Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

121. Crescendo

Se levantó al amanecer con una sensación larvada, apenas perceptible, pero algo más intensa que la del día anterior.
Mientras tomaba un racimo de uvas tempranas, salió a buscar las flores. Tenía que escogerlas con cuidado. Ya en su estudio, dispuso catorce de ellas en un jarrón de barro, partido en su ecuador por dos tonos distintos del mismo color ocre. Tardó bastante en conseguir un desaliño estudiado.
Debía aprovechar la jornada. El final de agosto empezaba a robar horas de luz al día.
Pintó en la soledad, poniendo, como siempre, el máximo de su destreza y empeño. Bastó un pedazo de queso para olvidar el hambre, pero no pudo ignorar el zumbido que aumentaba a un lado de su cabeza.
Trabajó sin pausa durante toda la tarde. El calor secaba los óleos en la paleta y sus modelos desfallecían como viejas bailarinas marchitas.
Los últimos rayos de sol pusieron fin a su jornada.
Mientras los pinceles iban cediendo a la trementina el color de los girasoles, desprendiéndose de la luz mediterránea hasta quedar listos para la próxima sesión de pintura, en la oreja del artista fue creciendo la sospecha de no estar con la persona adecuada.

120. Envidias (Pablo Cavero)

Intentaba dormir la siesta a la sombra del árbol cuando aquella enorme manzana cayó sobre su cabeza. Isaac refunfuñó sobre su mala suerte, ese gafe reiterativo que le perseguía en su vida. Esa mañana la tostada untada con esa mantequilla salada, la que le hacía salivar, se le cayó y su delicia amarilla besó el suelo. Le apenaba desperdiciar ese manjar, así que pensó, lo que no mata engorda.

De hoy no pasa, se dijo, y se puso manos a la obra a desarrollar la idea de que si algo puede salir mal, ocurrirá. O por qué la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla. Llenó hojas de argumentos. Allí plasmó psicología pesimista y negativa del mal fario. Serían las famosas leyes de Newton.

Años más tarde un tal Murphy estudió a fondo y desarrolló las leyes sobre la gravitación universal. Él también adoraba las tostadas tan amarillas. Era un envidioso de los postulados tan divertidos de Isaac y como los suyos le parecían muy aburridos, aprovechó sus conocimientos para viajar en el tiempo e intercambiar los papeles.

119. Amar(i-llo) (Mónica Rei)

Al principio lo nuestro fue primario  y  miel. Y yo, que era mimosa y primavera, me  dejé llevar. Entonces éramos  felices, alegres como el  champán, promesa de un amor permanente…

Entonces, sin saber cómo ni cuándo,  él se volvió  resina y gutagamba, asfixiándome a cada paso con su humo. Sonaba  una  alarma pero yo, deslumbrada por sus ojos de ámbar, sus abrazos de titanio y el oro de su piel, no la escuché.

Con el tiempo todo a su alrededor se volvió  limón y jengibre y después  sucio, orina y tigre. Mi mundo se convirtió en un paisaje de  paja, un mundo oxigenado  de rostros  verdosos y miradas de cera.

Y todo fue ruina y óxido y la amenaza de un  Sahara permanente.

Hasta que hoy he decidido agarrar el pincel por el mango, ser primitiva y  fulminante. Como un tigre viejo en un desierto de arena. Azufre y cal.

118. Sin bolsas (Blanca Oteiza)

Paraste el coche frente a un vasto campo de girasoles y me declaraste tu amor diciendo que era más grande que todas las pipas que había ante nuestros ojos. Fueron meses de limonada, de paseos bajo el sol y baños entre patitos de goma. Fueron meses de risas, viajes y riñas.
Debí comer muchas bolsas de pipas durante ese tiempo, porque el otro día me dijiste que ya no me querías.
Para olvidarme de ti, he decidido cambiar de aires y volar a Londres. Ahí la lluvia me recibe y bajo el paraguas me refugio de las miradas que parece me observan, hasta que entro al museo. Tu imagen se ha quedado afuera, diluida en los charcos de la calle, aunque frente a Los Girasoles de Van Gogh, no he podido evitar recordarte.

