Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

112. Belleza fría (Ernesto Ortega)

Creo que ya te lo había contado. De niño me encantaban las películas de Hitchcock. Siempre acababa enamorándome de la protagonista: Grace Kelly, Tippi Hedren, Kim Novak, Janet Leigh. Rubias de elegancia inquietante, belleza fría y mirada azul, aparentemente frágiles, pero capaces de conseguir lo que quisiesen de cualquier hombre. No he tenido suerte con las mujeres, todas me han tratado con indiferencia y frialdad. Tú, en cambio, parecías distinta. Ardiente. Cariñosa. Pura pose. Eres como todas. No has dicho una palabra en toda la noche. Quizás debería ofrecerte una copa, porque ya no sé qué más puedo hacer para romper el hielo. Te he susurrado palabras bonitas al oído. He acariciado tu pelo y he besado tu cuello al calor de la chimenea. Y, como no me lo has impedido, hasta me he atrevido a deslizar mi mano por debajo de tu jersey. Te aseguro que he sentido la dureza de tus pechos y tus pezones completamente erguidos bajo mis dedos. Pero sigues estando fría. Muy fría. Todavía tienes escarcha en el pelo. La próxima vez quizás debería subir un poco la temperatura del congelador.

111. La joven de la perla

Su mirada quería decirme algo. Durante meses no falté a nuestra cita. El vigilante del museo ya me conocía y ni tan siquiera me pedía la entrada. Únicamente que dejara que el resto de visitantes se pudieran acercar a ella, que no los ahuyentara. Me quedaba embelesado observándola. Al principio analicé su rostro en cientos de bocetos, como buen estudiante de arte, hasta memorizarlo milímetro a milímetro. Su belleza, suprema y serena, me hacía sentir el hombre más afortunado. Un día su perla proyectó un brillo especial, parecía llamarme. Sucumbí a su resplandor como a un canto de sirenas. Me acerqué tanto que pude notar su respiración.

Convertido en un joven dios Bacco observo cómo una chica acude al museo. La recuerdo de las clases de historia del arte. Se sentaba con dos amigas detrás de mí, pero ninguna de su belleza. Me contempla y dibuja en su cuaderno durante horas. En ocasiones creo que me reconoce. Cada vez que parece acercarse a mí lo suficiente, y beber de mi cáliz, aparece ella. El resplandor de su perla vuelve a deslumbrarme, alargando así mi condena.

110. Trece (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

La chica del espejo le sonríe con pose sugerente. Ella dispara. No le gusta como ha quedado. Se ve gorda y desgarbada.
Se coloca de nuevo el cabello, encoge la barriga, saca un poco el culo e imita el gesto de la Gioconda, procurando que no se le vean los hierros de los dientes. Dispara de nuevo. La envía y espera.

No entiende porque él se pone tan contento cuando le manda esas fotos. A ella no le gustan. Tampoco sabe porque sigue haciéndolas. Tal vez sea porque sus comentarios procaces la hacen sentir mayor o por las palabras cariñosas que emplea cuando le pide que se quite algo más de ropa.

Él es muy guapo.
Y a ella nunca, nadie, le había dicho que era bella.

109. Vivir es bailar descalzo (Mel)

Será mi carácter de melón, duro por fuera y blando por dentro, que me hace llorar con música alegre. O será la nostalgia de otros tiempos cuando girábamos las dos al ritmo del vals de los patinadores al llegar a casa, justo antes de la nocilla y los deberes. Quizás sea que la música tiene allegros, andantes y silencios. El que los años pasen y los estribillos se repitan no ayuda. Mirarse y mirarse en el espejo, tampoco.  La imagen es solo la partitura y la realidad no cabe en la inmensidad de una sinfonía. Sigue bailando, no importa si duelen los pies ni lo que silben los demás, porque el cisne que veo nunca ha sido ni será un patito feo.

108. Vivir entre fariseos (Yashira)

Necesitamos compañía física, y atraemos a seres que, si los viésemos con los ojos de la verdad, no los querríamos a nuestro lado. Pero en esa carrera loca contra la soledad, a la que nos lleva el miedo, les permitimos entrar y quedarse. Así llegaste a mi vida.

Te abrí las puertas de mi alma, mi corazón puse en tus manos, fingí no ver tus rechazos, día tras día, la venda que coloqué en mis ojos, la apretaba más fuerte, para que ningún resquicio de realidad empañara nuestra vida.

