Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

86. El baile (Mar González)

La primera vez siempre es complicada. El salón parece demasiado grande y con demasiados desconocidos. Aquella columna es el refugio de los nuevos. Desde allí se ve prácticamente todo y uno queda prácticamente oculto.

Los domingos toca la orquesta. Dolores saca a Fermín. La Maite y la Rosa bailan juntas. Y siempre hay alguien que se acerca a la columna para acoger a los nuevos y ponerles al día.

– La más alta es la Juani. Aquella de flores, Sofía. Y la del pelo morado, la Sonsoles. Pero la guapa, guapa, es la María.

Y mientras lo dice, Antonio la busca con la mirada y sonríe. Le hace un gesto de “aquí estoy, con el nuevo” y espera que ella lo entienda. «Guapo, guapo no soy pero, sin duda, el más sociable. Anda, guárdame un baile».

Ella le mira, sonríe y se siente guapa. Muy guapa. Realmente el vestido verde le sienta bien. Y los labios siempre rojos, enmarcados por infinitas arrugas, pero rojos. Se ajusta las gafas con coquetería y agarra a Sofía por el brazo para acercarse a la columna.

-Oye Antonio, preséntanos. Y vamos a echar un baile.

 

85. Belleza en lo inhóspito (La Marca Amarilla)

Buscar la belleza en una cárcel es tarea complicada. Se podría encontrar tal vez en algunos pequeños detalles, en algunos gestos, o en aquellos ojos transparentes y miradas inocentes de hombres que se saben no culpables.

Eso dibujaba Rubén en la tranquilidad de su celda. No le gustaba hacerlo en el bullicio del patio, ni en el silencio impuesto de la biblioteca. Plasmaba con estilo realista cualquier cotidianía, pero sin delinear barrotes ni reflejar muros.

Y empezaron a pedirle dibujos los compañeros de celda, otros presos más tarde, e incluso algún carcelero, a pesar de tenerlo prohibido.

Dibujaba la foto de la esposa, la de los hijos -sobre todo-, o la de algún paisaje que reviviera momentos felices plenos de libertad… Y él siempre preguntaba cuál era el motivo que les impulsaba a pedir el dibujo de una fotografía, si ya poseían la imagen real. Arte sobre arte. No tenían una respuesta clara, la mayoría solía decir que era para regalar.

Pero Rubén sabía que en esa calidez humana del trazo, en esa recreación artística y artesana, lo que verdaderamente querían encontrar era la belleza de lo querido, de lo amado, su propia belleza.

Encontrar belleza en lo inhóspito.

84. Futuro imperfecto

Todas las mujeres que han pasado por mi vida destilaban belleza, pero ninguna encarnaba el súmmum. Ya había abandonado la idea de encontrar a la mujer perfecta, cuando en una feria de tecnología  me   encontré con ese artilugio que imprimía en tres dimensiones  y no paré hasta  conseguir uno. Me tomé mi tiempo para no equivocarme en el prototipo que buscaba. Finalmente opté por las sinuosas curvas de Eva; los pechos redondos apuntando al cielo de María; la nariz pequeña y respingona de Maribel y el azul intenso de los ojos de Ángela. Un pequeño dispositivo de inteligencia artificial hizo el resto. Así entró en mi vida Violeta, un pibonazo que sabe de todo y se ha convertido en mi compañera fiel y en la envidia de todos mis amigos. Aunque he de confesar que cada noche desciendo a los infiernos cuando me hundo en su cuerpo y naufrago en el océano vacío de su mirada. La acaricio con la esperanza  de que me sorprenda con un gesto nuevo, pero su voz hueca siempre responde lo mismo:  «¿a qué hora quieres que te despierte mañana?»

82. Ángulo muerto

Corren malos tiempos para enamorarse siendo un niño. Cuando nos cruzamos en La Plaza Mayor el tiempo se detiene. Ayer le pedí para salir y me dijo que sí, ella es lo más bello que hay en este mundo.