117. Estío

Estío

Recuerdo el calor. Las gotas de sudor que resbalaban lentamente por mi cuello y el sonido estridente de las chicharras mezclado con el susurro del viento que mecía las espigas de trigo. Aún me parece sentir el aire sofocante de aquella tarde de julio bajo el sol de Castilla. Y el brillo de su tez morena. Y su sonrisa. Y la forma en que el ardor me poseyó, mi anhelo sobrepasó a mi razón y convertí nuestro juego casi infantil en su pesadilla, su alegría en miedo, mi vida en un infierno.

Hoy he vuelto al pueblo. Soy un hombre libre, mi deuda con la sociedad está saldada. Poca gente me reconoce, han pasado muchos años. Yo tampoco soy el mismo. Mi espíritu está quebrado, soy un anciano prematuro que perdió su juventud en un día de bochorno similar al de hoy. Paseo, arrastrando los pies, por los caminos polvorientos y solitarios. Decido que he cometido un error regresando aquí. Vuelvo sobre mis pasos cuando la veo. Tan joven, tan inocente, con una piel tan dorada… Lleva unos auriculares y una expresión de felicidad en su rostro. Y yo me encamino sonriendo hacia ella, sintiéndome otra vez joven y vivo.

116. (DES)EQUILIBRIO AMOROSO EN PANTONE 803C (Javier Puchades)

“Nada puede ser tan malo como eso que hicimos y nunca olvidamos, como eso que nos hicieron y nunca perdonamos”. Esas palabras de mi terapeuta revoloteaban en mi cabeza como palomitas de maíz. Hasta que un día, mi mente rebosó todo ese pus y me cansé de ser tu guardián entre el centeno. Fui el primero en lanzarme por aquel precipicio, ya que mi vida no tenía valor ni para ser nota a pie de página de la tuya. Tan solo era un pósit en la memoria de tu olvido. Ahora todo tiene sentido, cuando tus lágrimas contemplan mi recuerdo bajo unos arbustos de genista en flor.

115. APRENDIZ

Dicen que los recuerdos de la infancia se reviven en un amarillo oro y que en los sueños lo vemos todo en blanco y negro. Entre ambas realidades hay una verdad pasajera, intangible e inaprensible. Es un ámbito sin tiempo pero lleno de pasión, es ese momento en el que habita toda mi ansiedad.

Gran parte de mi vida la he dedicado a cazar instantes para otorgarles el regalo de la permanencia. He cargado con mis cámaras por medio mundo. Son muchas las imágenes que invadieron mi retina, algunas menos quedaron impresas en papel cuché.

Yo nací en un señor pueblo que tenía cura permanente, cuartel de la Guardia Civil y un fotógrafo que además era mi tío. Él me enseñó a usar la cámara. Aprendí de películas y químicos, de luces y sombras. Con él hice mis primeras fotografías.

Hoy he regresado para rendir homenaje al maestro. El pueblo está enfermo de olvido y se respira polvo agostado y adioses. En el cementerio es donde encuentro lo mejor de su obra: Todos los rostros de los vecinos que él fotografió ¡Una magnífica exposición permanente!

La sorpresa ha surgido al descubrir, agradecido, en su lápida uno de mis primeros retratos.

114. «Imitación a la vida»

Algunas tardes mi padre nos llevaba a ver zarpar los barcos. Las luces de los muelles se encendían y a nuestra espalda se ponía el sol, mientras él nos subía a la goleta de El hombre de Boston. Vamos a cazar focas en Alaska y rescataremos a una princesa rusa, nos susurraba. Con ella a bordo, añadía, el capitán tendría “El mundo en sus manos”.

Un día su corazón le señaló el abismo. Con paseos cortos en mañanas soleadas reanudó el camino. He sobrevivido al duelo con el pistolero que merodea por la ciudad, nos aseguró. Aunque sus heridas cicatrizaron, habría otras. No escapamos del destino, concluyó. Años después lo vimos partir hacia el horizonte sin mirar atrás, como “Shane”.