Pero de tanto apretar se rasgó. Un día, de tan rota que estaba la armonía, estalló en mil pedazos. Aquella belleza perfecta, fingida, no soportó tus gritos ni mis sollozos.

Podemos tratar de no ver, callar, no escuchar, pero ¿Durante cuánto tiempo? La venda cae, la mordaza ahoga y los tapones estorban. Y mientras tanto, nos piden que nos mantengamos fuertes, que seamos coherentes y caminemos como si nada estuviera pasando. No salgas a la calle a mostrar tus miserias, la ropa sucia se lava en casa, es normal que un día algo falle, pero aguanta, sufre, calla, no enturbies la paz general, mantengamos limpia la ciudad.

107- Lágrimas ácidas (Manuel Menéndez)

Contemplo el odiado reflejo en el espejo. Esta vez no apartaré la vista. Aguantaré la vergüenza que me producen mis ojos de batracio, mis orejas de soplillo, mis dientes torcidos. No derramaré lágrimas que resbalen por entre los cráteres de mi acné, solo estoy lleno de furia. La rabia desfigura aún más, si cabe, mis facciones cuando pienso en mi madre. 16 años repitiéndome que la belleza está en el interior, que cultive mi espíritu, que el físico se marchita con el tiempo. ¿Y para qué? ¿De qué me ha servido esta tarde toda mi sensibilidad cuando le he declarado mis sentimientos a Laura? ¿Cómo olvidar su expresión horrorizada, los cuchicheos de sus amigas o las risitas disimuladas, cuando no carcajadas declaradas, que van surgiendo a mi paso por el patio? ¿Hago poesía con las pintadas de “EL GNOMO ESTÁ ENAMORADO”, que siembran desde ayer el camino del colegio a mi casa?

Mi cabeza golpea el espejo que devuelve mi grotesca imagen centuplicada. No importa, necesito este odio para llevármelo a clase junto con las dos botellas de ácido de batería para el experimento. Voy a comprobar si a mis compañeros les queda el llanto que a mí me falta.

106. El trayecto

Fue una casualidad de esas que a veces vienen a importar más de lo normal. Él estaba en una de sus mesas habituales con esas copas vespertinas que acababan llevándole a casa con el sabor de importar todo menos.

Todavía tenía el sentido del oído fino como para escrutar la conversación de unos tertulianos cercanos. Hablaban de las cosas estéticas que más les habían impresionado.

Alguno nombró “Los templos de Khayuraho”, que no le sonaban de nada. Otros dos nombraron a ”Las meninas” y al “Taj Mahal” y le hicieron aplaudirse un tanto por dentro.

El cuarto se fue por otros derroteros, no había visto nada que le sedujera más que un árbol concreto. Los demás quedaron tan perplejos como él. Tal así que le pidieron todos los detalles para poder encontrarlo.

Lo apuntó todo en su cabeza y no bebió más para no olvidar.

Al día siguiente, salió hacia allí de bien madrugada con un ansia incontrolable.

Cuando llegó a él, pensó que poco era lo escuchado, jamás sus ojos se habían posado en algo tan maravilloso.

Le dio rabia no haberlo visto antes, pero le alegró que fuera lo último de su camino.

105. Goliat.

A Miguel Ángel, ya anciano, le viene a visitar su David en sueños. La imponente estatua le pregunta:
—Padre, ¿por qué me hiciste horrible y desfigurado?
Miguel Ángel, sorprendido, replica:
—¿Por qué dices eso tú, que eres modelo universal de belleza? No pude haberte esculpido más bello.
—Mira mis manos— responde el David, alargándolas hacia el maestro—. Son enormes, desproporcionadas, espantosas. ¿Cómo pudiste hacerme así? Soy un monstruo.
Miguel Ángel niega con la cabeza.
—No tengo por qué darte explicaciones. Eres un ignorante y un desagradecido. Si hubieras estudiado a Platón y a San Agustín no hablarías de esa forma. Tú no sabes lo que es la belleza. Vete.
El David desaparece entre la bruma. Entonces Miguel Ángel cierra los ojos (¿es posible cerrar los ojos en un sueño?) y evoca una tarde de verano en la cantera, hace muchos años, cuando él apenas era un adolescente. Enfrente, un joven aprendiz barrena el mármol blanquísimo. El sol es fuerte, y el joven se ha quitado la camisa. Miguel Ángel observa los rizos empapados de sudor cayendo sobre los hombros, los músculos de los brazos que se tensan, las manos que sujetan la barrena con fuerza. Las manos, enormes, desproporcionadas, perfectas.