Mamá me advirtió que debo ser precavido, dice que si nos pillan besándonos tendremos problemas, por eso cuando regresamos a casa en el autobús subimos al piso de arriba, a pelarnos los labios a besos, allí aprovechamos el ángulo muerto del espejo desde donde nadie, ni siquiera el revisor, puede vernos.

 

81. HIPÓTESIS

Mona y Lisa posaron en el taller. El pintor, ensamblando los dos rostros, creó una belleza única.
(Fuera de concurso)

80. ¿Una bella amistad?

Se conocieron en un taller literario. Congeniaron al momento. Ella, una solitaria de pro. El, un socialite indomable, pero, en el fondo, solitario también. Ella, demasiado orgullosa aunque buena persona. Un día, él quiso indagar en el porqué de dicho orgullo, pero ella no se dejó. Eso le resultó incomprensible,..

El la llamaba prácticamente a diario, la proponía planes varios: fiestas, teatros, reuniones con amigos. Ella siempre aceptaba de buen grado, pero, por otro lado, nunca le llamaba para preguntarle «qué tal te encuentras», «¿cómo te va?». Entonces, él comenzó a darse cuenta de que esa amistad que creía tan entrañable hacía aguas por algún lado.

Un típico día soleado de Madrid, de los que queman el alma, él le realizó la última llamada, la  de la despedida porque se había hartado de soportar su incomprensible orgullo. «¡Adios, bonita, me he aburrido de tus silencios!» Una voz temblorosa sonó al otro lado del teléfono: «Es que cogí miedo de tu cariño». El pegó una sonora e incrédula carcajada  y colgó para siempre.

Lo que él creía que, durante años, había sido una bella amistad, se había esfumado para siempre, como el sfumato de La Gioconda…

79. Belleza consumida

La hechicera había sido una mujer muy bella, pero se ajaba con cada lágrima vertida. Ahora su piel se le metía entre los huesos y sus ojos parecían ir a caérsele, aunque aún se podía ver en el fondo de su mirada lo que le quedaba de hermosura. Ella sabía que pocos eran los que se esforzaban en ver más allá de sus greñas, y sus carencias adivinatorias las compensaba haciendo teatro. De esta forma sacaba los cuartos a los ilusos y sobrevivía a duras penas. Pero lo cierto era que podía ver el vacío a través de los ojos de los desesperados. Entonces entraba en trance. Se clavaba las uñas en sus párpados flácidos, y cuando le brotaban las lágrimas se las hacía lamer directamente de su piel. Así, mientras al atormentado se le llenaba la mirada de gracia, ella se marchitaba un poco más.

 

 

78. El eslabón perdido

El primer hombre sobre la tierra parecía estar modelado por la mano izquierda de un dios quizá todopoderoso pero no ambidiestro. Alboreaba aún el sexto día de la creación y ya se podía decir, sin necesidad de otro con quien compararlo, que Adán era feo de una manera absoluta. Adán era tan feo que su creador negó siempre haberle dado forma a su imagen y semejanza. Era tan feo que al mirarlo uno deseaba que fuese deshecha aquella luz concebida apenas unos días antes.

Eva no pensaba aquella tarde en otra cosa mientras jugueteaba con la manzana. Y se decía además, no sin razón, que su compañero no era bello ni siquiera por dentro. Porque era de natural descontento, protestón, y en tal grado que ni el mismísimo Paraíso escapaba de sus quejas. Aunque lo peor en él era su honda desidia, manifiesta en un total desinterés por cuanto le rodeaba que le hacía ignorar incluso la historia existente hasta la fecha, así como en un desaliño de su persona que lo convertía en un perfecto adán.

Es comprensible, pues, que Eva al final decidiera, para confusión de toda la antropología futura, ofrecer la fruta prohibida a un adorable chimpancé.

77. Elemental (Patricia Collazo)

Lo cierto es que no sabíamos qué hacer con él. Se llamaba James y era un mayordomo inglés, muy circunspecto y con levita. Había aparecido una mañana de lunes junto a las mesas de la sala de lectura. Cojeaba un poco a causa del golpe. Podía haberse caído desde cientos de novelas.

Tuvimos que dejarlo suelto en el pasillo de literatura inglesa y confiar en que encontrara su hogar.