Ahora un cielo amarillo que alarga las ausencias hondas nos empuja hacia las galerías sin luz. Ha dejado las estaciones de trenes vacías y los barcos varados en la arena y ha silenciado el alborozo de los juegos infantiles. Nos refugiamos en pasadizos inhóspitos esperando tan solo ganar la salida que evite internarnos en el “Corredor sin retorno”.

113. Punto en boca (Luisa Hurtado)

Sé que muchos amigos pensaron que nuestro matrimonio estaba roto el día que dejamos de hablarnos y empezamos a dormir en habitaciones separadas. Sin embargo, siempre pude decirles que, a pesar de las apariencias, nuestra comunicación era fluida y constante: él dejaba algunos pósits en los sitios comunes y yo le contestaba del mismo modo. No negaré que hemos pasado por momentos difíciles como cuando él, supongo que en un arrebato, tiró todos los papelitos amarillos con mi letra y yo en justa respuesta eliminé los suyos; una discusión que transcurrido el tiempo casi podría considerarse una limpieza general; pero también, siendo justos, es preciso comentar que nuestro diálogo mejoró de forma sustancial cuando él incorporó una fecha a sus notas y yo le secundé, feliz por poder darle la razón en algo y estar de acuerdo por una vez.
Por eso no lograba entender su silencio estos últimos días hasta que, harta, esta mañana decidí romper el pacto y entrar en su habitación, donde lo encontré tieso como la mojama con un pósit pegado a los labios y un punto en él.
Y aquí sigo, sin saber qué o cómo le puedo contestar, en blanco.

112. Vejez

El desierto se antoja infinito cuando no tienes dónde ir. Es una manta dorada que no consigue abrigarme el alma, pero quema la planta de mis pies. Camino para que el agujero de la soledad no me arrastre a su interior, pero la duna es demasiado alta; una lengua amarilla que lame mis recuerdos y los borra sin piedad. Es agotador subir por la nada de mi memoria en dirección al sol. Esa esfera de luz que se inflama al rozarme, y ablanda mis pensamientos como una masa informe de miel. Mil abejas zumban sin cesar, preparadas para devorarlos.

Continúo el ascenso amarrada a mis últimos vestigios: los campos de trigo de mi niñez, el viejo gato romano que ronroneaba en mi regazo para arrastrar la pena, estas dos alianzas que hablan de amor y certezas. Solo entonces se suaviza el talud y el suelo se transforma en una playa eterna, huérfana de mar. Es solo un respiro antes de que el corazón me deje sobre la cima de esta montaña.

¿Para qué? El destino le dará la vuelta al reloj de arena de mi tiempo, y cada minúsculo grano volverá a caer sobre mí para terminar enterrándome de nuevo.

111. El Dorado

La selva se les muestra esquiva y traicionera. Saben que si aguantan la humedad, el cansancio y los mosquitos, al norte, más al norte, les aguarda todo lo prometido, con su fulgor dorado. Acabarán para siempre con todas las miserias y humillaciones que les trajeron hasta este lugar remoto del mundo. Tendrán la oportunidad de empezar de nuevo, de ser dueños de su destino. Serán ricos.

Pero los expedicionarios no han percibido un brillo semejante en los ojos de sus guías. En sus oídos indígenas resuenan todavía las promesas del cacique: si le llevan sus cabezas, sus cascos brillantes y sus armas, tendrán una nueva vida.

110. Clausura

Sor Josefina Ndongo era la novicia más alegre del convento de la Piedad. Sus trinos y arpegios luminosos reverberaban en las columnas salomónicas de la capilla. Solo la madre superiora, atenta siempre a su rebaño, advertía que, tras las doradas rejas del coro, la tez oscura de la novicia viraba al amarillo canario mientras la cara y las manos se le iban cubriendo de plumas.

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