Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

116. (DES)EQUILIBRIO AMOROSO EN PANTONE 803C (Javier Puchades)

“Nada puede ser tan malo como eso que hicimos y nunca olvidamos, como eso que nos hicieron y nunca perdonamos”. Esas palabras de mi terapeuta revoloteaban en mi cabeza como palomitas de maíz. Hasta que un día, mi mente rebosó todo ese pus y me cansé de ser tu guardián entre el centeno. Fui el primero en lanzarme por aquel precipicio, ya que mi vida no tenía valor ni para ser nota a pie de página de la tuya. Tan solo era un pósit en la memoria de tu olvido. Ahora todo tiene sentido, cuando tus lágrimas contemplan mi recuerdo bajo unos arbustos de genista en flor.

115. APRENDIZ

Dicen que los recuerdos de la infancia se reviven en un amarillo oro y que en los sueños lo vemos todo en blanco y negro. Entre ambas realidades hay una verdad pasajera, intangible e inaprensible. Es un ámbito sin tiempo pero lleno de pasión, es ese momento en el que habita toda mi ansiedad.

Gran parte de mi vida la he dedicado a cazar instantes para otorgarles el regalo de la permanencia. He cargado con mis cámaras por medio mundo. Son muchas las imágenes que invadieron mi retina, algunas menos quedaron impresas en papel cuché.

Yo nací en un señor pueblo que tenía cura permanente, cuartel de la Guardia Civil y un fotógrafo que además era mi tío. Él me enseñó a usar la cámara. Aprendí de películas y químicos, de luces y sombras. Con él hice mis primeras fotografías.

Hoy he regresado para rendir homenaje al maestro. El pueblo está enfermo de olvido y se respira polvo agostado y adioses. En el cementerio es donde encuentro lo mejor de su obra: Todos los rostros de los vecinos que él fotografió ¡Una magnífica exposición permanente!

La sorpresa ha surgido al descubrir, agradecido, en su lápida uno de mis primeros retratos.

114. «Imitación a la vida»

Algunas tardes mi padre nos llevaba a ver zarpar los barcos. Las luces de los muelles se encendían y a nuestra espalda se ponía el sol, mientras él nos subía a la goleta de El hombre de Boston. Vamos a cazar focas en Alaska y rescataremos a una princesa rusa, nos susurraba. Con ella a bordo, añadía, el capitán tendría “El mundo en sus manos”.

Un día su corazón le señaló el abismo. Con paseos cortos en mañanas soleadas reanudó el camino. He sobrevivido al duelo con el pistolero que merodea por la ciudad, nos aseguró. Aunque sus heridas cicatrizaron, habría otras. No escapamos del destino, concluyó. Años después lo vimos partir hacia el horizonte sin mirar atrás, como “Shane”.

Ahora un cielo amarillo que alarga las ausencias hondas nos empuja hacia las galerías sin luz. Ha dejado las estaciones de trenes vacías y los barcos varados en la arena y ha silenciado el alborozo de los juegos infantiles. Nos refugiamos en pasadizos inhóspitos esperando tan solo ganar la salida que evite internarnos en el “Corredor sin retorno”.

113. Punto en boca (Luisa Hurtado)

Sé que muchos amigos pensaron que nuestro matrimonio estaba roto el día que dejamos de hablarnos y empezamos a dormir en habitaciones separadas. Sin embargo, siempre pude decirles que, a pesar de las apariencias, nuestra comunicación era fluida y constante: él dejaba algunos pósits en los sitios comunes y yo le contestaba del mismo modo. No negaré que hemos pasado por momentos difíciles como cuando él, supongo que en un arrebato, tiró todos los papelitos amarillos con mi letra y yo en justa respuesta eliminé los suyos; una discusión que transcurrido el tiempo casi podría considerarse una limpieza general; pero también, siendo justos, es preciso comentar que nuestro diálogo mejoró de forma sustancial cuando él incorporó una fecha a sus notas y yo le secundé, feliz por poder darle la razón en algo y estar de acuerdo por una vez.
Por eso no lograba entender su silencio estos últimos días hasta que, harta, esta mañana decidí romper el pacto y entrar en su habitación, donde lo encontré tieso como la mojama con un pósit pegado a los labios y un punto en él.
Y aquí sigo, sin saber qué o cómo le puedo contestar, en blanco.

