Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

89. Liberación (Rosy Val)

Se levanta rara, contradictoria. Cuando se acerca al espejo, observa cierto brote de conformismo durmiendo en sus ojos. Se detiene en su boca y descubre miríadas de besos y caricias por estrenar. Toma aire, lentamente, y como por arte de magia se desvanece la autómata que la tenía secuestrada. Después, apiña los sermones de su madre; los mandamientos de su padre; los malos humos de ambos y el repintado rosa chicle de su habitación —que lleva padeciendo desde su séptimo cumpleaños—, y tira de la cadena. Se borra de su grupo del wasap «Las parranderas». Pasa de sufrirlas cada finde tiradas en la calle y de sus botellones —que le están costando un ojo de la cara ya que solo bebe cocacola—. Queda con Fidel. Se lo dice sin tapujos. Que no le molan nada los ramos de rosas, que ella es más de macetas al sol, con su tierra y su aire. Que está harta de aparentar y fingir orgasmos. Que se muere de ganas por entrar en el bar de su calle; dirigirse a la barra. Y sorteando los dimes y diretes del personal llegar hasta Soraya, finalmente entregarle un corazón abrazado a los colores del arcoíris.

88. Un color en la memoria

El señor Amor recoge los pinceles. Guarda el lienzo en un saco de tela y se cuelga el caballete a la espalda, como si fuera la mochila de un excursionista. Abandona el parque calle abajo con aire cansino. Arrastra los pies por el peso y la fatiga. Piensa en luces y colores mientras atraviesa la ciudad hasta su casa. Hoy se le ha hecho de noche. Quería tantear de qué manera incidía el púrpura del ocaso en unas Grandiflora recién plantadas por los jardineros del Ayuntamiento. Comprueba la tonalidad recién plasmada a la luz de las bombillas. Niega con la cabeza, contundente; tendrá que esperar hasta mañana para ver el verdadero resultado. Una cena ligera y se acuesta a descansar. Los años no perdonan. No dejará sin embargo de soñar con el rubor encendido en sus mejillas, con aquel colorete que pintó su primer beso, verdadero, espontáneo, imprevisto, en los labios aún inexplorados de Susana. Se levanta temprano y escudriña aceites y tinturas, trementinas y barnices a la luz debutante de la aurora. Y se marcha a recorrer otros parques, a buscar Polyanthas o Floribundas, Portland o Musgosas, hoy que todavía recuerda los caminos, para ganarle al olvido la partida.

87. Sálvame (Miguel Ibáñez)

Organiza reuniones de suicidas cada tarde alrededor de una mesa camilla y sirve café frío para uno. El solo hecho de acudir ya lo convierte en esquirol. Si se dan las condiciones idóneas de soledad, los recuerdos se ven en el horizonte de la memoria como una Fata Morgana que los estiliza hasta transformarlos en castillos de hadas donde habitan los fantasmas de su pasado. Llegados a un punto, las convenciones sociales se van atenuando. En silencio, una lluvia fina va calando el pueblo. Imagina un cadáver abandonado en algún lugar, a la intemperie, despojado de la necesidad de guarecerse. Se va empapando lentamente. No imagina otra forma mayor de libertad que la de ignorar aquello que te cubre y te humedece. No tener que huir, ni esconderse. A Manolo el agua lo inunda desde dentro. No hay paraguas, ni rama a la que agarrarse para evitar que la corriente lo arrastre con los troncos y el barro que bajan de los cerros, cada tarde, hasta que empieza su programa favorito.

86. La mujer pantera

Cada vez que ella intentaba enfadarse, él se reía y la llamaba dulce gatita, y le decía que nadie podría tomar nunca en serio aquellos ronroneos cascarrabias. Pero ya se había cansado de ser tan deliciosamente inofensiva. De esperarlo siempre, con la sonrisa y el cuerpo preparados, por si su marido decidía hacerle caso. Ahora había encontrado las cartas que él ni se había molestado en esconder. Primero el cortejo, luego la evocación detallada de sus encuentros. Finalmente, las burlas hacia la gatita fiel de quien no había que preocuparse.

