Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

68. Impotencia (Marta Navarro)

Día tras día contemplo a lo lejos con nostalgia esas nubes tan suaves, tan blanditas, casi de algodón de azúcar que el sol acaricia con dulzura al amanecer, mientras en el cielo remolonea todavía alguna estrella despistada. Y me siento de pronto tan lejos de casa… Intento no llorar, aunque a veces… Siempre fui algo melodramático, la verdad y una decepción inexplicable asalta algunas veces mis ojos celestes. El caso es que debo cumplir mi misión y por raro que os parezca yo mismo sugerí este destino pero si supierais cuánta maldad e indiferencia surca este ingrato mundo vuestro… ¡Jamás imaginé que tan difícil sería ganar mis alas!

67. De Profundis (Miguel Ibáñez)

Cuando el autobús no se detiene en tu parada tienes que gritar desde el fondo para que te abran. Mientras todos te miran.
La puerta del tanatorio siempre está llena. Un barullo de personas que fuman después de haber colocado a los niños. Ajustar rápidamente los horarios y salir del compromiso. Como cuando te toca una pipa agría.
Tía María hace unas lentejas buenísimas, pero no supo hacer amigas. Se quedó viuda y está sola. Lleva gafas y dice que no se tiñe más el pelo. También que desde que murió el tío ha salido un agujero en el salón, que desayuna en la cocina para no verlo, pero que oye como piedrecitas que se desprenden en su interior, y le da miedo. Es baja, tiene los ojos saltones y ningún sitio donde ir. Le gusta la línea azul porque recorre toda la ciudad. Se monta solo por hacer algo.
Una vecina del bloque se murió. No tuvo que mirar la agenda. Se vistió y se fue. Ni se saludaban en la escalera. Estuvo toda la tarde en el velatorio. Sin escuchar las rocas. Y no salió fuera ni una sola vez, porque ella no fuma.

66. El viejo y el mar (Mar González)

Sentado en la azotea del que fue uno de los edificios más altos de la ciudad, mira al horizonte y recuerda cuando, de niño, paseaba con su abuelo por el malecón. Juntos esperaban a su padre que conducía una de esas lanchas para turistas.

Él le contaba, una y otra vez, la historia de su propio abuelo que cruzó el mar en una aventura, peligrosa pero inevitable, dejando atrás otra costa y otra vida.

Al otro lado del charco vivían de lo que pescaban con artes tradicionales, heredadas de generación en generación, hasta que llegó la contaminación y el hambre. Era el principio del fin, pero a nadie parecía importarle.

La herencia familiar siempre navegó en aguas saladas y, ahora, su nieto, lo hace en algún lugar del horizonte a bordo de una embarcación ecologista.

Sentado en la azotea del que fue uno de los edificios más altos de la ciudad, no puede evitar las gotas saladas que ruedan por sus curtidas mejillas mientras las olas más fuertes salpican ya sus pies.

65. Habitación 313

Diez años puede ser un tiempo infinito, sin origen ni término, o tal vez, fugaz y ligero como un parpadeo. En su rostro, sin embargo, se han trazado con precisión nuevas líneas y ángulos hasta casi desdibujar su fiereza.

En cada uno de estos últimos quince días, tras subir las escaleras y mirar por la ventana, la niebla, que aún empapa mis zapatos, se disipa, desaparece, y la dura superficie del terreno reverdece por la humedad.

Ya ha superado la operación y cuando coma bien le darán el alta y volverá a la residencia. Dice la doctora que muestra inicios de demencia pero yo no noto ningún cambio; su dura mirada azul, su puño derecho cerrado y mi adicción a los somníferos.

64. PRIORIDADES (María Jesús Briones Arreba)

Después de tres rosas el deseo azul. En la cuna lo abrigaron con lana color cielo tricotada por la matriarca, hembra de hembras de hijas y hermanas.
Se uniformó en el colegio con babi de cuadritos azulinos. Conoció en la bola del mundo, los mares y océanos. Fue marinero ante el altar de olor a cera quemada y sabor a pan ácimo, alcanzando el grado de almirante en La Armada.

A sus hermanas, Rosa, Rosaura y Rosalía, legaron la legitima en el testamento.

Azul y Marino, al fin, celebraron su boda en el yate heredado. Pétalos de rosas cayeron sobre sus cabezas deslizándose en el añil de las aguas.

(NO PARTICIPA EN CONCURSO)

63. Madrid 1940

Mi hermano Nando dice que tiene un trozo de mar escondido en un libro y no lo puede abrir porque se derramaría toda el agua. Es un mentiroso. Todo lo hace por darle en las narices a Luisito que desde que su padre se dedica al estraperlo nos mira por encima del hombro. Antes compartíamos en el descansillo de la escalera la fruta pasada que nos regalaba el frutero de abajo, pero ahora él merienda pan con aceite y nosotros seguimos con las peras podridas. Ayer nos dijo que se van a un piso exterior y con puerta de servicio y que si accedo a ser su novia tal vez su padre pueda conseguir un trabajo al mío, dice que lo piense bien, que no va a tener más oportunidades porque nadie le va a perdonar que haya luchado en el bando equivocado. Hoy han empezado la mudanza y Nando ha sacado al descansillo una caja llena de cielos despejados y dice que cuando la abre, todo se llena de luz, pero a Luisito solo le interesa convertirse en mi príncipe azul y yo odio las coronas. Anoche madre lloraba porque no podemos pagar el alquiler este mes.

