Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

05. LA MAGLIA (Jesús García Caurel)

Corría el otoño de 1942. En la trinchera no hay tiempo para el romanticismo. Nunca sabes cuándo el enemigo va a iniciar el ataque. Los descansos son mínimos. Los silencios, pesados y angustiosos.

Aprovechas uno de esos alto el fuego para sacar un momento la cartera y mirar las fotos. Destaca entre todas ellas la de un hombre fornido sentado encima de una pesada bicicleta de hierro. Recuerdas con nostalgia como los «tifossi» te llamaban «il capo delle cime». Cuándo la carretera se empinaba era tu territorio. Uno a uno ibas descolgando rivales hasta coronar los puertos en solitario. No recuerdas cuantas «maglias rosas» te enfundaste. Todas ellas se las mandabas a Marieta, el amor de tu vida. Todas están guardadas en una habitación,esperando tu regreso. Tu carrera quedó truncada con el inicio de la contienda.

El sonido de los proyectiles te saca de tus ensoñaciones. Es lo que tiene la guerra. No entiende de héroes del pueblo ni de sentimientos. Sólo eres otro engranaje más en la maquinaría de los que mueven los hilos.

04. PAISAJES CAUTIVOS

Sentada en la roca de mi colina favorita, me puse a contemplar el crepúsculo que, muy suavemente, empezaba a abrazar el mar.

Desde el faro, a cuyo pie me encontraba, viendo cómo se combaba el horizonte sobre la espalda de la Tierra, pensé en lo cerca que estaba de eso que llaman el Paraíso.

Aire y agua estallaron de pronto en todas las gradaciones del rosa: Malvas, lilas, morados, violetas…Los ojos se llevaban toda la gloria del paisaje, pero quise que también el resto de mis sentidos participasen de aquél espectáculo incomparable.

Así que, primero, abrí las manos y acaricié muy despacio la piedra rugosa y cubierta de musgo. Luego, alerté a mis oídos y el bronco sonido del mar se adueñó de todo mi cerebro. Después, mi nariz se hizo con los profundos aromas del yodo y las algas y, finalmente, pasé la lengua por mis labios para robarle al océano el sabor que esconde bajo sus aguas.Y degusté erizos espléndidos, almejas reidoras, centollas presumidas y bogavantes de imponentes manos.

Entonces abrí los ojos y me alejé de los barrotes de la celda, mientras decidía qué paisaje soñaría la próxima vez que me asomase al exterior.

03 – DEL ROSA AL AMARILLO – EPI

Fuimos solos al cine de verano, con una bolsa de pipas y dos bocadillos, nos sentamos al final.
Estábamos hartos de la pandilla, se reían de nosotros porque íbamos juntos a todos lados y esa noche nos escapamos al pueblo.
Sentía su cuerpo cálido pegado al mío, en la pantalla, una pareja parecida a la nuestra nos emocionó.
Una noche, como prenda durante un juego, tenía que besar al chico que le gustaba y me eligió.
Mientras miraba absorto la película, su mano se posó en mi muslo, me estremecí y de golpe me vino el recuerdo de los juegos en el mar, de esos roces al cogernos, de esos pechos pequeños pero duros contra mi espalda y como nos demorábamos en separarnos.
Sentí una erección como tantas veces mientras tomaba el sol boca abajo y ella me miraba sin decir nada. Corría hacia el agua como alma perseguida por el diablo.
Creo que ella también lo notó, se volvió y me besó en la boca.
Se acabó el verano, una carta en el otoño, otra en el invierno y terminó 1963.

02. Kintsugi

Más allá del ventanal, una lluvia de poliedros rasga la realidad mientras la noche absorbe la luz de las ilusiones.

Intento contorsionar la mente para mantener la charla. Duele el papel, duele interpretarlo, duele el sinsentido de la necesidad. Gritan las cicatrices: las visibles, que atraviesan mi pecho y descienden como una medusa, y las otras, las oscuras que, cerrando en falso mi abdomen, suturaron mi feminidad.

Aunque esperado, no deja de paralizarme ese brillo peligroso en su mirada que suplica reventar botones y cremalleras. Ése hambre de piel que comparto, esa sed de caricias mutuas. Y tiemblo.