Había decidido dejar de ronronear para siempre. Tenía ganas de rugir, de dar zarpazos confundida con la noche. Un chamán le vendió el conjuro que la convertiría en aquella pantera negra que contemplaba sus paseos por el zoo. Frente a la jaula empezó el ritual, siguiendo punto por punto las instrucciones. Pero no se dio cuenta de que en el momento preciso alguien cruzó por delante devorando un pastelito rosa.

85. Lo eterno y lo perecedero

Nunca falta una rosa en la mesita de noche de esa mujer. La razón es lo de menos, aniversarios, muestras de amor o regalos sorpresa hacen posible que la flor siempre tenga su reemplazo. Un día el hombre le compra una rosa que no se marchita. Es hermosa y colorida, pero ella echa de menos las otras rosas, las que la hacían estar pendiente cada día hasta que se les secaba el último aliento. Al mismo tiempo, no quiere que le regale más, pues no podría soportar ver como se estropean al lado de una rosa eterna. El amor de alguien que quiere y no quiere que le regalen rosas es un amor imposible. El hombre se abandona a la melancolía y pasa los días sin ser nadie, malgastando su existencia, incapaz de entender que como ocurre con las rosas, lo que le da valor a la vida es saber que con el tiempo se nos marchita.

84. Las vueltas del camino

Esperaba sentada en un banco con el libro en el regazo. Qué hacía allí. Mientras su mano rugosa acariciaba el pelo recién lavado el perfume de jazmín la serenó. Resonaron en sus oídos las bromas de los compañeros sobre una misteriosa cita. Quizá el otoño avanzaba y pronto oscurecería. Se imaginó a su madre advirtiéndole que no regresara tarde. Pasaba las hojas sin apenas mirarlas hasta que vio aparecer a una niña con un algodón de azúcar. La seguiría. Estaba segura de que esa nube ligeramente rosa la iba a guiar hasta su morada.

83. UN RAMITO DE FLORES POR PRIMAVERA

Son sus flores favoritas; le gustan las rosa palo. Y ÉL lo sabe. En otra época, su aroma, su belleza, su corto tiempo de vida, a ella le habían hecho sentir muy dichosa. Su abuela las había cultivado y siempre adornaron sus primaveras.

Nada que ver con el rosa intenso de sus mejillas.

La tarde callada y fría. El reloj de pared señalaba las 5. También él sintió miedo: esta vez su ira había ido demasiado lejos. Era como un torbellino que no le dejaba parar, que le giraba una y otra vez sin retorno. ¿Por qué se empeñaba en sacar lo peor de ÉL? ÉL la quería ; no podía vivir sin ella. Sintió miedo. Ya había encargado el ramo de flores que tanto le gustaba y todo volvería a la “normalidad”. Como otras veces.

Desde algún lugar lejano, ella siente que esta será su última primavera invernal. Pero piensa en aquella mujer que cuidó su infancia, que veló su adolescencia y que nunca se rindió. Y desde ese laberinto de la inconsciencia encuentra las fuerzas suficientes para escapar de su asfixiante existencia y distinguir una flor abriéndose camino entre las malas hierbas que pueblan su corazón ajado.

 

82. Capas (Patricia Collazo)

La niña lleva años ausente, pero Violeta, cada tanto, pinta de rosa su habitación. El rosa fue el color preferido de la niña hasta llegar a la adolescencia, cuando ella misma pintó las paredes de negro gótico. Violeta insiste en volver al rosa, pero cuando la pintura se va asentando, es absorbida por las antiguas capas. Da igual si usa rosa chillón, palo o fucsia. Lo ha probado todo. Al principio el rosa se torna violáceo, como si las paredes se cubriesen de moretones, y ella intuye que otra vez ese desgraciado…

Después, brotan algunas motas más oscuras y el rosa empieza a sucumbir sin remedio tras una capa de gris nublado, y Violeta adivina la tristeza de lágrimas no derramadas en la mirada de la niña, cuando superados los tonos morados, le hace alguna esporádica visita.

Cuando la niña la llama para contarle que será abuela, las paredes sufren una transformación inaudita. Los pasteles le ganan el pulso al negro. Pero poco antes de la esperada fecha, una mancha roja, empieza a deslizarse desde una esquina del techo hasta cubrirlo todo, incluso los muebles.

Violeta, aún antes de recibir la horrible noticia, ya ha pintado de blanco la habitación.

81. Una flecha al corazón

—Helado de pétalos de rosa —sugirió el camarero para sellar la velada.