62. Últimas voluntades (fuera de concurso)

No, no lances mis cenizas al mar, déjalas mejor en cualquier cuneta de cualquier camino. Luego entierra el impermeable azul, el lazo y el collar de luces —a juego todo— que tanto te gustaba ponerme, para que en la muerte por lo menos pueda vivir como un perro.

61. Lapislázuli

Ahí se hallaba ella que, por aplazar lo inevitable, mecía los pendientes en sus dedos ante la extrañada mirada de él. ¿Sabes que una joya de esta misma piedra, labrada por el orfebre egipcio a quien un faraón se la encargó, viajó por un sinfín de lugares cautivando a todos sus portadores? Lo leí en una novela –remachó complacida.

Ahora regresaban a él aquella imagen y también las palabras, aunque desnudas de ficción. El fulgor azul de esos colgantes había aparecido en la habitación con el sigilo de un tigre al acecho cuyo zarpazo es inminente. Como un autómata recorrió la ciudad portuaria, paseó por los bares de moda, captó a su presa. Esta vez no habría literatura de por medio. Solo anhelaba que, al emerger del revuelto océano, una calma plateada lo devolviera a la orilla exhausto pero sin memoria.

60. Inmersión (Aurora Rapún Mombiela)

Los azulejos de las paredes de la piscina se están despegando otra vez. Desde debajo del agua, se hacen más patentes esos detalles. El nivel de cloro, sin embargo, está perfectamente equilibrado. Ni huele, ni molesta al abrir los ojos. Qué tranquiliad se siente cuando el cuerpo se relaja y comienza a flotar y los oídos sumergidos solo transmiten el sonido de la propia respiración.

Casi se arrepiente de haberse lanzado con ese peso atado al tobillo. Casi siente la tentación de soltarlo y emerger a la realidad de nuevo. Casi.

59. Sin título

De la tinta de mi bolígrafo se han escapado doscientas palabras que veo palpitar con sus letras azules sobre el folio en blanco. Quieren agruparse en frases que les resulten cómodas y me miran tratando de proponerme a mí el reto, así que ahora estoy concentrado en ordenarlas de una manera creativa.

Utilizo las agudas aquí, con rigor además de sensatez, para tratar de resaltar el final de cualquier oración. Las palabras llanas son menos complicadas: muchas caben en un pequeño hueco abierto por los dos puntos que he colocado, casi en el centro del relato, antes de que empezase a escribirlas. Y, por último, la esdrújulas me parecen tan simpáticas que las manejo sin escrúpulos, utilizándolas para introducir palíndromos sosos y fáciles de reconocer, sinónimos académicos (véase «proparoxítonas») o la típica metáfora que describe el acento en sus sílabas como un disparo lanzado por la voz de los lectores.

Al llegar al último párrafo releo lo escrito y pienso que me ha quedado un relato juguetón, sencillo y algo irónico, pero como tenía que usar aún este adverbio y también este otro, al final me van a faltar palabras y tendrá que publicarse así, tal cual está, sin título.

58. HISTORIA DE UN AGUAMARINA

Arturo apenas hablaba, quizá un quejido al día, quizá un breve parpadeo cada tres horas.

El cuco de su reloj marcaba los tiempos en los que debía estar despierto y en los que tenía que abrir la boca para ingerir la papilla, cucharada a cucharada, o para absorber la medicina por esa pajita que le decían que era fuerza de Hércules, ambrosia de dioses.

Con sus gafas, de tono marino, miraba tras la ventana la lluvia azul, esas gotas de intensa vida, esa de la que él carecía entre las sábanas. Su imaginación era puro movimiento, un no parar entre la tela de su pijama y las cortinas descorridas, cada día, por su madre.

El lunes le compraron una pecera, deseando que la ingravidez de su interior le ayudara a superar su inmovilidad. El martes alimentaron a los peces y a Arturo. El miércoles limpiaron los posos de desecho a ambos. El jueves adquirieron unas plantas para alegrar el ambiente de uno y otro. El viernes comprobaron que el agua del acuario no era ni dulce ni salobre, igual que el vaso de la mesilla de Arturo.

El domingo ya no hubo más ecosistema que el de la subsistencia perdida

57. DERROTEROS

Arrastrando el corazón por la pasarela, subí al barco con destino diferente al de todos los otros pasajeros, o eso creía yo. Me equivocaba. Lo supe más tarde, cuando vi a la chica treparse a la borda. Sin pensarlo, corrí hacia ella, la atrapé y la sostuve  entre mis brazos. Era joven, quizás bella, y sentí la necesidad de saber qué la había llevado a esa decisión. Se lo pregunté.

Un estremecimiento de hombros y un llanto silencioso abrieron el camino a su historia, que tanto se parecía  a la mía. Ambos habíamos llegado allí tras la traición de un par de ojos azules y aunque los traidores fueran distintos, la pregunta que nos planteábamos era la misma: ¿tenía sentido  la vida después del azul?

Nos sentamos a discutirlo de forma extensa y descarnada, mientras nos mirábamos a los ojos rebuscando entre ruinas algún  improbable retazo de ilusión.

Un atardecer rojizo introdujo en nosotros la duda. La noche, mezquina, nos negó luna y estrellas y solo nos echó su viejo manto encubridor. Huérfanos de magia, nos levantamos y caminamos sin prisa guiados por la llovizna salada que golpeaba nuestros rostros.

 

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