Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

14. Dentro del abismo

La sutil transparencia azulada del río comenzó a presentar algunas motas grisáceas, a medida que nosotros flotando entre oleadas de sal y cólera, descendíamos irremediablemente empujados por la gélida angustia hasta la cueva insondable de la fatalidad. Siendo incapaces de sobreponernos a la quiebra absoluta del sueño que forjamos juntos, tras la apertura del flamante negocio inmobiliario heredado de tus padres.

¿Quién iba a pensar, que nuestras vidas ahítas de felicidad, se truncarían definitivamente, ensombreciendo el cristalino azul que reverberaba en tu pupila?

Incapaces de sobreponernos a la quiebra absoluta del sueño forjado tras poner en marcha la empresa familiar, se nos desdibujó la sonrisa al contemplar en cámara fija la película de nuestra vida juntos, de la mansión donde habitábamos, rodeados de lujos y caprichos, de yate y avión privado para escapadas a paraísos fiscales de playas con aguas cristalinas… Pero que fatalmente desaparecieron o acabaron siendo expropiados por el gobierno.
Se nos quedó vacío el baúl de la esperanza y las ilusiones, como los hijos, poco a poco se fueron de casa. Tampoco nos sostiene ninguna creencia ni sentimiento de supervivencia. Lo hemos decidido. Seremos esponjas en este mar de turbulencias. Diminutos cristalitos derritiéndose en la hondonada submarina.

13.- Veinte por dos mil quinientos

Me impuse varias rutinas: dormir al menos siete horas, ejercicio moderado cada mañana y relax meditativo durante quince minutos en el parque. Desayunos sanos y duchas de agua casi fría. Nada de televisión, como mucho algo de radio. Y una vez en harina, crear fichas de los personajes, redactar guiones, anotar en borradores…

Pero ni leches. El jodido síndrome del maldito folio en blanco regresaba antes que yo al escritorio y lo ocupaba durante días, a veces semanas. ¡Horror!

Hasta que ideé una solución. Creativo que es uno… Telefonazo a la papelería, y en dos de días ya tenían preparado mi pedido. Coche, y a por ello. El maletero, lleno. Las demás, en el asiento trasero. Encargué veinte, para empezar. De vuelta, aparco en doble fila. Subirlas con prisas al tercero, una odisea. Pesan horriblemente. El ascensor tuvo mejores tiempos, como la cuenta corriente de la comunidad. Y como yo.

Una vez recuperado, desperdigo las cajas por el estudio y abro la primera. Coloco varios paquetes cerca de la mesa. Encuentro un bolígrafo nuevo. Pongo algo de música suave. Me siento optimista, esperanzado.

Han pasado semanas, y continúo aquí sentado. Sigo en blanco, rodeado de cincuenta mil folios azul ártico…

12. Papiroflexia (Javier Igarreta)

 

“Aún recuerdo aquel beso que nos dimos en la boca del metro. Lástima que fuera el final de lo que pudo ser un buen principio. No hace mucho te encontré en un suplemento cultural, como figura emergente del arte efímero. Siempre fuiste aficionada a construir castillos en el aire. Mi vida sigue anclada en la rutina y en mis exiguas rentas. A veces me gano un extra paseando perros por Chamberí. Por supuesto con pedigrí. Por lo demás, sigo fiel a la música barroca y siempre que escucho a Bach, me acuerdo de ti.”

Como manera de exorcizar el aburrimiento, vertía de esta guisa recuerdos y vivencias que, aunque con vocación de carta encontraban su destino en la papelera. Pero aquel día, por arte de papiroflexia, las palabras se le fueron de las manos y surcaron el cielo azul, pasajeras de un avión de papel. Sin duda la nostalgia llegó a un acuerdo secreto con la distancia y el tiempo para que aquel ultraligero llegara raudo a Lisboa, para posarse en el suelo de la estación de Alfornelos, cuando aquella joven artista terminaba su perfomance al son de “Badinerie”.

11. VIAJE A MARTE (Paloma Casado)

 

La esfera azul que ha dejado atrás se ha hecho más y más pequeña hasta desaparecer de su vista. Es el momento del vértigo y la nostalgia.  El viaje espacial durará todavía muchos meses que soportará gracias a sus rutinas programadas y al tiempo que pasará dormido en la cápsula de descanso.