112. Vejez

El desierto se antoja infinito cuando no tienes dónde ir. Es una manta dorada que no consigue abrigarme el alma, pero quema la planta de mis pies. Camino para que el agujero de la soledad no me arrastre a su interior, pero la duna es demasiado alta; una lengua amarilla que lame mis recuerdos y los borra sin piedad. Es agotador subir por la nada de mi memoria en dirección al sol. Esa esfera de luz que se inflama al rozarme, y ablanda mis pensamientos como una masa informe de miel. Mil abejas zumban sin cesar, preparadas para devorarlos.

Continúo el ascenso amarrada a mis últimos vestigios: los campos de trigo de mi niñez, el viejo gato romano que ronroneaba en mi regazo para arrastrar la pena, estas dos alianzas que hablan de amor y certezas. Solo entonces se suaviza el talud y el suelo se transforma en una playa eterna, huérfana de mar. Es solo un respiro antes de que el corazón me deje sobre la cima de esta montaña.

¿Para qué? El destino le dará la vuelta al reloj de arena de mi tiempo, y cada minúsculo grano volverá a caer sobre mí para terminar enterrándome de nuevo.

111. El Dorado

La selva se les muestra esquiva y traicionera. Saben que si aguantan la humedad, el cansancio y los mosquitos, al norte, más al norte, les aguarda todo lo prometido, con su fulgor dorado. Acabarán para siempre con todas las miserias y humillaciones que les trajeron hasta este lugar remoto del mundo. Tendrán la oportunidad de empezar de nuevo, de ser dueños de su destino. Serán ricos.

Pero los expedicionarios no han percibido un brillo semejante en los ojos de sus guías. En sus oídos indígenas resuenan todavía las promesas del cacique: si le llevan sus cabezas, sus cascos brillantes y sus armas, tendrán una nueva vida.

110. Clausura

Sor Josefina Ndongo era la novicia más alegre del convento de la Piedad. Sus trinos y arpegios luminosos reverberaban en las columnas salomónicas de la capilla. Solo la madre superiora, atenta siempre a su rebaño, advertía que, tras las doradas rejas del coro, la tez oscura de la novicia viraba al amarillo canario mientras la cara y las manos se le iban cubriendo de plumas.

109. El Post-it

Siempre tenías la costumbre de dejarme un pos-it pegado en la puerta de la nevera, cuándo llegaba tarde del trabajo. «Tienes la comida dentro de la fiambrera. Caliéntala en el microondas». «Cariño, estoy en casa de Silvia. Tienes la cena encima de la mesa».

Hasta aquel día en que me dejaste uno que ponía: «Volveré tarde. No me esperes levantado».

Y ya nunca regresaste.

Denuncié tu desaparición a la policía. Estuvieron buscándote durante meses. Pero no encontraron ninguna pista. Nadie te vio salir de casa. Nadie vio adónde ibas. Toda posibilidad se diluía en un mar de brumas.

Desde entonces, mi vida ya no es vida sin ti. Lo único que me queda de esperanza es ese pos-it de color amarillo, en él que dices que volverás…

108. El camino de vuelta

El reflejo de mi rostro me dolió más que lo que sucedió horas antes. Sin apenas poder abrir los ojos, hinchados, me acerqué al espejo. Al rozar mi vientre en el lavabo, sentí que me desgarraba por dentro. Los huesos de la cadera crujieron. Me mareé.

Veía borroso y solo por un ojo. Acerté a ver unas manchas azules en el pómulo, amarillentas en la zona de la sien. Tenía el labio partido. La sangre, ya seca, se confundía con la que había brotado de la nariz.

Sentí una fuerte arcada que me esforcé por contener. Instintivamente giré la cabeza. Contemplar mi imagen, irreconocible incluso para mí, me castigaba.