No sé qué eufemismo utilizar, qué cruda verdad escoger.  La inseguridad  estrangula mi garganta como una  gelatina espesa. Me atrinchero en el abrigo. Invento excusas para huir.

Se sorprende. Se entristece. Yo también.

Como último recurso, atrapa mi índice para guiarlo suavemente por los desconocidos queloides de su muñeca. No puedo evitar restañarlos con besos de sal.

Se derrite el miedo, se esfuman tabúes. Se deslizan nuestras prendas al suelo. Apago los ojos y permito que  dibuje dragones dorados sobre las grietas rosas de mi cuerpo roto.

A través del cristal de mis lágrimas de alivio, estallan las aristas de los poliedros.

01. EL EXPOLIO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Vi el ábside románico de Fuentidueña, pero tú me sorprendiste. Sentí que tu ojo negro me miraba inquisitivo pidiéndome que te rescatara.  Allí estabas, pardo-anaranjado, más galgo que camello, colgado a esa media altura en la que se colocan las imágenes de santos en los templos.

Bajé mi testa avergonzado. Si no hubiese estado en la sala el vigilante del Cloisters Museum de New York, me hubiera arrodillado y clavándome la barbilla en el pecho, esperaría ser flagelado para expiar como patriota español mi pecado, al menos de omisión.

Aquel anticuario, Leone Leví, expulsado de los templos catalanes, hizo su agosto, en tiempos de Maura, en Castilla la Vieja, aprovechándose de las miserias de dieciocho vecinos de Casillas de Berlanga y de las pericias a-legales de un miserable agente de la propiedad de Almazán. Sesentaicinco mil pesetas se repartieron amén, seguro, de las acostumbradas roblas o alboroques.

Dos consuelos me asistieron, uno ruin: había allí también piedras francesas; otro más racional: si el dromedario de la ermita de San Baudelio, esa palmera rosa en piedra, no estuviera en Fort Tryon Park, hoy alguien podría repetir aquello de: Estos, Fabio, ¡ay dolor!,…

─May I take a picture?

─No flash, no problem.

135. Mensajes de amor

La ola arrastró contra mis pies un patito de goma. Exactamente como el tuyo. Instintivamente levanté la cabeza buscándote pero sólo encontré una ola inundada de patitos de goma amarillos. Todos iguales. Como el tuyo. Cerré los ojos para hundirme en la marea amarilla y sentí su abrazo húmedo y congelado acariciando mi corazón.

Ese día llegaron a nuestra playa trescientos ochenta y nueve patitos de goma. En el telediario dijeron que un barco había perdido su carga en el mar. Tú y yo sabemos que eso no es cierto: que cada patito era un beso que me mandaste por cada uno de los trescientos ochenta y nueve días que llevaba sin ti.

134. Una perversa satisfacción.

Te observé con discreción cuando te vi en el funeral. Estabas radiante porque sonreías a menudo, como se sonríe cuando la muerte pasa de largo sin fijarse en ti. Eras el centro de las miradas por tu ausencia de luto y porque llevabas un vestido amarillo, precisamente aquel que acabó en la alfombra de la habitación cuando hicimos el amor por primera vez.

Mirabas al muerto con desprecio, inmóvil en su féretro, ese muerto que hace unos años se  coló entre nosotros dos. El mismo que cambió nuestras vidas cuando te enamoraste de él. Mirabas al muerto con lástima porque la muerte se cruzó contigo pero se detuvo en su cuerpo. La enfermedad llegó sin avisar, se instaló en vuestra casa y ocupó su cuerpo.

Desde entonces te imagino hablando con el enfermo a cierta distancia,  para asegurarte que la enfermedad no iba a escapar de su cuerpo para ocupar el tuyo.

Mientras te observaba en el funeral, sentí una perversa satisfacción al verte feliz con ese vestido amarillo, ese vestido que, posiblemente, nunca te pusiste cuando él vivía.

