Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

37 ROSA Y NEGRO (Toribios)

Todas las niñas tienen su etapa rosa, esa en la que su cartera es rosa, y las paredes de su habitación , y su bicicleta, y su ropa y, si por ellas fuera, todas las pinturas de su estuche. Luego viene la etapa negra, en que reniegan de su vida anterior  para convertirse por un tiempo en seres más bien cercanos a la familia Monster. Pero tú no. Tú seguiste siendo una adolescente de cuento, con todas tus cosas en el abanico que va del rosa palo al fucsia. Así te conocí y así me enamoré, y de rosa nos casamos ambos en una ceremonia tan glamurosa que salió en la prensa… rosa. Nuestra vida no ha sido siempre de ese color de ensueño, pero nunca nos hemos rendido. No pudo con nosotros el accidente que me dejó en esta ergonómica silla rosa, ni la muerte de nuestra hija Rosa en manos de una secta, ni podrá tampoco esa caja satinada en rosa en que reposas. Mantendré ante todos mi porte nacarado, aunque sienta avanzar  en mi interior esa corriente espesa de  bilis negra como la pez que pugna por convertirse en geiser y emborronarlo todo.

36 DESNUDO INTERIOR (Gabriel Pérez Martínez)

Pasamos la vida intentando saber quiénes somos. Y aunque se diga que es en el fracaso cuando nos conocemos a nosotros mismos, yo sólo deseaba triunfar.

No creo en el destino, pero el horóscopo del día del estreno lo decía claro: “Para lograr el éxito, ponte una prenda rosa”. En el espectáculo de humor en el que iba a actuar, hacía de ciclista. Descarté enfundarme el maillot amarillo (por lo de la mala suerte ligada a este color) y como coincidía que en esa época se corría el Giro de Italia, me decanté por una maglia rosa. Hubo carcajadas durante mi interpretación. «Eres único», pensé mientras el público vitoreaba mi nombre entre aplausos y bravos. Tras finalizar la función, ya en mi camerino, contemplé por primera vez, horrorizado, la mano del ventrílocuo.

35 ESOR NE EIV AL (Pilar Alejos)

Otro escurridizo amanecer desliza su líquido sol a través de la persiana. Hace mucho que desperté, pero permanezco en la cama con los ojos cerrados. Los auriculares me susurran en bucle la misma canción. Es como un mantra que me aísla de todo, mantiene mi mente en equilibrio y ayuda a ponerme en pie.

Me impide pensar en cómo evitas mirarme a los ojos cuando rozas mis labios al llegar a casa. Prefiero recordar tu risa. Resultaba tan contagiosa cuando aún éramos cómplices… Aunque, cuando estás conmigo, no puedo dejar de temblar de ausencia dentro de tus abrazos.

El tiempo pasa, pero el dolor no cesa y late con fuerza perforándome el pecho. Una y otra vez, me envuelven esas palabras de Edith Piaf que actúan como un bálsamo:

 

«…Quand il me prend dans ses bras

Il me parle tout bas

Je vois la vie en rose…»

 

Entonces, me levanto y atravieso el espejo. Allí no me duele encontrar la habitación llena de mi rabia y vacía de su aliento. Siempre enmudecen los reproches de por qué la olvidaste en el asiento trasero del coche. Aquí, donde, en lugar de a culpa, tus besos saben a chicle de fresa.

 

34 UN ROSA MÁS OSCURO (Carmen Cano Soldevila)

No entiendes cómo has llegado hasta aquí, pero estás decidida.
Fuiste educada para que tu vida fuera de color de rosa, el de tus vestidos y tus lazos. El que elegiste para la tarta de boda y las paredes del dormitorio.
Hace tiempo que te encoges de dolor y maquillas tu rostro para ocultar el tono morado.
Al fin hoy has salido de compras y has regresado con un pequeño revólver en el bolso y una sonrisa nueva en tus labios magenta.
Estamos orgullosos de ti. Nosotros nos encargamos del resto, cariño.