Entonces te oí. Oí tu llanto. No supe si te tocaba biberón de cereales, papilla salada o fruta. Quizás no fuera hambre…

Y tuve miedo. Por primera vez me descubrí temblando. Por lo que me hacía un hombre incapaz de amar y por no haber sido yo misma capaz de amarme lo suficiente para no dejar que ocurriera.

Fui en tu busca y te cogí en mi regazo. Noté tu calor en mi pecho. El dolor y el pánico desaparecieron. Tu llanto también.

Serena, marqué el 016. Nunca más.

107. Del rosa al amarillo, sin transición. ¿Y qué?

Se le acabaron los dedos cuando comenzó a contar los lustros que habían transcurrido sin verla. «Sesenta y cinco años», dijo cuando el pulso se le normalizó. La adolescente que con sus trenzas doradas le robó el corazón entonces estaba allí esperando impávida —como todos los residentes— la hora de la cena. Al ver sus labios, todavía sonrosados a pesar de la edad, recordó que antaño apenas le pudo robar un fugaz y casto beso. Luego vino eso de You are the only one. Lo cantó y pensó quizá demasiado tiempo.

El rosa se aletargó en manos de ese tren que les alejó Five hundred miles, disuelto de entre aletargadas cartas cargadas de grandilocuentes intenciones. «Vivir, mejor que perder la cabeza», se impuso la practicidad.  Just to past the time, como decía ese blues. Vivir a pesar de.

«¡A cenar!», gritó alguien cariñosamente en la sala. Cruzaron sus ojos, ajenos a la cola que los agolpaba a las puertas del comedor. Se cogieron tiernamente de la mano. Del rosa pasarían al amarillo, su pasión se reduciría a largos paseos, agolpadas cenas, manos entrelazadas… Pero She loves you with a love like that you know you should be glad. Yeah, yeah!

106. TKM (La Marca Amarilla)

Tras una ligera vibración, la luz amarillenta iluminó la estancia.
Él se asustó, no recordaba haber dejado el móvil allí.
Miró la pantalla.
La poblaban un montón de emoticonos de aquellos que lanzan besos con coranzoncitos, otros había de los que lloran…
Pudo leer el mensaje de su ex sin que ella lo supiera, por suerte así lo tenía configurado. Decía que le quería más que nunca, que algún día volverían a estar juntos… Y todo aquello que se suele decir cuando ya has perdido a esa persona.
Sí, ahora es fácil, pensó él, pero las cosas hay que expresarlas en su momento, cara a cara y mirando a los ojos.
No en la distancia.
Puso los pulgares en el teclado para contestar y añadir una de esas caritas amarillas de enfado, de sorpresa, o de asco, pero rápido cayó en la cuenta de que lo liaría todo, de que era mejor callar.
Apagó el teléfono con la intención de olvidar y con la curiosidad de saber cómo habría conseguido ella meter el móvil en el ataúd.

105. Mamón (Jerónimo Hernández de Castro)

La vida en Madrid le resulta más difícil de lo esperado. En casa, la tienda de moda familiar se fue a pique y su madre enviudó. Él tuvo que marcharse a la capital en el viejo Ford Fiesta blanco de su padre, para conseguir un trabajo de sueldo casi decente y saldar las deudas.

Su ilusión es una chica preciosa. Nunca se habría acercado a alguien con pareja, pero no podía soportar como la trataba aquel niñato, que usaba adjetivos posesivos para referirse a ella y lloriquea ahora a escondidas exigiendo que se la devuelva.

Esta noche se verán de nuevo. Mientras se arregla en el cuarto de la pensión mira el póster de un José Luis Perales sonriente delante de las Casas Colgadas, la portada de su disco preferido. Lo encuentra muy elegante con su jersey amarillo de escote a pico, como la mayoría de los que él tiene, su única herencia aún sin vender. Hoy estrena otro. El último quedó inservible por los polvos picapica y las quemaduras, regalo de su rival. Ignora todavía que es una pérdida mínima comparada con lo que encontrará en el aparcamiento, la venganza de alguien que le llama pijo y marica.

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