Está soñando con su vuelta a casa cuando el robot de asistencia le avisa que su destino está próximo y debe iniciar las maniobras de aterrizaje. Intenta entonces comunicarse con el centro de control, pero nadie contesta del otro lado. Ignora que, durante ese tiempo, una nueva guerra ha sumido la tierra en un caos.

A pesar de todo cumple con su misión y pone pie en la superficie polvorienta de Marte. Mientras sus oídos se acostumbran al silencio absoluto contempla la inmensidad del universo que le rodea. Está solo y ya nada tiene sentido, sin conexión nunca podrá regresar. Antes de desconectarse de la nave, se despide mentalmente de su esposa. Su cuerpo queda flotando en un azul que no es más que una condensación de capas de vacío, un cúmulo de nada. Como la muerte.

 

 

10. El espejo azul

«¡Te voy a rajar!», le dijo al espejo barroco que tenía frente a sí con cara de ira y sudando por momentos. El espejo mostraba una imagen que no deseaba ver, aquel reflejo del paso de los años había calcado a la perfección y que ella detestaba tanto porque vivía por y para la imagen. Su sangre azul ya no le servía de nada porque lo había perdido todo en la crisis y sin dinero, ni amigos ni amor…ni liftings.

Clavó la punza en el cristal. «¡Muerte!», gritó acto seguido y a continuación, apretando la mandíbula con rabiosa impotencia, se lo hundió en el pecho de oro.

 

09. NIDO DE AMOR (Mariángeles Abelli Bonardi)

Algo viejo: un billete roto. Algo nuevo: un caramelo sin desenvolver. Algo “prestado”: una ramita ajena. Algo usado: una muda de piel. Algo azul: un lirio silvestre… Procura que todo esté en orden, que no se estropee el cuidado diseño. Sabe que ella lo observa, y sólo si la deslumbra aceptará el convite. Arquitecto de su propia felicidad, piensa el tilonorrinco: “El que quiere celeste, que le cueste”.

 

08. Alto en el CaMino

La única revelación que me despertó la tercera etapa del Camino, fue que no quería ser mártir al llegar a Santiago. Así que medio vendí mi alma al diablo y me dirigí en taxi hacia el hotel que reservé en Arzúa.

El pequeño complejo tenía alma de pazo, aunque no lo era. Estaba dirigido por una lechuza que tenía forma de mujer, llamada Mary, con mirada profunda que revelaba ser la guardiana de ese pequeño territorio en tierras de meigas y conjuros.

La lechuza hotelera sobrevolaba mis horas que se mecían en el arte del “dolce fa niente”, escondida en la oscuridad del día, sacudiendo de vez en cuando sus alas, como para recordar que estaba ahí, por si la necesitaba.

Cocinó pequeñas presas que cazaba en los comercios de su confianza. Cantó en la noche y se despidió con un desayuno de ritual.

Antes de reemprender el Camino, me recomendó hacer una ofrenda al pequeño árbol celta que coronaba su jardín, atándole un lazo de color azul.

Al alejarme, un leve ulular sembró el viento de despedida que me empujó a proseguir mi marcha.

07. Lluvia

Ese día se levantó rara, pero pronto se dio cuenta de que estaba lloviéndole por dentro. El granizo le estaba destrozando el intestino y los rayos le partían el corazón. Rauda, revolvió el armario. Se puso el anorak de montaña (el de senderismo), el poncho y el cortavientos. Se subió el pantalón impermeable (el de la nieve) y se encasquetó el casco visera de esquí. El aguacero no tenía pinta de escampar.

Enojada, y con el paraguas en una mano, fue hasta el baño. Se embutió el albornoz como pudo y se sentó en el váter a la espera de que amainara. Sintió cómo el agua calaba sus huesos, anegaba sus órganos y se diluía en su sangre.

La lluvia brotó de sus ojos. Lentamente, comenzó a desvestirse. Primero el albornoz. Después se despojó del cortavientos, el poncho y el anorak de montaña (el de senderismo). Luego, el pantalón impermeable (el de la nieve) y, por último, se desprendió del casco visera de esquí.

Cuando estuvo completamente desnuda, dejó que la lluvia empapara todos y cada uno de los poros de su piel hasta convertirse en una gota más, tan intensa y azul como el color de sus ojos.