Pero no fue así. Los crímenes empezaron a sucederse cada noche. La belleza era su debilidad. Las víctimas, todas hermosas muchachas, aparecían atrozmente asesinadas entre dos estantes o colgando desde las páginas de un libro entreabierto. Con una letra capital clavada en el pecho, o un guion de diálogo cercenando sus esbeltos y nacarados cuellos.

Tenía una particular preferencia por las heroínas de grandes clásicos, cierta inclinación por las jóvenes rusas, y un modo sistemático y cruel de llevar a cabo sus ataques. Tuvimos que descatalogar varios títulos. Urgía restituirlo a su sitio.

Al final, hubo que contratar los servicios de un tal Holmes que resolvió el caso con gran profesionalidad. El mayordomo pertenecía a una típica novela de misterio, donde, por supuesto, era el asesino.

76. El diario de Max

 

 

Me dijo  que no recordaba la primera vez que fue deslumbrado por aquel prodigio. Tendría seis años, pero el magnetismo de aquel violín que sonaba en su casa de Ulm, se apoderó de él, desde entonces.

A tan temprana edad recibió clases de violín de su madre.  A lo largo de su vida,  en sus viajes en tren,  siempre llevaba en su equipaje aquel violín. Le gustaba decir, como Plotino, que la belleza se encontraba sobre todo en la vista y en el oído.

Cuando ya era un adolescente descubrió otra fuente de belleza en los números. Fue un tío suyo quien le enseñaba álgebra. Aquella nueva senda se abría paso entre la ciénaga de odio en que querían sumergir a los de su origen.  Abandonó su tierra que barruntaba tragedia y gracias a las alas de la música se elevó hasta la “danza de las esferas”. Tal vez, porque dicen que el eco del Big Bang sigue expandiéndose por el Universo.

El mundo agradece esa unión entre  ciencia y belleza que lograste. Siempre recordaré tu frase “la masa de un cuerpo aumenta con la velocidad”, querido Albert.

75. LA BÚSQUEDA (Tomás del Rey)

«Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados»

Juan Ramón Jiménez

 

La esposa del poeta se ha impuesto la misión de cuidarlo, pero él apenas prueba los platos que ella le lleva al estudio. Allí lo encuentra puliendo febril cada adjetivo, ofrendando el sacrificio de sus sinestesias en el altar de su escritorio. Fuera ruge la historia, y Madrid intuye un largo asedio. 

 

Ha llegado una muchacha. Trae un minúsculo atadillo con dulces y cartas del pueblo. Tiene las manos sucias y espanto en los ojos. No, el poeta no puede recibirla ahora. Y no pueden ayudarla. Van a viajar ya, lejos de aquel caos que amenaza al delicado trabajo del poeta, hágase cargo. La muchacha baja las escaleras ojerosa, pálida y desgreñada, apretando en la mano la humillación de unas monedas. Se cruza con un joven miliciano, tan rebosante de vida que apenas puede contenerla dentro. Ella lo mira y esboza una sonrisa, inclinando levemente la cabeza. Si el muchacho hubiera leído a los poetas, si supiera escribir, sabría poner nombre a las ganas repentinas de reír y llorar al tiempo que brotan de la visión fugaz de su cuello blanco, del cruce con aquella mirada triste, donde se encierra toda la luz desterrada de Moguer.

74. MI PRIMER DÍA Diego Cano-Lasso Pintos

El último día de vacaciones fue, después de aquel terrorífico instante en que un borracho al volante me dejara huérfano, mi primer día con derecho a ser feliz. Me crucé con la chica más fea que he visto en mi vida. Me volví y no entendí que ella también se volviese. Yo era todavía más feo y la cicatriz en mi frente abollada causaba repugnancia.

Nos miramos fijamente. Sus ojos asimétricos, debajo de pobladas cejas que se juntaban, llevaban grabados una triste expresión de inseguridad. Quizá ella vio en los míos resignación. Se acercó y pasó sus dedos por mi cicatriz. Yo acaricié su ceja. La dureza de ambos, dirigiéndonos directamente a lo más horrendo, nos permitió conquistar lo nunca vivido.

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