104. Con la marea

La trajo el mar.

Salió desnuda cual sirena, vestida de espuma y algas. Los cabellos brillantes con conchas y caracolas como horquillas. Su cuerpo cálido emana olor a sal y brisa marina. Los ojos de colores irisados brillan cual peces del abismo y medusas.El corazón latiendo al ritmo de batir de las olas sobre las rocas.

Paseó su belleza, en una sensual danza de ir y venir salpicando perlas, hasta que llegó el anochecer en tonos rosas y naranjas.Sus huellas apenas un roce en la arena y con la bajamar, en una limpia zambullida desapareció y con ella el retumbar de las ondas, dejándome una sensación de vacío, que hizo que me despertarse angustiado por su marcha y asombrado al ver un montoncito de nácar a mis pies…a tantos kilómetros del océano.

 

103. Del uno al otro confín

Del peine de la joven Merceditas, la criada, se desprende un pelo rubio que viaja prendido en el pliegue de su falda, durante el trayecto del tranvía con parada en la residencia del matrimonio Mendoza Cisneros de Rocaflor. En el despacho de don Olegario, el cabello sufre los forcejeos de la lujuria: se adhiere a la camisa de popelín y permanece en un punto de su pechera, presidiendo visitas de negocios. Por fin, resbala en el baldosado del “hall”. Merceditas pasa la mopa. Mofletes, el digno pequinés de la casa, se restriega en ella y en su lomo ondea una mecha. Durante la siesta, don Olegario acaricia y manosea al perrito y a Merceditas. La conduce a trompicones a la cama de matrimonio. Tras la efervescencia, ella lava las sábanas y las tiende en el jardín, donde Pedrín grita por toda la casa, viento en popa a toda vela, que hay un pelo rubio en la sábana. La señora de Mendoza Cisneros de Rocaflor, recién llegada del Casino, le dice que no se grita, que él es un pirata bueno, que debe aprender a estar calladito, y, solo por si acaso, se revisa y atusa su bello vestido de franela.

102. DEL OTRO LADO (Toribios)

Casi todas las noches se le aparecía cuando lo tangible hace equilibrios en la cuerda floja del sueño. Iba muy elegante, con un traje de chaqueta claro. Azul algunas veces, de ese transparente de las mañanas de primavera; otras blanco, con la textura algodonosa de las nubes. Su rostro era el más dulce que nadie pueda imaginar, y de sus ojos grandes emanaba el cariño más puro. En el hospicio, Juan no estaba sobrado, y la presencia de la “señora”, como la llamaba en su interior, llenaba en parte el hueco de una madre. Nunca confió a nadie su secreto, como temiendo que ella no volviera.

Cumplió la edad y salió Juan al siglo, y en medio del tráfago siguió teniendo el oasis de esa presencia. Tras mucha soledad, encontró el muchacho una mujer a la que quiso, se abrió camino y tuvo hijos. Pero siguió guardando para sí el secreto de su gozo más íntimo.

Llegó Juan a esa edad en que todo se atenúa, y la dueña secreta de su alma dejó de visitarle por un tiempo. Llegó justo para cerrar sus ojos, que miraban sin ver.

101. La revelación de Gioconda

Hay siempre una sensación de urgencia en todas las pinturas que han conseguido burlar el tiempo, las guerras, robos y desastres varios, tan solo para enriquecer la existencia de quienes se acercan al museo.
Da igual que los visitantes sean de una u otra condición, las obras estarán ahí para ellos, dispuestas a atraparlos, aguardando por el instante de seducirlos, de dejarlos absortos, sumidos en el gozo y el placer estético que produce siempre la contemplación de la belleza.
El problema surge cuando, superado el trance del deslumbramiento, algún visitante no satisfecho con lo que ha dado de sí una pintura, se transforma en su crítico. En un santiamén la desmonta, la disecciona y la destripa para sentirse erudito, explicando las motivaciones que tuvo el pintor, asegurando que la modelo era la mujer de, o la amante de, que estaba embarazada, enferma, o incluso afirmando que era un hombre, no una mujer.
En esos casos, escucho sus comentarios y ante la imposibilidad de decirles “¡no tenéis ni idea!”, los persigo con la mirada mientras esbozo mi misteriosa sonrisa.

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