06. Extravío

Zarco es una villa rodeada por una alta muralla azul con una única puerta. Antes entrar, Luerio, nuestro guía, nos subió a una torre desde la que vimos la ciudad. Todo era celeste, del mismo color que el cercado que, tan alto como era, impedía que los rayos de sol y sus sombras perfilaran las siluetas de edificios y personas. Nos llevó por el adarve a una sala donde nos facilitó ropa azul y nos dio unos aerosoles del mismo tono, para cubrir nuestra ropa, pelo y piel, condición indispensable para acceder al interior. Ya dentro, nos movimos a tientas.

Me era imposible distinguir paredes, escalones, personas y a mis amigos, aunque sus voces me orientaban. Luerio, con la habilidad propia del que conoce el terreno, me asistía y enseñaba orgulloso lo que ninguno podíamos ver. No era capaz de ver mis manos, que se movían ansiosas palpándome la cara, el tronco o los pies, buscando muros y puertas.

En un momento de silencio, sentí una tremenda soledad, como si fuera parte de la nada. La angustia y el vacío que me invadieron entonces no se vieron reflejados en mi mirada garza hasta que, exhausto, me sacaron al exterior.

05 – LA ESCUELA – EPI

Deslicé la tapa del plumier, en el fondo, unos palilleros desconchados, una cajita de cerillas con plumillas, un trozo de papel secante con manchas en un lado y en el otro, la cabeza de un enanito en un bosque a colores y un frasco de tinta azul pelikan.
Estaba en la troje, detrás de un baúl. Abrí el frasco, el olor me introdujo en un túnel del tiempo que me llevó a la escuela. Me vi agachado sobre la hoja, aplicado, casi tocando la escritura con la frente. Entre las piernas la cartera de cuero.
Mi mamá me ama, ris ras, fino hacia arriba y grueso al bajar, apretando la plumilla sobre el cuadernillo. Terminando la plana, un golpe en mi mano del compañero de pupitre hizo saltar un borrón azul enorme que no pudo chupar el papel secante.
Casi de inmediato, un capón del maestro, llevó mi cabeza hacia delante. Me castigó sin recreo, durante el cual me dediqué a despuntar todas las plumillas de mi amigo.
Parpadeé y mi mano huesuda, llena de serpientes azules, depositó el plumier en la bolsa de basura.
Antes de bajar, volví sobre mis pasos, lo recogí y me lo llevé al corazón.

04. OBSERVADORES (Ángel Saiz Mora) -Fuera de concurso-

Las criaturas, ya de por sí bastante inquietas, vivían presas de un desasosiego añadido desde varias semanas atrás. Las consultas psiquiátricas estaban llenas de pacientes con manía persecutoria. A lo largo del mundo proliferaban casos de individuos que creían estar vigilados, una sensación que no dejó de extenderse, mientras sus especialistas intentaban ofrecer todo tipo de hipótesis. Estas reacciones colectivas confirmaban la gran inteligencia de los organismos bajo examen, que de alguna manera intuían que eran investigados.
Quienes los estudiaban en secreto, a gran distancia, habían sobrevivido gracias a su capacidad para aprender de otros seres, como también por ser capaces de solucionar cualquier problema, incluso antes de que se produjese. Habían deducido que los objetos de su análisis eran capaces de evolucionar y de grandes avances, pero también constituían una enorme amenaza en potencia. Concluyeron que no merecía la pena utilizar tiempo y energía para eliminarlos de forma preventiva. La posibilidad de que esos especímenes tan belicosos se destruyesen a sí mismos era muy elevada.
Se comprometieron a regresar, pasado el tiempo, al hermoso planeta azul, que repetiría el milagro de la vida. Tal vez, tras un nuevo comienzo, todo fuese distinto.

03. EL ÚLTIMO AZUL

Una vez lo había conseguido, pero entonces era mucho más joven. Ahora le iba a resultar algo más difícil, porque los años se le habían echado encima como una pesada losa que ya le costaba mucho soportar.

Mientras se deslizaba por el cable, iba calculando los metros y el tiempo, como siempre, pero de pronto, algo se cruzó en su camino rozándole las piernas y desapareciendo tan rápido, que sólo acertó a ver una sombra alejándose a toda velocidad.

Y esa sombra fue su final, aunque él nunca lo supo.

Siguió bajando confiado, pero con los cálculos ya tan equivocados que, cuando quiso ascender de nuevo a la superficie, sus agotados pulmones no le respondieron.
Se soltó del cable y se perdió en las profundidades mientras contemplaba, extrañamente tranquilo, el azul más deslumbrante que sus ojos habían visto jamás.

Esa última apnea había sido su más duro fracaso, pero su muerte le estaba pareciendo de lo más sublime.

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