embadurnar el cuerpo con pigmento azul. Cada una de ellas se pegan a mí siguiendo las instrucciones de un tal Yves. Otros como yo reciben las huellas de esas chicas.
Luego, entre dos hombres me trasladan a otro lugar, una gran sala donde se encuentran los demás y nos colocan de manera armoniosa.
En la entrada de la exposición, un cartel anuncia: «Las Antropometrías de Yves Klein».

29. PENUMBRAS (Mødes)

Soy Modesto Bleu Domínguez, pero en clase siempre me han llamado «Azul».

Y hoy, al salir del cole, varios niños me rodearon y empezaron a cantar esta canción:

«Prusia, marino, Klein, añil,

celeste, cobalto, acero y cian.

De todos los azules,

¿Cuál prefieres tú, chaval?»

Y no lloré por sus burlas, sus collejas, o sus empujones. Ya estoy acostumbrado.

Si lo hice fue porque, además de todo eso, me robaron mi balón con cascabeles.

 

28. Still got the blues (La Marca Amarilla)

Llovía la triste noche en que se fundió el neón azul de aquel bar de extrarradio.

Dentro, el detective Zacarías bebía un whisky en la penumbra que siempre se forma al final de la barra, solía ir a ese antro porque allí escuchaba excelente blues y además permitían fumar cuando había pocos clientes, que era lo habitual.

Sonaba Gary Moore en el ambiente azul de aquel bar cuando Zacarías recordaba el día que encontraron el cadáver de la esposa de un original escritor de best-sellers; los forenses sólo pudieron marcar con tiza la silueta del cadáver, no hallaron ninguna prueba.

Intentaba el detective esclarecer el caso que le atormentaba cuando sonó su teléfono, la luz azul de la pantalla le chivó el nombre: era la persona que le había encargado la investigación, amiga íntima de la mujer asesinada.

Al otro lado de la línea, la clienta le comunicó el dato que certificaba que se encontraban ante el crimen perfecto que sólo un escritor podría resolver.

Zacarías colgó sin despedirse. Atónito no podía creerlo, pero ahora todo encajaba.

-¡Qué cabrón! -pensó el audaz detective. -El marido es el asesino y yo tan sólo soy uno de sus personajes.

27. AMOR AZUL

AMOR AZUL

Ella, aunque era de una familia humilde, gozaba de todos los privilegios que necesitaba, no era demasiado ambiciosa, en ningún caso sintió ningún tipo de carencias y afectivas menos aún, tenía una familia maravillosa; sin embargo, cuando conoció a aquel chico que se bajaba del taxi para quedar con ella, aquel chico que hablaba de sus vacaciones en la playa, que manejaba dinero para comprarse ropa…pensó que tal vez no estaba al mismo nivel.

El amor que creció entre ellos fue igualando un desnivel que sólo estuvo en su mente, nunca en la de él.

Lo del taxi fue puntual,  disfrutaba de la playa solo unos pocos días gracias a una tía suya y había empezado a trabajar poco antes, y eso sí, en cuanto pudo la hizo sentir la princesa de su vida y no sólo porque la llevó a una exclusiva boutique y le regaló un precioso vestido azul, sino por todo lo DEMÁS.

Aunque ha engordado unos cuantos kilos y el vestido ya no le entra, sigue colgado en su armario…el azul le sigue sentando muy bien y él se lo dice continuamente.

26. Algo haría

 

–Desde ese día nadie vende barquillos en el parque –comenta distraídamente mi hermano mayor, al tiempo que distribuye sus indios tras la colina de piñas y troncos secos.

– ¿Pero por qué se lo llevaron? –pregunto, mientras escondo mis soldaditos entre los tiestos de hortensias.

–Yo que sé. Algo haría –responde.

– ¿Y al maestro?

Mi hermano encoje los hombros.

–Algo haría también.

Sin previo aviso, lanza un ataque. El jardín se llena de flechas como las que mamá ha bordado a papá en su camisa azul. Mis soldados abren fuego en respuesta.

– ¡Algo haría! ¡Algo haría! ¡Algo haría! –exclamo atrincherado tras las macetas, cada vez que disparo con el dedo y veo caer a lo lejos un indio herido.

La criada, nos avisa de que la comida está lista. El estruendo de la batalla resuena aún en mi cabeza mientras me lavo las manos en la palangana. “Algo haría”, repito maquinalmente, y sonrío pensando en el fabuloso grito de guerra que acabo de inventar. Ya solo falta que el barquillero vuelva pronto del paseíllo del que papá habla con sus compañeros, golpeándose el pecho con el puño. Echo mucho de menos la música de la vieja ruleta de latón.

 

 

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