Tanto ella como su paladar coincidieron en que el sabor del amor debía de ser muy parecido al del postre compartido. Antes de abandonar el restaurante, un precipitado oleaje apareció en el mar de su mirada. Los amantes desenfundaron reproches, resucitaron promesas incumplidas y el amor, que andaba saldando cuentas, abofeteó a ese ingrato después de alargar la mano hasta la americana y arrancar el botón mientras el ofendido hizo lo propio con el collar. Mucho antes de que pudiera girar la cabeza, aquella mujer ceñida en fucsia había cruzado la puerta de su vida para siempre. Él quedó mirando cómo las nacaradas perlas que habían saltado por los aires descendían como lluvia de luminosas esferitas chocando y rebotando contra el suelo, perdiéndose entre mil recovecos. Ella imaginó cada bolita estrellada como un golpe al sentimiento burlado, como una confidencia desamparada. Sin dejar de caminar, arrojó a la fuente el botón delator con la maraña de cabello apretada en él. Y su garganta, anudada con la amargura destilada por los pétalos de rosa, nunca estuvo tan cerca de comprender a qué sabía el amor.

80. AL ACECHO

Con su nariz y sus mejillas rosáceas, de gente que empina el codo, se le solía ver a la esquina del colegio esperando a que salieran las niñas de babis rosas y mochilas Hello Kitty. Disfrutaba repartiendo caramelos de fresas, aunque ellas se reían de él. Lo que no sabía es que yo también vigilaba.
El día en que una alumna desapareció, era demasiado obvio que fuera el culpable, sin embargo, la policía no investigó más y se lo llevaron preso.
Yo sigo escondido cerca del colegio esperando a que otro incauto venga a repartir golosinas y caramelos de menta.

79. Pon un Rosa en tu vida

Desde mi divorcio, he aparcado hobbies e ilusiones. Simplemente, dejo la vida pasar.

Mi ex, se quedó en nuestra casa con los hijos, Elvis de 29 años y Eva de 22. Son mi chispa.

Ayer pasaron el finde conmigo. A veces, ya no sé dónde ir con ellos. Aún siguen empavados y son tan diferentes. Vaya pintas me llevan, y que cosas pasan por sus cabezas. Este mundo virtual, pixela el real.

¿O seré yo, que estoy hecho un carcamal?

Se me hace tarde!!!

Me ducho rapidísimo. Con las prisas me pongo la camiseta que tiene una guitarra eléctrica y unos pantalones algo ajustados que hacía tiempo no utilizaba, y peino mi tupé canoso.

Uffff !!!
Aún tengo quince minutos para desayunar tranquilamente.

Al salir, en la escalera una vecina me saluda sonriente.
Por la calle, las personas se giran a mirarme haciendome un gesto de aprobación.

-¿Que pasa hoy?

Entro en la oficina y todos me felicitan.

Imposible que sea la ropa.

Acelero el paso, y dejando atrás mi despacho, voy directo al baño.

Me miro al espejo y…

Joooooeeer!!!

Utilice el champú que se dejó Eva para teñirse el pelo de rosa.

Desde hoy, mi vida empezó a cambiar.

78. PROGRAMACIÓN (Mar González)

Los lunes son verdes y huelen a hierba fresca. Camino por aquellos prados agarrando la mano del abuelo que, con la otra, va señalando con el bastón los límites de la propiedad.

Los martes son amarillos como los lápices del colegio. Al principio dibujaba, como entonces, pero ahora, con su punta afilada, te escribo cartas.

Los miércoles son azules. Las instrucciones eran mirar el cielo y relajarme, pero yo prefiero perderme en tus ojos.

Los jueves son rojos y saben al tomate casero que, de pequeño, añadía a todas las comidas. A todas. No lo había vuelto a probar hasta ahora, pero ya no es igual. Pero, al final, levanto los ojos del plato, me centro en tus labios y me sonríes.

Los viernes son blancos.  Poco a poco he aprendido a llenarlos de color y voy dejando huellas, dibujos y mensajes que nadie contesta.

Los sueños aquí están programados. Los sábados cierro los ojos y finjo estar dormido durante toda la noche. Las pastillas son rosas y huelen a ti. Hace meses que no me las tomo. Las he guardado todas hasta hoy. Volveremos a vernos.

 

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