33 De luz y de color (Alberto Jesús Vargas)

A pesar de que en su casa solían pasar estrecheces, se sentía la niña más presumida del arrabal. Soñaba con vestidos airosos, faldas de vuelo y lazos de color rosa, siempre rosa. Le encantaba Marisol, la joven estrella capaz de llenar una pantalla de luz y de color. Cuando daban alguna de sus películas en el cine del barrio se las apañaba para colarse allí cada tarde si, como solía ocurrir, no tenía las diez pesetas que costaba la entrada. Quería ser como ella, bonita, salerosa y sobre todo, querida y admirada por la gente. Delante del espejo imitaba sus gestos y cantaba trocitos de sus canciones: “La vida es una tómbola, tom tom tómbola…”, “Ola ola ola, no vengas sola…” Mamá le reía la gracia y hasta a veces convertía en faralaes algún vestido viejo y le ayudaba a darse un toque de colorete y carmín. Rosa, siempre rosa. Sin embargo, delante de papá, dejaba de ser comprensiva y ni siquiera intervenía cuando él se quitaba el cinturón y descargaba su rabia de perdedor sobre aquel cuerpo indefenso, menudo y frágil, mientras sentenciaba que la peor deshonra para un padre es que un hijo le salga maricón.

32. LAS GAFAS DE LA NOSTALGIA(Mercedes Marín del Valle)

Me las acercó y me invitó a que me las pusiera. Sus gafas de montura y cristales, rosa. Pequeñas y estrechas para mi cráneo. Me llevó hasta la orilla de la mano y nos sentamos muy juntas, esperando que una ola nos trajera espuma y arena a partes iguales. Entre tanto, cantábamos. Miré al horizonte y mis ojos detrás de aquellos cristalitos rosáceos, se impregnaron del vapor de la nostalgia, y vi, nítidamente, que no muy lejos, otros rostros sonrosados, salpicados de vida y de sal, me habían colmado de dicha.
No me hacía falta el espejo para ver que, atravesada por la flecha imparable del tiempo, me dolía de las heridas y las culpas. Pero su voz impaciente y cantarina puso fin al túnel del pasado, anunciándome lo que ambas esperábamos; una ola que nos tambaleó por dentro y por fuera. Las gafas salieron despedidas y las dos miramos como se alejaron para luego volver a la orilla. Como mis recuerdos, como la vida. La tomé en mis brazos y mi beso transcendió el presente. El suyo tenía el sabor de la dicha. Nos miramos y supimos que las conexiones especiales son inmunes a la distancia y al tiempo.

31. Peppa Pig (Luisa Hurtado)

Yo creo que sabía que era demasiado grande como para entretenerme con aquellos estúpidos dibujos animados, pero aún no había encontrado el valor para contarme lo que pasaba en su habitación cuando entraba con aquellos hombres que con suerte deseaban desaparecer de mi vista cuanto antes.
Por mi parte yo tenía mis sospechas pero, ante algunos comentarios de mis amigas, no dudaba en negarlo todo y enfadarme llegado el caso.
Después, al cabo de un tiempo, la puerta del cuarto de mi madre volvía a abrirse y una tímida normalidad comenzaba a instalarse en nuestras vidas. Mamá sonreía mientras apretaba unos billetes en la mano, ellos salían de casa sin decir adiós e intentando no mirarme y yo hacía como que me sumergía en Peppa Pig unos minutos más, odiando a ese dibujo que tenía justo lo que a nosotros nos faltaba: un padre.

30. La mosca (Susana Revuelta)

Podía haber tenido una muerte natural, sin sobresaltos, pero vete a saber cómo se desenredó de la telaraña de detrás del cabecero, no se desplomó en el parqué tras chocarse una y otra vez contra el cristal de la ventana, y logró más tarde esquivar el zapatillazo que la habría espachurrado en la pared.
Ya puestos, habría sido incluso preferible que saliera volando por el balcón para terminar estampada en un parachoques o engullida por una paloma. Cualquier cosa, lo que fuese, antes que caer en aquel plato de caldo humeante y agonizar escaldada entre fideos, trocitos de pollo y zanahoria mientras esperaba que unos labios rosas sorbieran la cuchara.

(Fuera de concurso)

29. EL ENTE

Habían sido 25 años de pésima relación. Un desastre.
Murió joven. Nunca supo por qué.
Le costó reconocerse como un ente. Se fue acostumbrando.
Aunque no le encontraba ninguna explicación a tener que estar junto a ella. Algo invisible le ataba irremediablemente.
Llevaba mal no poder mover objetos. Pero otro vecino etéreo le enseñó. Se divertía volcando tarros de crema y tiestos de geranios.
Se llevó una sorpresa mayúscula al verlo aparecer.
Su mujer abrió la puerta y se echó en sus brazos. Qué pasión. “Por fin”, le decía, mientras lo devoraba a besos.
Pero ¿qué hacía su mejor amigo en su casa con su mujer?.
Entonces lo comprendió.
Cómo le sirvió aquella copa de un extraño licor rosa, con sabor raro, bajo la atenta mirada de ella.
El repentino dolor de estómago. La luz al final del túnel.
A estas alturas ya dominaba manipular objetos. Le resultó fácil encender el mechero y acercarlo a las cortinas mientras en la cama los sudores de ambos se entremezclaban.
Atrancó puerta y ventanas. Imposible salir.
El edificio entero quedó completamente calcinado.
Liberado de sus ataduras, por fin pudo viajar eternamente junto a otros entes divertidos y traviesos.