 

 

133. Aprendizaje (Eduardo Solana)

Llevó a su hija a la feria para animarla, y le compró un pollito recién nacido. Al tomarlo entre las manos ella sonrió después de mucho tiempo, y ya no quiso ni subir a los caballitos. En el coche, volviendo a casa, ella empezó a susurrarle:
—Te voy a cuidar muy bien, ya verás. Te llamarás Pío-pío —y era cierto que el pollito piaba todo el tiempo—. Vivirás en la casita de mi muñeca Lucy. Y te daré miguitas de pan todos los días.
Él estaba al volante y no podía verlo, pero oía piar al pollito cada vez más débilmente mientras la niña lo achuchaba, riéndose cada vez más.
Cuando casi habían llegado, él se dio cuenta de que el coche estaba en silencio. Preguntó:
—Cariño, ¿por qué no se escucha ya al pollito?
—Creo que se ha dormido, papá. Está muy quieto.
Miró por el retrovisor, pero solo vio la cara sonriente de la niña y sus manos cerradas, casi selladas, sobre una bola de plumas amarillas.
Entonces la niña miró al asiento vacío del copiloto.
—Papá, ¿me podré sentar ahora a tu lado?
Él sonrió antes de responder.
—Eres una niña muy, muy lista. Claro que sí.

132. ABUELO

Quedamos abatidos cuando no le quedó ni un sólo recuerdo para rellenarlas, la memoria se los había borrado. Las tardes se le hacían interminables cuando ya nadie llegaba para escucharlas; la última historia que llegó a contar hablaba de futuro, era bien diferente a las anteriores. Aún guardo su álbum de fotos, que suelo abrir cuando en las noches no consigo dormir y el tiempo pasa a duras penas. Hoy me percato del fuerte olor a pasado que desprende, del color amarillo de sus otrora blancas hojas, y me cuestiono también por primera vez acerca de mi destino.

131. Mimacromirada

Bajo el microscopio, se salta, se lucha, se adhiere, se refleja, se colorea y se aprende……viendo bichos detectamos dimensiones. Ellos allí, nosotros aquí y otros allá.

130. Luces de medianoche

Es casi medianoche. Olas de oscuridad van apagando las luces de la calle. Una brisa amable silencia los semáforos. Los edificios recogen sus ventanas, dejando algunas en luz, como la de la chica del segundo. Pasa horas delante de los libros, y se hace bucles rubios en el pelo al leer. A veces atiende su móvil. A veces se duerme bajo el flexo. Más arriba, en el cuarto, la mujer insomne está sentada en su lado del sofá, con los ojos humedecidos por el reflejo del televisor que sujeta su mirada, salvo cuando mira al otro lado. Al lado vacío. El hombre del sexto me saluda afablemente. A veces hablamos de las fases lunares, pero no en luna llena. Cuando la luna llena ronda las azoteas, su ventana echa las cortinas, y tras su luz rugosa se distingue una sombra agitada. Y se escucha un aullido errante. 

La medianoche da una última calada. Su brisa apaga las brasas de la calle. Un sol espera detrás del horizonte. La chica del segundo sigue aprendiendo, quizás a curar la soledad. Y si cierras los ojos, se pueden escuchar los aullidos de los nuevos amantes. 

129. MALDITO VAN GOGH (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

Prueba con un nuevo filtro. Ajusta la saturación del color y guarda el resultado bajo el título “Img-15”. La carpeta se ha llenado de imágenes casi clónicas que no acaban de convencerle. Lo intenta de nuevo y Img-16 pasa a engrosar la lista de archivos que, al finalizar la jornada, enviará directamente a la papelera de reciclaje. Al dar las seis, antes de apagar el ordenador, contesta afirmativamente a la pregunta de si desea eliminar permanentemente los archivos seleccionados. Ni siquiera se permite la licencia de guardar una o dos de esas estampas e intentar editarlas de nuevo al día siguiente, cuando la luz del sol vuelva a parecerle más brillante que nunca y su vida más gris y solitaria.

De regreso a casa, se sienta en el sillón orejero y, mientras contempla el autorretrato del tío de su bisabuelo,  abre un tubo de amarillo cadmio oscuro y lo chupa con fruición.  Desde la otra pared, los malditos girasoles parecen burlarse de él.

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