28. De Color Rosa

Enmudeció el silencio. Las miradas trocaron en objetivos de cámaras fotográficas disparando sin cesar: ahora su sonrisa, luego su  talle, y finalmente sus pies  enfundados en altos tacones que descendían,  para la estupefacción de los invitados a la gala, por los peldaños  con una soltura y seguridad  aplastante.  Sin embargo, la admiración más abrumadora   la consiguió el  vaporoso vestido de cola  rosa fucsia. Sus gasas aleteaban como mariposas mientras descendía por cada uno de aquellos escalones. Como una  cascada de agua, la cola salpicaba brillos de los distintos matices del color rosa  mientras se deslizaba por la ancha escalera. El armonioso porte  había hipnotizado a los allí presentes

Un aplauso. Desconcierto. El presentador habló:

—Tengo el gran honor de presentar al  ganador del “I Certamen literario de novela romántica De Color rosa”, el escritor Juan Torres Cid.

El desconcierto se mezcló con el silencio, todavía dueño del recinto.

—Por favor, les ruego un gran aplauso para el premiado… que se lo merece, no solo por su magnífica novela, también por el sorprendente efecto causado en todos ustedes… ¿Quizás porque el premio se lo lleva esta vez un hombre?, o, ¿por su  acertado atuendo de gala?

Los  aplausos espantaron al silencio.

 

27. A vueltas con Esta Noche Te Cuento

Desde que me propuse participar en un concurso literario que giraba alrededor de los colores, estaba tan obsesionado con el amarillo, que llegué a desarrollar una fobia. Cuando me encontraba un buzón de correos cambiaba de acera, dejé de comer limones, tiré los patitos de mis hijos, e incluso al ver un coche blanco manchado de polvo, me parecía de un gualdo rutilante que me obligaba a huir. Me comencé a preocupar cuando, al cerrar los ojos, los Simpson me hacían partícipe de una orgía sadomasoquista familiar, el lindo Piolín me destrozaba a picotazos, o los Minions me sacaban los ojos y Bob Esponja me absorbía la sangre. Me afectó tanto que un psiquiatra me realizó una agresiva terapia conductista que acabó con mi problema en menos de una semana, justo cuando terminaba el plazo para presentar mi escrito.

Aliviado de mis obsesiones, me preparé para el siguiente reto. Estaba tranquilo, llevaba días sin ensoñaciones, pero una tarde, mientras intentaba concentrarme, se me apareció sobre un campo lleno de emoticonos sangrantes y en descomposición, con un fusil de asalto apuntándome a la frente, la Pantera Rosa.

26. Ahorro en la sangre (Manuel Menéndez)

Aguardamos mientras la chica aplicaba hielo con cuidado sobre los agrietados labios de su madre. Mi compañero resoplaba impaciente, pero me bastaba contemplar aquel cuerpo magullado para no sentir prisa por buscar al desaparecido. La pequeña era apenas una adolescente, marcada por cicatrices que pregonaban que nuestro hombre no usaba los puños tan solo con su esposa.

Cuando pasamos a la cocina, la muchacha repartió polos color rosa entre sus hermanos pequeños antes de contestar a nuestras preguntas. No, no sabía dónde estaba su padre ni le importaba. Después de darle la paliza a su madre se había largado y no habían vuelto a saber de él. Lamiendo su helado, nos dijo que no necesitaban ayuda de los servicios sociales, que tenían lleno el congelador y que mamá podría levantarse en breve. Sonriendo, añadió que su padre solo les había enseñado a esquivar golpes y no despilfarrar comida. Cuando nos levantamos, nos ofreció uno de aquellos helados. No culpo a mi compañero por aceptarlo. Hacía calor y era demasiado joven para percibir la expresión de triunfo en los ojos de la chica, el olor a lejía del fregadero y la certeza de que nunca encontraríamos el cuerpo de aquel miserable.

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